"Una breve historia de la borrachera": la influencia del alcohol en Rusia

Infobae Cultura publica un capítulo del último libro del autor inglés Mark Forsyth, en el que traza el rastro de la relación entre la humanidad y el alcohol desde nuestros antepasados primates hasta la Prohibición

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“Una breve historia de la borrachera” (Ariel), por Mark Forsyth
“Una breve historia de la borrachera” (Ariel), por Mark Forsyth

En 1914, el zar Nicolás II prohibió la venta de alcohol en toda Rusia. En 1918, él y toda su familia fueron ejecutados en un sótano en Ekaterimburgo. Estos dos hechos están relacionados.
Es posible seguir el razonamiento de Nicolás II. Obviamente, la querella tenía dos partes. Por un lado, estaba comenzando la Primera Guerra Mundial y ya había pasado bastante desde la última vez que los soldados rusos habían ganado una guerra, en gran parte porque no podían dejar de tomar. Por el otro, un cuarto de los ingresos del Estado venían del impuesto al alcohol y generalmente no es buena idea cortar de golpe tu principal flujo de ingreso cuando te estás metiendo en una guerra.
Los historiadores se divierten mucho debatiendo hasta qué punto el vodka causó la revolución rusa. ¿Acaso la pérdida de ingresos destruyó al Estado? ¿O tal vez la prohibición
exacerbó la tensión social? Las leyes rusas en ese entonces, como ahora, solo se aplicaban a la gente común que se congelaba en sus humildes casas rurales. Y estos no estaban muy felices de saber que el gran señor seguía en su dacha bebiendo del "agüita" que ellos tanto querían. Aún se podía comprar vodka en restaurantes caros; los pobres no podían pagarlo.
También existe la teoría de que 1914-17 fueron los únicos años en la historia rusa en que la gente estuvo lo suficientemente sobria para darse cuenta de lo que su Gobierno estaba
haciendo con ellos exactamente. Y cuando le estás haciendo eso a la población, necesita lubricante. Esta era, incidentalmente, la opinión de Lenin. Creía que la religión era el opio de las masas y que el alcohol era el alcohol de las masas. Por eso bebía poco y mantuvo la prohibición del vodka en su lugar. Recién fue derogada por Stalin en 1925.
Si vives en Rusia en la actualidad, existe un 23,4% de probabilidad de que tu muerte tenga alguna relación con el alcohol. Para los zares el riesgo era mucho más alto.
En el otro extremo de la historia rusa, en 987, Vladimir el grande, quien era el gobernante del joven reino, invitó a emisarios de las grandes religiones para que eligieran una para su pueblo. Descartó a los judíos cuando se enteró de que no tenían patria. Los musulmanes le interesaron cuando le describieron los placeres carnales del paraíso (Vladimir era "un amante de las mujeres y la indulgencia"), pero cuando le comentaron que su religión prohibía el alcohol se comportó como un zar sensato. "Beber es la alegría de los rusos", dijo. "Sin ese placer no existimos".
Y Rusia se hizo cristiana.
La historia es más verídica de lo que suena. Invitar a embajadores religiosos para luego elegir la fe de tu pueblo era algo común en la época. El relato fue escrito solo un siglo después en La primera crónica, la cual es la fuente de mayor fiabilidad sobre los primeros años de Rusia.
En el extremo más reciente de la historia rusa, Mijaíl Gorbachov lanzó una campaña prosobriedad en 1985; la Perestroika se estaba poniendo en marcha y él dio un paseo por los canales de televisión en los que incluso habló con parte del público. Uno de ellos se quejó de que cosas esenciales como la cerveza eran muy caras. Gorbachov le respondió que el alcohol no era "necesario" para la vida. Seis años después el comunismo ruso llegaba a su fin.
A los rusos les gusta beber. También les gusta hacer que los demás beban. Esta es una tendencia que se remonta a épocas antiguas. Ya en 1550 el embajador del santo Imperio romano anotó:

Los moscovitas son verdaderos maestros en persuadir a los demás de beber. Si todo lo demás falla, alguno se levanta y propone un brindis a la salud del gran duque, por el cual los presentes no pueden no vaciar la copa… El hombre que propone el brindis se para en el centro de la habitación, a rostro descubierto, declara lo que desea para el gran duque o algún otro señor —felicidad, victoria, salud— diciendo que espera que quede tanta sangre en las venas de sus enemigos como líquido en su copa. Una vez vacía, pone la copa boca
abajo sobre su cabeza y le desea buena salud a su señor.

Esta tradición les da a los rusos la inusual habilidad de imponer la borrachera. En casi todo este libro emborracharse ha sido opcional o prohibido o desaprobado o restringido a situaciones particulares y lugares que pueden ser evitados. Es cierto que son muchas las culturas las que tienen brindis en los que todos deben participar, pero estas tienden a consistir en un trago o dos al comienzo de la velada (o al final de la misa). En un symposium o una taberna era necesario beber una vez que estabas ahí, pero ir no era obligatorio. También es cierto que siempre ha existido presión social a la hora de beber, odiaría haber sido el vikingo que pedía jugo de naranja, pero en Rusia la obligación de consumir grandes cantidades de alcohol es parte de los negocios, la diplomacia y la política.
En una discusión sobre Rusia siempre aparece el nombre de Stalin, lo que es curioso, ya que no era ruso y Stalin no era su nombre. El hecho de que Stalin gobernó con terror es bien conocido y el terror, por supuesto, llegaba hasta la parte más alta del Gobierno. Pero en la cima, al nivel de Beria, quien era el jefe de la policía secreta, y Khrushchev, Stalin gobernaba con terror y embriaguez.
El método era simple. Stalin llamaba a su politburó y los invitaba a cenar. La verdad es que no podían rechazar la invitación. Durante la cena Stalin los hacía beber una y otra vez; y de nuevo, porque no podían negarse. Khrushchev recuerda:

Casi todas las tardes sonaba el teléfono: "Vengan a cenar". Eran unas cenas espantosas. Volvíamos a casa al amanecer y de todas formas teníamos que ir a trabajar… Las cosas no terminaban bien para la gente que dormitaba en la mesa de Stalin.

Stalin solo le estaba haciendo a su gabinete lo que los sóviets disfrutaban de hacerles a todos los demás. El pacto de Molotov-Ribbentrop de 1939 fue celebrado durante una cena que incluía veintidós brindis antes de que llegara cualquier tipo de alimento. Pero las cenas privadas de Stalin tenían una cualidad aún más traumatizante. Stalin reía hasta las lágrimas mientras Beria imitaba los alaridos finales de Zinoviev, cuya muerte fue ordenada por Stalin. El dictador limpiaba su pipa dándole golpecitos sobre la cabeza calva de Khrushchev antes de ordenarle bailar como un cosaco. El diputado comisario de defensa siempre terminaba siendo lanzado a un estanque.
El propio Stalin no bebía mucho. O al menos bebía mucho menos que sus invitados. Corre el rumor de que el vodka que tomaba era en realidad agua. Beria también intentó este truco, pero lo descubrieron. Al final se lo tomó de manera filosófica y dijo: "Tenemos que emborracharnos, cuanto antes, mejor. Si nos emborrachamos temprano, la fiesta terminará temprano. Sin importar lo que suceda, no dejará que nos vayamos sobrios".
El punto de todo esto era que el politburó fuese humillado, que se enfrentaran entre ellos y que se les aflojara la lengua. Era difícil conspirar contra Stalin de cualquier manera, pero era mucho peor cuando tenías que emborracharte en frente de él todas las noches.
Esto no era nada nuevo. La imagen del aterrador dictador ruso obligándote a tomar vodka tiene una larga y ocasionalmente entretenida historia. La principal diferencia entre Stalin y Pedro el Grande (1672-1725) es que Pedro tomaba tanto como lo que le imponía a los demás.
Las historias sobre cómo tomaba Pedro el Grande varían y son muy difíciles de creer. Un relato dice que tomaba una pinta de vodka y una botella de jerez al desayuno, después otras ocho botellas para continuar con su día. Otro relato tiene las mismas cantidades solo que el brandy remplaza al vodka. Puede que esto haya sido posible. Pedro era un hombre corpulento de dos metros, lo que le puede haber permitido beber más de lo normal (y puede también que explique su obsesión con los enanos).
Si, en la práctica, Stalin había convertido al Gobierno ruso en una sociedad etílica, Pedro había convertido al Gobierno ruso en una sociedad etílica oficialmente. Primero creó la Compañía Alegre, una especie de parodia borracha de la corte real. Para ser miembro tenías que beber a la par de Pedro, que no era fácil. Tenía una especie de club donde cabían mil personas más su mono mascota y cada festín comenzaba con un brindis tras otro de vodka para asegurarse de que todos estuvieran completamente intoxicados antes de que llegara la comida.
La Compañía Alegre luego mutó al Sínodo de Locos y Bromistas, una parodia de la iglesia rusa. Pero estos juerguistas eran el Gobierno al mismo tiempo que eran la parodia borracha del Gobierno. Romodanvosky, el jefe de la policía secreta de Pedro, era miembro. Como Beria, era un borracho que imponía borracheras. Romodanvosky tenía un oso amaestrado que ofrecía a los invitados una copa de vodka y estaba entrenado par atacarlos si se rehusaban.
Pedro tenía un castigo particular para los que no bebieran: la gran águila, una copa gigante que contenía un litro y medio de vino. Los que eran sorprendidos absteniéndose estaban obligados a bajarla de un trago. Esto aplicaba a todos y no solo a los miembros del sínodo. Pedro comprendía el valor de la embriaguez, el poder que implicaba imponerla y reducir a otra persona a un estado deplorable de embriaguez. Un embajador danés se encontró con Pedro el Grande en un barco y al poco rato no podía beber más. Intentó escapar subiéndose al mástil y escondiéndose entre las velas, pero Pedro se enteró y subió con botellas de vino en sus bolsillos y, en su boca, la gran águila. El embajador se vio obligado a tomar.
Pedro era ciertamente un gran hombre y aprobó varias reformas, especialmente contra las barbas, pero no era necesariamente un hombre agradable. El embajador prusiano dice haber visto con sus propios ojos a Pedro ordenar que le trajeran veinte prisioneros y veinte tragos. Luego se los bebió todos, marcó cada copa vacía, sacó su espada y le cortó alegremente la cabeza a un prisionero. A continuación le preguntó al embajador si quería intentarlo.
Stalin también era fan de Iván el Terrible (1530-84), quien había sido pionero en el uso de la borrachera como forma de control político de corto alcance. Obligaba a sus subordinados a tomar:
Si no tomaban hasta alcanzar un estado de estupor, o más bien de frenesí, luego [los amigos de Iván] añadían un segundo y tercer vaso; y a aquellos que no deseaban beber o cometer semejante trasgresión se los amonestaba amargamente, mientras gritaban al zar: "Mire a este de aquí y este otro (nombrándolo), no desea gozar en su festín, como si lo condenara y se burlara de usted y de nosotros, ¡como si fuésemos borrachos posando de virtuosos!".
Iván era incluso menos sutil acerca de sus motivaciones. Generalmente llevaba escribas a sus festines, los que anotaban todo lo que se decía durante ellos. A la mañana siguiente se leían estas notas y también se distribuían los castigos pertinentes. Los castigos eran, cuanto menos, ingeniosos. Iván tenía una forma pícara de matar y violar (ocasionalmente liberaba osos hambrientos sobre monjes desprevenidos, lo que suena más bien divertido). Pero quizás su acción más cruel era enviar más tragos a la casa de aquellos que recién se habían ido de su fiesta. Estos eran entregados por soldados, quienes no se marchaban hasta que se los tomaran de un sorbo.
Ahora, todas estas podrían no ser más que entretenidas historias sobre las debilidades de autócratas empapados de vodka, y no habría nada extraño en ello. Según se dice, Kim Jong-il de Corea del Norte gastaba más de un millón por año en Hennessy y hasta a la reina Victoria le gustaba beber de un vaso de whisky o de vino claret30. Pero en Rusia es importante, no solo por el patrón y la continuidad por más de quinientos años, sino porque lo que los gobernantes rusos le hacían a su gabinete también se lo hacían al pueblo. Todo es culpa de Iván.
En 1552 Iván el Terrible sitió y conquistó la ciudad tártara de Kazan. Mientras masacraba alegremente a los habitantes se detuvo lo suficiente como para quedar impresionado por las tabernas controladas por el Estado, o kabaks, como eran llamadas. Los tártaros no solo tenían un impuesto para el alcohol, sino que se quedaban con toda la ganancia. Iván se apresuró en volver a Moscú y construyó la catedral de San Basilio para celebrar. También nacionalizó todos los bares rusos.
Así se creó un curioso sistema manejado por el Estado. Los kebaks eran manejados por funcionarios públicos. No existía la figura del tabernero bonachón, corazón de la comunidad. El tabernero era un empleado del Gobierno con la tarea de conseguir todo el dinero que pudiera de un pueblo o una villa. Cualquier ley que necesitara para ayudarlo a aumentar el consumo de vodka entre los civiles era aprobada. Cualquier persona bienintencionada promoviendo la moderación o una noche tranquila era arrestada. Un viajero inglés describe cómo funcionaba el nuevo sistema de Iván:

En cada gran pueblo de su reino había un kabak o taberna, donde se vendía aqua vitae (la que llaman vino ruso), hidromiel, cerveza, etc. De estas recibía grandes cantidades de dinero. Algunas alcanzaban la renta de ochocientos, otras novecientos, algunas mil, otras dos mil o tres mil rublos al año. Y más allá de la forma innoble y deshonesta de aumentar su tesoro, muchas faltas viles eran cometidas. Muchas veces el trabajador pobre y el artesano se gastaban todo, dejando nada para su esposa e hijos. Algunos gastaban veinte, treinta
o cuarenta rublos o más en el kabak y se comprometían con el jarrón hasta que no les quedaba nada más que gastar. Y esto (como diría él), por el honor del hospedero o del emperador. Había muchos allí que se habían tomado todo hasta quedar sin nada y daban vueltas desnudos (a los que llamaban naga). Mientras estaban en el kabak nadie, por ningún motivo, podía llamarles la atención, ya que esto entorpecería la recaudación del emperador.

El Estado se volvió dependiente de la recaudación por impuestos al alcohol. Esto quería decir que el Estado dependía del alcoholismo de la población. La mayoría de los países ha intentado, de alguna forma u otra, limitar el consumo de alcohol de su población. Se preocupan del crimen, los disturbios, los hogares escleróticos y los riñones estropeados. Pero para el Estado ruso esto siempre pesó menos que la recaudación. Todo esto nos lleva de regreso a Nicolás II en 1914, obligado a elegir entre sobriedad e ingresos, rompiendo así una tradición de cuatrocientos años y acabando con una monarquía que dependía del vodka.
No hay nada casual o accidental en la omnipresencia del vodka. El vodka siempre fue alentado por sobre sus rivales más suaves. La historia del alcohol en Rusia es la moda del gin en Londres a la inversa: la inquietante preocupación entre las clases dominantes de que la gente recuperase la sobriedad. Las únicas dos campañas serias de moderación en la historia Rusa son las de Mijaíl Gorbachov y Nicolás Romanov.
Hoy, claro, todo esto ha cambiado y Rusia se encuentra sujeta a una alegre sobriedad y un gobierno gentil y solidario. El ruso promedio solo consume media botella de vodka por día
y en 2010 el ministro de Finanzas Aleksei Kudrin anunció que la mejor manera de resolver los problemas de financiamiento público era fumar más cigarros y tomar mucho más vodka. "Los que beben", proclamó, "dan más a la hora de ayudar a resolver problemas sociales como el aumento demográfico, desarrollando otros servicios sociales y sosteniendo la tasa de natalidad".

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