Laurence Debray (42) no tuvo una infancia normal. Hija del filósofo francés Régis Debray y de la antropóloga venezolana Elizabeth Burgos, asegura que la postergación que sufrió por la militancia de sus padres la inoculó contra la revolución. En sus palabras, la volvió "impermeable a la mística de la lucha y de las mañanas gloriosas".
En iHija de revolucionarios/i (Anagrama, 2018), reconstruye la historia de sus padres, su compromiso, su militancia, sus batallas. Para tratar de entender. "Su destino me ha conmovido, su voluntad me ha dejado pasmada y su compromiso extremista me ha hecho penar por su sufrimiento y su desfallecimiento. Pero no he logrado asirlos", escribe.
Laurence nació en 1976, cuando su padre, Régis Debray, ya era un ícono revolucionario: con apenas 27 años, tras conocer a un triunfante Fidel Castro en Cuba, había teorizado aquella experiencia con la idea de exportarla, en un famoso libro, Revolución en la revolución, y luego intentó formar parte de ella internándose en la selva boliviana con el Che en 1967. La experiencia le valió casi cuatro años de prisión en Bolivia. Cuando salió de allí ya había entrado en la historia.
Pero todo esto no le interesaba a la pequeña Laurence; ella "sólo quería contar con un padre, una madre y una situación clara". Ser como los demás. Hoy se pregunta: "¿Cómo criar un niño cuando se rechaza el contrato familiar…?"
Laurence ama y admira a sus padres, eso se transparenta en varios pasajes del libro, pero también los juzga severamente, con la implacabilidad con que sólo pueden hacerlo los hijos. La cercanía, la cotidianeidad, opacan el mito. "Es verdad -dice Laurence, ante la consulta de Infobae sobre si los hijos son los jueces más duros de los padres-. Tengo la parte íntima del cuento, que a lo mejor el enemigo político no tiene. Tengo al padre, al personaje público, y luego al personaje íntimo y las incoherencias entre la vida pública y la vida privada".
Laurence vivió la mayor parte de su infancia y adolescencia entre Francia y España. Pero también pasó largas temporadas en la patria de su madre, Venezuela, país al que aprendió a amar desde temprano.
Por eso es implacable con esa "izquierda caviar" (gauche caviar), como la llaman los franceses, que admira las "revoluciones" latinoamericanas desde prudente distancia y refugiada en la comodidad de economías capitalistas desarrolladas de las que sólo reniegan de palabra. Y también con esa parte de la izquierda tradicional que sigue leyendo la realidad de este continente con anteojeras ideológicas. Por caso, recientemente se cruzó en televisión con el ex candidato a presidente Jean-Luc Mélenchon (antes del Partido Socialista, hoy referente de la corriente de izquierda La France insoumise), en un debate en el que lo interpeló por su respaldo a Nicolás Maduro.
"¿Cómo es posible que mis padres aprobaran un proyecto político como aquel [Cuba], fundado sobre la represión, la exclusión y el poder absoluto?", se pregunta Laurence Debray en el libro. Y si en aquel entonces ellos podían alegar juventud, desconocimiento, la reincidencia no tiene justificación. Por eso ella vivió muy mal el respaldo de su padre a Hugo Chávez y su "dictadura narcopopulista", como la define, implacable.
En esta charla con Infobae, Laurence Debray explica qué la llevó a escribir esta indagación en la vida de sus padres, habla de su admiración por el rey español Juan Carlos y su rol en la transición española ("Mi padre y yo defendíamos cada cual a nuestro tipo de monarquía", ironiza, aludiendo al estilo monárquico de Francois Mitterrand, de quien Régis Debray fue asesor), y hace una dura requisitoria contra los que apoyan causas imaginarias sin ver que en la realidad se vuelven cómplices de crímenes contra la humanidad.
Laurence admite la dificultad para entender realmente a sus padres, para dialogar verdaderamente con ellos, incluso después del libro, que ambos leyeron. "Eran mis padres, mi entorno más íntimo, pero aún así el más indiscernible", admite en el libro.
"Crecí en un mundo binario, en el que lo gris no cabía y los tibios eran denigrados", afirma en el libro. Por eso su sensatez, la madurez con la cual "analiza" a sus padres, es muy valorable. Los ve anclados en el pasado, nostálgicos. Y eso no es inocuo, dice, porque "demasiado dogmatismo limita la capacidad de adaptación".
— ¿Sus padres leyeron el libro?
— Sí, leyeron el manuscrito antes de que se publicara. No quería hacerlo sin su autorización. No soy tan mala (risas). Ellos sabían que estaba escribiendo algo pero no sabían qué. Y unos meses antes de la publicación, les di el manuscrito, incluso les di la libertad de cambiar o de quitar cosas, de hacerme comentarios, etcétera. Es que no quería chocarles, no quería causarles dolor; quería establecer un diálogo. Quería un diálogo con ellos.
— ¿Corrigieron muchas cosas?
— Mi padre quitó algunas cosas, sobre todo de la tortura en la cárcel [en Bolivia]; no le gustaba que entrase en ese nivel de detalles íntimos. Además me decía que muchos habían muerto y al lado de eso lo de él no fue tan grave. Y mi madre quiso aclararme algunas cosas diciéndome: "No, pero no entiendes, estábamos del lado bueno. Y eran tiempos tan difíciles, y queríamos de verdad…". Subrayó que sus intenciones eran buenas, eran sobre todo sinceras.
— Claro.
— Pero luego tampoco pudimos dialogar más, y hay muchas preguntas todavía abiertas en este libro. Y yo creo que ya está construido algo… es muy difícil romper el silencio después de tantos años.
— Sí. Sobre todo dentro de una familia, porque el vínculo padres hijos no es un vínculo de pares. ¿Para los hijos puede resultar un poco sacrílego meterse en la vida de los padres? ¿No sentía cierto prurito al respecto?
— No, sentía que había algo como sagrado y yo tenía ese afán, esa necesidad de entender por qué era sagrado. No quise ser impúdica revelando cosas porque tampoco yo iba a un nivel de intimidad entre ellos. Solo quería entender lo que les había pasado.
— ¿Ese fue su objetivo con el libro, una suerte de catarsis?
— Sí, era algo como averiguar cuáles son mis orígenes casi simbólicos. Qué quiere decir llevar ese apellido, qué significa. Porque obviamente significaba otra cosa como apellido y necesitaba entender eso. A los 40 años, con dos hijos, bueno, ya es tiempo, ya es hora.
— ¿Hay peor juez de un padre que los hijos?
— Sí, los enemigos. Yo no soy una enemiga. Incluso creo que a través del libro le rindo homenaje también a esa vida. Yo pensé que era importante subrayar que en un momento dado la política fue como una fe grande y sincera. Intenté mostrar los dos lados. No me veo como una enemiga de mi padre o de mi madre.
— Pero no quise decir enemiga, sino juez, en el sentido de haber sido testigo y tener elementos que otros no tienen…
— Tiene razón, tengo la parte íntima del cuento, que a lo mejor el enemigo político no tiene. Tengo al padre, al personaje público, y luego al personaje íntimo y las incoherencias entre la vida pública y la vida privada. Eso sí.
— ¿Hubo algún modelo para escribir el libro? Otros "hijos" han hecho esta experiencia de escudriñar el compromiso de los padres, como Julie Gavras, la hija de Costa-Gravras, a través de una película, iLa culpa es de Fidel/i, que su libro me hizo recordar…
— Sí, pero yo quise protegerme de todo eso. Porque era mi historia, eran mis padres… Solo ahora, porque voy a encontrarme con Martín Sivak en la Feria del Libro, leí con mucho interés su libro [El salto de papá, Seix Barral 2017]. Pero no me hubiera gustado leerlo antes. Quería aislarme entre los archivos que tenía sobre mis padres, mis recuerdos y testimonios y evitar la influencia de otros.
— Una cosa en la que usted va contra la corriente es el interés y la admiración por el rey de España, Juan Carlos.
— (Risas) Sí, sí, me siento muy sola apoyando al rey, no somos muchos.
— Es que mucha gente asocia todavía la palabra monarquía al pasado y cree que el rey es una especie de déspota en las monarquías europeas actuales, cuando en realidad tienen menos poder que un presidente latinoamericano.
— Sí, y las monarquías constitucionales de hoy tienen los mayores índices de democracia en el mundo. Además yo quería subrayar el papel democratizador del rey en una España que pasó de un sistema dictatorial como el franquista a una democracia europea y moderna. Él fue el motor del cambio. Es decir que tuvo un papel histórico, no fue un rey cualquiera, que sólo estuvo ahí porque era nieto e hijo de rey, sino que tuvo de verdad un papel importante. Igual lo siento mucho por los elefantes, y por las amantes, lo siento. Pero desde el punto de vista histórico tengo que decir que jugó un rol importante. Eso no se puede negar. Jugó un papel muy positivo y no hay tantos que lo hayan hecho en el siglo XX en Europa. Después de la Segunda Guerra Mundial, tuvimos a De Gaulle, a Churchill y muchos otros, pero luego ya no tuvimos tantos. Entonces, además de ser guapo y simpático, que eso también ayuda, tuvo un rol protagónico en la transición española.
— ¿Al hijo cómo lo ves?
— Lo veo muy bien preparado. Muy serio. Pero demasiado… ¿liso, se puede decir? Un niño perfecto. Es encantador, pero no tanto como el padre, es más serio. El primero de la clase. Tiene profundidad, tiene gracia, pero no la muestra facialmente. Es muy controlado. Como que no se atreve. Teme meter la pata. No se atreve a soltar una carcajada en una reunión. No se atreve. Al menos por el momento, quién sabe más adelante. El Rey, el mío, no escuchaba a sus voceros, que eran todos muy buenos. Este rey los escucha demasiado, entonces está como muy controlado.
— Volviendo al tema del compromiso de los 70, aquella generación actuó en un tiempo en el que era difícil sustraerse a la tendencia del momento, a la polarización, y también al atractivo de la revolución. Pero en el libro se analiza qué pasa después, pero 30, 40 años más tarde, seguir defendiendo la revolución cubana o el chavismo…
— Sin vivir ahí. Sin vivir ahí. Porque es muy lindo defender las revoluciones y estar en París comiendo todos los días y con un sistema de seguridad social donde todo funciona. Por eso ese romanticismo ya no lo aguanto más. Hay muchos políticos en esa postura, y uno en particular que se metió conmigo por el tema de Venezuela, y para mí…
No sé cómo pretenden defender a los pobres y al pueblo y dar lecciones de moral apoyando la revolución bolivariana
— ¿Quién? ¿Jean-Luc Mélenchon?
— Sí. Es una vergüenza. O sea no sé cómo pretenden defender a los pobres y al pueblo y dar lecciones de moral apoyando la revolución bolivariana, la revolución castrista, ir a esos países, pero de viaje oficial, sin vivir la vida de la gente en lo cotidiano. No digo que vayan a un barrio, a un rancho, no, basta con ver cómo está la clase media. Eso me da una rabia… Sabiendo lo que pasa allá, teniendo a mi familia en Venezuela, para mí es imperdonable. Son cómplices de crímenes contra la humanidad, porque allí se está muriendo de hambre la gente. Son cómplices, porque no pueden decir que no sabían, ahora todo se sabe. No es como en Rusia en los años 50, que no sabían, que no podían viajar, ahora se sabe todo. No, eso no lo puedo perdonar. Me da mucha rabia cuando hablo de eso, mucha rabia.
— ¿Por qué cree que siguen defendiendo esto regímenes con tanta fuerza?
— La propaganda castrista es súper eficaz. Como la propaganda soviética en su tiempo.
— Lo raro es lo que dura…
— Dura porque esta gente, si lo pone en cuestión, entonces debería repensar todas las causas de su vida. Aunque bueno, Mélenchon solo fue senador del Partido Socialista, con chófer y secretario, o sea que en su caso lo de la causa tampoco es excusa.
— Lo mismo sucede aquí con los sobrevivientes de la generación de los 60 y 70. Algunos hacen una lectura autocrítica, pero la mayoría no.
— Hay un romanticismo en todo esto. Claro que el mundo podría ser mejor y más igualitario, yo encantada de la vida, pero si la propia izquierda no hace ese tipo de autocrítica, como pasa ahora en Francia, si no construye una nueva identidad, no va a poder seguir teniendo vigencia en el siglo XXI, porque el mundo cambió. Hay que mirar la historia.
— ¿Está siguiendo la actualidad de Venezuela?
— Estuve ahí hace un mes, dos meses.
— ¿Existe realmente una alternativa al régimen bolivariano? ¿Es posible una salida que evite la profundización del enfrentamiento?
— Guaidó es un hombre muy serio, es la antítesis del típico político venezolano, y eso me cayó muy bien.
— ¿En qué sentido la antítesis?
— En el sentido de que no tiene un ego exagerado. El problema en Venezuela son los egos, los egos en la oposición. A Guaidó la popularidad no se le subió a la cabeza. Yo le dije "oye, vamos a llamar a George Clooney para que te dé trucos para lidiar con la popularidad", y él me dijo "no, es que no he conseguido nada hasta ahora". Él es muy claro. Y tiene un plan país, conoce súper bien todos los temas económicos, todos los datos. Tiene una computadora en la cabeza. Y tiene un plan país. El problema de la oposición es que son anti maduristas nada más, pero yo no quiero que retrocedan 20 años porque Chávez no llegó por nada. Creo que Guaidó y esta generación joven, que luchó desde el principio por la libertad de prensa, por la libertad de expresión, por los derechos humanos, que se atreve a marchar y marchar, y muchos están en la cárcel; ellos sí, creo que tienen una visión del país de mañana. Pero los viejos de la oposición, ya están quemados, siguen ahí e impiden que avance otra generación. Mi temor es que si cae Maduro –ojo, estaría encantada-, la transición sea muy sacrificada. Porque no sé si están bien preparados. Y es muy difícil prepararse porque le cuento, en Venezuela, el día a día es: ¿dónde duermo, qué como, dónde me ducho, dónde me meto? Imagínese, hay que sobrevivir, y eso acapara la cabeza. Así no se puede pensar el país de mañana. El día a día es muy duro. Sobrevivir en Venezuela es muy duro. Guaidó no tiene seguridad, es su primo el que le hace de guardaespaldas, entonces se vive mucho estrés.
— Las acusaciones que le hacen de ser un agente de la CIA…
— Claro, eso funciona desde hace 60 años, menos mal que están los americanos porque si no, no sé qué excusas tendrían. También el Grupo de Lima está detrás. Europa también. No está solo Trump. Y se olvidan siempre del pobre Canadá que hizo mucho.
— ¿En qué está trabajando en este momento?
— Ahora estoy haciendo un documental sobre Venezuela para la cadena franco alemana ARTE.
—¿Está escribiendo, tiene otro proyecto?
— Espero seguir escribiendo, y seguramente será sobre Venezuela también. Sobre cómo es ver a tu país derrumbarse, cómo se siente uno. Siempre pensé que un país era una estructura sólida. Entonces cómo puede uno reaccionar, cómo hacer el duelo de un país. Quisiera escribir el duelo de un país.
—¿Qué repercusión tuvo tu libro en Francia?
— Muy buena.
— ¿Tu padre sigue siendo muy conocido allá o las nuevas generaciones ya no lo recuerdan tanto?
— Mi padre sigue en el mármol, como un gran intelectual. El libro obtuvo tres premios, algo que yo ni siquiera había soñado. Llegó también en un momento de cambio generacional en Francia, porque (el presidente Emmanuel) Macron echó a toda la generación de mis padres del poder; lo tomaron muy mal. Pero el libro tuvo mucho éxito y no me puedo quejar. Creo que también es porque yo fui un poco la primera en decir "vamos a deconstruir los mitos, lo podemos hacer, no pasa nada"…
— Pero su padre ha sabido reinventarse, no es alguien que se haya quedado totalmente anclado en el pasado.
— Sí, tiene razón. Es un gran escritor, un gran intelectual. Estoy muy orgullosa de eso, solo que pienso de otra manera y vivo de otra manera. Mi generación ya tiene que afirmarse más, no vivir en la sombra.
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