Todavía no llegó la primavera a Chivilcoy. Estamos en septiembre de 1866, por eso el clima es templado, casi caluroso. Chivilcoy no es una ciudad, apenas es un pueblo, pero nuevo, porque se fundó en 1854, doce años atrás. Juana Manso está sentada frente a un grupo de gente que no le quita la mirada de encima. A su lado, Nicolás Avellaneda —que en unos años será Presidente de la República— la escucha atentamente. Es la primera vez que Juana Manso visita Chivilcoy y, francamente, está maravillada. La invitó su fundador, Don Manuel Villarino, y ella aceptó sin dudarlo. Ahora habla con firmeza sobre la cultura popular. Explica la importancia de la educación pública y mixta y hace especial énfasis en la igualdad que debe primar entre hombres y mujeres. No todo es silencio. Hay también insultos y en un momento se oyen piedrazos en el techo. Ella no se intimida, continúa. Cuando concluye, todos aplauden.
Juana Manso ya es Juana Manso, una de las grandes teóricas de la educación nacional. Sus ideas son de vanguardia pero también muy resistidas por el arco conservador. Tiene 47 años y un fuego insaciable encendido en su pecho. Entonces decide organizar, para el día siguiente, una nueva charla, esta vez más literaria. El objetivo es recaudar fondos para formar una biblioteca pública en Chivilcoy. La primera, no sólo de Chivilcoy, sino de toda la provincia. Era algo nuevo, casi inédito. En ese entonces, sólo la capital contaba con una. A Avellaneda le pareció una gran idea. Tal es así que donó una gran cantidad de libros. Ella también: donó un cajón de pino con 144 tomos. Se inauguró en noviembre con una velada literaria. Hubo lecturas —ella leyó un cuento de la narradora salteña Juana Manuela Gorriti— y algunos músicos tocaron con entusiasmo.
"Es una mujer extraordinariamente valiosa que debería ser más reconocida de lo que es, más allá de esa calle en Puerto Madero". El que habla, del otro lado del teléfono, es Felipe Pigna. El historiador conversa con Infobae Cultura sobre la figura de Juana Manso, una mujer inquieta e inquietante. "Es una de las primeras periodistas mujeres, pero después, como educadora, fue la gran promotora de la educación pública. Basta con ver cómo traducía las teorías más modernas de su tiempo a su lugar. Y una librepensadora, una mujer muy crítica, lo cual le valió una fuerte percusión y una gran condena".
Una mujer extraordinariamente valiosa —asegura Felipe Pigna— que debería ser más reconocida de lo que es.
Esa gran condena, aparece antes. Con su padre, José María Manso, inmigrante andaluz, ingeniero y agrimensor que llegó a Argentina en 1789 y participó de la Revolución de Mayo y del Gobierno Unitario de Bernardino Rivadavia. Cuando Juan Manuel de Rosas llegó al poder, expresó su oposición. Esto le valió el exilio. Juana Manso vivió un tiempo en Uruguay y también en Brasil. "Por el exilio, ella aportó mucho en los tres países: Argentina, Uruguay y Brasil. Hizo revistas y escribió muchísimo. Fue un aporte muy polifacético que al mundo femenino lo enriqueció. Juana Manso fue una gran hacedora de cultura. Si la tuviera que definir te digo que fue una gran hacedora de cultura. Y no es una hija de las clases cultas, no venía de la élite", comenta la historiadora Fernanda Gil Lozano, en diálogo con Infobae Cultura, minutos después de dar una de sus clases.
Fue a la escuela Montserrat y no le fue fácil. Si bien era una gran estudiante, le costaba memorizar el alfabeto. "Fue una gran educadora que padeció un sistema adverso. Esa es una de las paradojas", dice Gil Lozano. Tejió una intensa amistad con Domingo Faustino Sarmiento porque ambos entendían, casi como nadie, el verdadero rol de la educación en la formación de una país. "Sarmiento se sentía seguro con ella, decía que era de su excelencia, que era una gran pedagoga", comenta Pigna. El triángulo se completó con Mary Mann, una prestigiosa educadora de Estados Unidos. Intercambiaron varias cartas sobre literatura y pedagogía. "Con Sarmiento y Mary Mann compartieron una idea de educación que fue la que se impuso en el sistema educativo argentino, exitosísimo, al cual destruimos", asegura GIl Lozano.
Si la tuviera que definir —sostiene Fernanda Gil Lozano— te digo que fue una gran hacedora de cultura.
Hoy, a las 16:30 horas, en el Archivo General de la Nación (Av. Leandro N. Alem 246) y con entrada libre y gratuita, se realizará una dramatización titulada Lectura de Chivilcoy a cargo de la actriz, directora y docente de teatro María De Giorgio, mientras Arturo Estanislao tocará el piano. "Con sus conferencias Juana Manso inaugura la presencia de la mujer en el ámbito público; sus lecturas invitan a la mujer a pensar, a ser parte de los debates en torno del modelo de país que se estaba construyendo después de las luchas fratricidas", cuenta De Giorgio. "Sus conferencias cargadas de ideas combativas animan la promoción de la educación universal como único camino para la igualdad y la libertad, para incorporar derechos a la mujer", agrega en diálogo epistolar con Infobae Cultura.
"No es que fue rica —comenta, ahora, Gil Lozano—, pero sí manejó mucho poder en torno a su capital simbólico. Era una mujer que se hizo muy de abajo. Y eso le interesaba a Sarmiento, que era un tipo muy dificil. No por nada le decían 'el loco Sarmiento'. Ella tuvo una muy buena relación. Compartían ese espíritu muy individualista, si querés. Pensaban a los individuos como autogestores, entonces impartieron esa educación: homogénea, de calidad y gratuita. Compartían una línea muy positivista. Pero no se agota sólo en la educación ella como referente".
"La llamaban 'Juana, la loca' y era una persona tan lúcida", comenta Felipe Pigna y explica que "fue tan perseguida que no pudo ser enterrada en el cementerio de la Chacarita ni el de Recoleta". En efecto, fue enterrada en el Cementerio Británico porque se negó a recibir la extremaunción (recién en 1915, sus restos fueron trasladados al panteón de Maestros del Cementerio de la Chacarita de Buenos Aires). Juana Manuela Gorriti, autora de aquel cuento que leyó Juana Manso en Chivilcoy, la despidió allí, junto a sus amigos, con estas palabras: "Juana Manso, gloria de la educación, sin ella nosotros seríamos sumisas, analfabetas, postergadas, desairadas. Ella es el ejemplo, la virtud y el honor que ensalza la valentía de la mujer, ella es, sin duda, una mujer".
La llamaban “Juana, la loca” —ironiza Felipe Pigna— y era una persona tan lúcida.
Para De GIorgio, el gran aporte de Juana Manso "está vinculado a dos temas fundamentales para nuestra sociedad: la educación universal como base para el desarrollo y sostén de la república, y la igualdad de derechos y oportunidades para la mujer. Su intensa labor educativa da su fruto en 1884 con la promulgación de la Ley 1.420, de educación común, laica, gratuita, y obligatoria, con la que el Estado garantiza la educación como un derecho. Hoy, sumergidos en una crisis educativa sin precedentes, sus escritos son premonitorios".
¿Y cómo se enlaza su feminismo con el feminismo actual? ¿Qué tiene para decirle esta pedagoga, periodista, escritora y educadora al presente y las nuevas generaciones? "Es un diálogo total con el presente", sostiene Pigna, porque "es una persona que nos remite a la importancia a la educación pública y gratuita, y una gran luchadora de los derechos femeninos. Una luchadora que nunca se dio por vencida, que fue insultada y agredida físicamente y nunca bajó la guardia".
Es tiempo de sacar del olvido —dice María De Giorgio— a esta gran mujer americana del siglo XIX.
"Juana se opone a la masacre de los indios —dice De Giorgio—, denuncia la hipocresía de la iglesia, es antiesclavista, promueve la eliminación de prejuicios, de dogmas, de tradiciones, cree en el progreso continuo de la humanidad sobre una base espiritual. Habla a las generaciones futuras consolándose al pensar que algún día su voz será escuchada y comprendida, que habrá un mundo mejor 'donde la inteligencia de la mujer sea su mejor adorno'. Es tiempo de sacar del olvido a esta gran mujer americana del siglo XIX: sus principios son vigentes; su sensibilidad, inteligencia, tenacidad y fortaleza constituyen un ejemplo y una fuente de inspiración para la lucha de los derechos de la mujer y la educación universal".
Por su parte, Fernanda Gil Lozano, hace esta pequeña reflexión: "Los destinos no están escritos. Son los deseos que nosotros ponemos en una construcción. Juana Manso y todas esas mujeres de la época les importó nada los mandatos sociales. Por eso la historia las condenó al olvido. El statu quo o lo que debía ser una mujer a ellas no les importó. Hicieron lo que se le dio la gana. Como tenían todo prohibido, hicieron todo. Hoy las reglas las imponen los discursos mediáticos. 'Tenés que hacer esto'. Así se pierde el deseo. No hay que hacer lo que dicen los demás. A uno lo define su deseo, su vocación, y eso sobresale en Juana Manso".
Es de noche en Chivilcoy. El calendario pegado en la pared dice que estamos en 1866. La gente, en este cuarto enorme, escucha atentamente y no le quita la vista de encima a esa mujer que habla con una energía inquebrantable. "Esta noche", dice Juana Manso elevando el tono, "las mujeres de este humilde pueblo de nuestra campaña acaban de inaugurar la aparición de la capacidad intelectual de la mujer…" Los piedrazos en el techo han cesado. Los insultos inoportunos ya no se atreven a interrumpir. Todos es silencio. No vuela una mosca. Ella continúa con convicción: "…siendo las primeras argentinas que levantan tan alto sus nombres en la iniciativa de la educación en Sudamérica". Y entonces, sí, de nuevo, los aplausos, esta vez más fuerte y vivaces, que llenan toda la habitación, la rebalsan y empiezan a inundar, poco a poco, un país entero.
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