Hay secretos, muertes, ruinas, destrucción, pasado, complicidades, reencuentros, partidas y regresos. En octubre de 2010 la escritora y directora teatral Cynthia Edul fue por primera vez a Siria, la tierra natal de parte de su familia, junto a su madre, quien llevaba varios años sin visitar aquel país. De ese viaje se sirve La tierra empezaba a arder (Lumen, 2019) para plantear un doble recorrido que, como si se tratara de un juego de espejos, llevará al lector a atravesar la historia de un país que se desangra luego de años de una dictadura salvaje y una guerra feroz y, por otro lado, la vida de lo que queda de una familia en un lugar arrasado.
Es que la autora estuvo en aquel territorio -que tiene mucho de mítico para la literatura universal y la historia y que desde Occidente pareciera ser extremadamente árido de descifrar- poco antes de las primeras manifestaciones que se conocieron como la Primavera Árabe. Después de aquel momento de protestas civiles en las calles, llegarían al país el recrudecimiento del régimen dictatorial de Bashar al-Assad y un drama humanitario que pareciera no tener fin.
Combinando fragmentos de memoria familiar con pequeños ensayos, tramos con el tono de una bitácora de viaje y observación lúcida, la narradora consigue echar luz sobre esa tierra que, mucho antes de aquel viaje iniciático, empezaba a arder.
-La frase que se repite, como leit motiv, a lo largo del libro es aquella que le dice la tía a la narradora: "La Siria que vos conociste ya no existe más". ¿Qué Siria conociste primero en el relato familiar y luego cuando viajaste en 2010?
-Hay un gran signo de pregunta para mí sobre ese territorio que en la geografía familiar tuvo tantas capas. Por eso aparece el tema de los regresos. Todos volvieron, iban, venían. Está la capa del encuentro de lo que yo conocí. Entonces aparece una pregunta muy fuerte que tiene que ver con todo lo que se me reveló ahí. Por un lado, yo iba a Siria a visitar la tierra de mis abuelos. Y, de repente, llegué y me encontré con un régimen militar que, aunque lo conocía, verlo en acción fue algo que no podía creer, entre el asombro y el horror. Por otro lado, me encontré con una tierra de cuyo encuentro no voy a poder salir. Quedé capturada, diría, en el encuentro con Medio Oriente, que es muy fuerte. Es algo que les pasó a muchos escritores y también a turistas. Es fuerte en el buen sentido. Ahí se hizo mucho más contundente, para mí, la historia del cristianismo, por ejemplo. Uno desde acá asocia todo lo que pasa allá al Islam. Y el islamismo es de alguna manera historia moderna para esas tierras. En la novela aparece como una especie de chiste, pero es como ir con una Biblia en la mano e ir diciendo "fue acá". De ese modo se va entrando en la materialidad de esa historia. Y esto vuelve todavía más violento el saber que todo eso materialmente se destruyó.
-Cuando vos llegás tenés la posibilidad de recorrer, de encontrarte con parte de la familia. ¿Te encontrás con algo muy distinto de lo que imaginabas o te habían contado?
-De alguna manera pude ver la construcción occidental que se hace de una especie de distopía islámica, que es lo que supuestamente pasa ahí en medio de la enorme destrucción que deja la guerra hoy. Un territorio que, por otra parte, Occidente supuestamente viene a liberar. Entonces, bajo la piel del cordero de la liberación se esconde el lobo de la ocupación y el lobo de la destrucción. Eso también era otra capa de ese encuentro que tuve con esa tierra, más allá de la historia de mis abuelos y de mi historia familiar, que está muy ligada a ese lugar. Después, también aparece una suerte de temperatura. Una temperatura visual y corporal, que tiene que ver con esa geografía. Hay algo de la construcción histórica: lo que uno conoce históricamente de esos lugares, que son tan literarios y que aparecen en todos los relatos antiguos, donde a la vez se juega una visión para mí. En este sentido me sirvió para pensar en qué es lo que tiene carnadura y qué no para cada uno y dónde se cruza. Cuando mi tía me dijo "la Siria que vos conociste ya no existe más" fue muy contundente y eso me dejó tildada. Entonces me pareció que lo que la escritura tenía que abrir era la exploración de eso.
De alguna manera pude ver la construcción occidental que se hace de una especie de distopía islámica, que es lo que supuestamente pasa ahí en medio de la enorme destrucción que deja la guerra hoy. Un territorio que, por otra parte, Occidente supuestamente viene a liberar. Entonces, bajo la piel del cordero de la liberación se esconde el lobo de la ocupación y el lobo de la destrucción
-En medio de este viaje de madre e hija, también hay un viaje previo. Porque la Siria que había conocido la madre de la narradora tampoco existe. ¿Qué pasa con los regresos?
-Esa es otra capa, ahí se ve el choque cuando acompaño a mi madre en su regreso. Yo trabajo el tópico de los regresos. Para mí es ir por primera vez, la que regresa es ella. El choque fue brutal, ella no entendía ese lugar. Porque había vivido ahí dos veces, pero había tenido una vida completamente secular ahí. Yo tengo las fotos de ella viviendo allá y estaban de musculosa y shorcito en los '70. Y, de repente, todo fue otra cosa. Ella no entendía. Hay una escena muy fuerte, caminando con mi mamá y mi tía en Damasco, que las dos no paraban de hablar y mi mamá le preguntaba: "¿Qué pasó?". Y mi tía iba dando clase, de alguna manera, nos decía que después de 2001, con el anti-arabismo mundial, digamos, las mujeres empezaron a taparse como un tema de defender su propia identidad. Obviamente es mucho más que eso, esto empieza en los '80 más fuertemente. Entonces fue volver bajo un régimen político que, si bien cuando mi madre vivía allá en los '70, estaba empezando, cuando fuimos en el 2010 era una olla a presión que no se podía soportar. Fue ver, de alguna manera, el efecto de una dictadura de 40 años en la calle. Es muy abrumador el trabajo de la iconografía. Hay fotos del presidente todo el tiempo, en todos lados. Estás sentada en un restaurante y tenés una foto, un retrato, un cuadro, un póster. Salís a la calle y tenés una gigantografía. Llegaste a la esquina y tenés otra gigantografía. Después te metés al taxi y tiene que tener la foto.
-Hay varias escenas en el libro que reflejan cierto temor por parte de tu madre.
-Es que el tema del secreto es muy fuerte en el régimen. La sensación de que no se puede hablar de nada. Alguien después de leer el libro me decía: "¿Tu mamá es así de paranoica?". Y en realidad no es paranoica, es muy real lo que pasa. Entonces el desconcierto fue muy fuerte para ella en su regreso. Mirar a través de sus ojos me hacía también estar todo el tiempo desplazada. Además es encontrarse con eso que uno sabe, que el territorio se destruyó, que una civilización se destruyó y no quedó nada. De Aleppo, por ejemplo, no quedó nada. Es una locura lo que pasó. Además de eso, cuando uno empieza a ir hacia abajo, empieza a ver todo lo que la destrucción se llevó.
-La madre en un momento se pregunta qué hace Occidente con esto. ¿Encontraste algún tipo de respuesta para ese interrogante?
-Sí, ella dice "¿El mundo dónde está?". Es que es muy brutal. Se está hablando de uno de los genocidios más grandes de la historia moderna. Los números son abrumadores. Tanto que se dejó de contar. Desde 2015 no se cuenta más. Entonces no se sabe la cantidad exacta de muertos pero es brutal. En lo que tiene que ver con los desaparecidos, Human Rights Watch lo que hace es trabajar con unos satélites. Ellos tienen identificados los centros clandestinos de detención. Pero lo que van midiendo es cómo crece la tierra cavada. De acuerdo a cómo va creciendo la tierra cavada ellos calculan la cantidad de nuevos desaparecidos que hay. Ellos muestran en fotos y ahí se va viendo cómo avanza de manera exponencial el sistema de la represión. Además de la gente que murió, por supuesto, con los bombardeos, con las armas químicas. La pregunta que se tienen que hacer los intelectuales es qué es lo que pasa o qué pasó para que después de la Shoah -cuando supuestamente se hizo un revisionismo teórico y cultural para pensar qué es un hombre, digamos, qué son los derechos humanos y los crímenes de lesa humanidad- hoy esté pasando esto y no ocurra absolutamente nada. Y nada es nada.
-¿Tenés hipótesis de por qué pasa esto?
-Tengo una hipótesis que es una hipótesis teórica, que es lo que plantea Giorgio Agamben en Lo que queda de Auschwitz. Él va sobre una escena, cuando se juntaban los Kapos, que eran parte de los prisioneros de los campos de concentración (N. de la R: eran prisioneros con determinados privilegios, que solían trabajar en espacios administrativos de bajo rango) y jugaban un partido de fútbol con los soldados nazis en la puerta del campo. Agamben dice que ese partido de fútbol, a las puertas del infierno, se sigue jugando todos los días en todos lados. Eso sigue, ese partido de fútbol se está jugando sistemáticamente y las puertas del infierno están ahí. Hay algo de eso. Y, después, en algo más propio y político, siento que se le baja el precio a una ciudadanía. Esto va de la mano con lo anterior, pero veo que se la construye como una ciudadanía de segunda. Entonces, en tanto ciudadanía de segunda, ¿qué importa? En la novela lo digo de alguna manera: cuando destruyen Palmira todos los diarios del mundo estaban escandalizados. Ahora, por las muertes diarias de los civiles se escandalizaron menos o casi nadie. No aparecía prácticamente en ningún diario del mundo. También esto tiene que ver con cómo se va construyendo el campo simbólico de la periferia. Algo que me queda muy claro con esta guerra es que los países centrales no van a entrar en guerra en sus territorios. Entonces entran en guerra en territorios sustitutos. La Guerra del Líbano fue un ejercicio de esto y lo que ocurre en Siria también lo es. Es una condición de la periferia. Cuando vos te creés que estás viendo una distopía islámica y te decidís a atravesarla empezás a ver cómo es la organización de los poderes ahí adentro y entendés que es todavía más preocupante todo.
Se está hablando de uno de los genocidios más grandes de la historia moderna. Los números son abrumadores. Tanto que se dejó de contar. Desde 2015 no se cuenta más. Entonces no se sabe la cantidad exacta de muertos pero es brutal
-¿Hay un silenciamiento?
-Sí. Y hay algo de ese silenciamiento que tiene que ver con bajarle el precio. Si hay algo en este sentido que fue muy efectivo es la islamofobia. Me pasa hoy, cuando hay tanta fascinación alrededor de la figura de (Michel) Houellebecq, por ejemplo, que me da un ataque de nervios. Sobre todo porque pienso en lo que hicieron los franceses en Medio Oriente. Hay que estudiar lo que fue la colonización francesa en ese territorio. Houellebecq habla desde un lugar en el que los franceses parecieran no tener nada que ver. Y se provoca una fascinación alrededor de hablar de un supuesto monstruo del Islam que no es así.
-En el libro impacta la velocidad de la destrucción. Contás un viaje y al poco tiempo nada de eso existe.
-Es muy violento, no se ha visto algo igual. Es muy violento hacer el juego del antes y el después. En Internet se ve mucho de esto y es devastador, es como una suerte de archivo infinito. Todo esto ocurre como un huracán de violencia que se llevó puesto un país. En el conflicto armado, las milicias rebeldes, como las llaman, no tienen aviones. Los aviones son de Rusia y el ejército sirio. O sea que todo lo que hoy se ve destruido desde arriba, toda la destrucción de edificios, viene de ahí, del ejército Sirio y de Rusia con la colaboración de otros.
-La novela trabaja fuertemente con esto y hay algunas imágenes indelebles, como la de los cadáveres que se describe que están enterrados en jardines. ¿Cómo llegás a eso?
-Eso es terrible. En este sentido me interesó el trabajo de una artista libanesa que se llama Tania El Khoury, que vive en Londres, y armó una instalación. Ella tomó testimonios de familiares de asesinados que enterraron a sus seres queridos en los jardines. Entonces vos entrás a la instalación, que siempre se hace en jardines, y te encontrás con tumbas. Adentro de esas fosas hay unos parlantes con las voces de los familiares que van contando la historia de esas personas asesinadas por el régimen. Esto muestra, entre otras cosas, algo que pasa: cómo la dictadura empezó a atacar los cementerios en los días de los entierros o les hacía firmar a los familiares un documento en el que exoneraban al régimen a futuro de las responsabilidades de esas muertes. Ver todo esto desde acá es impresionante, además, si uno analiza que en muchas cuestiones la forma de proceder de allá es idéntica a la de la dictadura militar en la Argentina. Entonces uno puede ver el sistema global de la represión y preguntarse cómo puede ser que se exporte esto. Ahí aparece otra vez esa pregunta de mi madre, que decía "¿y el mundo dónde está?". Más que una pregunta es una enunciación desesperada.
La pregunta que se tienen que hacer los intelectuales es qué es lo que pasa o qué pasó para que después de la Shoah -cuando supuestamente se hizo un revisionismo teórico y cultural para pensar qué es un hombre, digamos, qué son los derechos humanos y los crímenes de lesa humanidad- hoy esté pasando esto y no ocurra absolutamente nada. Y nada es nada
-Uno de los temas que se señalaba en la presentación de tu libro y que le da algo de actualidad, si cabe el término, a la novela, es la pregunta sobre qué es ser árabe hoy y en particular qué es ser una mujer árabe hoy. ¿Te surgió ese interrogante mientras escribías?
-De alguna manera manera es la pregunta que pasa por abajo. Y por eso las protagonistas son mujeres. Todas tienen una identidad de alguna forma, en todas hay una suerte de desacomodo. En realidad todos en el libro están en una posición incómoda, ninguno está cómodo. La activista de la que la narradora se hace amiga está en una posición incómoda y también es una mujer. Y también tiene un tema de reivindicación de género, que ella lo lleva mucho más al discurso. Está la adolescente a la que van a casar, la abuela a la que casaron con un desconocido. Uno toma esos relatos y a veces se dice: "Ah, en esa época era así". Pero si te ponés en los zapatos de esas mujeres, ¿por qué sería distinto lo que les pasaba de lo que nos podría pasar a nosotras si hoy nos casan con un desconocido? ¿En qué cambia? ¿Es solo una cuestión de época? Yo calculo que debía haber bastante temor en eso, no imagino como algo grato esos casamientos por encargo. Creo que pudieron haber sido bastante traumáticos. El relato del inmigrante se construyó desde un lugar muy mítico, muy del "así eran las tradiciones de la época". Pero, cuando empezamos a revisar para atrás, estamos empezando a ver que todas esas tradiciones dejaron heridas.
-La abuela es directamente un silencio en la novela.
-Sí, claro, ella es eso. Después está la tía, que aparece como una reivindicación de lo propio como mujer. Ser una mujer árabe hoy es tener todas estas preguntas a flor de piel. Todas estas preguntas que hoy están en agenda me parece que en un sistema tan patriarcal como el árabe se vuelven extremadamente agudas. Casi como que no hay medias tintas en nada. Todo queda muy al descubierto y muy nítidamente. La Primavera Árabe avanzó en materia de los derechos civiles, tenía que ver con ese tipo de reivindicaciones. Pero no estaba en agenda la cuestión de la mujer. Eso lo trabaja un sociólogo francés-argelino, Sami Naïr, que dice que es increíble que después de la revolución de la Primavera Árabe se generó un retroceso más grande en términos de los derechos de las mujeres. Si no es fácil ser árabe hoy, porque justamente es cargar con el peso simbólico de lo que se construye alrededor del arabismo como una ciudadanía degradada y decadente y llevar eso con uno tiene un peso muy fuerte, menos lo es ser una mujer. Así y todo hay movimientos muy interesantes dentro del feminismo árabe. Hay representantes que generan una agenda conceptual muy interesante. No es fácil ser una mujer árabe, ni antes ni ahora, en términos de la jerarquía que tiene el hombre. Es mucho más extremo todo. Y también hay que entender por qué se dieron esos retrocesos, porque no siempre fue tan así.
-En un momento del libro se marca de alguna manera la paradoja de cubrirse para reivindicar una identidad.
-Es que el problema que vos tenés ahí es un problema mucho más grave de lo que se cree. Cuando mi tía me dice que a partir del 2001 y del ataque de Occidente al mundo árabe todas las mujeres se empezaron a cubrir como una forma de afirmar su propia identidad, ahí yo dije: "Esto no se resuelve más, esto es un bardo". Porque el ataque hace que se refugien en un pasado más arcaico. Entonces, ¿quién gana en esta? ¿Y por qué gana? En un punto esto termina siendo funcional a un sistema. En el medio te llevaste puesta la cuna de la civilización y un pedazo de humanidad. ¿Quién gana en la construcción del anti-arabismo y la islamofobia? Es increíble que, bajo el discurso de "los queremos liberar" lo único que hacen es profundizar lo más arcaico. Porque, justamente, lo que hizo Occidente fue no apoyar los movimientos revolucionarios de Medio Oriente. O meterse a hacer lío ahí adentro, meterse mal. Entonces se ve que no les es conveniente. Es lo que planteo en el libro en relación con Arabia Saudita. Está la islamofobia, el anti-arabismo, hasta que con Arabia Saudita no se mete nadie porque son los que mueven la plata en serio. ¿Quién gana en esta construcción? Creo que ahí hay una cuestión a revisar.
-Durante la presentación del libro pude presenciar un pequeño debate entre quienes se preguntaban si este libro era una novela o se podría enmarcar en otro tipo de género. ¿Qué pensás vos? ¿Por qué La tierra empezaba a arder es una novela o por qué no es solamente una novela?
-Yo tuve esa discusión también. Para mí es una novela y lo es en términos de lo que es una novela en el siglo XXI. La novela en el siglo XXI es así. La forma de la novela desde hace por lo menos treinta años viene rompiendo sus bordes de manera muy evidente. Esta indiferenciación, en términos de género, es algo que practica la novela contemporánea. Creo que la novela decimonónica y sus derivados, del personaje, la trama y demás, es algo sobre lo que se avanzó mucho. Literariamente y, además, porque fue absorbida por los medios de comunicación y las series, por ejemplo. Algo de toda esa estructura ya fue tomado. Entonces la novela, como práctica de escritura, empezó a ir hacia otras formas, a cruzarse con otros discursos. Eso se puede rastrear, se podría hablar de treinta años a esta parte. Se llama la "post-autonomía", lo que Josefina Ludmer trabaja en esos términos. Por eso puedo decir que es una novela del siglo XXI porque la novela es así. Pero después, en términos de género, yo creo que uno podría decir que es una "non-fiction" novel, para que cuadre mejor en algún estante. Pero, por el trabajo que hace con el lenguaje, y por el trabajo que hace con la estructura y con la voz, no puede estar ahí solamente. Entonces en esos términos es claramente una novela.
-Lo curioso, tal vez, es que el material del que se sirve la novela, en este caso, es esa Siria que no existe más y una familia que tampoco existe más como tal, que es la tuya.
-Sí. En términos del núcleo familiar está el impacto. Porque está toda esa destrucción y, por ejemplo, algo de lo más loco que pasa en mi familia que es un juicio de sucesión en Damasco por un edificio que era de mi abuelo. Y uno dice: "¿y ese juicio sigue? ¡A título de qué si no quedó nada!". También está la paradoja. A la vez, mis tíos volvieron de Siria y se murieron acá en la Argentina. Mi otro tío también falleció. Quedan solamente dos hermanos en el medio de ese juicio y mi primo que vive en Damasco. Todo se fue volviendo extremadamente vulnerable en ese plano. Es muy difícil de recuperar el lazo familiar. Y también eso hace que el decir que tal lugar "no existe más" sea doblemente doloroso.
-¿Es, como dice la bajada del título, el último regreso a Siria para vos?
-Para mí sí. Al menos a eso que yo había conocido, sin dudas. Y también es muy difícil regresar cuando ya te tienen identificado. No tomaría ese emprendimiento. Volver se torna muy difícil. Y la pregunta sería a qué, por un lado. ¿A ser testigo de la destrucción? Podría ser, quizá hay que testimoniar eso. Pero a eso que yo conocí ya no se puede regresar. Es extremadamente brutal la destrucción. Lo que quizá se puede seguir haciendo es hablar desde el lugar del testigo.
Seguí leyendo