La novela Rara (Emecé, 2019) de Natalia Zito (Buenos Aires, 1977) cuenta la historia de una mujer que aguarda, en la puerta de su casa, a un camión de mudanza luego de su divorcio: en esa espera la protagonista narra su vida, cuyos ejes son la maternidad, las relaciones familiares y las amorosas.
Zito es escritora y psicoanalista, y autora del libro de cuentos Agua del mismo caño (2014) y de la obra de teatro El momento desnudo.
– Hay un tópico de la espera en la literatura, desde la Odisea a Zama, pasando por cientos de obras como El coronel no tiene quien le escriba… pero usted pensó la espera desde otro lado.
– No recuerdo haber pensado en la espera mientras escribía la novela. Es decir, pensé en el tiempo como un verdugo que va más rápido de lo que podemos soportar. La protagonista está obligada a moverse cuando lo único que puede hacer es quedarse quieta. En esos cuatro días en los que transcurre Rara, la protagonista quisiera que el tiempo se detenga. Tal vez si eso fuera posible, su vida podría ser otra. Ella viene de mil esperas porque le tocó conocer el mundo de la infertilidad, le tocó ser la que quiere quedar embarazada y cuenta panzas ajenas. Más tarde le toca ser madre, pero también enterarse de golpe de que ser madre es, ante todo, aprender a perder. La novela muestra la simbiosis como el modo que encuentran algunas parejas para subsistir, para no tener que estar lidiando todo el tiempo con la diferencia. Se convencen de que les gustan las mismas cosas en el mismo momento y así son capaces de convivir durante años. Hasta que uno de los dos necesita algo distinto y no logran barajar y dar de nuevo. Para poder estar muchos años al lado de alguien cada tanto hay que reconsiderar esos pactos tácitos que construye el matrimonio. Si una de las partes no está dispuesta a eso, la pareja se termina.
– ¿Cómo construyó la mirada de la protagonista con respecto a lo traumático de la separación y maternidad?
– Cuando una pareja de muchos años se termina, aún en esta época, suele ser una catástrofe. Nunca es fácil identificar el final. La pareja puede ser un lugar en el mundo y por eso no es tan simple desarmarla. Todos conocemos parejas que deberían separarse, no lo hacen y la pagan caro; y otras que se separan. En la novela hay de las dos. Ella se separó hace menos de un año, tiene que dejar la casa y nadie alrededor tiene real magnitud del efecto que tiene en ella haberse separado, haber perdido un hijo y tener que ser madre de otro. ¿Por qué tendemos a pensar que el otro siempre puede un poco más? No es fácil saber en profundidad lo que le pasa a quienes tenemos cerca. Por más que lo intentemos, muchas veces es complejo transmitir, incluso saber lo que se siente. Tal vez porque la experiencia es intransmisible. Por eso la literatura es tan necesaria: es la oportunidad de vivir lo que no vivimos, de encontrar palabras que no tenemos. Siempre es mejor separarse que permanecer en una pareja que no funciona, pero nunca se sale ileso, de eso habla la novela. De cómo los días se van gestando sin que tengamos real conciencia de lo que hacemos, hasta que en un momento la vida te cobra todo con creces.
– ¿Cómo enmarcaría la novela en los nuevos paradigma de género?
– No sé si es posible escribir una novela con un propósito porque el riesgo de que resulte un panfleto es muy grande. Lo que sí creo es que uno quiere explorar ciertos temas. O no sé si quiere, los temas insisten. En mi caso, me di cuenta hace un tiempo que escribo sobre personajes que no están conformes con la vida que tienen y que además suelen estar incómodos con su cuerpo. ¿Hasta qué punto la vida que construimos es nuestra? En qué medida podemos cambiarla y en qué medida se trata de aceptar los límites, justamente para poder ir más lejos y no quedarse peleando ante la puerta cual personaje de Kafka. Creo que la novela puede tener un efecto feminista. Es decir, creo, o me gustaría, que pueda servir para pensar hasta dónde los mandatos patriarcales pueden cobrarse la vida de la gente. En Rara no solo se ve cómo ella ha tenido que aventurarse a la maternidad sin tiempo ni espacio para pensar, sino también los personajes con los que dialoga, se enoja y hasta denuncia. Su ex marido tampoco podía detenerse a pensar si era legítima su demanda constante de esposa en casa solo para calmar su temor de quedarse solo. No puede pensar que acaso fuera tan sencillo y cruel como que el patriarcado legitimaba su demanda. Ni él, ni la madre de la protagonista pueden detenerse a pensar que la idealización de la maternidad es una de las formas del machismo.
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