Por María Ines Krimer
"Cuando las mujeres hablamos en las reuniones los hombres salen para mear o fumar un pucho", me dijo hace un tiempo una amiga sindicalista, mientas compartíamos un café. Recuerdo que llegué a casa y anoté la frase. Ese fue el inicio.
En charlas posteriores me confirmó que pese a existir una ley de cupo, en la mayoría de los gremios hay pocas mujeres en los puestos ejecutivos. Como en otras instituciones, la misoginia reina. Por ese entonces Ni Una Menos estaba en su apogeo, empezaba con fuerza el reclamo por la legalización del aborto. Yo participaba en las marchas y al volver la realidad se metía en mi computadora. Tenía un personaje, Marcia Meyer. Una locación, el gremio. Las conductas machistas de los dirigentes. La lucha por el poder. El Rodolfo Walsh de Quien mató a Rosendo. Y de esa mixtura salió la escena donde una mujer es atropellada en la 9 de Julio.
Hablamos de novela negra. Se ha cometido un delito y lo que pasa a continuación. De lo que estamos hablando es de la relación entre ley, justicia y verdad. Sospechamos de la ley. Sospechamos de la justicia. Y la verdad, en este caso, tiene que ver con el trabajo de la forma, no una mera repetición sino en las variaciones de elementos fijos, que confieren al policial un valor estético.
Mi vinculación con el género viene de las historietas que leía de chica. Después aparecieron las novelas que papá traía de una biblioteca pública. Durante años imaginé las andanzas de Ruth Epelbaum, la detective de la trilogía que escribí para Negro Absoluto. Me costó pensar en otro personaje. Hasta que me di por vencida, acepté confiar en mi escritura, en ser fiel a mi tono de narrar que es, en última instancia, mi visión del mundo.
En Cupo Marcia Meyer vuelve a Buenos Aires y consigue un puesto en Prensa de un Sindicato. Pese a ser una organización que enarbola los derechos de las trabajadoras, Marcia sospecha que junto a esa bandera se ocultan juegos de poder y la batalla por el cupo femenino.
La pregunta de cómo narrar, por la construcción y el artificio se opone a la espontaneidad de contar historias. Me interesan los detalles, la camisa blanca de la mujer más que el nombre del asesino. Mis ficciones salen de ciertas imágenes. Sangre fashion surgió del derrumbe de un edificio donde miles de obreras cosían para las grandes marcas. Noxa, cuando vi los efectos de la fumigación sobre unos árboles añosos. En Cupo está la marcha. El haitiano que vendía Ray Ban. La florista que rociaba crisantemos. Pasacalles colgados de las farolas. El rugir de los parlantes, radios en las esquinas, gente apretujada. La cara de Evita en un acoplado. Drones tomando lecciones de vuelo, como pájaros. Zapatillas sucias. Carteles, bocinas, gritos. Es en este escenario que una camioneta atropella a la mujer. El cuerpo vuela y cae al lado de un tacho de basura.
Rita Segato dice que los hombres hacen a las mujeres lo que el sistema hace con ellos. Habla de un poder rapiñador sobre los cuerpos. Rape, en inglés, es violación. Nunca el lenguaje dijo tanto. Intento darle un personaje al lector, usar su tiempo de manera que sienta que no lo ha desperdiciado. Y ahí está Marcia embarazada (quien lea un homenaje a Frances MCDormand en Fargo no se equivoca) para investigar qué pasó con esa mujer. La incertidumbre por la salud de su bebé, consecuencia de un touch and go con un médico de pueblo. Los conflictos con su ex marido, la relación con Vera, su hija adolescente. La amistad con Carola. La bobe, internada en un geriátrico (no quiero meter a Rilke en esto, pero a través de la escritura volví al idioma que hablaban mis abuelos). El machismo de Santoro, su jefe. Los autores que admiro, los que me moldearon como narradora, contaban a su vez la historia colectiva y la individual. Si no miramos lo que pasa alrededor no nos perdemos sólo la historia colectiva: olvidamos la íntima, secreta, casi clandestina, que nos depara la posibilidad de crear.
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