Vivía solo en la calle y, gracias a un fotógrafo, se reencontró con su familia 58 años después: esta es la vida de Oscar

Daniel Muchiut comenzó a fotografiar a Oscar Ojeda en 1998 cuando vivía en un auto abandonado rodeado de perros en las afueras de Chivilcoy. Una neumonía lo llevó al geriátrico municipal y en 2017, cuando Muchiut realizó un documental sobre su vida, lograron dar con sus hermanos que no lo veían desde que Oscar tenía ocho años. Esta impactante muestra de fotos puede verse en FoLa (Fototeca Latinoamericana) hasta el 4 de agosto

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“La vida de Oscar”, muestra
“La vida de Oscar”, muestra de Daniel Muchiut

Perros. A Oscar siempre lo acompañaron los perros. A todos lados que iba, siempre, a su alrededor, había perros. En Chivilcoy lo conoce todo el mundo. Vivió en la calle más de treinta años, siempre a la intemperie, en un auto abandonado, en taperas, en los montes. 

"El hombre de la bolsa". Así le decían los padres que querían asustar a sus chicos. "Te va a llevar el hombre de la bolsa si te seguís portando mal", amenazaban. Oscar Ojeda, ese es su nombre, era un espectro silencioso que vagaba por el pueblo y los chicos le temían. Algunos, envueltos en los prejuicios de los adultos, iban en bici a cascotearle su rancho, que no era un rancho, era una pila de cosas con las que se cubría de la lluvia. Así vivió, durante treinta años. Hasta que Daniel Muchiut, fotógrafo de la ciudad, se acercó para retratarlo. Algo en él lo cautivaba: su fortaleza. 

"Era un milagro que un cuerpo tuviera tanta fuerza", le dice a Infobae Cultura mientras recorremos la sala de FoLa, donde se expone su ensayo fotográfico titulado La vida de Oscar, junto con el documental —que lleva el mismo título— que filmó con el Colectivo La Confianza donde entrevistaron a mucha gente que lo conoce. Aquí se ven las distintas etapas de su historia: el tiempo en la calle, los meses en la pensión, el regreso a la calle, y finalmente el geriátrico, donde hoy está Oscar. Hace dos años se reencontró con sus hermanos, que no los veía desde que tenía ocho, cuando los separaron. Pasaron casi sesenta años. Lo creían muerto. La obra de Muchiut fue la clave: un puente que unió dos orillas demasiado lejanas.

Esta es la historia de Oscar Ojeda, el hombre de la bolsa, el hombre de los perros, el hombre salvaje, el hombre que resistió la vida entera para este reencuentro, y al fin sonreír. Empecemos por el principio.

Así empieza la historia

Misiones. Allí nació Oscar, el 20 de octubre de 1950. A los cinco años, su madre lo dejó en la casa de un tío en Tortuguitas, partido de Malvinas Argentinas, provincia de Buenos Aires. Eran él y sus dos hermanos: Irma de tres y Raúl de dos. Golpearon la puerta, entraron los tres hermanitos y cuando miraron para atrás ya no había nadie.

Al tiempo, la madre volvió, pero no estaba sola, tenía una nueva pareja. Con el padrastro se llevaban muy mal, entonces se vuelven a separar, esta vez para siempre. "La madre los lleva a un Instituto de Menores, los entrega y los separa, y ellos nunca más se volvieron a ver", cuenta Muchiut. Oscar tenía ocho años, Raúl cinco. Uno a Chivilcoy, otro a Olavarría. "Irma, con el primer sueldo que tuvo, lo fue a buscar a Raúl al instituto y se lo llevó con ella, y así hicieron una vida distinta a la de Oscar. Pero de Oscar no sabían dónde estaba. Por eso nunca pudieron hacer nada".

Hermanos: Oscar y Raúl
Hermanos: Oscar y Raúl

En las afueras de Chivilcoy está el Puente de las Tres Bocas. Un salto temporal lo deja a Oscar allí, solo, tirado, convaleciente. Se instala en un auto abandonado, un Siam Di Tella, y arma su hogar. Vive entre la basura rodeado de perros. Un día Daniel Muchiut se acerca y entabla una relación. Le dice que quiere sacarle algunas fotos. 

¿Fotos al "hombre de la bolsa"? "Muchos fueron criados con ese prejuicio: que esta persona, detrás de ese ropaje, era un salvaje que lastimaba a los otros. Pero era todo lo contrario. La verdad que mete miedo. Vos lo ves así, con este aspecto, y sí, claro. Pero era el tipo más bueno que conocí", asegura con las yemas de los dedos de su mano derecha en el pecho. 

La primera foto que le tomó fue en 1998. "Estábamos cerca de la crisis del 2001. Yo venía a Buenos Aires y veía mucha gente que vivía en la calle. Y Oscar, justamente, vivía en el Siam Di Tella, ese, que estaba abandonado", dice y señala la foto, y continúa: "Hacía mucho tiempo que él andaba en la calle. Y quería entender cómo una persona llegaba a vivir así. Y empecé una historia que la seguí trabajando durante veinte años". 

"Me decían que no iba a tener posibilidad de entablar un diálogo —agrega— y la verdad que fue todo lo contrario. Oscar entendió desde el primer momento lo que yo quería hacer. Estuve hasta el 2001 haciéndole fotos y pensé que la historia terminaba ahí, en ver cómo alguien podía vivir por fuera del sistema. Y quedé tan atrapado con la historia…", dice Muchiut y deja que la frase se continúe sola.

Momento borrado: la violencia policial

Oscar fue a parar al Hogar Barneda, un instituto de Chivilcoy para varones. "Y ahí, mientras vos estudiaras, hasta los 16, 17 años podías estar. Después tenías que buscarte un laburo. Él empezó trabajando en el horno de ladrillos. Hasta ahí nosotros tenemos registro de amigos que trabajan con Oscar. Nos decían que tenía una pinta tremenda, que tenía novia, que las mujeres se volvían locas por Oscar. Hasta los 21 años, 22. Y después es donde lo agarra la Policía, que no tenemos nosotros en claro si fue durante la dictadura o unos meses antes, pero fue en ese período", dice Muchiut. 

"El tema es que cada vez que queríamos ir en busca de eso la gente tenía miedo de hablar. Nos decían 'sabemos que fue la Polícia' pero nadie decía ni por qué ni para qué. Lo que sí todos dicen es que Oscar era un muy buen tipo, que no podía haber hecho nada. Todos dicen eso. Y yo lo corroboro todo el tiempo. Mirá que los chicos iban a tirarle piedras. Oscar jamás se enojó con nadie ni devolvió ese desprecio que le hacía la sociedad", agrega. "Lo iba a buscar en el auto. Hablábamos de boxeo, de los bailes, pero la zona de cuando a él lo lastimaron la tiene completamente anulada, borrada. Nunca quiso hablar de eso". 

Ese momento está borrado en la mente de Oscar.  "Cuando nosotros empezamos a hacer el documental, hablamos con los compañeros de trabajo. Hablamos con una novia que tenía Oscar antes de los veinte años. Nos dicen que a Oscar lo había agarrado la Policía, lo había picaneado, lo había tirado en el Puente de las Tres Bocas como muerto. Y a partir de ese momento Oscar no fue el mismo nunca más". 

"El Estado es el que le hace el daño a Oscar —sostiene—: la Policía ejerciendo el poder sobre los más débiles. Porque siempre vuelca toda su impotencia sobre aquel que no tiene posibilidades de defenderse. Oscar era una persona que no tenía familia, no tenía dinero y es una presa fácil para una policía que puede volcar toda su violencia sobre un individuo que no tiene de donde agarrarse".

"Y de ahí empieza a hacer una vida completamente solitaria, donde no tiene relaciones con nadie más que con los perros. Se paraba en distintos lugares y algunas personas se le acercaban para darle algo de comer. Con eso él fue sosteniéndose. Era un milagro que un cuerpo tuviera tanta fuerza, que viviera en esos lugares… mirá, fijate lo que son estos espacios", dice Muchiut y las imágenes frente a nosotros se agigantan.

Estado salvaje

Son varias las etapas que atraviesa en la calle. Todo empezó en el Puente de las Tres Bocas, que es donde pasó más tiempo. "Un estado salvaje", dice Muchiut frente a sus fotos. Y exclama: "Y a la vez tenía una fuerza descomunal. No sabés lo que era. Porque no comía nunca. Estaba mal alimentado, pero decían que era boxeador. Y es cierto, él medía que durante un tiempo estuvo boxeando. Tenía un físico increíble. Mirá."

Después cambia de lugar: "Frente a la fábrica de dulce de leche, donde Oscar había armado en una tapera su casa. Y ahí permanece un tiempo. Después pasa a vivir en una pensión en la calle Humberto Primo. ¿Pero ves que se sentía muy deprimido?", y en las imágenes: una cama, una silla, ropa, las paredes descascaradas, Oscar en el centro. 

"Porque él vivía en el Puente de las Tres Bocas y en la tapera, a pasar acá: un lugar completamente cerrado. Y Oscar estuvo un par de meses y en un momento no aguantó más y se fue. Cuando volvimos al lugar, no había quedado nada. El auto, todo lo que había, pasaron la topadora y desapareció todo. Y de ahí vuelve a la tapera, a ese estado salvaje. Es otra etapa muy heavy. Y ahí es cuando Oscar cae enfermo, en el 2003, una neumonía muy fuerte. Ahí lo llevan al hospital y los médicos le aconsejan que viva en un geriátrico porque sino no iba a sobrevivir otra neumonía más", cuenta. 

El fotógrafo camina entre sus fotos, señala algunas, las narra, mira al piso, hacia adentro suyo, vuelve a hablar. Se detiene en una. Y dice: "Mirá cómo estaba. Estaba hinchado por lo remedios que tomaba. Y después empieza a adelgazar. Mirá lo que era. De aquel tipo salvaje a esto. Oscar cambia y vive". El paralelismo de su documentación es impecable. Es la radiografía física de una vida que refleja, claro que refleja, lo que Oscar siente, sufre y sueña.

“La vida de Oscar”, muestra
“La vida de Oscar”, muestra de Daniel Muchiut

La vida no es un viaje de vacaciones. Lo saben todos los que se animan a mirar el abismo de la desigualdad y la intolerancia. Cuando Emmanuel Lévinas fue encerrado en un campo de concentración durante el nazismo obligado a hacer trabajos durísimos, cuenta que encontró toda la esperanza que el mundo le negaba en la mirada de un perro vagabundo. "Ningún hombre, sino un perro, nos reconocía como seres humanos. Sólo un animal recompuso la humanidad que el ser humano estaba destruyendo. ¿Cuánto le debemos al otro?", escribió el filósofo.

A Oscar le sucedió algo similar, y Muchiut lo notó enseguida. Por eso, en esta muestra, hay una pequeña serie de fotos donde el rostro de Oscar se funde con el de un perro. Es la parte más onírica de la exposición. "Para Oscar los perros fueron demasiado importante", dice y fija sus ojos en esto: "Un retrato en doble exposición donde él se va fusionando con un perro y el perro con él. Es casi como un homenaje final a lo que él lo había sostenido, que era los animales". Junto a estas imágenes, algunas frases de Lévinas.

El encuentro, después de 58 años sin verse

La etapa del geriátrico. Así se podría llamarse este capítulo. Aunque hay algo más. "Está solo, no lo visita nadie. Nadie", empieza contando el fotógrafo. "Cuando entra al geriátrico empieza a hacer otra vida. Es muy generoso con la gente. Era el único compañero que le podía dar una mano y salir a hacerle los mandados. Tuvo un vuelco muy grande en el geriátrico. De todas formas había quedado oscuro, hasta el momento que aparecieron los hermanos…"

Acá la trama da un verdadero giro, es el momento más importante de la historia. Muchiut le viene haciendo fotos, años y años de fotos, pero entiende que puede dar algo más: una película. El Colectivo La Confianza —Agustín Manavella, Ignacio Oteiza, Elías Suárez y él— entrevistan mucha gente y construyen un relato audiovisual muy valioso. 

"La película pasó, se estrenó, y cuando la queremos volver a pasar por segunda vez la publicitamos en Facebook. Y entonces me llama alguien de Campana y me dice: 'Mirá, estamos buscando una persona así y así, ¿vos la conocés bien?' Sí, claro. '¿Sabés si es de Misiones?' Sí. ¿Si vivió en Tortuguitas?' Sí. Y ahí empezamos como a atar cabos. Yo lo único que les pedí es que tuvieran certezas, que no alimentaron ninguna posibilidad de que no sea cierto".

"Lo buscaban con una foto de bebé, y no había ninguna posibilidad tecnológica de encontrarlo. Empezaron a preguntar los datos. Y encontraron la partida de nacimiento en Misiones y se vinieron y se encontraron después de 58 años. Es increíble. Increíble", dice Daniel y oculta una pequeña emoción.

El momento —Daniel se sabe la fecha de memoria: fue el 27 de agosto de 2017— fue registrado por su cámara. Entonces agregaron este encuentro al documental original haciendo una versión nueva y ampliada. Ver esa escena es una experiencia verdaderamente conmovedora. Ver a Irma y Raúl, junto con sus hijos, abrazar a Oscar…

Raúl, Oscar e Irma: el
Raúl, Oscar e Irma: el encuentro en el geriátrico

"Cuando aparecieron los hermanos, a Oscar empieza a dibujársele una sonrisa increíble, como si toda la vida hubiera estado esperándolos a ellos. Sino no sé cómo una persona puede estar 30, 35 años de su vida viviendo con nada. Con nada. Porque Oscar no tenía nada. Y ahora está recuperando algo que nunca había tenido: la sonrisa. El contacto con los hermanos. Habla todo el tiempo. Se volvió alguien completamente distinto a lo que era. Un tipo que era cerrado y, ahora, como que se le hubiera abierto el corazón de golpe. Una cosa maravillosa. Maravillosa", dice Muchiut, algo emocionado. ¿Cómo no estarlo?

"Vinieron el hermano y la hermana. Pero después Oscar tiene más hermanos por parte de madre y más hermanos por parte de padre en Misiones. ¡Tiene un familión! Y lo adoran. Tienen una adoración por Oscar… Cada quince días lo van a buscar y se lo llevan a Campana, se queda dos o tres días y después lo traen de vuelta. Y uno de los hermanos de Misiones el otro día me mandó una foto —Daniel saca el teléfono y se pone a buscar en WhatsApp la conversación; scrollea y scrollea hasta que la encuentra— una foto del padre, mirá. ¡Son igualitos!"

Y pone el celular al lado de una foto de la muestra donde está Oscar. "Mirá, son igualitos. Este hermano de Oscar, que vive en Misiones, me dice que quiere venir a pegarle un abrazo. Pero no lo va a conocer, porque Oscar no tiene registro".

Los dilemas de la mirada

Daniel Muchiut siempre hizo fotografía social. Concibe su cámara como una herramienta para decir. Decir no es simplemente emitir un sonido, una palabra, una imagen. Decir es contar. Decir es narrar. Esas inquietudes empezaron en su vida desde muy chico. A los 16 años fue su primer acercamiento a la política. "Y me llevé una gran desilusión", aclara. Con Ricardo Alfonsín empezó a militar. "Quería opinar sobre lo que pasaba a mi alrededor. Quería tener una mirada crítica sobre la sociedad". 

“La vida de Oscar”, muestra
“La vida de Oscar”, muestra de Daniel Muchiut

La clase trabajadora. Esa es su pertenencia, y desde ahí mira al mundo. Empezó fotografiando a los trabajadores del horno de ladrillos de Chivilcoy, siguió con historias de bares, viajó al Chaco para trabajar con las comunidades wichís, tobas y pilagás. Después hizo un trabajo fotográfico sobre fábricas desocupadas durante los años noventa.

"Todas mis fotografías tienen un costado político y una mirada sobre eso que va quedando por fuera del sistema y que normalmente no se visibiliza. Trato de poner el ojo ahí, porque yo creo que pertenezco a ese sector social. Mi viejo es trabajador de un taller mecánico. Vino de La Pampa. Mi vieja, de La Rica. Gente de pueblo. Quería, de alguna forma, darle voz a esas historias que yo creo que no tienen un lugar central en la sociedad, y de alguna forma con los ensayos los ubicaba y los ponía para que se discuta y se debata", dice.

Ser fotógrafo es también hacerse preguntas. Los dilemas de la mirada. Hay mucha satisfacción —¿el encuentro de Oscar con sus hermanos no es un alegría inmensa acaso?—, pero también angustia. "Esa angustia la llevamos todos los que hacemos fotografía social. Porque estamos en esa disyuntiva de no hacer nada por el otro y a veces soñar que de alguna forma contando una historia algo suceda. Y la posibilidad de romper prejuicios", comenta.

"En todos esos años me fui planteando muchísimas preguntas. No sólo qué significa vivir en la calle, sino lo que era vivir por fuera del sistema", reflexiona en voz alta, rodeado de su trabajo.

Oscar Ojeda y Daniel Muchiut
Oscar Ojeda y Daniel Muchiut

"Yo siempre lo miré a Oscar como un par —continúa mientras seguimos recorriendo la exhibición el FoLa—. Para mí Oscar no estaba ni por debajo ni por encima, sino que estaba reflejando un costado de la sociedad que nadie quería ver. A veces pienso que podría hacer más cosas, pero no es el trabajo del fotógrafo. El fotógrafo no es un asistente social. Qué se yo. Está, a veces, para reflejar y tratar de contestarse algunas preguntas sobre lo que es la vida. Y bueno, en este caso particular, yo creo que se llegó a un milagro porque se terminó encontrando con la familia". 

"Ahí le tenemos que agradecer a las imágenes, esas imágenes que por ahí en algún momento las cuestionamos porque no sabemos qué papel cumplen, justamente en esto se vuelven salvadoras para Oscar", concluye.

El hombre de los perros

Oscar hoy tiene 68 años. El 20 de octubre cumplirá 69. En el geriátrico habrá una pequeña fiesta y baile. A Oscar le encanta bailar. Y bailará con su familia.

"Las vueltas de la vida", dice Daniel. Pero no. No fue la vida. Fue él. Él que lo acompañó durante tantos años, que estuvo cerca, que formó un vínculo, que lo fotografió, que sacó del sótano del mundo su historia para hacerla pública. Él y el Colectivo La Confianza, que filmaron el documental. La vida es injusta, pero a veces los hombres y mujeres hacen tanta fuerza para torcer el destino trágico que, de repente, aparece una luz que alumbra y calienta y acoge. Entonces la vida se vuelve otra cosa, y el mundo no está tan roto, o sí, pero ya no tanto. Y esa esperanza lo es todo.

En el verano, Oscar va a la colonia de PAMI donde, junto a jubilados y personas mayores, charlan, juegan a las cartas, hacen actividades al aire libre. Es en el Parque Lagunario Alejandro Martija —La Martija, como le dicen en el pueblo—, casi saliendo de Chivilcoy, sobre la ruta 30. Oscar no es muy sociable, pero todos lo quieren. Cuentan quienes coordinan estos grupos, que Oscar suele ir con una bolsa. Ya todos saben de qué se trata. 

Se aleja un poco de la manada social y los perros se le acercan. Saca pedazos de carne de la bolsa y se las da. Los perros comen contentos. Él los acaricia, afectuoso. Hay calma en su mirada. Mucha calma. Y tranquilidad. Toda la que este mundo va perdiendo de a poco.

 

* La vida de Oscar, de Daniel Muchiut
Hasta el 4 de agosto
De lunes a domingo de 12 a 20 horas (miércoles cerrado)
Godoy Cruz 2626 1 Piso – Distrito Arcos, Palermo – CABA
Entrada general: $100
Lunes: entrada general $50 (estudiantes y jubilados gratis)
Menores de 12 años: sin cargo acompañados de un mayor

 

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