Por Moira Soto
De repente en el otoño, cuando ya pasó largamente la temporada estival, ocurre una suerte de prodigio en el teatro Anfitrión: sobre el escenario hay mar y arena y sol, hace calor, es pleno verano gracias a la sublimación artística provista por el estilizado diseño del decorado multifunción y las luces, bellamente cambiantes durante el curso de la obra Atlántico.
Allí mismo, en ese sugerente paisaje apenas un toque Hopper que encandila al público nada más entrar en la sala, acontecerá en 8 escenas un romance de verano entre una mujer del lugar –Necochea- y un viajero en continuo movimiento pero atado, quizás a su pesar, a otra mujer, seguidora como perro 'e sulky.
Una historia que se podría pensar común, sin sorpresas, con personajes sin atributos especiales, si no estuviese tocada -gracias a la pluma iluminada de Alfredo Staffolani– por un irresistible lirismo que la transfigura, otorgándole hondura y compleja humanidad a Inés, a Diego, a la Rubia. Cualidades del texto que exalta la puesta en escena de Luciano Suardi, que ha sabido conducir a tres intérpretes tan apropiados para sus respectivos roles como la extraordinaria María Inés Sancerni (la necochense por adopción, sedentaria con visiones anticipatorias), Willy Prociuk (atractiva presencia escénica, siempre trayendo consigo una cuota de extrañeza) y Eugenia Mercante (el volcán rubio listo para entrar en ebullición, deseante y tajante).
Atlántico, genuina maravilla del alternativo, empezó a gestarse por iniciativa de Sancerni, en busca de un proyecto que la flechara. Así fue que convocó a Staffolani, uno de los mejores dramaturgos jóvenes del momento, y a una serie de artistas, amigos queridos y admirados. Todos ellos –incluida la superasistente de dirección Sabrina Marcantonio- se prendieron por pura convicción, y aportaron lo mejor de cada uno en feliz confluencia, ya que de aguas hablamos (en esta pieza teatral además del mar, tenemos fuertes lluvias y fluir de lágrimas).
El resultado de tanta dedicación es entonces esta gema que se pone a brillar íntimamente los miércoles a las 21, con sus diálogos finamente cincelados que enmascaran más de lo que parecen revelar. Un poco en la huella de Pinter, pero con ideas propias, el dramaturgo mantiene sabiamente una ambigüedad intranquilizadora, siembra pistas y dudas que no termina de despejar, maneja silencios elocuentes. Y no solo da espesor a sus personajes con detalles de lenguaje –por momentos apelando a anacronismos- o con económicas alusiones a sus gustos o a sus historias personales, sino que demuestra percibir con suma agudeza las diferentes formas de relacionarse entre sí, respectivamente, de mujeres y varones. Ya en la primera escena –que tiene lugar un año después de la siguiente- cuando cada uno recuerda vivencias del año anterior, se pone de manifiesto que Inés y Diego tienen distintas percepciones de la realidad (algo de ese orden sucedía en la magistral obra corta de Pinter, Noche, 1969 ).
Staffolani cultiva el arte del subtexto logrando que sus diálogos parezcan simples, casuales. Pero quedan resonando porque se presiente que están diciendo algo más. Asimismo, el autor se permite líneas de tocante poesía, como cuando Inés se mete desnuda de noche en el mar porque Diego se lo ha pedido: "Yo me puse a llorar porque en ese momento creí que estaba por primera vez en el agua".
Inés, la fatalista pudorosa que está sumando dos duelos –su padre, su perro-, que se enfrenta a esa Rubia guerrera que maneja amenazante el taladro y que tiene a alguien cercano muriéndose lejos, alguien que debe ser o muy mayor o muy cinéfilo porque ha pedido ver una película de Anthony Quinn. ¿Su padre, acaso? Nunca lo sabremos. Pero sí que ella ve clarito el peligro Inés y exclama: "Me quiero volver, ayer mismo si pudiera". Y Diego: "Mañana mismo se dice". Y ella taxativa: "Mañana es tarde".
Inés, la que espera y no teje pero canta; Diego el itinerante que lleva folcloristas y bandas en su coche, y también hace reparto de madejas de alambre fino y afines; la Rubia tremenda de gestos radicales que no suelta a su presa erótica: tres personajes entrañables en una playa ventosa junto al mar a los que vale absolutamente acercarse, conectarse, tratar de comprender en ese tiempo concentrado que brinda el teatro: varios días emocionantes y divertidos de dos veranos en apenas una hora redonda.
*Atlántico, de Alfredo Staffolani, dirigida por Luciano Suardi, con escenografía de Rodrigo González Garillo y luces de Ricardo Sica. Intérpretes: María Inés Sancerni, Willy Prociuk y Eugenia Mercante. Los miércoles a las 21 en Teatro Anfitrión, Venezuela 3340.
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