Salvador Benesdra, el genio oculto de la literatura argentina y un reconocimiento que llegó muy tarde

El documental “Entre gatos universalmente pardos”, de Ariel Borenstein y Damián Finvarb, recorre los años del escritor y periodista en Página 12. Un retrato del autor de “El traductor”, un hombre con un talento desmesurado, quien se suicidó a los 43 años luego de una vida con problemas psiquiátricos severos y sin no poder encontrar editor para la novela que hoy es considerado un libro imprescindible

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Salvador Benesdra fantaseaba con que dentro de miles de años, "quizás cuando ya no exista Buenos Aires", un grupo de arqueólogos descubra y desentierre en algún lado su ópera prima El traductor, sepa de él y, con la lectura, pueda entender lo que pasaba en la ciudad y en el mundo en la década del 90, justo después de la caída de la URSS, un mundo que para él se derrumbaba.

Ansiaba hacer algo trascendente, dejar huella de su vida y se mató el 2 de enero de 1996, a sus 43 años, sin enterarse de que su libro se transformaría años después en una novela de culto. Algunos críticos literarios la han considerado "la novela modernista más importante de la literatura argentina junto con el Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal", y a él "un potencial Philip Roth". Ahora su vida y su obra cobran notoriedad otra vez con el estreno este jueves del documental biográfico Entre gatos universalmente pardos (sobre una frase del El traductor) de Ariel Borenstein y Damián Finvarb, en el cine Gaumont.

La novela cuenta una fracción de la vida de Ricardo Zevi, traductor, trotskista, quien mientras va transitando los sucesos mundiales de la época y la amenaza de sus propios delirios, lucha en antológicas asambleas gremiales en la editorial "progre" para la que trabaja, intenta encausar su relación romántica con una salteña adventista llamada Romina, con problemas sexuales; y polemiza con un filósofo alemán de derecha al que está traduciendo. Es una historia personal de cavilaciones y reflexiones que se imprime sobre el rumor de una época.

"(Benesdra) Te escribe los 90 con la ambición de un Dickens, es decir, de pintarte todo el mundo. En este caso la ambición se agradece", dice en la película, la periodista cultural Raquel Garzón, sobre la novela. "Es como si alguien de repente dijera: voy a escribir la Novena sinfonía", agrega la escritora Silvia Plager. "En la Argentina, en la década del 90, quiero escribir La guerra y la paz. O Ana Karenina", parafrasea de manera imaginaria a Benesdra Nora Avaro, profesora de literatura de la Universidad Nacional de Rosario. Para el crítico literario Elvio Gandolfo "el descendiente de Roberto Arlt es Salvador Benesdra. No hay otro".

Tomó la decisión de tirarse del balcón del décimo piso de su departamento en Solís 456, en Congreso, en pleno brote psicótico, como los que tenía el protagonista de su novela, y tras haber recorrido durante meses cerca de diez editoriales con el original de su libro, sin suerte. No se ajustaba a los criterios del mercado, le decían. Era "un mecanismo ingobernable, que no se descontrolaba nunca", lo calificó uno de los jurados del premio Planeta.

El traductor había sido una de las ocho novelas finalistas en 1995. "Deberíamos haberle dado el premio, porque ahí había algo", dice ahora el mismo jurado. Como cuenta en el documental, la noticia del suicidio fue el disparador para que el editor Daniel Divinsky la rescatara de un cajón y se decidiera a leerla. Lo publicó dos años después su editorial, De La Flor, financiada por la familia Benesdra. Y en 2012 Eterna Cadencia lo reeditó junto a su segundo libro inédito, El camino total, cuya bajada es: Técnicas no ingenuas de autoayuda para gente en crisis en tiempos de cambio.

El Turco, como le decían quienes lo querían, apostaba a todo o nada y con esa desmesura vivió su vida. Entre gatos universalmente pardos circula por las venas de este escritor erudito, militante trotskista, periodista, traductor, políglota (hablaba siete idiomas) y psicólogo que para vencer su tartamudez se convirtió en el mejor orador de la historia de las asambleas del diario Página 12; para perder su miedo a las alturas, se tiró en paracaídas; para aprender a manejar se lanzó a la ruta; y como receta contra su timidez, se fue a bailar samba a las comparsas de Río de Janeiro. Que, para sentirse vivo, se metía al mar en un día de tormenta y braceaba hasta que parecía que el corazón le iba a estallar y, entonces, seguía nadando.

La genialidad y la locura convivían en Benesdra. La misma locura de Ricardo Zevi, su alter ego literario, el protagonista de El traductor, una novela con fuertes componentes autobiográficos. Ese limbo y los cruces entre la realidad de la vida del autor y su ficción son los que recorre la película, abriendo la duda sobre las coincidencias. La descripción del brote psicótico de Zevi está narrado como sólo podía haberlo hecho quien lo hubiera vivido y, al mismo tiempo, conociera la teoría psicológica de cabo a rabo (fue material de lectura de esa facultad). Pero, mientras Zevi tenía una relación violenta con su pareja Romina, una salteña adventista, Salvador, dicen sus amigos y ex parejas, "era un tierno".

El periodista Benesdra en Página
El periodista Benesdra en Página 12

Había nacido en 1952, y fue el último de los cuatro hijos de una familia adinerada y conservadora de origen judío sefaradí, dueña de la tradicional zapatería Greco. Cuentan que aprendió a hablar a los tres años. Tuvo una infancia difícil, de abandono afectivo y soledad.

Hizo la primaria en el Mariano Acosta. Era un gran conversador y un lector voraz. Tenía un cuerpo largo y flaco, una nariz prominente y pelos negros enrulados que crecían anárquicos. No se sentía atractivo físicamente y lo compensaba con su locuacidad y su capacidad intelectual. Desde chico se había interesado por la política. Primero, de pre-púber, por el frondizismo (ardía hablando de la industrialización como el mejor camino para lograr la igualdad social). En la secundaria entró al Colegio Nacional de Buenos Aires y fue uno de los primeros en empezar a militar, movido por el clima de época. Entonces resonaban los ecos de la revolución cubana, el asesinato de Kennedy, la Guerra de Vietnam. Se apasionó con el marxismo. Se dice que a los doce o trece había leído las obras completas de Lenin y de Marx.

Era un gran argumentador y sumaba a su causa a casi a cualquiera que se propusiera. Cuando el padre de un amigo fue a hablar por él al colegio porque los suyos no habían querido ir, el jefe de preceptores le explicó: "El problema es que si usted le dice que este pizarrón es negro, él le dice que es blanco…. ¡Y encima lo convence!". Había formado junto a un grupo de compañeros el PLHOM (por Pro Liberación del Hombre), un movimiento de estudiantes independientes cuyo lema era: "Por Marx, por Freud, por Fromm y todos los psicólogos culturalistas: ¡Viva el Che!". Era la época de Onganía y la Noche de los Bastones Largos, pronto vendrían la Primavera de Praga y el Mayo Francés. Había que formar un Centro de Estudiantes, que estaba prohibido, luchar contra las fuerzas opresivas que dirigían la institución y la sociedad.

Benesdra llevaba su vida como podía. Le costaba la disciplina, era terriblemente impuntual y reacio a enmarcarse en las instituciones. Era un militante díscolo: cuestionaba absolutamente todo. "Era, indudablemente, la cabeza más brillante, más capaz de esa camada, pero jamás pudo soportar el rigor y la disciplina que exigen el trabajo paciente y sistemático de la construcción de un partido", escribió su amigo Pablo Heller en el periódico Prensa Obrera, partido en el que militó durante un tiempo.

En 1976, después de terminar la carrera de Psicología en la UBA (en tres años), viajó a París junto a su pareja Mirta Fabre (una de las "protagonistas" del documental) a hacer un doctorado de epistemología genética en la École des Hautes Études en Sciences Sociales con Pierre Greco, un discípulo de Piaget. Sentía que se había equivocado de carrera.

Siempre había querido ser físico o matemático pero sostenía que en medio de una "espantosa depresión" no había podido estudiar para los exámenes de química y que, frente al bochazo, había optado por lo posible. Desde entonces buscaba "un punto intermedio entre la psicología y la matemática, la lógica, etc. Ese punto era la psicología de la inteligencia y la epistemología genética".

En París tuvo su primer brote. Lo internaron un tiempo en el Centro y en el hospital Sainte Anne. Alrededor de un año más tarde se brotó otra vez y fue a dar a la célebre Maison Blanche, el Borda parisino. Cuando un amigo y su hermano Alberto viajaron a buscarlo se lo "tiraron por la cabeza": en su delirio había emprendido una lucha contra el poder manicomial y opresivo que los subyugaba, argumentos con los que había logrado provocar una rebelión de todo un pabellón como si fuera una escena de Atrapado sin salida. Los síntomas de abstinencia a la hipermedicación de las drogas psiquiátricas lo volvieron a dejar internado y el Turco volvió a Buenos Aires para seguir su recuperación en una clínica privada.

En agosto de 1979 empezó a trabajar como periodista especializado en temas internacionales, primero en La Voz, después en La Razón de Jacobo Timerman y, en 1987, en los comienzos de Página/12. "Salvador tenía una formación y una capacidad muy superiores al promedio de la profesión. No sólo era culto y hablaba varios idiomas: era realmente brillante y sus artículos hacían una diferencia", recuerda Gabriel Pasquini, ex compañero de sección. Sus notas, que combinaban datos, contexto histórico y análisis, eran escritas con la ayuda de unos pocos cables de agencias internacionales de noticias de segunda mano, los semanarios internacionales Time y Newsweek, y lo que el redactor traía consigo. No había ayuda en la época pre-Internet y eso hacía que la formación de Benesdra valiera doble. "Hacía análisis brillantes –dice un ex jefe que prefiere no ser nombrado– que muchas veces estaban llenos de adjetivos, eran casi artículos de pasquín y en ocasiones le parecía inaudito restringir las notas a cierta cantidad de caracteres. Después de una larga discusión a veces decidía retirar su firma".

En el film de Borenstein el periodista Ernesto Tenembaum -ex compañero del diario- lo recuerda como un periodista que sabía y cuyas notas hacían la diferencia. Y reconoce en El Traductor a Benesdra por lo abrumador del contenido. "No hay nada que busque ser liviano. Es todo pa- pa- pa, no te deja respirar. Y mi sensación cuando él hablaba y él escribía era eso".
La película hace foco en su actividad gremial en Página 12, en donde fue delegado. Benesdra y otros dirigentes encabezaron una intensa huelga que repercutió públicamente y terminó, un tiempo después, con su despido. Algunos de sus compañeros marcan sus contradicciones entre la intensidad e inflexibilidad durante la medida de fuerza, cierta mirada ingenua acerca de las posibilidades de convencer a los patrones con su argumentación y el reclamo posterior por una indemnización desmesurada. Turba, una editorial "progre" (donde trabajaba Zevi) en pleno ajuste de personal, y sus antológicas asambleas gremiales, son parte del escenario de El Traductor.

La densidad teórica del libro resulta impresionante. En el libro Zevi polemiza con el filósofo alemán Brockner a quien está traduciendo, inventado por Benesdra de pies a discurso y reverso exacto de todo lo que él pensaba y piensa su alter ego literario. Articuló en su novela de manera excepcional toda la vastedad de su cultura: Cambaceres, Sartre, Kafka, Hesse, Fogwill, Marx, Hegel, Piaget, Canetti, Saussure, Lacan, Chomsky, Freud, Lorenz y el estudio del amor y la agresión en los animales, Melanie Klein, Nietzsche, la relatividad y la cuántica, la entropía y la incertidumbre, Prigogine, Trotsky y Stalin, el fundamentalismo, Darwin y el neo evolucionismo y la filosofía zen. Sobre todos estos temas hay síntesis memorables.

Era consciente de su genialidad y le dolía que no lo ascendieran a editor ni lo mandaran de viaje para hacer coberturas especiales. Se sentía poco reconocido. En el radio pasillo de la redacción se sabía que esto tenía que ver con sus "problemas psicológicos". Él sentía que debía dejar en claro a los demás cuán brillante era. Algunas veces, esto podía volverlo agresivo y mordaz.

Dos veces se brotó en Página 12. En la primera anduvo avisándoles a los editores que había que sincronizar los relojes para la toma del poder y después de sufrir un desmayo, se lo llevó una ambulancia. La segunda lo fue a buscar un amigo y después de celebrar porque "¡Vienen las masas marchando por la Avenida de Mayo!", salió corriendo por la Avenida Belgrano. Terminó en el Borda.

Discutidor incansable, pesadilla de jefes y profesores, aquellos a quienes Benesdra molestaba, según su íntimo amigo Alejandro Mantero, aprovecharon sus alteraciones para denostarlo. "Fue un inútil para las relaciones sociales, para los silencios oportunos que lo dejaran bien parado, para 'hacer lobby'. Fue también, sin quererlo, un heridor de vanidades intelectuales. Su dificultad de adaptación era la excusa del sistema para liquidarlo", sostiene Mantero. Y agrega: "Siempre entendí perfectamente por qué el Turco no podía ocupar algún cargo de responsabilidad administrativa, organizativa o ejecutiva. Pero nunca pude entender, ni justificar, por qué aquellos que los ocupan no le brindaron el espacio como para que desarrollara su saber y su capacidad".

Salvador no tuvo hijos con ninguna de las tres parejas decisivas de su vida porque, decía, "el mundo es una mierda". Pero se maravillaba de la reproducción de la especie, se emocionaba con los nacimientos de los hijos de sus amigos y escribió El Traductor con la ambición de trascendencia, para que fuera su legado. La película de Borenstein profundiza el surco de su leyenda.

*Entre Gatos Universalmente Pardos, de Ariel Borenstein
Estreno: 28 de febrero, cine Gaumont, Rivadavia 1835

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