A los 75 años, falleció en Londres el periodista y escritor Andrew Graham-Yoll, un hombre clave de los medios durante la última dictadura militar, cuando desde su trabajo en el diario The Buenos Aires Herald colaboraba con la difusión de las noticias vinculadas al tema de los desaparecidos, aún a riesgo de su propia vida. Hijo de madre inglesa y padre escocés, Graham-Yooll debió exiliarse durante ese tiempo y luego fue uno de los periodistas que cubrió la guerra de Malvinas. Poeta, autor de libros de diversos géneros, gran entrevistador, Graham-Yoll era una personalidad muy respetada por sus colegas y lectores.
Así lo despidió el prestigioso editor Daniel Divinsky en su cuenta de Facebook: "Falleció anoche en Londres, adonde había llegado 12 horas antes para asistir al casamiento de una de sus nietas, mi amigo Andrew Graham-Yooll, periodista de raza, uno de los valientes que desde el Buenos Aires Herald dirigido por (Robert) Cox publicaba las noticias sobre desapariciones que llevaban los familiares durante la última dictadura cívico militar. Poeta bilingüe exquisito, traductor de poetas argentinos, redactor de las más precisas cronologías del país que se puedan conseguir, publicó decenas de libros sobre distintos temas, inclusive una novela autobiográfica que tuve el honor de editar: Goodbye Buenos Aires. Fue defensor del lector y columnista del diario Perfil, publicó en Página/12 memorables entrevistas y cosechó amistades duraderas".
Exiliado desde 1976, Andrew Graham-Yooll (Buenos Aires, 1944) recién tuvo la oportunidad de volver a la Argentina como corresponsal del diario inglés The Guardian durante la guerra de Malvinas. Entre abril y junio de 1982, tres veces por día enviaba cables con lo que veía en las calles: la reacción popular, los comunicados del gobierno militar, el espíritu "surrealista" que alternaba entre la euforia y la desilusión.
De aquella experiencia quedó un libro magnífico, Buenos Aires, otoño 1982 (Editorial Marea), que, antes que una crónica periodística, es el ejercicio de una memoria en carne viva, tensada entre el amor a la tierra en donde nació y la de sus antepasados —su padre era escocés, su madre inglesa.
"Yo estaba deseoso de volver a la Argentina. Necesitaba volver, estar en mi país otra vez. Pero, al mismo tiempo que quería estar acá, todo alrededor me parecía infame. Uso la palabra infame con cuidado pero con conocimiento. Creo que la infamia mayor fue del Almirante Anaya, que le vendió el paquete al General Galtieri. Creo que la infamia fue de la gente que pensó que eso iba a arreglar el país. Creo que la infamia fue que si Galtieri ganaba de repente era Colón", dijo durante una entrevista en la Feria del Libro.
"Tengo también en la memoria el recuerdo de un colega del New York Times, bastante mayor que yo, que venía de Vietnam, y que el día que fue el hundido el Belgrano me dijo '¿No te indigna que todos esos chicos, sin poder hacer nada, hayan ido a la muerte?' Estaba tristísimo. Tres meses después volvió a Estados Unidos y se suicidó. Vietnam y Malvinas fue demasiado para él".
Mientras trabajaba en el Herald, hubo un allanamiento en octubre de 1975 donde le quitaron material que lo implicaba: una colección de Evita Montonera, revistas de Estrella Roja y El Combatiente que le enviaba el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo): "A las 3 de la mañana fui detenido y procesado con el alegre comentario: 'Te salvaste, pibe, porque eras boleta'", comentó. Justo, había nacido su hija.
Hace dos años, el periodista había donado sus papeles y documentos a la Universidad de San Andrés, en un gesto de generosidad infrecuente entre los intelectuales. La donación que realizó de la biblioteca de su archivo personal contaba con 43 cajas de correspondencia, libros, revistas, agendas personales y fotografías, entre otras cosas.
"No pensé que estaba haciendo una gran contribución a la historia argentina, pero me daba lástima pensar que todo podía ser quemado", dijo sobre este material el día de la donación, en mayo de 2017. "Creo que hay archivos personales que deben llegar en su momento a ser públicos -continuó-, la historia se sigue revisando. La Argentina necesita, como parte de su desarrollo histórico, político y social, de los archivos personales. Estoy contento de dejarlos acá".
"No sabía exactamente lo que tenía en mi archivo. Había banderas, volantes, calcomanías de la Guerra de Malvinas. Muchos documentos de los años setenta. Hay mucha correspondencia privada. Ahí uno vuelca impresiones personales en momentos de felicidad, de enojo, de duda, de regocijo", contó y agregó que "puede ser útil para alguien que esté investigando una época".
En octubre de 1976 tuvo el juicio penal, ahí el juez federal le dijo que se fuera porque lo iban a matar. Cuando le preguntó por sus archivos incautados, el magistrado le dijo que la policía ya los había vendido a la Universidad de Texas. Sin embargo, y pese a haber sentido la violencia del terrorismo de Estado en carne propia, su postura no es de reivindicación de la lucha armada, al menos en los términos que se dieron: "¿Cómo gente intelectualmente hábil como Rodolfo Walsh, Juan Gelman y Paco Urondo, a quien yo sentía como un amigo, se permitió obedecer las órdenes de un energúmeno como Mario Firmenich? Espero que los archivos lo puedan explicar", concluyó.
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