Por Pablo Nardi
Cada época y cada lenguaje encuentran su propia manera de vincularse con los traumas de la sociedad. La literatura encontró formas de narrar la dictadura militar, la década del noventa, el 2001. Malvinas no es la excepción: las novelas de cabecera que refieren la guerra de 1982 son Los Pichiciegos, de Rodolfo Fogwill, y Las Islas, de Carlos Gamerro, una publicada en 1983 y la otra en 1998. Pero ¿cómo aparece el fantasma de Malvinas en las generaciones que no fueron protagonistas ni testigos del conflicto?
Según el mito, luego desmentido por el autor, Los Pichiciegos fue escrita en tres días de delirio cocainómano. Verdad o no, lo cierto es que Fogwill quería terminarla antes de que finalizara la guerra. Esto revela dos cosas: en primer lugar, que Fogwill sabía perfectamente que los días de la guerra estaban contados; en segundo lugar, que Fogwill, con su lucidez implacable, quiso demostrar con una ficción y antes que nadie que la recuperación de Malvinas era de hecho una ficción.
En Las Islas, de Gamerro, con tono por momentos satírico y por momentos oscuro, el protagonista es un veterano de Malvinas y hacker que descubre que en realidad, diez años después, la guerra continúa. La novela es muchas cosas: diario de viaje, relato irónico, ciencia ficción, pero en cualquier caso la invención de la guerra prolongada funciona como respuesta a una guerra que desde el principio tuvo un desarrollo secreto, distinto al que difundían los medios.
En ambos casos, el soldado o veterano es protagonista y las Malvinas son el eje de la novela.
Huellas en el entorno familiar
En la actualidad, el conflicto, lejos de haber quedado atrás, se resignifica, ocupa otros lugares. Así lo demuestra Cuando te vi Caer, de Sebastián Basualdo, novela que fue declarada de interés legislativo en 2006 por la temática Malvinas y que acaba de reeditarse en Colombia. Se trata de una ficción autobiográfica que comienza cuando el protagonista se entera, a sus quince años, de que su madre engaña a su padrastro, un excombatiente.
"Intenté contar la experiencia de un excombatiente en el seno de una familia una vez terminado el conflicto bélico, hasta mediados de los años '90, con todo lo que eso significa para una sociedad que parecía darles la espalda a esos hombres de 18 y 19 años que dieron la vida por la patria", explicó Basualdo a Infobae Cultura. La historia es protagonizada por un adolescente que ve en su padrastro no solo a un veterano de guerra, sino a un padre que le enseña a tomar decisiones.
El foco ya no está puesto en contar qué pasó en la guerra o qué participación tuvieron los soldados, sino en cómo se insertaron los excombatientes en la sociedad y qué huella dejaron en su entorno familiar. En la primera escena de Mi tonto, ansioso, equivocado yo, Joaquín Sánchez Mariño narra el diálogo de un joven y su padre, excombatiente de Malvinas, mientras comen sushi. El hijo sufre un mal de amores, al padre le diagnosticaron diabetes. Sin embargo, el padre es más optimista que el hijo: "Sos muy joven para hacerte mala sangre", dice el padre, años después de atravesar y finalmente superar un divorcio que significó el derrumbe de la familia. La novela de Sánchez Mariño toca, entre otras cosas, un punto central: la culpa. ¿Qué derecho tiene a sufrir, si no vivió ninguna catástrofe, ninguna guerra, ningún derrumbe familiar?, parece preguntarse el narrador. La pregunta de fondo es compartida con el narrador de Cuando te vi caer: si mi padre fue tan valiente como para soportar una guerra, ¿Qué guerra tengo que librar yo para ser un hombre?
Sin embargo, y a pesar del vínculo ambiguo del protagonista de Sánchez Mariño con su padre, hay una enseñanza: se puede aprender del pasado. "Y crezco viendo que la gran hazaña de mi padre fue haber sobrevivido a la cornisa, haberse expuesto a tanto riesgo de que todo se termine y haber salido indemne, indemne para tener otro hijo y enseñarle, sin querer, que todo siempre se puede terminar de un día para el otro, y que si no querés ser un cagón, un verdadero cagón, tenés que forzar ese peligro en cada gesto", reflexiona el narrador de Mi tonto ansioso equivocado yo.
Un ejercicio de reescritura
La hombría y la valentía como interrogantes son dos tópicos que sobrevuelan el tema Malvinas en las ficciones contemporáneas. Así lo confirma también Heroína: la guerra gaucha, de Nicolás Correa, en una maniobra de subversión de esos valores. Si los personajes de Basualdo y Sánchez Mariño tenían al excombatiente como modelo de hombre, Correa construye un personaje que está en las antípodas: "Yo puse el culo por la patria", repite como un mantra la narradora, una persona trans que luchó en Malvinas.
La búsqueda estética de Heroína: la guerra gaucha es de rebelión y de reescritura. La propuesta es compleja: no se trata solo de cuestionar lo dado, sino que aparece el relato gauchesco para teñir realidades disímiles: la gauchesca como estética para narrar tanto una felación como un duelo a cielo abierto con un hombre cuyo nombre remite a Dragon Ball Z, la gauchesca como épica para narrar un pasado en Malvinas desde una óptica irreverente, paródica, guerra que la narradora denomina "guerra gaucha".
"Del efecto paródico surge la idea de 'guerra gaucha'. En un principio, el efecto quedaba en una torsión única. Luego comenzó a desplegarse en el texto y a encontrar otros efectos de torsión: pampa, indio, cautiva, vaca y toro aparecen en el mismo sentido torciendo lo dado. Sin darme cuenta, el motivo patriótico nacional (guerra de Malvinas, que bastante poco me interesa), encontró su doblez: la gauchada", explicó Correa a Infobae Cultura.
Una escena que representa el espíritu de la novela es el momento en que la narradora, antes de la transformación de género, tiene relaciones sexuales con un camionero en un depósito. En pleno coito, se cae un libro: La cautiva, de Esteban Echeverría, cuya tapa queda manchada por fluidos corporales. El gesto es claro: el desprecio a la tradición, que se asocia a un relato patriarcal, único, y volver a escribir con las vísceras, con los restos.
"Me interesa la disidencia como una voz arrasadora con una subjetividad como otras, que pueda contar en su ejecutar su propio relato. En este caso, Malvinas es un escenario (un trauma nacional, cierto), pero para Heroína, solo es un escenario más de las cuantiosas guerras que lucha y que seguirá luchando".
La ficción Malvinas
Si bien hay diferencias en las maneras de representar las secuelas de Malvinas, hay una constante. En Cuando te vi caer, el protagonista, de niño, se hacía pis en la cama. "Francisco era el único que sabía por qué me hacía pis: la culpa la tenía el duende". El padrastro le explica al hijo que hay un duende que pronuncia unas palabras mágicas para provocar la micción involuntaria. El remedio es pronunciar otras palabras mágicas que desaten el conjuro. Aparece la importancia del lenguaje como creador de realidades, patrón que se repite en distintos niveles a lo largo de toda la novela. Heroína: la guerra gaucha, es primero que nada la novela de una voz que narra y a partir de la cual surgió, a posteriori, la idea de Malvinas como "guerra gaucha". En Mi tonto ansioso equivocado yo, el protagonista necesita aferrarse a un relato para entender su malestar. Tal vez fue el divorcio de sus padres, o el de sus abuelos, o tal vez fue la guerra.
La trama del cuento Una fecha fácil, de Cristian Godoy, lleva hasta el límite la importancia de la palabra y el relato: un excombatiente es invitado a un acto escolar para el aniversario del 2 de abril. Sin embargo, el hombre no está en condiciones de hablar y la directora decide que la charla sea impartida por el encargado de su edificio. Nadie se da cuenta del engaño y, al final, todos aplauden.
Lenguaje, relato, ficción. Así es como, a pesar de la diversidad de maneras de narrar el tema en la actualidad, permanece una constante: antes y ahora, Malvinas solo se puede contar como la búsqueda de un relato, una ficción en donde las palabras procuran ir por delante de los hechos.
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