Imaginar. Todo empieza por ahí.
Pero, ¿qué determina esas imágenes que aparecen, más intempestivas que sensatas, en la mente del artista? Si quisiéramos pensar en la historia de la imaginación en la Argentina, ¿cómo sería?
¿Qué forma tendría ese sujeto representado en las artes visuales, el "nosotros" de un país en permanente metamorfosis?
Eran las once y monedas de la mañana cuando el sol se posó justo encima de Buenos Aires y Victoria Noorthoorn tomó el micrófono. En el buffet del Museo de Arte Moderno —luego de unos cuantos cafés junto a artistas, periodistas y críticos de arte—, su directora dio la bienvenida, hizo los agradecimientos pertinentes y presentó a "quien los guiará en este viaje por la imaginación argentina". Javier Villa, curador de esta megamuestra titulada, justamente, Una historia de la imaginación en la Argentina, saludó, se acomodó un poco el flequillo y esbozó una breve introducción de todo lo que veríamos. Una exposición ambiciosa, interesante.
"Esta es una curaduría que se hizo en la ruta, no en la oficina", dijo sobre el trabajo en conjunto con Belén Coluccio y Marcos Krämer, y agregó que "en esta exposición aparece mucho el 'nosotros', y al preguntarnos cómo definirlo, ese 'nosotros' se vuelve un todos, un todas, un todes". Antes de comenzar con el recorrido, aseguró que "es necesario preguntarse por la tradición, por la violencia de la tradición, hacerse cargo de eso, y también preguntarse por todos los muertos que enterramos, tan presentes en estas obras".
En definitiva, pensar la historia de la imaginación en la Argentina es abrazar las distintas formas —aunque no tan disímiles— que ha tenido la idea de libertad, pero afrontar, también, la muerte, el dolor y los fantasmas. Fantasía y violencia como ejes de la Nación.
Este safari, que contiene más de 250 obras que van desde el siglo XVIII hasta la actualidad, empieza con una antesala. Plantas, flores, máscaras, telas colgadas. Parte de esa instalación, que bien podría ser un cementerio indígena al rayo del sol, es del artista Carlos Herrera. La primera impresión es agradable aunque desconcertante, lo cual ayuda a dar el impulso al siguiente paso: ingresar a la primera sala, el primero de los cinco mambos. "La Pampa" comienza con gran oscuridad, con paredes negras. Hay cuadros coloridos, paisajes fantasmagóricos y llanuras impecablemente eternas. Obras de Pueyrredón y de Sívori, por ejemplo. "El vacío pampeano: tierra y cielo", comenta Villa y seguimos.
Ahora, en espejo a esta primera parte, una segunda, pero con fondo blanco. Torres, formas abstractas, el ombú —"donde se anida la altiva águila real", como escribe Esteban Echeverría—, estatuillas de caballos, reyes y espadas. Al fondo, imponente, una obra de Daniel Santoro: El descamisado gigante arrasa un campo de soja transgénica. La muestra, que está atravesada por un imaginario que bien ha desarrollado también la literatura, encuentra un anclaje en La cautiva, el poema épico que Echeverría publicó en 1837 dentro del libro Rimas: el rapto de un soldado y su valiente esposa María a manos de una tribu indígena. En el texto, como acá, el paisaje se erige protagonista.
La segunda sección de la exposición se llama "Matadero" y da cuenta de la innegable violencia constitutiva de nuestra historia. Hay calaveras, asesinatos, tortura animal, la instalación de una cañería carcomida (Luciana Lamothe), una cabeza clavada en una pica (Pablo Suárez) y una pintura de un caballo muerto ya hecho carroña de varios animales menores (Calixto Mamaní), entre tantas otras obras. Un escalofrío recorre la espalda del espectador más sensible.
El siguiente episodio es "El litoral" y el color de la tierra roja se hace presente con la serie de cuadros de Claudia del Río. Hay una poderosa panorámica de Cándido López. Un cubo de hielo (de metal) en el medio de la sala descolla y hace presente el factor climático del nuevo paisaje. Más adelante, en un habitáculo, ocurre la escena selvática, los colores imponentes y amistosos que ocultan el tenor insaciable de la naturaleza. Un inmenso cuadro de Florencia Bohtlingk titulado La hora del infierno contrasta con el micromundo escultural de Mauro Koliva en Nube elefante. "Acá el color estalla, es la imprevisibilidad de mantener distancia", comenta Villa y seguimos.
La geometría aborigen se apropia del cuarto mambo, "El Noroeste". Hay tapices de Martha Forté, esculturas de Leonardo Iramain, obras de Xul Solar.
El último estadío de este safari no escatima títulos. Se llama "La Cautiva" y expone un giro, una vuelta a "La Pampa". Es el retorno de la valiente María, el personaje echeverriano que ya no es la misma, es otra, una mujer nueva, empoderada, actual. La enorme obra de grafito de Eleonora Rodríguez Gilles titulada Biodélica, una androginia hipersexual en blanco y negro, lo confirma. También las creaciones de Raquel Forner, Elda Cerrato, Ilse Fuskova y Liliana Maresca.
"Lo andrógino —concluye Javier Villa volviendo a la pregunta originaria— se presenta como un retorno hacia un nosotros más inclusivo". Entonces, silencio. Los visitantes están desperdigados por todas las salas, perdiéndose en cada obra, como si fuesen portales a un pasado que siempre regresa.
Entre el aturdimiento y el éxtasis, la inevitable pregunta por el futuro: ¿de qué forma imaginarán las artes visuales a este país, a este mundo, a este "nosotros" en los inquietantes años venideros?
* Una historia de la imaginación en la Argentina
Museo de Arte Moderno de Buenos Aires
Av. San Juan 350 – CABA
Lunes, miércoles, jueves y viernes: de 11 a 19
Sábados, domingos y feriados: de 11 a 20
Entrada general: $50 | Miércoles gratis
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