El día que John William Cooke y Arturo Frondizi se batieron a duelo

Un acalorado debate en la Cámara de Diputados, una acusación y un pedido de disculpas públicas rechazado derivó en una cita a punta de pistolas. La historia detrás del enfrentamiento entre dos grandes oradores que jamás imaginaron que llegarían a cruzarse con armas. El texto corresponde al libro “Duelos. Los sangrientos combates por el honor en la historia argentina” (Planeta, 2019)

Guardar

Por Mariano Hamilton

La neblina cubría la ciudad de Buenos Aires. Era el 23 de junio de 1950. Las agujas del reloj no llegaban a marcar aún las 8 de la mañana. Los diputados Vicente Bagnasco y Oscar Albrieu, los padrinos de John William Cooke, esperaban pacientemente en el despacho de Bagnasco a Miguel Ángel Zavala Ortiz y Raúl Uranga, los representantes de Arturo Frondizi.

El día anterior, los diputados Cooke y Frondizi se habían cruzado en el recinto. El debate había sido tan intenso que, cuando terminó la sesión, Cooke encaró a Frondizi en los pasillos del Congreso:

—Yo no soy un converso —le gritaba desencajado Cooke a Frondizi. Estaban cara a cara. Todos sabían que Cooke tenía mal genio, pero nunca lo habían visto tan furioso.

Frondizi lo desafió:

—Me hago cargo de cada una de mis palabras —le respondió sin levantar el tono de voz, lo que irritó todavía más a Cooke.

—Esto no va a quedar así —amenazó Cooke—. Conversos son ustedes que traicionaron al pueblo. La historia me da la razón.

Frondizi no retrocedió un centímetro pese a que el voluminoso cuerpo de Cooke se le iba encima:

—No retiro ninguno de mis dichos.

Y lo desafió:

—Tome usted la decisión que le plazca —le sugirió Frondizi.

—Mañana mismo sabrá usted quiénes son mis padrinos. Esta ofensa la vamos a saldar en el terreno —gritó Cooke.

—Como quiera, cuando quiera y donde quiera —respondió Frondizi otra vez sin levantar la voz.

Dos golpes en la puerta del despacho de Bagnasco alertaron a los padrinos de Cooke. La puerta se entreabrió y Zabala Ortiz y Uranga ingresaron con rostros pétreos. Segundos después intercambiaron los poderes que Cooke y Frondizi habían rubricado.

Bagnasco, el anfitrión, tomó la palabra:

—Exigimos que el señor Frondizi se retracte públicamente de lo que le dijo ayer al diputado Cooke.

Uranga respondió:

—Lo que dijo el doctor Frondizi no fue fruto del calor del debate.

Cada palabra era pensada y razonada. No hay nada de qué arrepentirse.

Albrieu no dio más vueltas y fue al grano:

—Entonces el diputado Cooke exige una reparación por las armas.

Uranga dio por terminada la charla:

—El doctor Frondizi ratifica cada una de las palabras vertidas en el recinto y está a disposición del diputado Cooke.

Se labró el acta correspondiente y se pactó el duelo para esa misma tarde, a pistola, según la elección de Cooke, el ofendido, y a una distancia de 25 metros. Se designó también como director del duelo a Rafael Demaría, un especialista en armas de fuego que, 22 años después (en 1972) escribiría el libro Historia de las armas de fuego en la Argentina. Demaría sería, además, quien llevaría los revólveres.

¿Qué había ocurrido durante la sesión de diputados? ¿Por qué se llegó a un duelo en 1950, cuando ya era una práctica que había caído en desuso? ¿Por qué Cooke y Frondizi, dos neófitos en el manejo de las armas, recurrían a ese recurso extremo? Cooke todavía ni se imaginaba que en los 60 iría a Cuba para recibir instrucción militar. Y Frondizi nunca en su vida fue un hombre de combate.

Si algo estaba lejos de los intereses de Cooke y Frondizi, dos estupendos oradores, eran las armas.

“Duelos. Los sangrientos combates por el honor en la historia argentina” (Planeta, 2019)
“Duelos. Los sangrientos combates por el honor en la historia argentina” (Planeta, 2019)

Todo había comenzado un día antes. La Cámara de Diputados debatía un proyecto de ley presentado por el diputado radical por Córdoba, Mauricio Yadarola, que defendía los derechos individuales y en cuyo texto se calificaba al presidente Perón como un dictador, se lo comparaba con Hitler (apenas cinco años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial) y se decía, entre otras cosas, que «nuestro pueblo no caerá por siempre en la vileza del régimen gobernante». Yadarola no sólo patrocinaba su proyecto amparándose en «los derechos humanos» sino que además afirmaba sin despeinarse que «las mayorías abusan de su poder» y que «desnaturalizan el sistema democrático». En otras palabras, defendía los derechos individuales pero defenestraba el poder de las mayorías democráticas.

Al cerrar su defensa del proyecto, decía Yadarola:

—En esa hoguera que el fanatismo político enciende, se están quemando las libertades argentinas, la democracia y el Parlamento de mi patria. Ese es el resultado, señor presidente, de haber apreciado una iniciativa de bien público como una actitud agresiva para el régimen imperante. En esa hoguera no se quemará jamás la idea libre de los hombres libres, sino que se han de quemar los errores y las desviaciones del propio gobierno de la República.

Luego de Yadarola, habló Cooke:

—Señor presidente. Al iniciar mi exposición quiero dejar sentado claramente un concepto para no andar repitiéndolo a través de todo el debate. Nosotros no hemos afirmado un despacho aconsejando una sanción disciplinaria contra el señor diputado por Córdoba por razones de carácter ideológico; lo hemos hecho porque entendimos que en el curso de los fundamentos de su proyecto, ha incurrido en algunos excesos de lenguaje que hacen necesario que este cuerpo, en salvaguarda del decoro de los funcionarios de la Nación, del pueblo argentino y de su propia vida como cuerpo legislativo nacional, no esté dispuesto a permitir que, so pretexto de la libertad de pensamiento, se esgrima la injuria o se lancen acusaciones agraviantes en forma general como base del razonamiento.

Cooke se refería a un despacho del peronismo que, después de leer los considerandos del proyecto, había entregado a la Cámara para pedir una sanción a Yadarola por los conceptos agraviantes que había vertido contra el presidente de la República.

Cooke, luego de su aclaración, comenzó a criticar la actitud antidemocrática de la Unión Cívica Radical:

—(…) La Unión Cívica Radical nació como reacción contra el sistema de las clases oligárquicas argentinas, contra el sistema que le trae tan dulces remembranzas al señor diputado por Córdoba. Nació como reacción contra el progresismo de factoría de la oligarquía y contra la persecución de los nativos. El movimiento estalló cuando se formó la Unión Cívica en 1889, y en 1891, contra «el acuerdo», contra el pacto, contra las coaliciones, Yrigoyen, Alem y Del Valle fundaron la Unión Cívica Radical, dándole un contenido doctrinario. Toda la lucha de Yrigoyen es contra ese régimen que ahora vienen a añorar los señores diputados, el régimen del «liberalismo económico», de nuestra «sana liberalidad». Ese fue el régimen de la oligarquía terrateniente. El señor diputado por Córdoba nos ha dicho que «hay que enseñar al pueblo que el voto no es una mercancía». El señor diputado, llevado tal vez por su palabra, le hace un agravio muy serio al pueblo argentino. El pueblo argentino sabe bien que el voto no es una mercancía, y por eso los gobiernos de la oligarquía jamás pudieron conquistar al pueblo argentino. (…)

Cooke siguió castigando sin piedad:

—El señor diputado por Córdoba nos ha dicho que «hay que educar al pueblo». Yo recuerdo al señor diputado que hubo un presidente que dijo: «Hay que educar al soberano». ¿Por qué? Porque se le negaba al pueblo el derecho a participar en los actos políticos, se le negaba cultura y capacidad a tal punto que otro presidente de la República, en un mensaje al Congreso, dijo que era necesario reducir el número de alumnos que iban a las universidades, porque se estaba «necesitando mano de obra para la producción». ¿Para qué producción? Para la producción imperialista, para que la producción argentina fuese a engrosar las cuentas de los bolsistas de Londres. Esto era congruente con quienes habían dicho que «cien años de instrucción no harían de un argentino un buen obrero inglés». No olvidemos que en ese momento de nuestra vida el cincuenta por ciento de la población del país era extranjera. Se importaban hombres para que fuesen a trabajar la tierra, y se exportaban las materias primas y el producto de las inversiones a través de la larga cadena de los intereses compuestos.

Cooke mantuvo la tensión durante más de media hora. Lentamente, con paciencia, recordó el origen del radicalismo y lo comparó con la actualidad:

—(…) Cuando falleció Yrigoyen, la Unión Cívica Radical pierde cohesión ideológica, pierde conducción, pierde sentido de su trayectoria histórica. ¡Es claro que era el partido mayoritario, es claro que la gran parte de los hombres jóvenes militaban en el radicalismo! ¡Dónde íbamos a ir para derrocar a la oligarquía del pacto Roca-Runciman, del Banco Central, de la Corporación de Transportes! El radicalismo era la única posibilidad nacional para retornar al libre ejercicio de la soberanía. Y cuando el coronel Perón proclamó en frase histórica: «la era del fraude ha terminado», al partido radical se le concluyó el programa, la perspectiva y demostró que no es una fuerza del presente, sino que es fuerza del pasado. (…) Por eso viene ahora el señor diputado Yadarola a decirnos que «hay que instruir al pueblo». El pueblo está instruido. Los que están ciegos son los hombres de la Unión Cívica Radical. Yo no voy a incurrir en agorerías sobre las posibilidades futuras del radicalismo, ya que no me interesa…

El diputado Mercader interrumpió a Cooke:

—¡Ni dependen de su palabra!

Cooke lo miró y le respondió:

—Ya sé que a los señores diputados no les importan mis palabras ni ninguna palabra. Si un millón de obreros les hablaron y no entendieron, ¿por qué me van a entender a mí? ¡Que nos motejen de totalitarios, que nos digan que somos fascistas! ¿Qué nos importa? Nosotros tenemos una doctrina, una cohesión ideológica, y tenemos un conductor. El drama del radicalismo es ese. Esa es su crisis. (…) ¿Qué relación puede haber, señor presidente, entre aquel radicalismo de Yrigoyen, que quiso fundar un Banco Central, y ese grupo de hombres, que cuando nacionalizamos el Banco Central de la oligarquía, nos dijo lo mismo que le había dicho Yrigoyen, que estaba entrometiendo el Estado en el manejo de la economía?

Después de una interrupción del radical Santander, Cooke cerró su discurso:

—(…) ¿Qué relación hay entre el fundador del partido y los hombres que se oponen al general Perón y para ello invocan los mismos argumentos y son apoyados por los mismos diarios que combatieron a Yrigoyen? (…) ¿Qué continuidad histórica hay entre esa fuerza que nos enfrenta hoy y aquella que nacía bajo la advocación del señor Yrigoyen, contra el «pacto» y el «acuerdo»? ¿Entre ese presidente que dijo «id y saludad al pabellón dominicano», cuando se produjo el zarpazo imperialista norteamericano, y este partido que no vaciló en unirse a la oligarquía y ponerse a las órdenes de un embajador extranjero?

Cuando se acallaron los aplausos, el presidente de la Cámara, Héctor J. Cámpora, le dio la palabra al diputado Arturo Frondizi:

—Señor presidente: los diputados de este sector lamentamos profundamente la decisión de la mayoría de cerrar el debate que estaba realizando la Honorable Cámara. El curso de las exposiciones realizadas por los diputados oficialistas exigía, además de la precisa rectificación que hicieron los señores diputados Santander y Yadarola, dos rectificaciones más: me refiero especialmente al discurso del señor diputado Cooke (…) El señor diputado Cooke ha quedado sin respuesta de este sector, pues desgraciadamente dentro de los límites que me acuerda el reglamento, no puedo contestarle esta noche. Pero hay dos aspectos que quiero señalar a la consideración del Cuerpo. El uno es el pretendido contenido doctrinario de ese discurso; el otro es la tentativa de enjuiciamiento que ha hecho de la Unión Cívica Radical. Y aun cuando he de volver sobre este segundo aspecto, tengo la irrenunciable obligación de decir al señor diputado Cooke —en quien he apreciado muchas veces sus esfuerzos intelectuales en esta Honorable Cámara para exponer problemas sociales y económicos— que lo he seguido con profunda pena cuando intentó enjuiciar a los diputados que nos sentamos en estas bancas y al radicalismo que representamos con honor y dignidad dentro de la República. Lo escuché con profundo dolor porque estaba pensando que el señor diputado Cooke —que ha tenido alguna vez en su vida el honor de militar en las filas de la Unión Cívica Radical, en la que nosotros continuamos militando— tenía, como dijo aquel escritor que vivió en la Argentina, la implacable fe de los conversos para juzgar al partido en el cual él aprendió las grandes orientaciones económicas, sociales, morales y culturales de la Argentina.

Cooke recibió la estocada mientras los radicales aplaudían y vivaban a Frondizi:

—Yo no soy converso —dijo Cooke—. El partido lo es. Yo seguí su lineamento; el partido se desvió.

Frondizi, siempre pausado y ceremonioso, respondió:

—El señor diputado realizó al amparo de una libertad de debate que no se nos da a nosotros, una incursión doctrinaria que estábamos dispuestos a refutar, basada en una absoluta falsedad tanto en el ámbito general de las doctrinas políticas y económicas mundiales como en el ámbito del pensamiento político y económico argentino, uno de cuyos sectores representamos nosotros en la vida argentina.(…) Si hubiera oportunidad y tiempo, demostraríamos al señor diputado las confusiones doctrinarias en que ha incurrido. El liberalismo, como doctrina filosófica, es permanente para la vida del hombre que anhela seguir viviendo en una sociedad civilizada. No hay ni en el radicalismo ni en ningún partido democrático posibilidad de negar que la sociedad humana del futuro ha de organizarse sobre las bases del liberalismo filosófico (…) En otra oportunidad demostraremos cómo el liberalismo humanista que sostenemos se asienta sobre bases económicas que permiten superar los moldes del llamado capitalismo. La confusión parte del lenguaje anticapitalista, del verbalismo anticapitalista que han predicado todos los totalitarismos en el mundo. Cuando necesitaron aniquilar el avance de los pueblos, la evolución de las masas trabajadoras que por la vía de la democracia estaban concretando sus conquistas económicas y sociales, los totalitarios, que alguna vez habían leído las doctrinas de pensadores del socialismo, dijeron que la democracia estaba en crisis o que la libertad estaba en crisis, para llegar, en definitiva, a defender lo que ellos decían atacar y ser lo que ha sido el totalitarismo en Europa y lo que es en nuestra América: defensor de las peores regresiones del capitalismo. El señor diputado ha dicho que a él no le molesta que lo llamen totalitario. Yo celebro esa manifestación porque revela una unidad entre la conducta del régimen al que él pertenece y las palabras con las que debe calificarse.

—No es exacto —interrumpió el diputado Beretta.

Frondizi lo ignoró:

—(…) Quiero decir con absoluta sinceridad y con absoluto sentido de las palabras que pronuncio, que los diputados de hoy de la Unión Cívica Radical, como todos los hombres de este gran partido, reconocemos los errores del radicalismo a través de su historia para intentar superarlos, pero también quiero decir que nos solidarizamos con toda su historia, con esos errores y con esos aciertos, porque no haremos lo que hacen otros: cambiar de fuerza política para poder después dedicarse a la crítica fácil.

—Porque el partido al que pertenece el señor diputado es un partido fracasado —intervino el diputado peronista Juan De la Torre.

Y agregó:

—Los trabajadores argentinos, con una conciencia plena, lo hemos borrado de nuestra memoria porque es un partido fracasado.

Tras esa intervención, por primera vez, Frondizi respondió:

—No se irrite, señor diputado. Seremos o no seremos miembros de un partido fracasado. Eso no lo resolverá ni el señor diputado ni nosotros: lo hará la Historia…

De la Torre siguió provocando:

—Lo hemos resuelto los trabajadores votando a Perón. Cámpora hizo sonar la campanilla porque el murmullo de los diputados ya no permitía escuchar a los oradores:

—Ruego al señor diputado por Mendoza que no interrumpa más al señor diputado por la Capital.

Frondizi tomó impulso para cerrar:

—…pero lo que sí digo es que pareceremos fracasados porque no podemos dar prebenda alguna, pero estamos triunfantes con nuestra fe en la democracia y con nuestra inquebrantable decisión de enfrentar el despotismo en todas sus formas.

Y la ovación del sector radical coronó sus palabras.

Cámpora le dio la palabra al diputado José Emilio Visca:

—Tiene la palabra el señor diputado por Buenos Aires.

Visca comenzó a hablar:

—A esta altura del debate…

Pero fue interrumpido por Cooke:

—Si me permite el señor diputado, para una aclaración personal…

—Sí, señor diputado —aprobó Visca.

Cámpora le cedió la palabra nuevamente a Cooke:

—Como toda aclaración personal, la que voy a formular será muy breve. El señor diputado se ha referido a mi discurso en los términos severos que yo esperaba. Pero me parece que ha excedido los límites de la convivencia parlamentaria al hacerme destinatario de una cita irónica con respecto a los conversos de que habla un escritor. Sin perjuicio del planteamiento que corresponda desde el punto de vista personal por esa calificación que me agravia y ofende, debo decir para que sepa la Cámara, que yo milité como toda la juventud de mi época en la Unión Cívica Radical porque en la década infame del 30 al 43 era la única posibilidad argentina de la caída del régimen de la oligarquía, y que cuando apareció un oscuro coronel que encarnaba la síntesis de las operaciones populares, abandoné las filas de la Unión Cívica Radical. No soy un converso; a mi juicio la Unión Cívica Radical se desvió de su línea histórica. Sepan los señores diputados que no fui en busca de ninguna prebenda y que acá hay muchos hombres que han estado conmigo en los días gloriosos de octubre, y mientras los partidos llamados populares y la Corte Suprema pactaban la siniestra aparcería de la entrega a la oligarquía yo estaba con los obreros en la Plaza de Mayo, y en esta Cámara hay muchos que lo pueden atestiguar.

Para nadie pasó inadvertida una frase: «Sin perjuicio del planteamiento que corresponda desde el punto de vista personal…»

Arturo Frondizi junto a Fidel Castro
Arturo Frondizi junto a Fidel Castro

Un día después del debate en la Cámara de Diputados y horas después del acuerdo alcanzado por los padrinos, tres autos negros transportaron a los duelistas, al director del lance, a los padrinos y a los médicos. Rafael Demaría, el armero, fue el primero en llegar.

En su poder estaban las pistolas elegidas. Era el 23 de junio de 1950. El frío del invierno comenzaba a pegar duro pese a que todavía no eran las 4 de la tarde. Cooke llegó con aire cansino. Estaba ojeroso y pálido. Había dormido poco ya que la furia lo dominaba. Frondizi lucía tranquilo, aunque trataba de evitar que su mirada se cruzara con la de Cooke. No hubo ningún diálogo entre ellos. La niebla comenzaba a bajar, lo que le daba al descampado un tono más lúgubre. El cielo estaba encapotado.

Demaría sorteó las pistolas con los muelles calibrados, para no otorgar ventajas a los tiradores. Los gatillos habían sido lubricados para evitar fallas y para que los disparos salieran al ser apenas rozados. Eran pistolas de duelo que no habían sido usadas desde hacía más de 30 años. Demaría, para constatar su perfecto funcionamiento, las había probado pocas horas antes.

El desafío estaba pactado a un tiro. Se midió la distancia: 25 metros. No había prioridad de fuego, por lo que a la orden del director del duelo, ambos estarían habilitados para disparar.

A las 16 y 20, Demaría dio las últimas directivas. No se usaría el recurso de las tres palmadas. La orden se daría a la voz de «fuego». Los invitó a reconciliarse. Cooke se negó. Frondizi, que a esa altura parecía resignado, no emitió sonido alguno; sólo se dirigió hacia su puesto. Cooke lo imitó. Segundos después, llegó la orden de Demaría y ambos abrieron fuego. Cooke apuntó a la cabeza de Frondizi, tal vez traicionado por su enojo, ya que siempre lo más aconsejable era tirar al cuerpo. Falló. Frondizi también apuntó, pero su tiro se fue lejos, muy lejos del voluminoso cuerpo de Cooke. El duelo había terminado. No hubo reconciliación. Cada uno se fue por su lado, como habían llegado. Cooke seguía furioso. Frondizi respiraba aliviado.

Ocho años después, Cooke por el peronismo y Rogelio Frigerio por los radicales intransigentes, fueron los articuladores del pacto que llevó a Frondizi a la presidencia de la Nación con el respaldo de Juan Domingo Perón. Cooke nunca estuvo de acuerdo con esa alianza. Un año antes de que se sellara esa sociedad, decía: «Frondizi no puede ser el continuador dialéctico del peronismo, como lo han demostrado los hechos. Tampoco la U.C.R.I. puede ser la continuadora de nuestro movimiento (…) Los votos peronistas que vayan al frondizismo son voluntades que se salen de las filas de la gran Revolución Nacional para engrosar las de una imitación de segunda categoría».

Años después, en 1964, Cooke fue interrogado por la Comisión Especial Investigadora sobre petróleo de la Cámara de Diputados. El diputado Schaposkik le preguntó a Cooke sobre el acuerdo entre el peronismo y la UCRI:

—¿Usted mantenía trato con Frondizi?

—Me había batido a duelo con él años antes, me había negado a reconciliarme y no tenía ningún tipo de relación con Frondizi —respondió Cooke—. En todo momento aclaramos que nunca iríamos más allá de un simple apoyo electoral si así lo resolvía el general Perón, pero no nos considerábamos responsables de nada de lo que hiciera el gobierno ucrista y tampoco nos consideraríamos copartícipes de él ni aspirábamos a ninguna posición emergente del acto electoral. La elección era un episodio táctico que había que considerar buscando la mejor decisión para el país y el Movimiento pero sin ligarnos a la suerte del partido que triunfase (…)

Cooke jamás volvió a cruzar ni una frase con Frondizi luego del duelo, ni aun en la Cámara de Diputados. Ni tampoco cuando el general Perón le encomendó la letra chica del acuerdo con la UCRI. Siempre lo consideró un adversario. Siempre sintió que era su enemigo.

 

_____

SEGUÍ LEYENDO

El hombre que quiso llevar a Perón a Cuba

Arturo Frondizi, el presidente que no pudo con tantos enemigos

 
 
Guardar