Que el arte es un trabajo no hay muchas dudas, aunque es posible que nunca se haya pensado esta afirmación de una forma tan literal a como lo hizo Esteban Feune de Colombi. Se hace presente en el estudio de Infobae con el cansancio de los días. Sin embargo la experiencia cotidiana lo mantiene chispeante. Es performer y se propuso una odisea performática más que interesante.
Un día fue lustrabotas. Otro día fue paseador de perros. Otro fue cartonero o arbolito o vendedor ambulante o pegador clandestino de afiches. Y esta noche, el último día, es repartidor en bicicleta. El punto de partida es un local en Córdoba y Ravignani. De ocho de la noche a tres de la mañana repartirá comida. Mediante una app se puede seguir su recorrido y acompañarlo. ¿Un loco, tal vez? Nadie puede negar que el arte contemporáneo, en general, y la performance, en particular, han roto las barreras de la cordura. Y en un mundo como éste, tan inquietante, complejo, opresivo y esquemático, no es poca cosa.
La performance se llama El trabajo y los días y la realiza en el marco de la Bienal de Performance. Con el título basado en el poema épico de Hesíodo, este artista múltiple —actor, editor, escritor, periodista, fotógrafo y varios etcéteras— decidió ponerse en la piel de siete trabajadores marginalizados y capturar su cotidianeidad: su lugar en el mundo y la tensión de la calle. Al final de cada día, se sienta a redactar una crónica.
Las aguas turbias de la performance
Pero empecemos por el principio. ¿Qué es la performance? ¿Cómo se puede definir? ¿Qué elementos la componen? "Un terreno de aguas turbias", dice con soltura poética. Está sentado en un sillón bajo los reflectores del estudio, piernas cruzadas y manos enérgicas, absorbiendo cada detalle del ambiente que lo rodea.
Una performance, dice, se podría definir como "una acción artística que a priori es de vanguardia o iconoclasta o rupturista y que mezcla muchas artes. Puede involucrar música, danza, escultura, teatro, cine pero no están muy delimitadas sus fronteras. Sí se puede decir que hoy estamos ante una suerte de auge de la performance. Si bien el siglo XX tuvo en varias de sus décadas momentos muy fuertes de performance, en esa época el espectador estaba menos alerta que el espectador de hoy. Y el registro de esa performance, así fuera audiovisual, era bastante raro a lo que sucede hoy, donde abundan los teléfonos y todo el mundo puede filmar y registrar".
"Siempre en lo que vengo haciendo —continúa— mezclo los campos, de modo que ahí hay una suerte de pequeña instancia performática. Me gusta escribir en acción, no necesariamente encerrado en mi casa como un escritor tradicional. Lo mismo me pasa con el teatro: empecé estudiando un teatro relativamente clásico y terminé llevándolo a espacios no convencionales como la calle".
Pero a la hora de buscar un origen, un punto específico en su biografía de artista, da un nombre: Federico Manuel Peralta Ramos. "Hay una performance particular de él que siempre me partió la cabeza. En el 68 ganó la beca Guggenheim y llevó a cabo una serie de acciones con los 6 mil dólares de la época. Primero se plantó ante la fundación y les dijo que quería llevarla a cabo acá y no en Estados Unidos. Eso fue bastante controversial. A partir de ahí, una de las acciones más grossas que hizo con ese dinero fue dar una comida para 25 amigos en el Hotel Alvear y esa cena, decía él, en vez de pintarla como Da Vinci, la dio. Y después se sucedieron un intercambio de cartas donde ellos le reclamaban a Federico que les devolviera parte del dinero, y él se negaba con una carta muy interesante que hoy forma parte de la misma performance. Entonces ahí tenemos gastronomía, instalación, arte, escritura y su propio cuerpo puesto en acción en una comida para amigos que terminaba con él haciendo algo que se llama "lamento esquimal" y era básicamente un canto de agradecimiento".
La carta a la que hace mención, hoy está exhibida en la sede de la Fundación Gugenheim en Nueva York. Dice: "Ustedes me dieron esa plata para que yo hiciera una obra de arte, y mi obra de arte fue esa cena. Leonardo pintó la Última Cena, yo la organicé". Feune de Colombi hoy está escribiendo una biografía de Peralta Ramos.
Quién es este loco
Flaco, alto y pelirrojo. Verborrágico y a la vez misterioso. Clásico y moderno. Todo lo que se ve a simple vista puede ser también un montaje. ¿Qué es lo real y qué es lo ficcional en un mundo como éste? Feune de Colombi se ríe.
Nació en Buenos Aires en 1980 y aquí vive aunque se la pasa viajando. Estudió Ciencias Políticas y Letras. Se formó como actor en el taller de Agustín Alezzo y se recibió como periodista en TEA. Actuó en cine y en teatro, edita varias publicaciones periodísticas, publicó varios libros. Pero la performance parece ser el gran motor que hoy, en estos momentos, lo mueve hacia adelante.
Una que lo tuvo en boca de todos fue la que realizó en el FILBA del año pasado. En 2018 el Premio Nobel de Literatura se declaró desierto, entonces realizó una perfomance caracterizada de jurado de la Academia Sueca que le otorgaba —justicia poética— el galardón a Jorge Luis Borges.
Hay dos, menos conocidas tal vez, pero que vale la pena mencionar. Una es El paseo de Robert Walser. En la piel del escritor suizo de fines del Siglo XIX, lleva a un grupo reducido de personas a pasear por un lugar poco turistico de la ciudad. Entonces la calle se vuelve, no sólo escenografía de site specific, sino también protagonista espontánea. La otra es Electrocardiopoemas, donde visita, con guardapolvo y estetoscopio, a un espectador, le hace un electrocardiograma y le escribe el poema que le dictan los latidos.
Marginación cotidiana
Entonces llegó la tercera edición de la Bienal de Performance y presentó su proyecto. Quiso palpar de otra forma el ideario callejero y se lanzó hacia esos "trabajos marginalizados, en muchos casos insalubres, inestables, mal pagos". Así define a cada uno de los oficios que llevó a cabo en estos días. Lo dice con el brillo en la mirada de quien aún los está viviendo, los está sintiendo.
"Mi objetivo simplemente es pasar por la experiencia de esos trabajos habiendo entrevistados a los trabajadores que los hacen, y en muchos casos trabajando con ellos a la par. Captar la transformación del cuerpo haciéndolos, la transformación también emocional y espiritual. Y al final del día, por más cansado que esté, escribo la experiencia de ese trabajo, y ese texto se postea en un blog junto con fotos del mismo día".
Lo singular aquí es que nadie sabe que eso es una performance. Salvo quienes lo siguen mediante la app y lo buscan. Él los reconoce: chicos y chicas que miran el celular y lo miran a él intentando comprender la veracidad de todo esto. Hay quienes se quedan horas mirándolo trabajar, entre la fascinación y la incomprensión. Pero el resto, la mayoría, ni una mirada. "En muchos casos padecí, a lo largo de los primeros cuatro o cinco días, la indiferencia del peatón común y corriente. No todos son así, pero sí la gran mayoría", cuenta.
Como lustrabotas: "En el piso, a la altura de las rodillas de la gente, prácticamente nadie nos dirigió la mirada, ni siquiera para preguntarnos dónde quedaba tal cosa. Está tan naturalizado el trabajo de calle, como invisibilizado".
Como arbolito: "En la calle Florida, mejor no precisemos exactamente dónde por razones obvias, era muy loca la relación con la gente. No con los turistas que en muchos casos estaban buscando alguien que le cambiara dinero. Pero con los habituales caminantes de la calle Florida, te diría una relación casi incómoda: 'no me grités ¡cambio, cambio! en la oreja que me pongo nervioso'".
Como paseador de perros: "Gente muy nariz respingada pasa al lado tuyo como si vos fueras un tacho de basura. Y eso es muy fuerte de sentir. Y eso no lo sentís si vas a entrevistar a un paseador de perros, eso te pasa si vos estás seis, siete, diez horas haciendo ese laburo, pasando el cuerpo por el tamiz de ese laburo que, en muchos casos, es muy pesado".
Al final, el arte
Hoy en día el arte ha sabido romper las barreras de lo estrictamente racional. Sin embargo, la gran mayoría no comprende lo performático. Desde adentro, desde la mirada del performer, hoy, ahora, Esteban Feune de Colombi resume todo lo que está viviendo en una sola sensación. "Estoy muy emocionado con lo que está pasando", confiesa y relaja sus brazos por primera vez en esta nota.
"Hay días donde el final de la jornada me termino abrazando a quienes me compartieron su tiempo y su conocimiento porque ellos sienten que alguien los ve y los incorpora, y yo siento que me dejan entrar en su espacio. Y ese intercambio hace que la cosa se vuelve más humana, mucho más asociada, mucho más integrada. Y creo que se queman tejidos, tejidos de miedo… Nosotros vemos en la ciudad que la gente está con miedo. Muchas de las reacciones violentas de un conductor o de un peatón en general nacen del miedo, del prejuicio, de la ignorancia".
"Somos todos piel, somos todos sangre, somos iguales, pero algo nos hace creer que somos radicalmente distintos", dice.
¿Y qué puede hacer el arte en un mundo así, tan violento, tan desigual, tan alienante, tan individualista? "Capacidad de transformación", asegura este performer. Es una salida, no la única, por supuesto, pero quizás la más rica: "Si vos estás ahí, con todo tu cuerpo, con tu atención, respirando, estando presente, se genera una suerte casi taumatúrgica, como si fuéramos chamanes, y creo que en un mundo así, al menos el arte de la performance, puede ser profundamente chamánico".
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