En agosto de 2016, el pueblo italiano de Amatrice sufrió un movimiento telúrico que destruyó prácticamente todos sus cimientos. Por esas mismas fechas, Julia Coria experimentó su propio terremoto que tiró por tierra todo lo que había proyectado para su vida, incluidas unas vacaciones en ese lugar con su marido y sus dos hijos. Con ese paralelismo intempestivo, empieza Todo nos sale bien, editado por Odelia y publicado en mayo pasado, una novela autobiográfica que relata el periplo de una familia después de que a Fabián, el esposo de Julia, le diagnostican cáncer.
Lejos de caer en los golpes bajos, Julia narra con amor y con ternura, aunque también con desesperación, los meses previos a la muerte de Fabián, en los que deberá lidiar con la enfermedad y encontrar la forma de acompañar a sus hijos. Y de sobrevivir ella misma, porque esta también será una odisea personal. Lo que se entrevé en las casi 200 páginas de Todo nos sale bien es cómo la historia que Julia y Fabián vivieron por 20 años va llegando inevitablemente a su fin. No serán solo las vacaciones, sino los recuerdos y las anécdotas compartidas, el ver crecer a los hijos o el pensarse envejecer juntos lo que se irá derrumbando a lo largo de los días.
"Pero no quisiera que el enganche sea la tristeza, aunque sea muy triste. El libro es sobre todo de amor", asegura esta socióloga y escritora a Infobae Cultura en su casa de Núñez, la misma que describe en la novela. Cada escenario, frase o reflexión son reales y personales y, al mismo tiempo, la travesía que escribe Coria es algo que a mucha gente le tocó atravesar. La fortaleza -y también la belleza de este libro- está en haberlo podido contar y compartirlo, por más que la autora admita que ese no haya sido su principal objetivo.
De hecho, su decisión de escribir está marcada por su vocación, pero también -como hija de desaparecidos- por el deseo de dejarles a sus hijos, Cuca y Fidel, un detalle de quién era su padre. Los capítulos empezaron como anotaciones en la computadora y en cuadernos que registraban lo que pasaba cada día, hasta que finalmente le dio forma en una novela impecable que hoy es un éxito de ventas. "Por lo menos que salga un buen libro", le dijo Fabián a Julia una vez que la vio escribiendo. En efecto, así fue.
–¿Qué te llevó a tomar notas de todo lo que estabas atravesando en ese momento?
-Soy una tomadora de notas serial y, en este caso, durante el transcurso de la enfermedad de Fabi fui tomando nota por mi propio deterioro, porque al principio no podía leer la tapa del diario, pero después no podía leer ni una receta. Era el duelo más no dormir, estaba desconectada. La poca energía que me quedaba era para cuidar a Fabi. Primero, empecé a tomar notas desordenadas de cosas que no quería olvidar o que se perdieran. Pero yo no escribo para mí. Empecé esto también como una cruza con un diario íntimo y anotaciones para mis hijos, aunque ya me parecía que iba a ser otra cosa.
–¿Cómo surgió entonces la idea de convertir esas notas en un libro?
-Cuando Fabi se murió, a mí me diagnosticaron un carcinoma en la nariz. No terminaba de ser todo malo y estaba muy deteriorada físicamente. Un día me escribió Diego Paszkowski, mi profesor de taller de narración, para preguntarme cuándo volvía a corregir. Le dije que iba a trabajar sobre lo que pasó con Fabi. En paralelo, me invitaron a participar del ciclo Golos y armamos un grupo de autores para contarnos proyectos y leernos. Escribí Todo nos sale bien en dos meses. Lo corregí en un mes, lo mandé a Odelia Editora y a la semana me dijeron que lo querían y al mes salió publicado.
-¿Fue una forma de exorcizar o de hacer catarsis sobre lo que estabas pasando?
-No, no hago catarsis escribiendo; hablé un montón, lloré un montón. Escribir tenía más que ver con que mis hijos no olvidaran porque eran chicos. Ellos han tenido actitudes heroicas, como mi hija, que me recordó que donáramos los órganos de su papá. Esas cosas no se podían perder. A veces pienso que este libro va a tener esa función, aunque todavía no lo leyeron. Yo misma tenía miedo de olvidar esas cosas que ahora iba a saber yo sola. Además, me parecía que nuestra historia que tenía unos visos muy literarios y que merecía ser contada.
–¿Te sorprendió que en tan pocas semanas de su publicación el libro tuviera tanta repercusión?
-Si bien estas notas eran domésticas, nadie escribe para sí mismo, porque estás poniendo afuera un mensaje para que alguien lo recoja. Lo que no me vi venir es esa función adicional que el libro tuvo para mucha gente. Me escriben un montón de personas a las que se les murió un hijo o una pareja, o mujeres que están en mi misma situación. El comentario general es: "Me prestaste palabras". Me parece conmovedor.
Coria recuerda que, durante la enfermedad de su marido, buscó libros que pudieran ayudarla, además de asistencia psicológica para poder comunicar lo que estaba pasando a sus dos hijos, Cuca y Fidel. Más que en los títulos de autoayuda, eso terminó por encontrarlo en lo que llama "literatura de viudas", como El año del pensamiento mágico, de Joan Didion. La novela de Julia también podría enmarcarse bajo esa etiqueta.
"Cuando Fabi se enfermó, busqué sentirme acompañada. Lo primero que pensé es que habría miles de libros que te preparaban para estas situaciones. Pero no hay nada. Vas a la librería y todo lo que hay es del estilo 'si tomás un licuado y le ponés buena onda, te salvás'", remarca y agrega: "Es muy injusto, porque te salvás si tenés todos los recursos económicos. A nosotros nos dijeron desde el día cero que Fabi se iba a morir, que no había nada por hacer. No había libro para ese diagnóstico y es muy injusto porque cuando a vos te dicen que si ponés buena onda, te salvás, no solo tenés cáncer, sino que sos el boludo que no le puso buena onda. Te responsabilizan por tu propia enfermedad. Pienso que a mí me hubiera servido encontrarme con algo así".
–En la novela, contás que a conociste a Fabián cuando tenías 19 años y él, 33, que era tu profesor en una materia de la carrera de Sociología de la UBA, ¿cómo nació esa historia?
-Me enamoré desde el primer minuto y estudié un montón para su materia (risas). Lo primero que me pasó fue que me gustó físicamente, pero también me sedujo su inteligencia. Él era mucho más grande que yo, me parecía un anciano. Esa atracción también tuvo que ver con mi historia personal y el punto en que estaba en ese momento. A mí me criaron mis abuelos en Adrogué, soy hija de desaparecidos. Me da casi pudor decirlo, pero con él había una cosa casi paternal, una figura fuerte. Con los años eso se revirtió. Él siempre decía que parecía que él me protegía a mí, pero que en verdad quien lo protegía era yo a él. Tuvo que ver con el punto de la vida en la cual estábamos los dos. Estuvimos juntos 20 años.
–¿Cómo te marcó el ser hija de desaparecidos al elegir tu oficio (la sociología) o tu vocación (la escritura)?
-Mi vida como hija de desaparecidos es investigar constantemente, encontrar una foto de mis papás y tratar de adivinar dónde estaban o con quién. Hace tres años, por ejemplo, me enteré de que mi papá era estudiante de Sociología, y yo hace años que ejerzo como socióloga.
–¿Eso se conjuga de alguna forma con la historia de Todo nos sale bien?
-El ser hija de desaparecidos es constitutivo de mi historia. Mi mamá le mandaba cartas a una prima que vivía en Estados Unidos con chimentos familiares y esas cartas para mí son fundantes, porque ella no estaba ni de novia con mi papá, pero yo igual me sentí interpelada. Nuestros hijos merecían más que unas notas en un cuaderno, merecían todo el detalle de cómo Fabián los miraba y les hablaba. Y cartas. Fabián nos dejó un montón de cartas. Eso se lo pedí. No quería que a ellos les quedara ningún hilo suelto como a mí. Todas las palabras eran indispensables.
Fotos: Adrián Escandar
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