A 27 años de la muerte de Ástor Piazzolla, cómo Nueva York moldeó al músico argentino más reconocido en el mundo

Vivió allí entre los cuatro y los 16 años y en esa ciudad aprendió a tocar el bandoneón

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Ástor Piazzolla
Ástor Piazzolla

Nueva York se presenta como un escenario de oportunidades para el arte, la oportunidad de que sea arte porque se ve, porque hay un lugar donde se aprecia. Basado esto en el pensamiento cortaziano de que algo es, porque es en el otro. Así entonces comienza esta isla a ser una meca artística para todos hoy y desde hace ya muchos años.

Por estas calles, bien en su esencia cosmopolita, tuvieron lugar muchos argentinos; el mismísimo Carlos Gardel rodó el film "El día que me quieras", en la trilogía creada por la Paramount, en las mismas calles donde hoy este cronista escribe estas líneas. Imposible no pensar, también, en Marta Minujin en el Central Park alucinando durante esos años del génesis del pop art. Más en nuestros días, a Elena Roger brillando en las calles de Broadway e interpretando a Eva Perón. Entre todos estos íconos de nuestro arte, también estuvo Astor Piazzolla.

Coincidencia o causalidad, el por entonces niño marplatense llegó con su familia italiana a Nueva York en búsqueda de lo que todo inmigrante quiere: un mejor presente y un mejor futuro. Sin ahondar en detalles biográficos, la familia Piazzolla llega a Nueva York en el año 1925, a cuatros años del nacimiento de Ástor en Mar del Plata. Este sería su escenario diario de la vida hasta los 16 añosLuego volvería incontables veces y esta ciudad sería cuna de su obra emblemática Adiós Nonino.

Hoy en día, en la calle 9 a la altura de la 313, cercana a la avenida 2, se encuentra una placa que recuerda la vida del joven argentino en un barrio que, aunque hoy pintoresco y característico, tuvo una época en donde se distinguió por ser oscuro, cruento, y donde las pequeñas pandillas a flor de piel.

La placa en homenaje a Piazzolla en la calle 9
La placa en homenaje a Piazzolla en la calle 9

Los primeros pasos de la familia de Astor fueron en la St Marks, altura 8, y luego si, definitivamente, establecerían su estadía donde se encuentra hoy el recuerdo del argentino. Un barrio amado por los citadinos y consumido por ellos, es como el espacio donde se resguardan de las ofertas de turismo que se encuentran más allá, en el Times Square como epicentro. Este como algunos otros pocos barrios, son corazones genuinos de "la capital del mundo".

Astor vivió en estas calles hasta los 16 años. Aquí creció y tocó su primer bandoneón. Podríamos decir que aquí nació el Piazzolla que hoy el mundo conoce, por más que los marplatenses nos enojemos al cambiar el gentilicio del hombre del tango de la segunda mitad del siglo XX.

Con tan solo 18 dólares, Nonino compró el primer bandoneón de Ástor y éste comenzó aquí el camino que lo llevaría a ser hoy, luego de su paso a la inmortalidad, el referente a nivel mundial por excelencia del tango rioplatense, aunque se enojen los conservadores tangueros.

La música compuesta por Piazzolla no fue bien recibida en la Buenos Aires de ese entonces: lo negaron en incontables oportunidades, por más que haya sido "bendecido" por el mismísimo Carlos Gardel. Ástor, respondiendo a sus "colegas" porteños, destacó a su género como la música contemporánea de Buenos Aires. Y es eso también un destacado instrumento del arte, puesto que la vanguardia lejos de apropiarse de él, fue hija en materia de esta música.

La calle 9, una de las típicas escenas neoyorquinas, donde está la placa en homenaje al músico argentino
La calle 9, una de las típicas escenas neoyorquinas, donde está la placa en homenaje al músico argentino

Algo encierra Nueva York, para que un hijo de italianos, formado en el East Village, consagre al tango y lo lleve en su fibra. Es cierto que aquí conoció al mundo completo. En estos rincones, además de enfrentarse como debut y despedida del boxeo a Jack Lamotta, descubrió el patrón rítmico de los judíos que bailaban el Hava Nagila, y fue el que tiempo después aplicaría a la música rioplatense con su bandoneón.

Pero también sus años que vinieron no se alejaron de esta ciudad y no es solo por ser el lugar donde se crió, sino también por ser la cuna de una de sus obras más importantes, el Adiós Nonino. La historia se resume cuando, volviendo de una gira en centroamérica, le informaron que su padre, aquel italiano que con menos de 20 dólares le compró su primer bandoneón, había fallecido.

Tomando como base su tango Nonino, y encerrado en un cuarto de su entonces vivienda, su familia comenzó a escuchar las primeras notas de esa magnífica obra.

La calle 9 sigue igual. Los mismos edificios, algunos de los comercios de entonces, y principalmente la magia que esconde cada baldosa de este lugar. Este cronista podría recomendar que conozcan esta parte de la ciudad y escuchar mientras tanto un poco de Las Cuatro Estaciones Porteñas, otro tanto de Adiós Nonino y un final de Libertango. El contexto se transforma en una escena: imaginar al pequeño Ástor, al luego canillita con 14 años en la película de Gardel, y por qué no al que desafió la entrega de la eterna juventud y cumplió con el pedido de Nonino de quedarse en Nueva York y no hacer la gira de Don Carlos que le costaría la vida un 24 de Junio de 1935.

Piazzolla, una leyenda en la música argentina
Piazzolla, una leyenda en la música argentina

Notas, críticas, viajes, pasiones, esta ciudad reunió a una cumbre de artistas argentinos que buscaban la trascendencia en el arte por el arte mismo, y no una suerte de capitalismo narcisista, foráneo y pasajero. En esas escenas y en esos contextos, Piazzolla no quedó fuera del juego y esta aldea de inmigrantes de todo el globo fue su escenario mayor. Para los que creen que el tango es solo una regla técnica se olvidan que la descendencia de esta música rioplatense tiene más que ver con la fibra que compone la mano que lo toca, o que la escribe, y menos con el sonido que emerge del Winco.

Esta es una vida de tango y no entendió de fronteras.

En la historia de Piazzolla hubo un tango mismo, una etapa de complicaciones al inicio de su vida, una vida de inmigrante, un barrio neoyorquino que por esas épocas estaba plagado de gansters, de pandillas que siempre se cobraban favores a punta de cuchillo. También hubo amor, mucha pasión, una adolescencia donde la música lo salvó de noches y días de historias de guerra, y por último su partida al mundo, su viaje eterno en busca de nuevos puertos tangueros, llevando como embajadora impuesta la nostalgia rioplatense que descubrió en un barrio al este de Manhattan.

Como reza, entonces, uno de los poemas más característicos del tango argentino: primero hay que saber sufrir, después amar, después partir. Mejor dicho, entonces, en boca de Rubén Juárez, luego de Nueva York "se fue a la Francia a continuar su gesta, volvió para ser Piazzolla".

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