No tengo un recuerdo claro de cuándo se me ocurrió la idea originaria de Te quiero tanto que no sé. Envidio a esa gente que puede narrar con precisión la génesis de sus proyectos, como si una iluminación repentina le hubiese llegado y luego canalizado convenientemente en una película, un libro, etcétera. Yo pienso por amontonamiento: dejo que un montón de ideas se acumulan todas juntas y eventualmente se van a ir mezclando y mejorándose unas a otras.
Te quiero tanto que no sé nace de dos inquietudes. Por un lado, el recorrido de la juventud, de mi generación, en las calles de Buenos Aires, con su lógica errática y totalmente noctámbula. No viajé tanto a otras ciudades pero no por nada Pete Doherty cada vez que viene se queda unas semanitas girando por ahí. Por otro lado, el cancionero un poco avejentado, un poco de protesta y un poco de romanticismo, de mis padres. Esa mezcla no deja de parecerme un poco ridícula en, por ejemplo, las canciones de amor de Silvio Rodríguez (hay una que aparece en la película).
Con ese lastre, se me ocurrió una historia, nada original: un chico vuelve a su casa después de su trabajo, en el que se cruzó a una chica que conocía de tiempos lejanos, se duerme una siesta y cuando se levanta tiene la certeza de que la quiere ver. Ve en Facebook que está en un bar, así que sale en su auto a buscarla y a cruzársela pero como si fuera un accidente. Un poco de stalkeo pero no algo acosador. Pero, claro, en el medio le van a pasar muchas cosas y no sabremos si eventualmente llegará. Y cada tanto, un misterioso músico callejero aparece por las situaciones para ofrecer su cuota musical.
Incluso aunque pueda narrar el origen de la película, todas las vicisitudes del rodaje y de las distintas etapas de la producción hicieron que se abra a lo desconocido y que termine siendo mejor de lo que pensaba. Al fin y al cabo: ¿Quién es uno para pensar que lo que está en su cabeza va a ser mejor si se mantiene impoluto, a salvo de las almas impuras que quieran cambiarle algún personaje, algún giro de la trama?
Nuestro equipo para salir a filmar era una cámara de fotos (la gloriosa Sony A7sII, si algún estudiante quiere saber) y un grabador de sonido que nos prestó la Universidad del Cine. Éramos un equipo ninja: tratamos de molestar lo menos posible la vida nocturna de Buenos Aires para filmar. Creo que la gente que pasaba cerca ni se daba cuenta. Si preguntaban, decíamos que éramos estudiantes. Algo totalmente verosímil por la edad: acabábamos de egresar. No teníamos casi presupuesto (la película salió, en ese momento, lo mismo que un viaje de egresados a Bariloche), así que había que negociar con la realidad. No es posible cortar una calle, o la gente pasa y mira a cámara. Hay que encontrar soluciones rápido. Negociar con lo que uno tiene: si uno no acepta eso, termina filmando de espaldas.
Pero no quiero romantizar esa situación de precariedad porque se parece mucho a las situaciones a las que algunos llegan con angustia, con créditos del INCAA que nunca se terminan de efectivizar, perdidos en esos pasillos llenos de desidia. Hay una situación realmente grave allí y que si no cambia en el corto plazo, va a ser irreversible.
La película fue filmándose mientras se editaba. Si algo quedaba poco claro o se nos ocurrían ideas después, teníamos la oportunidad de enderezar la dirección. Es algo que el ritmo normal de un rodaje no deja. Primero filmás, después editás, después estrenás. En el cine uno no es capaz de reescribir, algo común en la literatura u otras artes. Yo tuve esa suerte y así estuvimos por un año, no sin cierto grado de angustia: ¿Llegaremos a tal festival?, ¿y a tal fondo para pagar la posproducción? Por las dudas, le había prohibido a mi equipo que hiciera mucha alharaca en redes sociales sobre la película. Nos tuvimos que apurar, finalmente, porque la aceptaron en BAFICI. Un alivio. Hay una escena filmada en la puerta del Village Recoleta, el centro neurálgico del festival. Incluso si uno camina algunas cuadras a la redonda, podrá reconocer otros escenarios de filmación.
Y después, el MALBA, el estreno comercial. En el estreno algunos críticos que leí escribieron que esta era otra película de jóvenes abúlicos que no tienen nada que hacer. Y encima son de clase media. Yo la pensé así, es verdad, pero con un agregado: ¿qué pasa si aparecen canciones de una generación anterior, como fantasmas, acechando? ¿Ese elemento extraño tiñe todo y lo pone en perspectiva? El resultado varía en cada espectador. No entiendo la insistencia de los críticos en lo general, en lo que la película tiene de común a todas, y no en lo que la diferencia.
Dicen también que la película se olvida de la política porque borra todas las referencias que podrían aparecer en la calle o en las conversaciones. Si hay una posición política en la película que defiendo es la de crear lugares (espacio y tiempo) donde la gente pueda cantar canciones que no son las que suenan en la radio, de una sensibilidad en particular. Poner a disposición, para quien quiera, un lugar amable por fuera de las modas y lo contingente. En el estreno, en una escena en particular en la que muchos jóvenes cantan a la vez, un efecto de la sala hizo que los espectadores pensaran que los que estaban atrás suyo también lo estaban haciendo. Fue como una especie de confusión generalizada que derivó en una situación casi de fogón. Todos cantando y sintiéndose seguros porque pensaban que el de atrás y el de adelante hacían lo mismo. Esa es la experiencia que me gustaría que transmita Te quiero tanto que no sé.
"Te quiero tanto que no sé", de Lautaro García Candela, se proyecta todos los viernes de Febrero y el 1 de marzo a las 22:30 en el MALBA.