Por Gilda Manso
En el 2006, el blog era uno de los medios de comunicación popular que más se usaban. En octubre de ese año me sumé a eso, y abrí un blog. Lo que publicaba allí no tenía una temática fija: recuerdos de mi infancia, situaciones cotidianas de las que era testigo y por algún motivo me llamaban la atención, fragmentos de libros que leía y me gustaban, y cuentos breves.
Siempre supe que sería escritora –ser escritora no fue una decisión sino la consecuencia de una certeza-, y en el 2006, con 23 años y con el surgimiento de esa red de comunicación horizontal, los blogs, empecé a escribir en serio.
Los cuentos que escribía eran breves por dos motivos: primero, el formato del blog así lo requería; segundo (que en realidad es primero), nunca digo en diez palabras lo que puedo decir en cinco. Esta especie de ley personal manda tanto en mis cuentos como en mis novelas: intento que nada sobre.
El formato blog, entonces, fue un aliado impensado.
Los siguientes dos o tres años fueron de escritura imparable, de intercambio con otros escritores que, como yo, usaban un blog para mostrar lo que escribían, y también con personas que no eran escritores de oficio, pero que también usaban un blog para decir lo que querían. Fueron unos años hermosos. Si antes sabía que era escritora, en ese momento ejercía mi oficio. Intercambiaba opiniones con gente que estaba en la misma situación que yo, en Argentina o en otros países. Con algunos sigo en contacto, otros incluso se convirtieron en amigos muy queridos.
Muchos de los cuentos que forman Los bordes del mundo nacieron ahí y entonces son cuentos que no siguen un orden establecido, al menos no un orden que yo pueda notar. Muchos tienen origen en cosas verídicas (recuerdos, detalles de conversaciones que escuché, situaciones que me contaron, cosas que veía y me disparaban la idea para la ficción), y muchos otros son ficción pura, y creo que lo mejor es no revelar cuáles pertenecen a un grupo y cuáles a otro. Hay cuentos realistas y cuentos fantásticos, y me gusta que estén mezclados, como si la realidad y la fantasía fueran parte de lo mismo.
Y si bien los cuentos de este libro no tienen un orden establecido, noté (como si fuera una testigo y no su autora) que los animales en general y los perros en particular tienen un papel preponderante. El perro de la imagen de portada hace alusión a uno de los perros de "Hermandad", el cuento que cierra el libro, pero también hay perros en "Un mamut a secas", en "Pelícano", en "Curtido y callejero", en "Cliché". A veces son protagonistas y otras veces simplemente están ahí. Releyendo el libro pensé: "¿Por qué siempre escribo con perros?", una vez más como si fuera testigo, no autora.
La respuesta duerme a mi lado, mientras escribo esto: mi perro, Pepo, tiene la extraordinaria capacidad, la fantástica cualidad de ser todos los perros y, al mismo tiempo, el único perro del mundo. Y algo en lo que caigo ahora: Pepo llegó a casa en el 2006, el año en el que, creo, empezó todo esto.
Y digo creo porque quién sabe, en realidad, dónde empiezan y terminan las cosas, dónde están los bordes del mundo.
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