Por Susana Torres Molina
La escritura del texto teatral Un domingo en familia resultó ser una experiencia muy significativa por la ardua tarea previa de investigación, y por implicarme en un importante desafío dramatúrgico. Elegí – si de verdad esa posibilidad existe y no, como intuyo, que son los temas los que eligen a sus escritores- seguir ahondando en un período de la Argentina que me interesa de un modo persistente: la década de los 70 y sus implicancias actuales. Este texto es mi tercera obra teatral que incursiona en lo inaudito de nuestro pasado reciente. Una década caracterizada por la búsqueda de utopías, por el secuestro y desaparición de personas, por una juventud, mayoritariamente universitaria, que abrasaba la revolución en pos de una sociedad más equitativa. Y por la insensibilidad en cuanto a las cuantiosas pérdidas de vidas humanas, generada, entre otras cosas, en la peligrosa metodología de justificar los medios en pos de los fines.
En esa época una gran parte de la sociedad se esforzaba (no era fácil poder hacerlo) por mirar para otro lado, o directamente negar el horror, ese que circulaba a todas horas por nuestras calles. Época donde imperaba la violencia y la paranoia. Los héroes y traidores. Los mártires y torturadores. Todos ellos entramados en una urdimbre atroz, espeluznante.
Particularidades agudas de lo acaecido, hoy alojadas en nuestra memoria individual y colectiva, y que seguramente seguirán dando sus frutos por mucho tiempo más a investigadores, estudiosos y artistas. Como sucede en Europa, que continúan ahondando, desde las más diversas disciplinas, en las complejas aristas de la Segunda Guerra Mundial y, fundamentalmente, en su monstruosa creación, el Frankenstein del nazismo.
Fue estimulante descubrir durante el proceso que, a partir de necesidades conceptuales, germinó un estilo dramatúrgico inédito dentro de mi ya variada producción. Al comenzar a bajar las imágenes a la materialidad del texto, sin ninguna intención premeditada, tomó forma un procedimiento coral como modo de abordar el desarrollo dramático. Múltiples voces entrelazadas van manifestándose a través de textos fragmentados, breves, de gran condensación conceptual.
La sonoridad alternada de los siete personajes establecen una particular musicalidad. Por momentos, las declaraciones de cada uno de ellos suman y refuerzan el sentido; en otros, tensionan los puntos de vista, acentúan las fricciones, las contradicciones.
Haber conocido la trágica historia de Quieto, jefe montonero, me inspiró para conectar con algunos aspectos que me atraía interpelar. Sus propias luchas internas entre el deber político, la responsabilidad de un conductor revolucionario, y su necesidad personal de afecto y contención en épocas tenebrosas de clandestinidad y desamparo. Sus diferencias con la visión armamentista de los otros integrantes de la Conducción. Él tenía la certeza de que se estaban dirigiendo a una situación crucial, de no retorno, con el costo de incalculables pérdidas de militantes. Quieto era un hombre carismático, enérgico, valiente, atrapado entre poderosas pasiones, muchas de ellas irreconciliables entre sí, y que lo llevaron a un estado de abatimiento y desolación, a un comportamiento final temerario e imprudente, poco y nada habitual en un combatiente con su experiencia y trayectoria.
A partir de su secuestro, y debido a que pocos días después cayeron algunas instalaciones operativas, la conducción de Montoneros lo acusó de haber delatado bajo tortura. Organizaron un juicio militar en ausencia y lo condenaron "a las penas de degradación y muerte a ser aplicadas en el modo y oportunidad a determinar". En simultáneo a ese juicio ejemplificador, Quieto es asesinado por la fuerzas represivas, y su cuerpo, hasta hoy día, permanece desaparecido. Doble condena.
El fatal episodio encierra muchas incógnitas y dudas y algunos de sus compañeros de militancia piensan que si realmente él hubiera querido delatar para salvarse, ese accionar hubiera significado un completo desastre para la organización. Muy poco de ella se hubiera salvado. Él, como jefe militar conocía dónde estaban todos los depósitos de armas, el paradero de cada integrante de la conducción y, además, era uno de los dos o tres que sabía dónde se encontraban escondidos los USD 60.000.000 del secuestro de los hermanos Born.
Elegirlo como protagonista fue apostar al relato de una tragedia contemporánea y cercana. Quise transmitir la sensación de encrucijada, de encerrona, ya que él no vislumbraba ninguna salida posible. No estaba de acuerdo con el protagonismo de las armas -siempre buscaba negociar, era abogado- ni con la decisión de entrar en la clandestinidad, y mucho menos de hacerlo de un modo improvisado y dejando a los compañeros desprotegidos.
Por otro lado, no podía evadirse de su responsabilidad como líder y referente de miles de militantes. Cuando la patota se lo llevó, se encontraba en una playa de Martínez, un domingo de diciembre, desarmado, sin custodia, acompañado por su familia. En los testimonios hay referencias de que se lo veía mal, desesperanzado. En un momento de la obra el personaje dice: "No quiero separarme de los chicos, de ella, de mi vieja. Una vez más. ¿Hasta cuándo va a seguir esta tortura de no poder estar con ellos? Yo siempre fui un tipo familiero, de compartir con los amigos… No elijo esto que está pasando, no comparto las decisiones que se toman, y no puedo decir me abro y largar todo… Hasta el fin voy a asumir mi responsabilidad. Estoy en un brete. Atrapado. Y escucho una voz que me dice, buscá la ropa, vestite, rápido, rápido, salí de acá, rápido."
Como escribió Andrés Gallina en su introducción al espectáculo: "No hay combatividad ni heroísmo en la tarde crepuscular de este domingo en familia. Y, sin embargo, la escena que rige toda la obra no podría ser más poderosa: un hombre sonriente, a la vera del río con el corazón más vivo que nunca, está a punto de morir."
¿Qué puede ser más atractivo para una escritora que sumergirse en semejantes dilemas éticos y morales? ¿En intentar dar carnadura a un ser extraordinario, intensamente perturbado por su destino trágico?
*Un domingo en familia se presenta en el Teatro Nacional Cervantes, Libertad 815, de jueves a domingo, 21 hs.
Con la dirección de Juan Pablo Gómez, y las actuaciones de: Anabella Bacigalupo, Lautaro Delgado Tymruk, Juan De Rosa y José Mehrez.
Música en escena: Guillermina Etkin
Fotos: gentileza Teatro Cervantes
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