No hace falta ni tocar el timbre. Apenas un golpeteo de manos en el silencio de la tarde y ya salen a recibirnos. "Pase, pasen", dicen. Y nosotros pasamos.
Al 1700 de la Avenida Cobo, dos cuadras al noreste de la 1-11-14, está el Club Villa Miraflores. Un paredón tricolor —azul, rojo y blanco, visto desde abajo—, una puerta de rejas abiertas, un pasillo breve, un salón enorme, una mesa rectangular con mate y medialunas, "las mejores del barrio".
Dos mujeres —Leonor Sanz y Mary "La Bostera"— y dos muchachos —Fabricio Barrios y Jesús Doldan— saludan con besos y apretones de manos. Son socios, profes e integrantes del Villa Miraflores, una sociedad de fomento vecinal que fue renovada hace cuatro años y se convirtió en lo que es: un club de barrio. Junto a ellos, más tímido, con campera roja y anteojos de marco negro, Guido Veneziale. Tiene apenas 27 años y es el Presidente.
El motivo de esta entrevista es su libro de poemas, Bajo Flores, que acaba de editar Rangún. Y como la poesía es un terreno impredecible, la conversación naufraga como un barco a la deriva: del arte a la política, del barrio a internet, de la cruda realidad a la sensibilidad social. De un lado a otro se mueve la retórica de Veneziale y, mientras ceba mates, recorremos el club y, luego, casi entrada la noche, caminamos por el barrio.
No es oficial pero, ¿quién necesita que lo sea? Se llama Bajo Flores y es un barrio que trasciende el papelerío burocrático alojándose en la vida misma: el lenguaje oral de quienes viven aquí. Dentro del Bajo Flores está el Barrio Presidente Rivadavia, el Barrio Illia y la Villa 1-11-14 (o Barrio Padre Ricciardelli). Pero decir esto es poco porque el Bajo Flores es impalpable e intangible. Más que un barrio es una idea.
"Mi ADN es del Bajo Flores", dice Guido Veneziale, ahora, mientras chupa la bombilla del mate amargo entre sus manos. La historia empieza antes, con sus abuelos paternos, que son del barrio. Tuvieron su despacho de pan y la rotisería. Además, hace 32 años, su madre, la abogada Manon Laugier, representante legal de los delegados del barrio, tiene allí el estudio. Primero fue la política, la militancia, y luego la posibilidad de llevar adelante un club, este, el Villa Miraflores.
"Vení que te lo muestro", dice, y salimos de tour a recorrerlo. El salón principal para eventos y clases de patín —en unas horas nomás, decenas de chicas lo inundarán— que tiene, allá, al fondo, una suerte de escenario. Al lado, un salón anexo en donde se entrena taekwondo y otras disciplinas de contacto frente a un gran mural en blanco y negro de kickboxing. Pasamos a la cocina. Sobre la mesa, mucha ropa doblada prolijamente para la próxima feria americana. "Los chicos se llevan ropa por un par de pesos", comenta Leonor mientras muestra algunas prendas. "El otro día un chico se fue re contento con una camiseta del Real Madrid", agrega Mary "La Bostera".
¿Por qué Mary es "La Bostera"? "Porque acá somos todos de San Lorenzo", dice Guido y mete una sonrisa ganadora, para que nadie se atreva a refutarlo. Por eso mismo, también, los colores del Villa Miraflores: "Si ves el escudo te vas a dar cuenta de que es una mezcla entre el escudo peronista, el argentino y San Lorenzo", confiesa.
"Siempre trabajé comunitaria y socialmente en el Bajo Flores. La comisión anterior no se estaba pudiendo hacer cargo más del club y nos pidieron a mí y a un grupo de jóvenes, que todavía hoy conducimos el Villa Miraflores, que nos hiciéramos cargo", dice frente a la escalera. Subimos. Una sala, donde antes funcionaba la oficina donde se reunía la comisión del club. "La idea es remodelarla y reutilizarla. No quiero que la comisión tengo una oficina privada, ¿para qué?", dice, y señala la caja fuerte, vieja, muy vieja, abierta. Se muerde el labio inferior como diciendo: qué boludez.
—¿Con qué se encontraron cuando llegaron al club?
—Esto no era un club. Era una sociedad de fomento vecinal. Había un centro de jubilados y se jugaba a las cartas. Lo que nosotros le agregamos, que fue revolucionario, es el deporte. Era lo que los pibes más necesitaban en el barrio. Cómo le cambia la vida a los pibes el deporte, ¿no? Lo digo por experiencia propia. Yo hice siempre deporte acá, en el Bajo Flores, en el Club Daom. Hice rugby, taekwondo. Intenté todos los deportes, no fue muy bien, pero los intenté todos. Y mucha disciplina la saqué de ahí.
—¿Qué se propusieron?
—Hicimos dos apuestas: trabajar fuertemente el deporte para mujeres, que no había ofertas en el Bajo Flores, y posicionarnos como el club más importante de artes marciales y de deporte de contacto. Y la verdad es que la respuesta de los vecinos fue súper impresionante por la repercusión que tuvo. Hoy todas las actividades están repletas y lo que nos está faltando es más lugar para poder poner más profes y tener más horas. Lo último que hicimos fue empezar a llevar adelante el fútbol femenino, que lo hacemos en una canchita del barrio, en el Juan XXIII, uno de los barrios que constituyen al Bajo Flores, acá nomás. Todavía no tenemos cancha.
"Nuestro sueño es tener la cancha acá. Ese es nuestro sueño". Estamos en la terraza del club, una lugar amplio, generoso, desde donde se ve todo el barrio. Veneziale camina con las manos en los bolsillos, recorre este cuadrado de cemento, lo sigue estudiando, se sigue imaginando los arcos, las líneas, el área de un lado, el área del otro, la pelota rodando sin parar.
Cuatro años atrás, empezaron. "Fueron cuatro años muy duros", asegura. "La verdad que no lo imaginaba así. Lo difícil que es ser Presidente de un club de barrio. Pero, a su vez lo, gratificante que es. Este es mi lugar en el mundo, sin dudas. Uno está pensando todo el tiempo qué falta, qué obra se puede hacer. Y lo que más duele es que últimamente uno está pensando todo el tiempo cómo pagar las tarifas. Eso nos tiene en movimiento. Por eso una vez por mes estamos haciendo ferias americanas y buscándole la vuelta con los socios para ver cómo se pagan las tarifas. Es tristísimo porque antes hacíamos obras nosotros. Los primeros dos años siempre nos quedaba plata. Remodelamos los baños, pintamos el salón, hicimos murales, compramos material deportivo, de todo. El primer piso. Pusimos en valor un espacio nuevo".
Mientras el sol se pone sobre este skyline de casas bajas, aprovechamos para hacerle unos retratos. Guido Veneziale posa con algo de timidez. No sabe muy bien qué hacer con sus manos —las junta adelante, luego las pone en el bolsillo—, se incomoda y se ríe. Sus amigos, las personas que nos acompañan, también se ríen. Y lo filman. Todo parece un gran chiste. De fondo, el cielo se anaranja lentamente.
—¿Cuándo empezaste a escribir?
—Yo escribo de muy chiquito. Desde que tengo ocho años, quinto grado. Siempre fue mi manera de expresarme. Creo que escribo porque no sé de qué otra forma expresar el dolor que tengo ante las injusticias que vivo y que veo todos los días.
Bajo Flores —en la mesa, junto a la bandeja de medialunas y el termo azul francia— es un poemario. Esa es la definición que mejor le calza porque todos sus poemas están unidos por un hilo conductor, que es una historia, la historia de Sergio. "La panadería quebró y nosotros supimos / que nos habíamos quedado / sin nuestro pan", se lee en la primera página. Y así empieza. Luego, la vida avanza como un vendaval despiadado. La calle, las drogas, la injusticia, la desigualdad, la exclusión, todo cae sobre este "artista panadero" que resiste como puede.
"La verdad es que este libro no tuvo la intención, en un principio, de ser el libro que retrataba el Bajo Flores, pero se fue dando así. Empecé a retratar lo que vivía", cuenta Veneziale, mientras el mate vuelve a girar de mano en mano.
De pronto, una mujer, enfermera, ambo blanco y pullover encima, aparece. La recibe Leonor, hablan unos segundos y se acercan juntas, para presentársela a Guido. "Ella es la que va a venir a dar las vacunas", le dice. La mujer saluda con una sonrisa. Es del CeSAC Nº 19, una salita de atención comunitaria que está a la vuelta. Guido se para y le da un beso en la mejilla. Le dice que bueno, que bárbaro, que muchísimas gracias y que mañana la esperan con medialunas. Saluda, le dice hasta mañana y retoma la conversación.
"Empecé a retratar lo que vivía en el día y, sin querer queriendo, encontré una historia que me impactó mucho, la de Brian. La Banda de los Orejones, se llama. O por lo menos nosotros le decimos así. Son cinco hermanos que tuvieron que salir a pelearla de muy pibes, y eso también intenté retratar en el libro. Cómo todo recrudece. Cómo el pibe tenía laburo y pasa a tener que salir a pedir por su familia. También hay algo de solidaridad, porque la hermana queda embarazada y no le queda otra. Y después termina cartoneando, siendo un trabajador de la economía popular, junto a su padre. Cómo él empieza probando el porro, sigue con la cocaína y después, cuando vuelve a esa esquina, después de estar trabajando, estaban con el mambo del paco. Que acá, en la esquina del club y en casi todas las esquinas, se vive esa problemática que es muy difícil. Como lo relata el personaje: 'quema el alma'. Es muy difícil poner en palabras las consecuencias que tiene esa droga y que es tan devastadora y que acá ha arruinado tantas familias enteras", cuenta.
"Pensé mucho en Brian —continúa— cuando escribí este libro. La verdad que es una vida admirable. Hoy saca adelante un merendero acá, en el barrio. Trabaja, está terminando los estudios secundarios. A pesar de todas las dificultades siguió adelante. Yo creo que ése es el espíritu del Bajo Flores: a pesar de las dificultades, seguir adelante. Lo veo en los vecinos constantemente y me duele mucho cuando veo en los medios de comunicación que acá sólo se viene cada tantos meses a hacer un show, a atrapar a unos narcos o no sé qué. Siempre se lo estigmatiza al Bajo Flores. Y acá lo que se vive es otra cosa: el Bajo Flores es un barrio de laburantes, de gente que la lucha a pesar de todas las dificultades, que se levanta a las cinco de la mañana. Me han sorprendido amigos de acá, del barrio, que me dicen: 'Ya repartí 800 currículums y ni un llamado'. Y vos decís: 'Naah'. Y sí, son 800 de verdad. En el libro pongo 230 frustraciones porque el pibe había llevado 230 currículums. Puse un número bajo porque por ahí mucha gente no me iba a creer pero yo acá tengo relatos de más de mil currículums tirados. Y entonces, después, se muestra lo peor del Bajo Flores, pero la verdad que este es un barrio de gente que quiere salir adelante y que pone muchísimo. Cuando van a pedir trabajo y en el DNI dice 1-11-14 y les dicen 'no, ya no' es muy difícil."
Antes, cuando era más chico, como que estaba bastante estigmatizado. Escribir poesía no era muy de macho, digamos, por lo menos sufrí eso
—¿Y cómo apareció la poesía en tu vida?
—Yo empecé a escribir poesía antes de que me digan en la escuela qué era la poesía. Como una forma natural de expresarme. Antes, cuando era más chico, como que estaba bastante estigmatizado. Escribir poesía no era muy de macho, digamos, por lo menos sufrí eso. Y creo que eso hizo que tarde más en salir a la luz o en poder publicar poesía, pero la verdad que tengo una conexión total con la poesía. Creo en la poesía, me gusta hacer poesía, y creo en la capacidad transformadora que tiene la poesía en el mundo. Y creo que es una forma de expresar y de escribir que de cara al futuro tiene un potencial terrible, porque hoy los jóvenes, ya sea en el trap, en el rap, en el freestyle o mismo en la poesía, estamos escribiendo un montón y es una forma de escritura que se adapta a los nuevos medios de comunicación como las redes sociales. Instagram o el Facebook. Creo que cada vez más los jóvenes están leyendo poesía.
En su casa hubo un pequeño empujón. Tal vez imperceptible. Sus viejos son "lectores voraces"; así los define. "Mi vieja no se anima pero es una gran poeta", dice, sincero, e inmediatamente se da cuenta de la confidencia. Entonces se echa a reír. "¡Si esto sale me va a matar!", agrega. "Es hermosa la poesía. Te da una facilidad para retratar imágenes, para mostrar sentimientos de una forma tan simple que no lo encuentro en ningún otro lugar".
A Guido le interesan las cosas simples. Parece una frase hecha pero pensándola bien, en este barrio, caminando estas calles llenas de charcos de agua y con estos cables de la luz surcando nuestras cabezas, tiene otra profundidad. No es una simple metáfora, tal vez sea la metáfora. "Parecen cosas simples pero se hacen muy difíciles en el mundo en que vivimos", comenta. Sus versos son un reflejo: "Tiene obra social / se salvó". "Con hambre / no se puede estudiar". "Tener guita posta / y no andar pensando / en los -30 de mi SUBE". "La lija que tengo en mi panza / es la única respuesta a mis preguntas". "Un poco de pasto, / el ladrido de los perros, / mi familia / y el asado".
"A veces noto que cuando escribo es como si tuviera un volquete lleno de cosas, de piedras, y cuando termino de escribir es como si ese volquete hubiese quedado vacío. Esa es la sensación. Es una pasión, como la política, como el trabajo social", confiesa.
A Guido siempre le interesó la política, pero hubo un día —el 27 de octubre de 2010— que se dispuso en la línea sucesoria como un crack. "Decidí entrar en política al otro día que se murió Néstor Kirchner", dice y se pone serio, nostálgicamente serio. "No me animé a ir a la plaza ese día. Lo vi todo desde la tele. Me sorprendió esa cantidad de gente, en la plaza, llorando a un Presidente. Al otro día justo empezaba la Facultad, busqué un puestito para ver dónde empezar a militar y así arranqué. No me gustó mucho la militancia universitaria, entonces me di cuenta de que quería hacer política en mi barrio, en el Bajo Flores, hacer algo por mis vecinos, por mi familia, por mí mismo, por todos. Y así empecé: alquilé un local a los 18 años y pusimos nuestra primera unidad básica, la Unidad Básica Manuel Dorrego".
—¿Siempre con el peronismo o también con el kirchnerismo?
—Siempre con el peronismo. Pero es lo mismo.
—Si se pudiera, entonces, dividir, ¿te considerás peronista o kirchnerista?
—Si se pudiera dividir, peronista, pero no creo que se pueda dividir. Para mí es una sola cosa. Somos todos lo mismo. En el fondo, en las grandes cuestiones, coincidimos. El peronismo es nacionalista. El peronismo, siempre que está en el poder, redistribuye las riquezas, de una u otra manera. El peronismo es justicia social, y creo que ahí es donde se lleva adelante la unidad.
—¿Qué relación encontrás entre la poesía y la política?
—Toda poesía es política. Porque sienta una posición. No hay forma de hacer poesía y no tomar posición. La poesía es fuego, la poesía es amor; rompe con cualquier estructura. Y creo que eso es político. En el Bajo Flores hay un montón de poetas. Pibes que escriben cosas muy lindas. Por el rap se acercan mucho, empiezan a escribir, se la rebuscan.
Atardece en el Bajo Flores y salimos a caminar. Guido Veneziale es un tipo silencioso, de perfil bajo, sin embargo saluda a todo el mundo. No como un famoso, está lejos de serlo, sino como un vecino. En la calle, en los negocios, en las veredas, un saludo, un beso, un choque de puños, un "en un rato paso". Seguimos con la caminata por la calle Alfonsina Storni. A la izquierda, está el Hogar Madre Teresa de Calcuta del barrio Rivadavia I donde funciona el FinEs, el colegio para adultos. En la puerta, de ojos claros, encontramos a Lorena, docente. Charlamos un rato y seguimos. Luego, Guido dirá que "acá, en el Bajo Flores, tenemos los mejores docentes de la Argentina. Muy comprometidos con la realidad social, con los pibes. Y sé que enseñan poesía. Principalmente transmiten muchos valores".
Llegamos al merendero. Se llama "Los días más felices". Están Lidia y Mabel, que lo abrazan como si fuera su nieto. En algún punto lo es. Es un cuarto pequeño. Está lleno de facturas y leche. Los vecinos pasan, se sirven, algunos se quedan merendando ahí, charlando con estas dos mujeres de fierro, otros siguen de largo y se van masticando agradecidos. "Me están haciendo una nota. Es por el broli", les cuenta Guido. Luego se quedan hablando un rato, poniéndose al día, chusmeando, preguntando qué tal la vida. Las señoras portan sonrisas fijas, casi tatuadas, de esas que ya casi ni hay.
En el barrio, este libro tuvo su pequeña viralización. Más allá de las felicitaciones, varios chicos le escribieron para compartirles sus poemas. Incluso hubo quienes le pidieron una lectura, una corrección, consejos de escritor a escritor, de poeta a poeta. "Hubo una repercusión muy linda con el libro, que la estoy curtiendo todavía", confiesa.
Cae la noche y emprendemos la vuelta. Guido Veneziale señala los lugares emblemáticos de este lado del barrio y explica la importancia de cada uno. La Iglesia, por ejemplo. No la religión, para él eso es otra cosa. La Iglesia: curas, monjas y feligreses que contienen y ayudan a la gente que no tiene nada. En tiempos de crisis, donde el capitalismo muestra su verdadera cara, la vida se vuelve imposible. Eso está presente en Bajo Flores.
"En el libro yo retrato la crisis y hago hincapié en cómo a partir de la pérdida del trabajo la vida de una persona y de una familia se va a la mierda. Pero también intenté mostrar cuáles son los lugares de contención que hay en los barrios que, a pesar de la crisis, de las cosas malas que se viven, las dificultades de la vida, los pibes tienen lugares de contención. La escuela, la capilla… y el peronismo, con sus centros comunitarios, con sus unidades básicas, con sus merenderos. Los clubes de barrio, también", comenta.
¿Cómo es hacer poesía en tiempos de macrismo? "Yo siento que la poesía, en un momento así, tiene que contar lo que está pasando. Tiene que ser denuncia, también, la poesía. Antes escribía más poesía de amor, durante el kirchnerismo. No puedo mentirte. Y ahora está difícil", y se ríe.
En su haber, ya hay una novela terminada que, seguramente, pronto se publicará. "Trabajé ahí mucho el tema de la adicción, que es un tema que a mí me preocupa. También intenté acercar al adicto a las personas. Muchas veces lo que pasa es que cuando una persona ve a un adicto dice: 'Hay que matarlo. No vale nada'. Detrás de esa persona hay un montón de cosas que pasaron, cómo llegó hasta ahí, cómo va a salir de ahí. Ese es un eje que me interesa. No sólo la poesía como crítica y denuncia de la realidad, sino de las cosas que suceden en el barrio, desestigmatizarlas, acercarlas a las personas, mostrar que ni todos los pibes son chorros, ni todos los pibes son narcos, ni se sale a chorear porque se quiere. Hay acá una poeta del barrio que se llama Carolina Antico, que el título del libro es En el sótano hay un jardín. Y yo creo eso: que en los sótanos hay jardines, y que hay que estar dispuesto a ver, que no se puede encasillar todo de una manera tan simple.
Aunque hoy parezca que todo pasa por internet, yo creo que la esencia está en el uno a uno, en cómo está el que tenés al lado
—¿Para qué sirve la poesía?
—Yo creo que la poesía sirve para transformar la realidad. Estoy convencido de eso. Sirve para abrir las conciencias, sirve para estar más cerca de las otras personas, sirve para conocernos más, que no es poco. A veces en el club hago ese ejercicio: "Che, ¿ustedes saben a quién tienen al lado? Díganse sus nombres, pregunten a qué escuela van". Eso es algo que se ha perdido mucho y sin embargo es el eje para adelante, para tener un mundo mejor. No hay que perder lo comunitario. Aunque hoy parezca que todo pasa por internet, yo creo que la esencia está en el uno a uno, en cómo está el que tenés al lado. Así, en este club se han formado un montón de amistades de chicos de diferentes clases sociales. Y eso te cambia la vida: tener un amigo, tener un lugar donde estar. Algo simple con eso. Acá, una de las dificultades que me encontré al sacar adelante un club de barrio como este, y un barrio como este, es que no sólo hay que pensar las actividades. Hubo casos de pibes que se desmayaban haciendo deporte, y era porque no estaban comiendo. Entonces vehiculizamos también un merendero… La poesía es respuesta también.
Al despedirnos, nos quedamos un rato charlando en la vereda del club. Ya es de noche en este otoño tardío. La poesía sigue presente en su boca. También la política. Y, entonces, su madre aparece. Ya no sólo como una infidencia o una mención. Sino físicamente. Se entera de que fue nombrada en la entrevista. "Espero que no haya hablado mal de mí", dice y le da un beso a su hijo. Ambos son poetas abogados (un detalle importante: Guido está a punto de recibirse de abogado en la Universidad de Buenos Aires). O abogados poetas. Luego ella entra al club donde una veintena de chicas patinan como si estuvieran en una espejada pista de hielo.
Entonces sí, nos vamos. Un abrazo, qué gusto, un placer, hasta la próxima. La postal última es el paredón tricolor del Villa Miraflores —azul, rojo y blanco, visto desde abajo— alumbrado por la luz de la calle, el escudo enorme y la puerta de rejas abiertas, de par en par, para que entre quien quiera.
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