Por Florencia Garramuño
Escribo e investigo sobre diversos aspectos de la cultura brasileña – literatura, música, artes – desde hace casi treinta años. Hacía tiempo veía pensando un tanto vagamente en reunir algunos ensayos ya escritos y darles forma en un libro, pero otros nuevos proyectos de investigación y de escritura fueron interponiéndose y tomando mi tiempo.
Cuando los editores de Paidós se acercaron con la idea de que escribiera un libro general sobre la cultura brasileña, pensé que era la oportunidad para llevar a cabo ese proyecto y que además me permitiría ampliar lo que ya tenía escrito y demorarme en otros aspectos fundamentales de la cultura brasileña que siempre me habían interesado pero sobre los que nunca había escrito: la esclavitud, la bossa nova, la cultura de las favelas, la música de Caetano Veloso y Chico Buarque.
Pero ¿cómo organizar ese laberinto riquísimo, lleno de vericuetos, que se organizaba en mi cabeza, recorriendo libros, paisajes, músicas, pueblos y prácticas artísticas que en algún momento me habían impactado y que volvían con potencia asombrosa a mi mente cada vez que pensaba en el libro?
Descubrí que cuando pensaba en alguno de esos problemas, nunca aparecían aislados ni detenidos en un momento cronológico específico, sino que se enmarañaban en la formulación que diversas áreas de la cultura habían hecho de ellos a lo largo de décadas; a veces, incluso, siglos. Decidí entonces que el libro no tendría un orden cronológico ni disciplinario, sino que buscaría más bien desplegar las conexiones, las transformaciones de una cultura vista en movimiento, en constante reformulación y devenir.
Eso implicó algunos saltos temporales, como pensar la experiencia de la esclavitud desde la potencia que escenifican las culturas de origen africano hoy, que gracias a estudios recientes sobre la esclavitud, además, pueden trazar su genealogía a prácticas que ocurrieron en aquel contexto infernal de la esclavitud, y reconocer por ejemplo la potencia del batuque, hoy manifiesto en varios géneros de la música brasileña, ya en las primeras reuniones de esclavos donde el batuque fue una forma de rebeldía; o pensar la favela ya no simplemente desde un punto de vista sociológico sino como un espacio productor de una estética propia que ha sido fundamental, al menos desde los años de 1930, en la construcción de formas culturales– como el samba – y de formas de convivencia y participación política particulares. Y del que emerge, y Marielle Franco fue un ejemplo de eso, una nueva forma de política.
Quise mostrar una parte del Brasil a través de algunas de sus manifestaciones y problemas culturales, tomando de ellos no solo un modo de interpretar su propia cultura, sino pensándolos además como estrategias de intervención y de transformación de los varios Brasiles posibles, con sus futuros y sus promesas incumplidas, con sus fiestas y celebraciones, con su inteligencia y sofisticación, con sus tragedias y sus duelos. Pero también quise mostrar cómo el Brasil interviene en el mundo, cómo lo interpreta y la contraimagen que ofrece a otras formas de organizar la vida en común. Brasil caníbal.
Ninguna nación del mundo tiene una única cultura: los países están hechos de pueblos, y sus culturas están, a su vez, atravesadas por la diferencia. Brasil, por su extensión casi continental y por la diversidad de pueblos que a lo largo de la historia lo habitaron y fueron mezclándose y adoptando y transformando rasgos de las culturas de los pueblos que llegaron o fueron forzados a habitar el país —como los esclavos africanos— acaso sea uno de los países donde esa diversidad fue acuñando con mayor intensidad un verdadero palimpsesto de culturas, donde se superponen —a menudo sin poder distinguirse unas de las otras, otras veces con una violencia espeluznante— fragmentos de culturas de origen étnico (afrobrasileño, portugués, yanomami, kaingang, nambikwara, árabe, japonés) o social (culturas regionales, de favelados, juvenil, etc.). Cualquier ambición de abarcar todas esas diversidades es, decididamente, imposible.
Busqué en el libro abandonar ese afán totalizador y enfrentarme en cambio a algunas de las dificultades y contradicciones que despliegan solo unas pocas de las producciones culturales sin intentar domesticarlas.
Mientras escribía el libro, Brasil – una vez más – se veía envuelto en una serie de acontecimientos dramáticos – el impeachment a la presidenta Dilma Rousseff, los desastres ambientales que están cambiando radicalmente su paisaje, la pérdida irreparable de gran cantidad de artefactos culturales que se fueron con el incendio del Museo Nacional, el dramático giro a la extrema derecha representado por el gobierno de Jair Bolsonaro.
Viajé varias veces al país mientras duró la escritura de este libro, y fui testigo de esas transformaciones. El presente se imponía a menudo con su violencia y escribir en presente, al menos en algunos tramos, se me hizo, muchas veces, imperioso. Esa cultura en movimiento se estremecía ante mis ojos. Una cierta urgencia se apoderó del libro, de los editores y de mí misma. El presente reescribía con violencia el pasado y todo lo vivido se empozaba en el alma, diría, tergiversando apenas un poco a César Vallejo.
El tiempo del verano me permitió, en días frenéticos de escritura y noches iluminadas por las luciérnagas, terminar el libro que, como todos los libros -al menos los míos- siento que más se interrumpe que se termina. Ojalá el libro pudiera titilar como las luciérnagas en una noche de verano.
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