"Templos de barrio": una muestra sobre la santísima trinidad de Marcelo Pombo

En su última exposición, el artista argentino construye tres espacios que se articulan como los de un cuento y a partir de los cuales se puede realizar un viaje con el arte como religión

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Por Laura Isola

“Templos de barrio”, de Marcelo
“Templos de barrio”, de Marcelo Pombo

El número 3 es, podemos arriesgar, la forma de organización más frecuente y constitutiva de muchas culturas. Es sagrado: en la mayoría de las religiones comprende toda la vida y la experiencia en la combinación del uno con el dos. Es nacimiento, existencia y muerte; pasado, presente y futuro.

Vemos que las narraciones clásicas tienen introducción, nudo y desenlace. Necesitan de esa trinidad regulatoria para hacer avanzar el relato. Se verifica mucho en los cuentos infantiles y las fábulas que son, entre otras cosas, géneros pedagógicos. Con estos relatos se anima a la imaginación, al tiempo que se da un orden al mundo, se lo vertebra y repara. Los malos y los buenos, el peligro y la salvación, la pérdida y la recompensa. También, los ricos y los pobres, el príncipe y el mendigo. Todas esas oposiciones encuentran la tercera vía; por eso son normalizadores y tipifican eso que llamamos "vida".

Retrato de Marcelo Pombo (Alberto
Retrato de Marcelo Pombo (Alberto Goldenstein)

Templos de barrio, la exhibición de Marcelo Pombo, está dividida en tres partes. La sala inicial lleva por título La destrucción del templo de Jerusalén; luego una segunda estancia que se ha nombrado Bruma de Belén en el Riachuelo y a continuación, Templos de barrio, un lugar recoleto de cuyas paredes cuelgan obras. Las tres habitaciones como las de un cuento. El de Anita y los tres osos en la peripecia de la niña que va de cuarto en cuarto para probar cada una de las piezas. La de los tres chanchitos y la fortaleza de cada una de sus casas.

Uno. Con enormes bloques recubiertos de tela plateada, Pombo instruye muy bien sobre el sentido de la profanación. Mejor dicho, nos prepara para ese pasaje a lo largo del recorrido por este espacio del arte. Es posible pensar en un rito, en cuyo caso, el artista es el iniciador. Algo de chamán, un poco de profeta. Que ordena niveles y relatos. Modela una obra como una plegaria que repite versos para encadenar discursos, formas, tradiciones y motivos. Como una canción, le gusta decir a Pombo. Una pegadiza y pop. La que será también parte de la religión.

Fragmento del Templo de Jerusalén
Fragmento del Templo de Jerusalén – Portal 2019, Telgopor, tela transfer plateada y alfileres

Sabían muy bien los juristas romanos qué quería decir profanar: acto que necesitaba de un objeto que había sido divino. Para poder ser sustraído del uso religioso o sagrado y devuelto al uso de los hombres. Al contrario de consagrar, que sería el camino inverso, el de sacar del ámbito de lo ordinario para dotar a los objetos de un aura sacra, profanar es devolvérselos a los hombres. Estos prismas son la exaltación del procedimiento: son los materiales, la geometría y el brillo, que van a seguir apareciendo más adelante en el transcurso de la obra. Es la presentación de componentes y razones. Referencia sutil a sus obras pasadas en el presente de la instalación.

Dos. La segunda estancia, el recorrido, este vía crucis actual y pagano por la galería, es una instalación conmovedora: amor a primera vista. Con cartones de cajas de alimentos, bolsas de tiendas de ropa, papeles de envolver mercaderías está realizado el techo: las marcas de los alimentos que contenían se entremezclan y superponen. No es la lógica del supermercado, prolijo y seriado. Es la del rejunte, el desperdicio, el desecho después del gasto. Tampoco son los márgenes y lo que queda afuera de la sociedad de consumo. No hay una crítica ni mucho menos ironía. Hay amor, de nuevo. Es una pieza que promueve una adoración y pasión. Tanto en el sentido de sentimiento fuerte amatorio como en el de sufrimiento. Es emotivo y enternecedor. Hay una casa, además, y afuera está nevando bolitas de telgopor.

Bruma de Belén en el
Bruma de Belén en el Riachuelo. Instalación: Hierro, cartón, madera, telgopor, tela, lona, nylon, ladrillo, brillantina, esmalte sintético, nylon

Pensaba en el cuento que tanto adoré de niña: La vendedora de cerillas, palabra que me encantaba y sólo usé, en vez de fósforos, para leer su título. La pequeña que se gastó los fósforos de uno en uno porque no los ha vendido y el calor de esas llamitas le servía para imaginar lugares hermosos, fiestas y comidas. Era Nochebuena en, supongo, Dinamarca, ya que su autor Hans Christian Andersen era danés. Cuando prendió el último, vio caer una estrella y sabía por su abuela fallecida, que era un signo de que alguien había muerto. Entonces, la niña la vio llegar desde el cielo y juntas se fueron donde no hay hambre ni frío. A la mañana siguiente la encontraron, aquellos que pasaron sin mirarla, a la chiquita muerta en la calle. No me olvido jamás de la tristeza al leerlo. Es probable que haya llorado. Sin embargo, recuerdo la moraleja: una lección acerca de la compasión.
Además de la cita a su propia obra Navidad en San Francisco Solano de 1991, por el contrario, la nieve de Pombo es un espectáculo. No es para nada una advertencia como en el cuento a las clases sociales sumidas en la miseria, hambre y dolor, sufriendo los embates de la naturaleza sin que nadie los auxilie. La fantasía de la nieve en las barriadas. Lo que embellece y alegra. Aquello que ocurre, que es de naturaleza (y de la Naturaleza) imposible y produce magia.

Dentro de esa casa humilde hay un pesebre. O el esquema de un pesebre: esa formación reconocible por la ubicación. Sobre una mesa, con una disposición especial. En el centro, el ladrillo rojo, brillante y refulgente, es el niño Jesús. Es la noche mesiánica de la que se ocupa Giorgio Agamben. El momento en que se termina la fábula y entra la historia: "el gesto de la criatura se libera de todo su espesor mágico, jurídico o adivinatorio y se convierte sencillamente en humano y profano", escribe en Fábula e historia. Consideraciones sobre el pesebre. Los animales ya no hablan con en los relatos y están mudos junto a los hombres. Son sus herramientas de trabajo, ya no aconsejan, advierten o disciplinan como en los apólogos.

Por eso, en la dialéctica entre lo sagrado y lo profano, según aprendimos con Agamben, se mueven las estructuras profundas del pensamiento de Marcelo Pombo. Esas que deja salir a la superficie de la sala, en el modo de obras de arte, para propiciar una hipótesis como pregunta: ¿qué relaciones hay entre el arte contemporáneo y la idea de lo sagrado? Porque si para el arte de la Edad Media no había duda alguna, por poner ejemplo fácil, la esfera de lo sacro se perdió para la práctica artística contemporánea. En este caso, lo profano sería esa restitución. El arte contemporáneo, el de Pombo, por caso, no puede sino profanar y con eso dar la idea de su sacralidad implícita.

Tres. El último salón refiere, con bastante adecuación, a un pequeño lugar de oración. Una capilla con bancos de madera y una figura central. Un tapiz que teje su vínculo con la artesanía. Aquella que lo mantiene a Pombo siempre del lado del artista artesano y la manualidad. El que hace sus propias obras como no podría ser de otro modo. A los lados, en los muros de la nave, hay retablos con escenas. Las que necesitan de un desciframiento.

Tamborcito de Curupaity
Tamborcito de Curupaity

Alimento para el alma en las exquisiteces y las golosinas raras, la celebración de María, la madre/su madre, el tambor de Curupaytí en referencia a Cándido López, entre otros, en los títulos y nombres de cada una de estas miniaturas. La hagiografía de sus "santitos" está enmarcada en las cajas donde se hace verdadera la devoción sin intermediarios. Ese culto personal al que le que cantaba Depeche Mode en Personal Jesus: Alcanzar y tocar la fe/Tu propio y personal Jesús/Alguien para escuchar tus oraciones.

Templo de la caca encantada,
Templo de la caca encantada, 2019. Caja de madera, cajas de cartón, arcilla con membrana acrílica, goma espuma, telas de algodón, lana merino, esmalte sintético, brillantina, vidrio y fotografía

Pombo elige a Evaristo Carriego, en especial, en Misas herejes, para sus canciones de barrio y sus viejos sermones. Carriego y su rara sencillez; su extraña solemnidad. Un evocador de los tipos sociales que, a esta altura, es imposible referir sin Borges adosado. Carriego es, en todo caso, el que leyó Borges y ubicó entre sus precursores. El interés por las "orillas", una manera poderosa de evitar los términos subsidiarios, tales como periferia o suburbios, está primero en Carriego. Un romántico tardío con un coloquialismo realista, alejado de la moda rubendariana, construyó cuadros de costumbres de esos lugares nuevos: el tejido urbano en formación. Por eso, el fervor de las orillas es implacable. Pero, sobre todo, es la clave para que los universales salgan con la silla a la vereda, como en el barrio, las tardecitas de verano.

*Templos de barrio
Marcelo Pombo
Texto Federico Baeza
Barro. Galería de arte contemporáneo
Caboto 531. La Boca
De martes a viernes de 12 a 18 y sábados de 15 a 19.
Hasta mediados el 11 de mayo.

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