Nicolás Gadano: "Viví mi mundo del exilio, del progresismo y de los ex militantes como una religión"

El economista y actual gerente general del Banco Central acaba de publicar "La caja Topper", un libro de memorias en el cual a partir de un conjunto de objetos reconstruye su historia de clandestinidad y exilio a partir de la militancia montonera de sus padres. Al mismo tiempo, discute la mirada cristalizada de quienes llama "los guardianes de la memoria" de los 70

Es un día de furia verde en la Argentina, el dólar se dispara impiadoso una vez más, y Nicolás Gadano, gerente general del Banco Central está en la puerta de Infobae. Sin embargo, Gadano no viene a hablar de economía y no solo porque no puede hacerlo ("tenemos todo un procedimiento y un circuito de responsabilidades, asignaciones, hay que ser muy cuidadosos para proteger que no se genere nada que pueda perjudicar a la gente") sino porque viene a hablar de libros. En realidad, viene a hablar de un libro en particular, el suyo. Ocurre que Gadano (1966), economista y experto en petróleo, es el autor de La caja Topper (Seix Barral), un libro que despliega la memoria de un hijo de militantes montoneros -madre psicoanalista, padre periodista- que escaparon milagrosamente de la garra militar y consiguieron salir al exilio.

En su libro, escrito con una prosa potente y atractiva y con muy buen despliegue de la tensión narrativa, Gadano reconstruye en primera persona y en clave de autoficción su historia familiar de clandestinidad, exilio y regreso ya en democracia y lo hace a partir de una serie de objetos y documentos que encuentra en una caja de zapatillas en la que su madre, ya muerta, acumuló a lo largo de los años recuerdos amorosos dispares como cartas, postales, casetes y fotos.

La caja Topper es un libro de memorias que puede leerse como una novela de iniciación y también como un diálogo singular con un interlocutor tácito, su padre, una figura poderosa y envolvente, quien luego de una vida intensa y de riesgo y ya retirado del periodismo, sigue siendo el pilar de la historia familiar, una historia que, por sus particularidades, necesariamente se cruza con la historia argentina de las últimas décadas. En este sentido, y en varios otros, se trata de un libro que puede muy bien leerse en sintonía con El salto de papá, de Martín Sivak: ambos textos en los que a la par de la narración de una experiencia familiar sale a la luz un amoroso ajuste de cuentas con el padre por un pasado conflictivo y traumático.

— Tu libro se llama La caja Topper. Esa caja Topper, según cuenta el narrador, que en este caso coincide con el autor, es una caja en la que tu madre -que ya murió- tenía sus cosas personales, reunidas a lo largo del tiempo. En el libro, esos objetos se van desenredando para reconstruir una historia. Una historia de militancia y exilio que los marcó mucho tanto a vos como a tu hermano. ¿Cómo surge el libro?
— Bueno, la caja Topper me la da Vicente, que fue el último marido de mi mamá, después de que ella muere. Yo no sabía que existía esa caja. Y en esa caja ella a lo largo del tiempo, probablemente no en esa misma caja, pero todo terminó ahí, con todos los viajes que hicimos en esos años que vivimos en muchos lugares incluyendo Brasil y México, entonces en esa caja fue juntando cosas muy íntimas, muy personales, muchas cartas. Cartas entre ella y mi papá, cartas mías hacia ella en momento en los que estábamos en distintos lugares, fotos muy particulares, objetos, un casete que habíamos mandado desde México a mi familia acá. Es decir, un montón de cosas que me permitieron hacer una reconstrucción literaria de esas partes de mi vida y de mi familia, ¿no? Porque en todos esos años, que son años de mi infancia y mi adolescencia, yo vivía con mis padres y con mi hermano. Y bueno, es una vida en esos años muy marcada por la militancia revolucionaria de ellos, por la pasión revolucionaria de ellos y todo lo que eso provocó en nuestra dinámica de vida.

— Estamos acostumbrados a una literatura de parte de los hijos de los 70 que muchas veces glorifica la militancia de los padres. En muchos casos porque eso terminó en la muerte o en la desaparición y la muerte de esos padres. En muchos otros casos no, pero también lo que hay es una suerte de sentimiento de continuidad, como la idea de tener que continuar esa lucha que en su momento se frustró pero que en la cabeza de muchos de esos hijos o nietos hay que continuar. En tu caso no es así.
— No. No sé, creo que no. Yo ya tengo 52 años, y este es un libro que escribí justo cuando estaba por cumplir 50. Que por otro lado es la edad que tenía mi viejo cuando volvimos del exilio a la Argentina. Y bueno, han pasado muchos años desde que yo era un adolescente. Incluso en el libro cuento que había en la caja una revista del centro de estudiantes del colegio en el que hice 5to año acá, cuando volví de México en el año 84, y ahí por ejemplo detecto que en un comienzo hablo en primera persona del singular y después empiezo a hablar del exilio y de política en primera persona del plural porque no me podía distinguir de la historia de mis padres, ¿no? De las ideas y de la ideología.

— Y del entorno.
— Y del entorno. Bueno, con el paso del tiempo yo hice mi vida y mi vida naturalmente tiene diferencias con sus ideas, con sus experiencias, y a esta altura el libro es una reconstrucción de mi vida. No es que tengo la decisión de opinar glorificando o no la experiencia de ellos pero sé que para muchos en el libro aparecen mis diferencias y mis posiciones o algunas ideas respecto de lo que fueron los 70, la militancia y todo eso.

— Vos ya habías empezado a hablar de estos temas cuando escribiste una nota que fue muy leída y muy comentada hace algunos años en la sección "Mundos íntimos" del diario Clarín. Era una nota en la cual contabas la experiencia del exilio. Ahí se podía leer una especie de reclamo a los padres desde el lugar de los hijos por haber tenido que vivir esa experiencia. Al mismo, en La caja Topper recuperás tu paso por México como una parte fundamental de tu formación. ¿Qué les reclamas a tus padres, si es que hay algún reclamo para hacerles?
— No, no sé si les reclamo algo. Vos decís lo de México por ejemplo, y para mí la etapa en México fue de enorme felicidad. Hay toda una parte en un capítulo del libro donde en medio de un diálogo medio ríspido alguien me pregunta qué fue lo peor del exilio, con esa idea del exilio y la nostalgia y los puchos y mi papá que ser quería acordarse de memoria las calles desde Pueyrredón hasta el Bajo, y yo le digo "mirá, lo peor del exilio fue cuando terminó, cuando nos volvimos a Buenos Aires"… Porque realmente para mí y para mi hermano, para mi generación, vivir en México fue una felicidad, pasamos ahí los años de la infancia y de la primera adolescencia, donde uno hace a sus amigos más importantes, construye su identidad.

(Santiago Saferstein)

— ¿A qué edad llegaste a México?
— Nos fuimos de acá a los 10 y a México llegué a los 12, en el medio estuvimos en Brasil.

— O sea que no era exactamente la ciudad que reproduce Roma, la película de Cuarón, que es un poco anterior pero más o menos.
— No, pero más o menos. Y los Cuarón de hecho son amigos de la gente de mi colegio en México. Roma transcurre unos años antes pero es ese espíritu. Así que esa etapa, la verdad que puede parecer raro que yo agradezca a la dictadura que me haya permitido vivir en México, ¿no?, pero es así de alguna manera. Ojalá nadie hubiera tenido que pasar por la dictadura pero haberla pasado afuera fue un alivio para nosotros. La etapa inmediata anterior, que yo conté en esa nota en Clarín, y que fue la de la clandestinidad fue lo más sofocante y difícil. Y después, como decía, volver a la Argentina post dictadura teniendo otra cultura y extrañando mucho a mis amigos mexicanos, nos costó mucho también.

— Vos sos papá.
— Sí, tengo dos hijos, Dante y Eva.

— ¿Y cómo creés que intervino toda esta historia familiar a la hora de ser vos el que tiene que cumplir la función de padre?
— No sé, no lo he racionalizado de esa forma… Con mi mamá y mi papá tengo una, digamos, mi mamá murió, con mi papá tengo una relación compleja, siempre discutimos, hace muchos años, especialmente de política, es lo que le apasiona a mi papá, es difícil llevarlo al terreno de otras cosas más personales o más familiares. Y yo soy economista, ahora soy gerente general del Banco Central pero estuve en el gobierno de la Alianza, entonces siempre hemos tenido discusiones políticas con mi papá y con mi mamá también. Pero bueno, somos una familia: son mis padres. Y yo… crío a mis hijos como supongo que me enseñaron ellos. En una vida, que algo hablo en el libro, que es mucho más apacible, menos peligrosa, menos riesgosa. En algún momento también hablo ahí de la añoranza de la vida en peligro, de la intensidad del espíritu revolucionario militante, que yo no lo tuve porque yo era chico pero lo viví muy de cerca. Y, más allá de la discusión ideológica o política sobre todo eso, había algo de poner la vida en riesgo por una idea que era que iban a cambiar el mundo e iba a haber una revolución…

— Una épica, ¿no?
— Una épica que nosotros no tenemos. Hay toda una parte de eso que es una suerte porque esta es una etapa en la que no hay violencia, no hay muerte, no hay sufrimiento… Tampoco hay esa adrenalina que tenían ellos, bueno, yo lo viví muy de cerca.

— ¿Qué pasó cuando salió ese artículo y qué pasó ahora que salió La caja Topper con tu papá?

— Bueno, lo del artículo lo cuento en el libro: a mi papá no le gustó mucho. No le gustaba que fuera en Clarín.

— Él es periodista.
— Él es periodista. Sabe lo que es escribir, sabe lo que es la vanidad del escritor. Y cuando salió la nota yo le decía mirá, si escribí algo es para que se lea… Pero bueno, es difícil exponerse en un libro así. Yo tomé la decisión, pero yo soy yo y arrastro también a mi familia. Y en el caso particular de mi papá, están expuestas diferencias y rencillas y discusiones.

— Y también contás un episodio un poco más inquietante. Recién mencionabas que fuiste funcionario durante el gobierno de la Alianza y en el libro contás un episodio en el cual, en un momento muy especial para la Argentina, tu papá entendió que era más importante publicar una nota con una información sensible y para eso utiliza una información confidencial tuya…
— Bueno, así son un poco los periodistas, ¿no? Los periodistas son periodistas y tienen esa naturaleza. Sí, fue algo que pasó y por lo que discutimos pero bueno, pasó y…

— ¿No te enojó?
— En su momento sí, pero se me pasó.

— ¿Sí?
— Sí, se me pasó. Y yo cuento un poco en el libro que, bueno, él hizo eso y yo ahora… lo mando al frente en el libro completo. Soy el hijo de mi padre, en un punto es así. (sonríe)

— ¿Cómo decidiste hacer un libro, Nicolás?
— La verdad es que fue un proceso. Cuando reconstruyo ese proceso después de la muerte de mi mamá, a los pocos meses escribí lo que salió en "Mundos íntimos" e inmediatamente después de esa nota entré a un taller de literatura, de escritura creativa, de Santiago Llach, que fue fundamental porque ahí encontré cómo escribir sobre todo esto. Pero no había deliberadamente una intención de escribir, tampoco de hacer un libro, pero bueno, con el paso del tiempo, eso fue hace más o menos tres años, empecé a darme cuenta de que había algo que me tenía tomado y sobre lo que estaba escribiendo. Y de ese material empecé a armar lo que finalmente fue La caja Topper.

— Viste que hay una discusión con el tema de la literatura del yo o autoficción. ¿Este es un libro completamente de no ficción? Más allá de que uses recursos de la narrativa para llevar adelante las escenas, digo. ¿Hay algo inventado, de ficción?
— Mira, yo leí mucho en estos años -y se nota en mi libro- a esos autores como Karl Ove Knausgard, Emmanuel Carrere, Javier Cercas, que escriben desde el yo y en presente y hacia atrás y mostrando al escritor al frente de lo que está haciendo. Creo que fue Karl Ove Knausgard el que dijo que recordar es mentir. En la reconstrucción que uno hace, y que yo mismo hago, de episodios de mi infancia o de mi adolescencia. Por ejemplo cuando escribo del tiempo en que trabajaba en La Escuelita, que es un jardín de infantes que queda en Colegiales, y me iba hasta Cabildo a tomarme el colectivo. Y yo por ejemplo no me acuerdo si exactamente ese día me tomé el 12, el 68 o el 152. Entonces qué es la ficción o la verdad o la no ficción ahí… Es una reconstrucción literaria, por eso yo lo digo así, porque por momentos cuando yo entro en ese mundo de mi propia vida sí parto de algo que es completamente no ficción y que son todos los documentos de la caja Topper, los llamo documentos. Yo escribí un libro de historia del petróleo. Y el vínculo que encuentro es que en ese libro lo que yo hacía era un ensayo riguroso.

Gadano escribió un ensayo muy elogiado, “Historia del petróleo en la Argentina” (Edhasa)

— Con documentos.
— Con documentos, sí.

— Y ahora también.
— Sí. Y los documentos son los documentos.

— Aquellos documentos eran sobre el petróleo, sobre la Argentina, y en cambio estos documentos son personales.
— Son muy personales. Pero, bueno, ese límite entre la ficción y la no ficción, es un gris por momentos, ¿no?

— No, te lo preguntaba porque uno como escritor piensa en general quién va a leer y en qué dirección va a leer lo que uno escribe. Pensaba en la memoria, en que hay una memoria personal y una memoria colectiva. Y pensaba en lo que puede ser tu libro en términos de aporte a esa memoria colectiva y que puede, de algún modo, perturbar cierto discurso canónico en relación con algunos temas, por ejemplo la militancia.
— Sí, yo reflexiono sobre todo. Pero yo había hecho ese libro del petróleo, es un libro, un ensayo histórico, un ladrillo que habla de cuántos metros cúbicos producía el pozo 2 y cuántos… Muy riguroso en ese sentido. Me preocupaba mucho la objetividad y la exposición de mis ideas pero fundamentadas en los documentos. Yo podría haber escrito un ensayo sobre los 70, con mis ideas, mi experiencia y qué sé yo, y no lo hice. Entonces me fui hacia una novela personal en donde todo lo que escribo es lo que elegí escribir deliberadamente desde mi subjetividad. Recorto donde quiero, construyo como quiero, y me parece que en ese proceso un poquito me quiero correr de la discusión, de la grieta, los 70, de la memoria. Pero sí, sin duda que al lector, a muchos lectores les va a caer mal. Hay algo que son los guardianes de la memoria que están ahí para decir "mirá, los 70 fueron así, vos no podés apartarte de eso con tanta ligereza, aunque hayas estado exiliado, no importa". De hecho ya me lo están diciendo algunos. Yo estoy tratando de esquivar eso, por lo menos en este momento y con este libro porque es un libro sobre mi vida, reconstruido de manera literaria en una novela del yo.

— Qué pasa con la Argentina en relación con la historia y con lo que es imposible de perforar muchas veces, cuando algo quedó cristalizado. Lo difícil que se hace tratar de mostrar un matiz cuando, por otra parte, una memoria colectiva está conformada por varias memorias personales.
— Sí, es la memoria, es la cultura. Hace un poco en una entrevista yo contaba que estaba muy copado con una serie que vi en Netflix que se llama Shtisel, que es sobre una familia de judíos ortodoxos en una Jerusalén contemporánea. Y está el hijo, Akiva, y Shulem que es el padre. Se quieren mucho pero tienen muchas diferencias porque Akiva quiere pintar y ser pintor para una familia judía ortodoxa es algo muy complejo. Entonces, más allá de lo argentino en sí, yo siempre viví como que mi mundo del exilio, del progresismo, de los ex militantes, era todo como una religión. Como un mundo en el que estaba muy claro quiénes eran los buenos, quiénes eran los malos, cómo son las cosas. Pero bueno, en la medida que fui creciendo eso… También fui criado en la cultura del espíritu crítico, la tolerancia, la amplitud. Pero son frases hechas.

— Pero ¿te llaman "traidor", por ejemplo?
— No, nadie me llamó traidor nunca en mi vida. No. Por ahí alguno lo piensa. Trabajo como gerente general del Banco Central. No sé si podría decir no me molesta pero no me pasa por ahí, el libro no está no está construido desde esa discusión.

— Ahora, La caja Topper y también el artículo que escribiste antes fueron de algún modo disparados por la muerte de tu mamá. Sin embargo tu papá está vivo y vos decidiste hablar igual, contar igual. Necesitaste contar igual.
— Sí, sí.

— ¿Eso es porque tal vez había cosas que no querías contar para no provocarle dolor a ella pero en cambio sí querías que él escuchara?
— No lo sé, hay gente que lo interpreta así. Mucha gente me dice bueno, tu mamá… Primero, como que soy un nene de mamá, porque mi mamá sale mejor parada que mi papá. O mezclado con eso que como mi mamá está muerta, en cambio mi papá está vivo. No lo sé. Sí pensé, y leyendo el libro de Martín Sivak (N. de la R.: El salto de papá), que hay ahí algo por oposición, en el sentido de que Martín en alguna parte del libro dice algo así como que la muerte de su papá también lo privó de poder criticarlo. En mi caso, está la supervivencia de mi papá a la represión, a él lo fue a buscar un grupo de tareas y sobrevivió a eso y nos escapamos. Bueno, tener a mi papá vivo también me permite criticarlo. O tomar distancia y tener diferencias. Lo que yo me pregunto en el libro es: ¿yo escribiría de la misma forma si lo hubieran secuestrado?

(Santiago Saferstein)

— Bueno, tal vez no hubieras vivido de la misma forma, no hubieras sido ni pensado de la misma forma.
— No, seguro. Son esas especulaciones que uno hace. Pero bueno, por suerte mi papá, mi mamá y todos nosotros salimos, nos fuimos a México, sobrevivimos a la represión. Y fue hace muchos años eso, entonces todo ese proceso que sin duda me disparó la muerte de mi mamá está llevado a la literatura o a la narración en La caja Topper.

— ¿Qué te está llegando de los primeros lectores de tu libro, qué repercusión estás teniendo?
— Siempre es muy intenso y es muy conmovedor porque está la gente que ya me conoce pero lo más interesante es la gente que no me conoce, que no sabe nada de mí y que lo lee y me escribe por cualquier medio para contactarme porque emociona.

— ¿Te buscan para darte datos, por ejemplo?
— Bueno, algo de eso hay también, pero más que nada es gente que por algún motivo u otro, con una vida diferente, se identifica con uno. No solamente con toda esta cuestión de la militancia, sino que por ahí hay partes del libro que son más de mi adolescencia, de mi iniciación como varón. El primer enamoramiento. Entonces, cuando uno logra conectar con lectores a quienes algo les impacta y me dicen que no pudieron parar de leerlo y que me querían escribir de alguna manera, eso es muy satisfactorio. Dos, tres mensajes de esos ya valen la pena.

— ¿Vas a hacer la segunda parte de La historia del petróleo en la Argentina?
— Debería, ¿no? Debería. Pero bueno, no lo sé. Siempre he sido un poco disperso en mis intereses y mis inquietudes y es un libro que me requirió mucho esfuerzo y mucho trabajo de fuentes. En algún momento espero tener el tiempo y las ganas para seguirlo.

(Santiago Saferstein)

— ¿Y seguís de cerca el tema del petróleo? Te lo pregunto porque en este momento en donde se juntan diversas crisis, aparece Vaca Muerta como una gran esperanza. Me gustaría preguntarte ya en términos técnicos si pensás que las vueltas de la política, los cambios de ciclo de la política, de pronto si ganara, el peronismo más radical en Neuquén podría llegar a cambiar el destino de esas reservas y lo que significa para nosotros.
— No lo sé. Cuando me preguntan por la segunda parte -los petroleros, esto es del mundo de los petroleros-, yo les respondo que la historia va más rápido de lo que yo podría llegar a escribir. Porque la dinámica de la industria petrolera, YPF, se privatiza, se estatiza, la expropiación, Repsol, Vaca Muerta, ahora. En términos técnicos, Vaca Muerta es un gran activo, tiene un enorme potencial. De alguna manera u otra se va a desarrollar y va a aportar bastante riqueza para la Argentina y en particular para los neuquinos. Lo cual es una suerte porque mi papá está en Neuquén. Mi familia, tanto la materna como la paterna, son de General Roca, del Valle de Río Negro.

— Claro. Y como periodista él trabajaba para el Diario de Río Negro.
— Sí.

— ¿Cuál es el lector que te imaginás para tu libro?
— Bueno, los primeros lectores que me imagino son gente de mi misma generación. De cualquier tipo de historia, idea, familia, religión. O sea es con quienes creo que más puedo conectar. Después me interesa saber qué pasa con los de la generación de más arriba porque vivieron con mucha más…

— Con el cuerpo.
— Sí, con el cuerpo, desde cualquier lado, todo lo que pasó en los 60 y en los 70. Y bueno, y el desafío más grande, que no sé cómo les podría caer, es a chicos de la edad de mis hijos.

— ¿Leyeron algo ellos?
— Leyeron, sí, yo algo cuento en el libro. Y es que probablemente yo me pienso a mí mismo cuando tenía esa edad y la historia de mi familia y todo eso no me interesaba en lo más mínimo. Me interesaba la música que me gustaba, las chicas que me gustaban, mis amigos, fútbol, no sé, esas cosas. Pero también sé que ellos, creo que como nos pasa a todos, en algún momento de su vida van a querer saber de dónde vienen, cuál es su familia, qué pasó, en éste caso la historia de sus abuelos, que es muy intensa. Así que les quedará La caja Topper para volver a leerlo. Les quedará el libro y la caja en sí.

— ¿Esa caja está en tu casa?
— Esa caja está en mi casa, sí.

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