#TeatroEnInfobae: todas las caras de Enrique Santos Discépolo

En “Enrique”, en el Teatro de la Comedia, se recrea un ficticio último día del gran letrista de tangos en su camarín. Allí, el encuentro con un “Che pibe” funciona como disparador para recorrer una obra apasionante y una vida apasionada

Por Luis Longhi

“Enrique”, en el Teatro de la Comedia

Enrique surge de la necesidad de subir a escena a uno de los mayores superhéroes de la cultura nacional y popular como lo es Enrique Santos Discépolo.

Este pequeño gran hombre fue un luchador incansable, un artista inconmensurable, un tipo que entendió la función social del arte y salió, con las tripas al aire, a desplegar todo su talento entregando su vida por el arte y por el otro. Desgranó, bañado en lágrimas, en cada uno de los versos de sus tangos, las penurias del que sufre, del que lucha, del que llora.

En esta Argentina neoliberal, fría y despiadada, si hay algo que no podemos ser los artistas es indiferentes. Ninguno de nosotros (la mayoría, en todo caso), no estamos aquí solamente para entretener. Hombres probos como Enrique nos enseñaron cómo debemos actuar los artistas ante el avasallamiento, ante la crueldad de la asquerosa oligarquía y sus secuaces.

El proceso creativo arranca desde la investigación profunda de la vida y la obra de Discepolín que fue, tal vez, el más grande letrista de tangos de toda la historia. Un tipo que entendió el inconsciente colectivo argentino como pocos, como Charly García, como León Gieco, como Cátulo Castillo, como Homero Manzi. Del estudio a la escritura de la obra hubo sólo tiempo y una voluntad, unas ganas arrasadoras de corporizar esa nariz, esa cabeza, esa pequeña estatura monumental que tuvo Discepolín.

Enrique Santos Discepolo

Los ejes sobre los que gira la obra son múltiples: las poéticas del que cuenta, del que narra, del que actúa, del que baila; el trasvasamiento creativo de la realidad efectiva a la mágica aventura del arte; el corazón puesto al servicio del desclasado, del marginal, del cabecita negra. Uno simplemente lo que hace es buscar, desesperadamente, lleno de esperanzas, el camino que los sueños prometieron a sus ansias.

Nuestra obra transcurre en el camarín del teatro a donde Enrique está a punto de salir a escena, el último día de su vida. Aparece el "Che Pibe" del teatro (interpretado magistralmente por Nico Cúcaro) a informarle que "quedan 10 minutos para empezar". Enrique se las ingenia para eternizar, hasta límites insospechados, esos 10 minutos.

El tiempo real deja de contar y en ese tiempo subjetivo se zambulle de cuerpo, corazón y alma a transmitirle a ese muchachito de apenas 20 años todos los registros, secretos, poéticas de la creación. Casi como un profesor-alumno en el arduo proceso de iniciación en el mundo del arte y de la vida. De golpe, casi sin darse cuenta, el pibe está componiendo un tango con el mismísimo Discepolín.

Y a ese proceso creativo no le son ajenos todos los miedos y fantasmas de la vida de Enrique, que se van corporizando a través de máscaras, objetos, citas y apariciones. Inevitablemente ambos personajes entran en ese laberinto de sensaciones encontradas, de caminos sin salida, en el que, a veces, te lleva la búsqueda a través del arte.

Todos los objetos que aparecen en la obra cobran trascendencia teatral, ninguno es azaroso. Fue un gran trabajo, un acierto de nuestro director Rubén Pires. Una pelota, un sifón, un teléfono, una aceituna y, por supuesto, el piano, se activan al tiempo que los actores e interactúan de manera sorprendente. Discepolín era un intuitivo de la música, como Gardel. Sus conocimientos musicales eran muy precarios, pero su instinto musical era monstruoso. Quizá pocas veces se preste atención a que él mismo fue el compositor de la mayoría de sus tangos (Cambalache, Yira-Yira, Martirio, Infamia, Canción Desesperada).

Encontrar la palabra exacta, la frase musical adecuada podía llevarlo a un grado de desesperación cercano a la locura. Por eso el piano. Discepolín, en nuestra recreación, encuentra en ese instrumento el refugio en el que esconderse de la realidad, adonde escaparse cada vez que se topa con la mueca de la mentira, del desamor, del desencanto.

Luis Longhi

El tango en nuestra obra es el motor, el engranaje que desparrama cada una de sus piezas en cada frase de Enrique. El espectador, de pronto, se va a encontrar presenciando cómo Discepolín le explica al Muchacho la fórmula de la creación de un tango, cómo se dice, cómo se modula, cómo se escribe, incluso cómo se baila: "Sabés vos, pibe, ¿por qué el tango se baila en dirección contraria a las agujas del reloj? Para que el tiempo se detenga, y tu vida se inmortalice en ese abrazo conmovedor que une, por tres minutos, a dos almas sensibles que se consuelan mutuamente de los males que los agobian. Y para esos dos que se abrazan, el tango es un salvavidas".

Y si de Enrique Santos Discépolo hablamos, no podíamos quedar ajenos a su fervorosa adhesión al peronismo en los últimos años de su vida. Sobre todo a partir de su fulgurosa aparición como escritor y protagonista del programa Pienso y digo lo que pienso en donde encontró la síntesis de su antagonista (de su antagonista de ayer, de nuestro antagonista de hoy) que es Mordisquito. Ese repulsivo ser que solamente piensa en sí mismo, en el bienestar personal, en su jardín, en su habitat. Los Mordisquito no saben lo que es pensar en el otro, no les interesa. Los tiempos trascienden y se multiplican. Los "aquí y ahora" de ayer, lamentablemente se repiten. Cambia la forma, claro.

La derecha vernácula en otros tiempos apeló a las armas, a los bombardeos a la Plaza de Mayo para desbarrancar gobiernos democráticos, nacionales y populares. Hoy han evolucionado al punto que entendieron que simplemente siendo los dueños de la pelota, es decir, manejando un descomunal y despiadado aparato comunicacional, se puede lograr hasta lo impensado, es decir, por ejemplo, que el obrero vote por el patrón, que el trabajador deje de ser el artífice de su destino para quedar en manos de la asquerosa oligarquía brutal, liberal y corporativa. Contra ese monstruo cruel se enfrentó Enrique Santos Discépolo. Contra ese monstruo también nos enfrentamos nosotros.

*Enrique, de Luis Longhi
Domingos, 18hs. Teatro de la Comedia (Rodríguez Peña 1062)
Con Luis Longhi y Nico Cúcaro
Dirección: Ruben Pires

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