Cuando supe de la edición del primer volumen de Diez lugares contados tuve inmediata curiosidad. Y en cuanto estuvo en mis manos, me zambullí en la lectura de los cuentos: había escritores de peso y relatos sabrosos de mi provincia. Total satisfacción. El detalle es que en ese momento no tenía idea que, más o menos un año después, tendría por delante una ardua pero atrapante tarea. Ir por la segunda. El viaje hasta llegar a concretarla resultó fascinante. Al respecto pido disculpas por la licencia de citarme a mí mismo pero… En el prólogo del libro escribí que aquellos cuentos de la primera edición "quedaron en mi memoria y cada vez que recorro las rutas y caminos de Buenos Aires, en viajes familiares, laborales y vacaciones, regresan a mí en forma de pequeñas instantáneas que revelan cómo somos los bonaerenses, cómo nos vemos, a qué huele nuestra generosa tierra, de qué sonidos se nutre la enorme extensión de territorio que -suele repetirse como dato de color- ocuparía e incluso superaría la superficie de uno o varios países". Así arranqué.
Entonces, esta edición es, con sus particularidades narrativas que la distinguen, una continuación de 10 lugares contados. Antología de cuentos bonaerenses (2017) y ambas se inscriben en el programa Leer Hace Bien que creó el Ministerio de Gestión Cultural de la Provincia de Buenos Aires y lleva editados varios libros además de los que aquí nos ocupan.
De aquel proyecto se mantuvo premisa inicial -ambientar los relatos en pueblos, ciudades y paisajes de la provincia- pero esta vez y desde ese punto de partida básico, hubo piedra libre creativa. Así es que tuvimos/tenemos a diez escritores de distintas generaciones, orígenes y estilos, hombres y mujeres con peso específico en el panorama de la narrativa argentina contemporánea. Con satisfacción profesional, puedo asegurar que el plantel convocado estuvo a la altura del acontecimiento. Algunos amigos, otros más cercanos y también otros/as con quienes nunca había tratado, respondieron con amabilidad y buena predisposición. Incluso, en un gesto que los distingue y para desmentir el estereotipo del perfeccionismo obsesivo que los hace pedir siempre una última posibilidad de corrección, cumplieron con los plazos de entrega.
Cumplido el objetivo, debo decir que esta tarea determinó una enriquecedora y satisfactoria experiencia desde todo punto de vista. Fascinante también, porque condujo a adentrarme en la cocina creativa de 10 notables escritores y presenciar, de principio a fin, un arte que siempre me había resultado misterioso a la distancia. Como bonaerense –soy de Olavarría, la ciudad del cemento y el TC entre otras cosas- sentía que cada cuento debía reflejar en los pequeños detalles de tiempo y espacio (aquello del botón y la muestra), en los personajes y sus circunstancias, en cada situación dramática, hilarante, nostálgica o surrealista, la abrumadora diversidad de una provincia con el tamaño de un país. Creo que cumplimos ese objetivo. Reservada a cada uno de los lectores, que ojalá sean muchos, está la potestad de confirmar esta esperanzada sensación.
En el camino, quedan los recuerdos del work in progres que ahora regresan con prepotencia a la hora de repasar la cocina de este querido libro. Las primeras listas, las bajas y altas de escritores que no podían participar por determinados e impostergables compromisos anteriormente tomados. Aquí me detengo para mencionar el caso de mi querida compañera y amiga Mariana Enriquez, quien hasta último momento hizo el esfuerzo pero fue derrotada por sus múltiples y bien merecidas obligaciones de escritora contemporánea top. Algunos otros autores no respondieron a la invitación (también estarían muy ocupados) y hubo quien me condujo a su agente, que amable pero tajantemente respondió que "no". Obviamente, no hard feelings.
Cuando tuvimos confirmada la lista de los diez participantes, algo así como mi propia selección argentina privada, desarrollé un vínculo muy especial con todos ellos. Algunos/as completos desconocidos para mí (y yo para ellos), otros viejos conocidos de la vida profesional en redacciones y ámbitos culturales, también algunos amigos. En todos los casos, a lo largo de los meses cuando definíamos locación y estilo de los relatos, coordinábamos agendas para viajar a los lugares elegidos o simplemente conversábamos sobre el proyecto, tuve el honor de que me dispensaran su tiempo, compartieran sus fuentes de inspiración y hasta ¡pidieran permiso! "Che, ¿qué onda si lo escribo así, en tal o cual lugar'" o simplemente "se me ocurrió hacer esto, ¿puedo?"
En este momento del texto debo hacer nombres propios. Desde Mar del Plata, la ciudad que ama y disfruta cada mañana que lleva a su hija al colegio, Carlos Balmaceda -uno de los completos desconocidos, hasta ese momento- fue amable y bien predispuesto. Tiempo después, cuando ya habíamos completado el trabajo y esperábamos por la impresión del libro, pudimos encontrarnos una tarde de noviembre en un bar de la calle Güemes de su ciudad. Hablamos de nuestras historias, de los amigos en común, de futuros proyectos y de nuestros hijos (por cierto Carlos, gracias por las recomendaciones para comprar regalos…). Con Jorge Fernández Díaz, una verdadera estrella del mundo periodístico-literario argentino del momento, ponernos a trabajar en este proyecto significó para mí retomar contacto con una persona muy generosa y humilde. Nos habíamos conocido gracias a los buenos oficios diplomáticos de mi amigo Ricardo Siri (Liniers, nada menos) en la redacción de La Nación que ya no existe, a metros del Luna Park. Y su pluma en este libro, no descubro nada en afirmarlo pero debo dejar constancia, enriqueció y potenció el atractivo de este libro.
Sylvia Iparraguirre también estuvo bien predispuesta en todo momento y después de las presentaciones de rigor, tuvimos una larga charla telefónica una mañana del invierno de 2018 que dejó todo listo para que ella comience a escribir. Hablamos de Los Toldos, el pueblo que fue su segundo hogar por muchos años, de la idiosincrasia bonaerense -allí recordé a Laprida, la pequeña ciudad natal de mi madre- y de cómo la gente en esos lugares a veces habla poco, y hace mucho. De Natalia Moret había leído con placer su novela Un publicista en apuros pero tampoco nos conocíamos. Desde ese momento, y a lo largo de este tiempo, puedo decir que construímos una buena relación de complicidad intelectual e inevitablemente familiar (con las historias de nuestros hijos e hijas obviamente) que, intuyo, se mantendrá inalterable con el paso de los años.
Algo parecido sucedió con Ana Wajszczuk, quien vivía al momento de iniciarse el proceso de este libro, el maravilloso instante de la perplejidad, el cansando y el amor infinito que deparan un debut como madre. Aún así, y supongo que haciendo una pausa entre las distintas demandas de su bebé, plasmó en un magnífico texto de lindos recuerdos sobre sus viajes familiares a Balcarce. Con Cecilia Szperling, mi casi vecina de barrio porteño, todo fluyó igualmente aunque en su caso, ideó un plan de escritura que puso a prueba también mis dotes de productor periodístico. "Quiero escribir de la casa de Victoria Ocampo de San Isidro…" me hizo saber y desde ese momento, inicié la tarea de tomar contacto con las autoridades del hoy espacio cultural para coordinar una visita y estadía en tal maravilloso escenario (por supuesto todavía hay quienes no la conocen, cumplo en recomendar un paseo). Aquí es necesario entonces, agradecer la buena predisposición de todos las personas que trabajan en el Observatorio UNESCO Victoria Ocampo y especialmente de Gloria Silva Seeber, responsable de Programa y Comunicación.
Fernanda García Lao, amiga de un amigo pero también desconocida hasta ese momento, respondió inmediatamente al convite y dejó flotando -bien en su estilo que hace del absurdo y los "quiebres insólitos" una saludable marca de identidad- que su cuenta iba a estar ambientado en Carmen de Patagones… Un lugar al que nunca fue. Puntual y exquisita entregó su relato, uno de los más llamativos y movilizadores (a mi entender).
Dejé para el final y a propósito, a los tres amigos que integran este seleccionado. Entonces debo decir que Miguel Russo, querido compañero de redacciones varias, no me sorprendió cuando me contó de qué iba su historia. Digo "no me sorprendió" porque el magnífico cuento que nos traslada por la ruta 2 ida y vuelta hasta Chascomús, habla de fútbol, una pasión que nos hermana (él de Platense, yo de Boca). Con Marcelo Birmajer, también viejo compañero -casi de las mismas redacciones que Miguel-, iniciar esta tarea significó reencontrarlo después de unos cuantos años. Bastó que recordáramos el hotel de Manhattan que alguna vez me recomendó (bueno y barato), para que el vínculo retomara calidez y su viaje a Carlos Casares se tradujera en un gracioso relato sobre los gauchos judíos y sus circunstancias.
Lograr que Fabián Casas estuviera era, a decir de nuestro amigo en común Alejandro, una "misión imposible" por el cuelgue del personaje en cuestión. Pero lo logramos, él y yo, porque esta vez no hubo cuelgue y el señor morocho de anteojos de marco grueso y reconocida militancia sanlorencista, se portó y entregó a tiempo. Propuso viajar a Duggan -cerca de San Antonio de Areco- y un sábado a la tarde, en compañía de su hermano, allí estuvo para visitar a un poeta amigo. Pero más importante que eso, y perdón Fabian por la disgresión, en su texto emergen esos pensamientos bonsai que él plasma como nadie en un texto literario: los amigos, la muerte, el paso del tiempo, los lugares. Todo eso en un cuento magnífico.
Diez lugares contados II fue presentado en la librería Ateneo Grand Splendid con la participación de seis de los diez escritores (ver foto) junto al Ministro de Gestión Cultural bonaerense, Alejandro Gómez, y la directora del programa, Alejandra Ramírez.
El amplio arco estilístico imaginado –de Jorge Fernández Díaz y Sylvia Iparraguirre a Fabián Casas y Cecilia Szperling, por citar sólo algunos de los notables involucrados- se tradujo en 10 relatos que van del costumbrismo a la fantasía, bordean la crónica o simplemente cumplen su función básica: contar una historia, introducirnos con los personajes, vivir sus experiencias. Como frutilla del postre, la escenografía se asocia y posibilita un amplio panorama geográfico que involucra la llanura pampeana, el límite con la Patagonia, el alocado conurbano y la pampa bonaerense profunda. Una saludable invitación a viajar con ellos y sus palabras.
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