Rota en tres pedazos tenía la mandíbula cuando tocó el timbre de su casa. Abrió la puerta su madre y la vio así, toda ensangrentada. Su novio la había golpeado con una brutalidad inhumana. ¿Qué le hiciste para que te pegara así?, le pregunta antes de abrazarla.
México. Un padre siente orgullo de su hijo, pero no de sus hijas. Lo lleva por la senda de la masculinidad más severa. Desde niño lo incita a hacerse macho y beber. El pequeño tenía dos años cuando le hizo probar el tequila. Creció con grandes problemas de alcoholismo. Sus hermanas lo sufren diariamente. Cada vez que él llega a la casa borracho, se pone violento: la contracara del varón cálido y atento cuando está sobrio. Le tienen pánico. Mucho. Un día se hicieron pis encima del miedo. Fue él, su propio hermano, quien las abusó sexualmente. Pasaron más de veinte años ya. La herida nunca se cerró.
"Aquí, en Ciudad Juárez, hay miles de niñas desaparecidas", dice una mujer sosteniendo con fuerza una pancarta: la cara de una púber, su sonrisa, un desesperado pedido de ayuda.
Los Ángeles. Una mujer latina en los años setenta luego de dar a luz es sometida a una esterilización forzada. Para el Estado, "no es apta" para tener bebés. Esta práctica —que se centró en la población latina, negra y nativa, y que hoy se enmarca dentro de la eugenesia racial— se impartió de forma institucional entre los años 1920 y 1970. Sólo en California, para 1964, se contaron 20.108 mujeres esterilizadas. Continuó durante algunos años más.
Una chica es violada sistemáticamente por su padre. Crece y se entera que también ha violado a otras mujeres. Cuando él muere, siente alivio. Un profundo alivio. Ya no podrá tocar a nadie más.
Son relatos retratados —o retratos relatados— de Guerreras: historias de resiliencia, una muestra fotográfica que se puede ver en el Museo Evita hasta el 11 de marzo; el 9 se inaugura en la Usina del Arte y el 12 en el Senado de la Nación. Más de cincuenta fotos la componen, y los testimonios de estas mujeres que se saben víctimas, pero se consideran sobrevivientes. Como si narrar lo ocurrido, reflexionar y comprender la magnitud de la violencia sexual vivida —y sobrevivir—, les diera algo que las convierte en guerreras, como dice el título. Guerreras.
La fotógrafa y artífice de todo ésto es argentina y se llama Eleonora Ghioldi. Nació acá, fue al Nacional Buenos Aires y cuando se graduó emigró a Estados Unidos donde estudió fotografía en la Universidad de California Extension, Los Angeles, y su carrera tomó los más variados caminos. Ahora, de regreso a su país, muestra su trabajo. Pero, ¿cómo surgió? ¿Cómo nació esta movilizante exposición de mujeres que han decidido abandonar su rol pasivo, el silencio constitutivo del oprimido, para hacer oír su voz?
Hace siete años, Eleonora Ghioldi estaba en Los Ángeles hablando con tres amigas, compartiendo anécdotas y experiencias de vida y apareció la idea. "Fue una cosa muy orgánica e íntima de nosotras. No estaba pensado como proyecto. Yo soy fotógrafa y hago todo desde mi cámara. Simplemente les tomaba fotos. Lo que sí les pedía, para mantener un informe, era que escriban su nombre, la edad que tenían cuando fueron abusadas y quién fue el abusador. Luego el espacio abierto de las foto para escribir lo que querían", le cuenta a Infobae Cultura mientras recorremos las dos salas del Museo Evita donde está montada la exposición.
"Iba a sus casas. Les pedía que por favor no modifiquen nada, no arreglen, no limpien. Que dejaran todo como estaba. Y también que ellas no se pintaran. Les contaba que trabajo sin luz artificial, sólo con la luz natural que ahí había", comenta sobre el trabajo que no está cerrado, porque sigue sumando retratos, sigue sumando testimonios. "Se podría decir que es una muestra en permanente construcción", agrega.
En una sala, fotos de mujeres en sus casas. Todas tienen un marco blanco. En la parte de abajo, el testimonio de cada una, escrito de su puño y letra. "Siempre mantuve una distancia para que las mujeres pensasen si realmente querían formar parte, por eso nunca las contactaba, siempre les pedía que me contacten", cuenta Ghioldi.
Luego, en la otra, fotos con planos más cortos. Las mujeres miran a cámara y cada uno tiene una palabra. Fue la que eligieron para representar lo que sentían. "Miedo", "endurecida", "fortaleza", "vulnerabilidad", "sobreviviente". El espectador se para frente a cada retrato y se coloca el auricular que cuelga al lado. Oye el testimonio. Cada relato es desgarrador. Mientras las palabras de cada víctima —y sobreviviente— intentan explicar lo vivido, sus ojos miran al espectador. Se clavan en él. Nadie sale emocionalmente ileso de ahí.
"Cuando veo todo me doy cuenta de la fuerza que tenía, me digo: 'ésto puede ser un proyecto fotográfico'. Entonces les pregunto si conocían a alguien que haya sufrido algún abuso y que quiera formar parte del proyecto, que me contacten. Lo primero que me dicen es que no conocen a nadie. Hace siete años de ésto, era otra época, el testimonio en primera persona casi ni se veía, no estaba el movimiento #MeToo. Ahora todo el mundo te cuenta, pero antes no pasaba. Entonces yo les decía: 'sí que conocés, en este momento quizás no te das cuenta'. Entonces me decían: 'ah, sí, conozco a alguien…'", agrega.
Así fue sumando el testimonio de, no sólo víctimas, también médicos, profesores, padres, hermanos, amigos, exnovios, novios… el abanico se abría cada vez más. "Con los años empecé a investigar mucho, y decidí entrevistar a profesionales. Siempre les decía: '¿a vos quién te parece que sería bueno entrevistar?' Se fue armando una red y cuando tengo todos estos testimonios me doy cuenta que me faltan víctimas de femicidios, el acto más extremo de la violencia de género. Si no estaban representadas esas mujeres, el proyecto estaba incompleto. Entonces llego a Ciudad Juárez por el contacto de la amiga de una amiga y me reúno con un colectivo de madres de víctimas. Trabajé de la misma manera".
"Después, cuando vengo a Argentina conozco a Gustavo Melmann [N. del R.: padre de Natalia Mellman, violada y asesinada en 2001 por policías de la Bonaerense en Miramar] en la marcha del 8 de marzo del año pasado, lo invito a la muestra del Rojas, ve el proyecto y ahí me cotacta con familiares de víctimas de femicidios de acá. Ahí se suman algunos testimonios y retratos más", dice.
Tal vez las cifras alarmen —en Argentina, según la Casa del Encuentro, hay un femicidio cada 32 horas—, pero hay que reflexionar sobre ellas. Lo que ahora se da es una visibilización del tema, lo cual antes no existía y eso dificulta pensar si se trata de un "fenómeno nuevo". Además, al ocurrir principalmente en el ámbito doméstico, en la más hermética privacidad, lo que vemos es la punta de un iceberg, porque todo lo demás permanece oculto y no dicho.
"Me di cuenta que no eran casos individuales —continúa Eleonora Ghioldi—, que estaban todos unidos. Yo sentía la necesidad de saber por qué estaba pasando. Había muchas latinas, por ejemplo. Además, no es sólo es violencia de género. Aparecen un montón de violencias que están entrecruzadas. La pregunta también es: qué es lo que está pasando con el sistema de salud que lasa mujeres no quieren ir al hospital, qué es lo que está pasando con la justicia que las mujeres no quieren ir a hacer la denuncia."
La muestra consta también de un video donde hablan profesionales y estudiosos del tema, no sólo de la violencia sexual y de género, sino también del movimiento feminista. Y una instalación que se llama "kit de violación": medicamentos, instrumental médico, formularios, la frialdad institucional de la burocracia. "El feminismo en Argentina es muy fuerte. No se vive igual en otros lados. En Estados Unidos es totalmente diferente. No sé si es un cambio mundial, pero sí americano", comenta.
Mientras recorremos la muestra, la fotógrafa cuenta que con muchas de las mujeres aquí retratadas se hicieron amigas. Que se generó un lazo humano. "De todas ellas, sólo dos hicieron las denuncia, y sólo una logró que se haga justicia. Ella fue la única que logró que la persona que la violó vaya a la cárcel", dice y señala un retrato. Uno solo. Una sola mujer. Un solo condenado.
"Siempre trabajo desde experiencias personales —confiesa—, desde adentro para afuera. Los trabajos que realmente valen la pena para mí son los que uno tiene un conocimiento interior de lo que está hablando, no desde afuera. Yo trabajo mucho la mirada de las mujeres, la experiencia de las mujeres, porque soy mujer y porque así veo el mundo".
"Algo que me decían mucho —concluye sobre estas mujeres— es que no quieren ser revictimizadas. Que se sienten sobrevivientes, y también guerreras."
* Guerreras – Historias de resiliencia
Hasta el 11 de marzo:
Museo Evita
Lafinur 2988 – CABA
Desde el 9 de marzo:
Espacio Creativo – Usina del Arte
Agustín R. Caffarena 1 – CABA
Desde el 12 de Marzo:
Senado de la Nación – Salón de las Provincias
Av. Hipólito Yrigoyen 1851 – CABA
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