Saben trabajar en la oscuridad. Son las últimas personas que ven los actores antes de salir a escena. Siempre esperan silenciosas, detrás de los telones o escondidas en algún bastidor, hasta que llega el momento de hacer su trabajo. Son capaces de poner un vestido con miriñaque y una docena de botones en la espalda en menos de dos minutos. En los bolsillos de los delantales con los que trabajan tienen costureros improvisados con los que pueden hacer un ruedo, tapar un agujero o remendar el tajo de una pollera. En las mangas siempre llevan los salvadores alfileres de gancho, capaces de contener las urgencias más insólitas. Son pocos los que saben que existen, pero las vestidoras son un sostén clave de las grandes obras de teatro.
A la vez ofician de psicólogas, contienen en momentos de crisis y son testigos valiosas de los momentos en que, para ellas, se produjo el gran arte sobre el escenario
En el Teatro San Martín trabajan 28 personas en el área de vestuario. De este equipo, hay once mujeres que se ocupan de asistir a los artistas durante las obras, entre ellas lo llaman "atender función", y a la vez ofician de psicólogas, contienen en momentos de crisis y son testigos valiosas de los momentos en que, para ellas, se produjo el gran arte sobre el escenario. Experiencias que atesoran, describen y analizan como filosas críticas de teatro.
"Menos mal que existen las vestidoras", suele decir Renata Schussheim, una de las diseñadoras de vestuario más reconocidas de la Argentina. ¿Qué sería de sus típicos cuellos de volados, los vestidos por capas que diseña, sus pesados tapados de terciopelo y las telas únicas que ella busca y elige artesanalmente para cada obra en la que trabaja si no existieran estas personas que todas las noches cuidan y hacen lucir sus diseños con la misma rigurosidad con la que ella los piensa sobre la hoja bocetada?
"Las vestuaristas somos nocturnas", cuenta Irma Rodríguez, una mujer de 60 años que hace 40 trabaja en el Complejo Teatral de Buenos Aires. Entró al Teatro San Martín a los 19 años y todavía espera ansiosa las noches de funciones, en las que ella asiste detrás de escena al momento único en que los artistas vuelven al oficio ancestral de contar historias, asumir otras vidas y otros universos. En general, las personas que trabajan en el área de vestuario y se ocupan de asistir en las funciones son las primeras en llegar y las últimas en irse. Son las que preparan el vestuario y ayudan a prepararse a los actores y, cuando termina la función, deben juntar todas las prendas, lavarlas y dejarlas listas para la noche siguiente. "Nunca volvemos a casa antes de la medianoche", dice.
¿Qué problemas pueden enfrentar durante una obra? Bailarines a los que se les abre la entrepierna del pantalón en plena representación, corset de vestidos de novia que se rompen justo antes de salir a escena, medias con agujeros, ruedos que se salen. Para todos estos inconvenientes, ellas deben lidiar con dos obstáculos: la falta de tiempo para resolverlos y la poca luz. "Todo esto lo tenemos que arreglar detrás del escenario así que ya nos acostumbramos a coser en la oscuridad y con poco tiempo. Son soluciones provisorias, pero funcionan. Siempre encontramos la forma de que no se note el problema y, sobre todo, tranquilizar a los actores", cuenta Silvia Vargas, otra vestuarista.
El oficio y los años de trabajo las han ayudado a conocer las mañas de los artistas: "En general, los actores necesitan de ciertos rituales que les den seguridad para trabajar. Por ejemplo, que el vestuario esté siempre sobre la misma silla, respetar horarios, en lo posible trabajar con la misma persona, dejar las cosas preparadas de igual manera cada noche. Si hay cambios, se descolocan y se ponen nerviosos".
Como si cada obra de teatro se tratara de una misa en la que ellas creen profundamente, no hay nada que les preocupe más que respetar el silencio y la concentración que se necesita antes y durante una representación. "Casi nunca llevamos los percheros al escenario porque nos da pánico imaginar que se puede llegar a caer algo en la función, preferimos tener todo en la mano, o apoyado en alguna silla. Con algunas actrices que tienen que hacer cambios completos y en muy poco tiempo, con lo cual no llegan a ir a sus camarines, hemos improvisado vestidores al lado del escenario para ayudarlas a cambiarse. Hay artistas que nos piden que nos ocupemos de todo y confían en nosotras. Con Enrique Pinti nos pasó eso, por ejemplo, él nos decía que era muy torpe y nosotras le cambiábamos sacos, pelucas y trajes. Él se quedaba quieto, como un maniquí y a cada rato nos decía "gracias chicas", nos hacía chistes. "Todavía hoy nos acordamos y nos reímos", cuentan sobre la vez en que Pinti fue el protagonista de El burgués gentilhombre, en 2011, una clásica comedia francesa de Molière, en la que estas vestidoras corrían detrás de escena con pelucas, zapatos, trajes y abanicos que los artistas usaban y desechaban en todo momento.
Enrique Pinti nos decía que era muy torpe y nosotras le cambiábamos sacos, pelucas y trajes. Él se quedaba quieto, como un maniquí y a cada rato nos decía “gracias chicas”, nos hacía chistes
La mayoría de los grandes teatros del mundo cuentan con este equipo de personas que funcionan como guardianas del vestuario de las obras de teatro y asisten a los artistas frente a las eventuales "tragedias" de cada función. En Argentina, el Teatro Nacional Cervantes también tiene un equipo de personas que se ocupa de esta tarea.
Para cada obra que se estrena en el Complejo Teatral de Buenos Aires, las vestidoras tienen reuniones con las diseñadoras de vestuario, que les explican cómo quieren que se vea la ropa, las características de cada tela y cómo se doblan y se guardan, entre otros detalles. Además, participan de los ensayos por lo menos 15 días antes del estreno para conocer en qué momento son los cambios de vestuario, cuál es el orden de las prendas y cómo son los personajes. Muchas veces, hasta se terminan aprendiendo la letra de cada uno del elenco. "Fuera del teatro nos cuesta explicar en qué consiste nuestro trabajo o por qué estamos hasta tan tarde. Muchos piensan que nos dedicamos a la confección del vestuario pero no, nosotras decimos que estamos en el escenario y la gente no termina de entender bien qué es lo que hacemos", cuenta Irma.
Nunca pudieron ver un espectáculo en el que trabajaron del lado del espectador. Para ellas, el punto de mira siempre es desde un costado o incluso llegan a escuchar los diálogos pero no pueden verlos. "Eso nos pasó en un espectáculo reciente, Cae la noche tropical, una obra sobre la novela de Manuel Puig. En la escenografía se recreó una casa enorme, de dos plantas y con una palmera en el medio. Nosotras estábamos atrás de todo eso y era imposible llegar a ver algo de lo que pasaba, pero escuchábamos un monólogo de Leonor Manso al final, que era muy hermoso. Nos imaginábamos cómo lo estaba diciendo, sus caras. Terminábamos llorando las dos, pero nunca pudimos verla actuar. Sólo la escuchamos", recuerda Silvia.
Las vestidoras forman parte de una maquinaria teatral compleja y por momentos inasible que hace que un espectáculo se convierta en una obra de arte. Formaron parte de situaciones únicas que, más allá de lo efímero del teatro, para ellas fueron inolvidables. La última obra de Alfredo Alcón es un ejemplo. En 2013, Alcón dirigió y actuó en Final de partida, una pieza de Samuel Beckett. Mientras el público entraba a la sala, el actor, que en ese momento tenía 83 años, ya estaba en el escenario sentado y cubierto por una manta sucia y pesada que recién le sacaría otro personaje, interpretado por Joaquín Furriel, cuando comenzaba la obra. "Yo era la persona que antes de dar sala iba con esa tela y lo tapaba completamente a Alfredo. El estaba concentrado, ya en silencio, con los ojos cerrados. Siempre fue una gran persona con nosotras y para mí era un placer formar parte de ese momento en el que él estaba por actuar", cuenta Irma. Un año después de esta obra, Alfredo Alcón murió.
Además de cuidar el vestuario, el oficio de las vestidoras tiene divertidos momentos de riesgo. En la obra El Casamiento, que se hizo el año pasado y en la que actuaban Luis Ziembrowski, Roberto Carnaghi y Laura Novoa, el escenario de la sala Martín Coronado se movía en varias ocasiones, para mostrar cambios de escenografía. Ziembrowski tenía que cambiar de traje mientras todo el piso giraba. "Nosotras lo esperábamos pegadas a la pared en un pasillo que no llegaba al metro de ancho para alcanzarle el vestuario sin caernos. El resto del piso no paraba de girar", cuentan.
"Va a estar todo bien" es una frase recurrente durante las noches de funciones. "Nosotras lo decimos a cada rato, pero lo pensamos de verdad. Nunca nos pasó nada que no podamos solucionar. A veces, algunos artistas se ponen nerviosos, pero nosotras les decimos siempre lo mismo: lo vamos a arreglar y así pasa. Las obras más complejas son las de ballet porque a los bailarines se les rompe el vestuario a cada rato. Son las funciones en las que tenemos que estar más preparadas, pero ya nos acostumbramos", dicen.
Y en esa contención también forma parte conocer algo de la vida de los artistas. Por ejemplo, durante las funciones de El especulador, la obra de Balzac, protagonizada por Daniel Fanego y Elena Tasisto (quien murió el 21 de septiembre de 2013), las vestidoras sabían que Elena estaba enferma y hacía un gran esfuerzo por hacer el espectáculo. Entre los dolores que tenía, sufría de un frío permanente. "Cada momento en el que salía de escena, nosotras la esperábamos con un chal de lana para taparla. No formaba parte del vestuario, pero sabíamos que lo necesitaba y le hacía bien. Así que íbamos las dos con el chal y la abrazábamos hasta llegar al camarín. Nunca le faltamos, pero sabíamos que si una noche ella salía y no estábamos con el chal, iba a ser realmente duro para ella". Con todo ese amor por el teatro y sus artistas, las vestidoras forman parte de un oficio que resiste al paso del tiempo.
Fotos: Gustavo Gavotti
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