La noche del miércoles, bajo la dirección del maestro Carlos Vieu, la Sinfónica Nacional ofreció junto a destacados solistas y el Coro Polifónico Nacional un programa sofisticado, pero de inmediato impacto sonoro y emocional. Es una suerte que el concierto se repita hoy a la tarde, momento en que otra camada de oyentes podrán disfrutar de esta propuesta inusual. Se trata del tríptico que forman una composición argentina muy reciente, una pieza poco frecuentada del norteamericano Samuel Barber y una composición clave del checo Leoš Janáček. (No faltó la nota política: antes de que la música comenzara, el Coro Polifónico adhirió al reclamo de una Sinfónica que, sin suspender sus actividades, ya desde hace un tiempo se autodeclara en crisis.)
El programa se abrió con el estreno de la Danza salvaje, op. 26 del compositor y director Lucio Bruno Videla, una obra de rítmica implacable y orquestación exuberante, que el público saludó con calidez. "La Danza salvaje se integra muy bien al programa", nos había anticipado el maestro Vieu en una conversación previa: "Tiene un carácter entre neorromántico y popular. Utiliza muchas fórmulas, ostinatos –algunos con cierta reminiscencia tanguera–, motivos algo piazzollescos. De pronto hay como una zapada de guitarra eléctrica en diálogo con otros instrumentos solistas; después aparecen unos grandes corales dentro de una textura donde los tres o cuatro motivos empiezan a superponerse. Es un honor poder estrenar esta obra que me fue dedicada por el compositor, algo que también supone una gran responsabilidad".
A continuación, pudo escucharse una obra del norteamericano Samuel Barber: su poco conocida Toccata festiva, op. 36. En esta pieza estrenada en 1960, el órgano dialoga como solista con una orquesta de grandes dimensiones. Poco antes de la conclusión, el intérprete despliega una impactante cadencia en donde debe tocar su propia "danza salvaje" con la pedalera del instrumento. Fue una ocasión ideal para volver a escuchar el órgano Klais Opus 1912 –la joya de la Sala Sinfónica del CCK–, que Sebastián Achenbach ejecutó desde su consola móvil, situada en el escenario y conectada a través de cinco cables con la consola fija emplazada en el piso superior de la sala.
El maestro Vieu no oculta su predilección por esta pieza de Barber: "Para mí, es la obra del programa; es maravillosa y Sebastián Achenbach la ejecuta de manera extraordinaria. Es de una enorme dificultad, mucho más de lo que parece: de hecho es la obra más difícil del programa. Por otra parte, los compositores norteamericanos son los menos frecuentados por la Sinfónica Nacional en sus setenta años de existencia. De repente se ha interpretado algún Copland, algún Gershwin alguna vez, pero no es muy habitual que se toque algo así".
El director también enfatizó el espíritu cinematográfico con que se suceden los climas de esta Toccata: "Creo que todo lo que se ha escrito después para cine sale de acá", nos comentó mientras aludía a bandas sonoras como las que escribió John Williams para Star Wars, Indiana Jones o E. T. Y añadió: "En todas las películas espaciales –también es el caso de Star Trek–, hay mucho inspirado, por no decir robado, de lo que han compuesto Aaron Copland y Samuel Barber. Esto es especialmente notorio en esta Toccata festiva; no es que se hayan robado sus melodías, pero sí sus colores orquestales, el tipo de instrumentación: en especial, el modo en que está escrita la parte de los cornos, en un estilo muy norteamericano".
El órgano funciona como "puente acústico" para la segunda parte del programa, donde también cumple un rol destacado, primero reforzando las texturas, más tarde aventurando intervenciones dramáticas o un obstinado interludio solista. La Misa glagolítica de Leoš Janáček (1854-1928) es una obra fundamental de uno de los compositores más originales de la primera mitad del siglo XX. Es su única gran composición según un texto sacro y está concebida para la sala de concierto, no para el uso litúrgico. Por magia de la fonética y de una música que combina aspectos arcaizantes con otros modernísimos, uno se ve transportado a los fantaseados inicios de la cultura eslava. (Aclaremos que el "glagolítico" no es un idioma, sino uno de los alfabetos –otro es el cirílico– en los que se redactaba el antiguo eslavo eclesiástico.)
Vieu nos instruye acerca del cóctel estilístico que Janáček pone en juego en esta obra tardía: "Supone una mezcla, porque aparecen motivos que parecen provenir de la liturgia rusa, grandes corales o intervenciones de la cuerda medio responsoriales o casi canónicas –cosas que aparecen en obras como En las estepas de Asia Central de Borodin, o en el Boris Godunov de Musorgski–. Después hay un momento que es netamente checo, que recuerda la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvořák La introducción del Agnus Dei, por ejemplo, se parece al inicio del tercer acto de Turandot de Puccini… Es muy raro: es como una mezcla de distintos estilos que él fue plasmando. Pero no puede decirse que sea una obra de búsqueda, porque es su última composición: murió luego de revisarla y, de hecho, creo que ni llegó a escucharla en esta versión".
La repetición de breves motivos y células rítmicas y melódicas es otra contraseña del estilo del compositor checo: "No se trata de un criterio estrictamente minimalista", aclara el director, "pero Janáček usa los motivos de manera insistente, los repite una y otra vez, los exprime, en ocasiones los varía… Son como células, sin duda podemos llamarlos así. Y, por otra parte, todo el tiempo hay polirritmia (N. del R.: la "polirritmia" es una suerte de "contrapunto rítmico", que se produce por la superposición de dos o más ritmos diferentes ejecutados simultáneamente). ¡Hay de todo! Es una obra de una gran complejidad desde lo armónico, lo contrapuntístico, lo rítmico, lo orquestal, desde el balance, también desde el idioma… Y, aunque dure poco, no por eso contiene menos información que la Missa solemnis de Beethoven. Es decir que estamos ante una gran obra, pero condensada en aproximadamente 45 minutos. ¡Te deja exprimido! (Risas.) Sin embargo, tiene una gran ventaja: produce un enorme impacto en cuanto a los climas que genera. Y a pesar de que tiene momentos muy disonantes, no es nada árida de oír".
La Misa glagolítica se estrenó en 1927, pero al año siguiente el compositor la sometió a una importante revisión y simplificó algunos de sus rasgos: es en esta versión final que ahora podemos escucharla en Buenos Aires. Aunque es una obra de vejez, Janáček elude todo estado de ánimo crepuscular. Por el contrario, privilegia la amplitud expresiva, en un arco donde el espíritu exultante se impone sobre la melancolía. Esta misa peculiar de un compositor agnóstico, que rechazó la extremaunción en su lecho de muerte, vacila entre lo sagrado y lo profano. ¿O más bien debemos decir que no duda en tomar partido por los valores terrenales de la existencia? Mucho más tarde, uno de sus compatriotas –el escritor Milan Kundera– resumiría esta paradoja en una página de su libro Los testamentos traicionados (1993): "Es más un orgía que una misa". Todo aquel que recuerde la delirante fanfarria con que termina la obra difícilmente se niegue a darle la razón.
* La Orquesta Sinfónica Nacional se presentó el pasado miércoles 22 de mayo en la Sala Sinfónica del CCK, junto al Coro Polifónico Nacional, bajo la dirección del maestro Carlos Vieu. Se interpretaron obras de Leoš Janáček, Lucio Bruno Videla y Samuel Barber. El concierto se repite hoy, viernes 24 de mayo, a las 20:00 en el mismo lugar (Sala Sinfónica del CCK, Sarmiento 151, con entrada libre y gratuita). Participan Raúl Domínguez como maestro preparador, el organista Sebastián Achenbach y los solistas Mónica Ferracani (soprano), María Florencia Machado (mezzo), Enrique Folger (tenor) y Mario De Salvo (barítono).