El mundo secreto de Juan Filloy, el entusiasta de la provocación

El escritor Mempo Giardinelli acaba de estrenar “Don Juan”, un documental sobre el escritor cordobés filmado en las décadas del ochenta y noventa cuando lo visitó en su casa de Rïo Cuarto. ¿Quién fue este hombre que vivió 105 años, que publicó más de treinta libros (y otros treinta quedaron inéditos) con títulos de siete letras? “La Argentina tiene que estar orgullosa de un tipo como Filloy”, asegura el director

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Juan Filloy y Mempo Giardinelli, en la película “Don Juan”
Juan Filloy y Mempo Giardinelli, en la película “Don Juan”

Golondrinas arremolinadas en el cielo de Río Cuarto. Esa es la primera escena de Don Juan, la película de Mempo Giardinelli sobre el escritor cordobés Juan Filloy, un hombre excéntrico y a la vez reservado, periférico pero irreemplazable, silencioso pero gravitante. Un hombre que vivió tres siglos y aún hoy, a 19 años de su muerte, su nombre suena como el secreto mejor guardado de la literatura argentina. 

Ahora, en la sala Mario Soffici del DAC (Directores Argentinos Cinematográficos), en el barrio porteño de Villa Crespo, se proyecta para un selecto público de unos cincuenta espectadores, el documental. Las luces se apagan. Hay silencio. Y de pronto, irrumpen las golondrinas. Es un paisaje onírico y libertario.

La filmación es vieja —VHS, años ochenta, formato cuadrado— pero honesta. El rostro avejentado pero lleno de vitalidad de Juan Filloy aparece en el recuadro, y con él, su voz. Una voz suave y algo ronca, con pausas, con tranquilidad, apoyada en un vocabulario enorme. Un joven Mempo, de barba oscura, bombacha de gaucho y sombrero panamá, lo entrevista.

—A los 94 años, ¿le tiene miedo a algo, Don Juan?
—A nada.
—¿A la muerte?
—En absoluto. La espero en cualquier momento.

Las urgencias de la vida contemporánea se desarman ante la presencia de Juan Filloy. Nació en 1894 y murió a mediados del 2000. Habitó tres siglos y estuvo a días nomás de cumplir 106 años. Mucho tiempo para lidiar con el aburrimiento, entonces se inventó estrategias. Estudio Derecho, fue juez y camarista, pero también bibliotecario, caricaturista, miembro de la Federación Argentina de Boxeo, socio fundador de Talleres de Córdoba, del Museo de Bellas Artes de Río Cuarto y del Golf Club. Participó activamente en la Reforma Universitaria de 1918 y fue columnista del diario El Pueblo de Río Cuarto durante sesenta años. 

Pero si un oficio lo define, es el de escritor. "No dejó un sólo día de escribir", le dice Mempo a Infobae Cultura. Filloy escribió más de treinta libros y casi la misma cantidad quedó inédita, pero todos, absolutamente todos, tenían un título de siete letras. Además, como buen entusiasta de la literatura, se destacó por construir palíndromos: frases que se leen igual de izquierda a derecha como de derecha a izquierda. En esto, tal vez, haya sido un verdadero rey. 

La película está hecha en base a entrevistas a Don Juan, pero también a su hija Dominique —que falleció el año pasado y lamentablemente no pudo ver el film—, a su nieta, a su yerno. También es un recorrido por sus manuscritos, por sus cartas, por sus tesoros literarios. Pero, por sobre todas las cosas, es un mapa de su personalidad: entusiasta y provocadora.

Foto de Mempo Giardinelli y Juan Filloy
Foto de Mempo Giardinelli y Juan Filloy

En 1920 se instaló en Río Cuarto y desde allí miró el mundo. Su primer libro fue Periplo, en 1930, que es una crónica por la cuenca del Mediterráneo y postales de países como España, Marruecos, Argelia, Túnez, Egipto, Siria, El Líbano y Jerusalén. "Él empieza su vida literaria como un iconoclasta, como alguien heterodoxo, completamente heterodoxo, fuera de todos los cánones, en los años treinta, en la década infame, donde hay mucha represión, donde hay mucha moralina, que es parte de la vida nacional", le dice Mempo a Infobae Cultura, al final de la proyección. 

"Y él era juez, y después camarista —continúa—, así que de alguna manera eligió no claudicar en su vocación literaria pero al mismo tiempo seguir siendo un moralista. Y por eso no publicó durante 28 años. Nunca se lo pregunté así, pero supongo que la explicación era esta: no podía mezclar sus dos profesiones. No podía sacar esos libros siendo juez. Él fue uno de los primeros autores argentinos en hablar de culos, de coger, de mierda. No andaba con remilgos en materia de vocabulario. Esas palabras estaban prohibidas. Y fue una decisión de él". 

Filloy escribió y escribió hasta que su tarea como juez y escritor chocaron. Entonces optó por 28 años de silencio editorial. No parece ser casualidad que 28 sea múltiplo de siete. "Él mismo lo dice ahí: está fuera de toda popularidad. Era un hombre que le interesaba dejar una obra, que sabía que escribía para la posteridad. De eso era consciente", completa Mempo.

—¿Le preocupa el olvido, Don Juan?
—En absoluto. Me preocupa la obra.

La película empieza por el origen. Juan Filloy es el hijo del primer matrimonio de su madre. La vergüenza social de esas épocas habrá sido grande. Por eso, cuando habla en la película de su padre —el que lo adoptó y crió— no puede evitar emocionarse. Su voz se entrecorta. Levanta la mano como pidiendo tiempo. "Me emocioné al recordar a mi padre", dice y esa escena es un hito: la única vez que se verá al gentleman derramar una lágrima.

Juan Filloy, de joven
Juan Filloy, de joven

Todo comenzó en el exilio. Durante la última dictadura militar, Mempo Giardinelli se refugió en México. Allí se encontró con una novela de Filloy: Periplo. "Quedé fascinado", dice y recuerda que, al volver al país ya en democracia, en los tiempos de la revista Puro Cuento que él mismo dirigía, decidió ir a conocerlo. "Tenía noventa y pico y me dije: este hombre se a morir un día y nadie va a conocerlo". Para mediados de los ochenta, Mempo daba un taller literario. Julio Mandel asistía. Tenía alrededor de veinte años y estaba estudiando cine. "¿No me acompañás a entrevistarlo y llevamos la cámara?", le dijo Mempo. Y fueron.

Su vocación literaria es preponderante en la narración audiovisual, pero también se cuelan otros elementos. Por ejemplo, la historia de amor con Paulina Warshawsky. Con ella, docente entrerriana hija de ingleses judíos, empieza una relación epistolar. Se envían cartas durante un año hasta que se conocen. En La Perla del Once, una emblemática cafetería de Balvanera hoy extinta. A los pocos días se casaron, en el año 1933. "Nunca hubo una pelea, porque cada vez que algo nos molestaba del otro decíamos stop", cuenta Filloy en la película. Estuvieron juntos hasta la muerte de Paulina, de un paro cardíaco, en 1984. Los poemas que él le escribe revitalizan la palabra romántico.

En otro pasaje, el tema es Borges, una suerte de contracara literaria de Filloy. Se conocieron, por supuesto. El reproche —aunque más que reproche, una observación— del autor cordobés es que en la literatura borgeana "no hay sangre ni coito". Además, una analogía que la cámara detecta con precisión cuando aparecen dos bustos —uno de Borges, otros de Filloy— que hay en la ciudad de Río Cuarto. "Borges escribía mirando al cielo; yo, en cambio, siempre he mirado al suelo", dice y subraya así el carácter terrenal de su literatura.

A este entusiasta de la literatura, un día, en esa época oscurisima de nuestra historia, un grupo de militares golpearon la puerta de su casa. Sobre la mesa, dejaron abierta la novela Vil & Vil, de 1975, toda subrayada. Le preguntaron qué significaba lo que había escrito y por qué él, un hombre que ha representado al poder judicial, escribía cosas tan aberrantes sobre el militarismo y la función pública. "¡Eso no lo digo yo, lo dice mi personaje!", les decía Filloy, enojado, y les explicaba de forma pormenorizada cuál era la tarea del escritor y qué significaba la literatura.

Juan Filloy en entrevista con Mempo
Juan Filloy en entrevista con Mempo

Cuando la película redondea el final, vuelve a aparecer en la pantalla de este microcine una bandada de golondrinas, pájaros que vuelven siempre a Río Cuarto con puntualidad extraordinaria. Hay algo onírico y libertario —algo tan filloyano— en ese vuelo grupal y alborotado que queda resonando en la cabeza de cada espectador. Ahora, con las luces prendidas y los aplausos que bajan, Mempo confiesa su emoción. De chalina al cuello y sonrisa descontracturada, dice: "Espero que les haya gustado. Yo me pasé media película llorando", y los aplausos regresan.

En el pequeño cóctel al final de la proyección, el escritor devenido director cinematográfico charla con sus amigos. Están Claudia Piñeiro, Guillermo Martínez, Ana María Shua, entre tantos otros referentes de la literatura. Está relajado como quien acaba de aprobar el examen final de una materia imposible. "Es la primera vez que la veo en cine. Hasta ahora fue un material de laburo. Aparte es toda mi vida adulta desde que lo conocí. Yo era muy joven. Estar con él y llegar a tener esa relación tan entrañable, verla en esta película, creo que bien hecha, fue muy emocionante", le dice a Infobae Cultura

Sobre el material con más de seis horas de grabaciones, la edición. Pero no se acaba ahí: hay fotos, cartas, manuscritos. "Fue un trabajo muy intenso de edición. El trabajo de Mariana Jaroslavsky y Julio Mandel fue estupendo. Y también la música de Rodrigo Soko, que ya había hecho la música de mi primera película. Trabajamos en equipo. Creo que logramos narrar una historia de vida de un personaje que era un desconocido en la literatura argentina", sostiene sobre ese proyecto que permaneció guardado durante muchos años hasta que en 2015, con apoyo del INCAA, volvió a ponerse en marcha. 

—Ariel Magnus, en la biografía de Filloy que publicó el año pasado, lo define como "un atleta de las letras". ¿Cómo lo definiría usted?

—Yo creo que es un escritor cabal, un escritor como pocos en la literatura argentina. Un hombre que su vida fue la literatura. Por lejos, ese era el centro. Aunque él trabajaba como juez, tenía su familia y viajaba mucho, pero no dejó un sólo día de escribir. Además, un lector excepcional y un políglota: un tipo que hablaba seis, siete idiomas. Y debe ser el único argentino que intercambió cartas con Sigmund Freud y con Bertolt Brecht. Eran sus contemporáneos. Era un hombre muy excepcional. Y un moralista: un tipo con una rectitud absoluta. Y al mismo tiempo, con los pies sobre la tierra. 

—La última: ¿qué tienen Filloy y esta película para decirle al presente, a las nuevas generaciones?

—Cualquier joven escritor que vea esta película se va a entusiasmar y va a querer seguir. Filloy es un estímulo, ¡es un maestro que te está hablando! Fue mi maestro y puede ser un maestro de cualquier generación. Por otra parte, para el público en general es el acercamiento a un personaje argentino de tierra adentro, que vivió toda su vida lejos de Buenos Aires, de los que no "triunfan", pero que hace una obra trascendente. Y en ese sentido, él era un tipo muy consciente. Es un personaje que se tiene que conocer. La Argentina tiene que estar orgullosa de un tipo como Filloy.

 

* La película se estrenará muy pronto en las salas del Espacio INCAA.

 

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