No es una ironía que el Centro Cultural Borges esté en la cúpula de un shopping. El mundo que habitamos está lleno de contradicciones, sí, pero que el Centro Cultural Borges se encuentre dentro de las Galerías Pacífico, en la microcéntrica calle Viamonte, no es una de ellas. Es parte de la hibridación conceptual de estos tiempos. ¿O acaso el arte debe estar alejado de la metrópoli, en la llanura, entre las vacas, o en la punta de un cerro ingobernable? Ya lo decía Claude Lévi-Strauss: no se puede estar afuera de la estructura. Todos estamos, en mayor o menor medida, sumergidos en este caos.
El arte contemporáneo lo entendió siempre. Sobre todo el arte contemporáneo argentino. Miró hacia afuera, hacia adentro, construyó un género. El mecenas y coleccionista que allí puso el ojo fue Esteban Tedesco, un cirujano plástico, que se dedicó a comprar obras desde los 18 años como una forma de la filantropía. Posee más de 1.700 y es uno de los coleccionistas más importantes del país. Ahora, acá, en el Borges, su colección está desperdigada por varias salas. De fines de los setenta a la actualidad, una línea de tiempo une, de forma algo caprichosa pero siempre estética, las producciones de varios artistas destacados y muy celebrados. Secretos compartidos es el nombre de la exposición.
Comenzó una tarde —todo empieza una tarde— cuando se reunieron Virginia Fabri y Eduardo Stupía, los curadores de la actual muestra, con Clara Lía Cristal y Verónica Di Toro, las encargadas de la producción. Vieron, entre los cuatro, el gran catálogo de la Colección Tedesco. Las pequeñas fotos pasaban frente a sus ojos como un scrolleo un poco esquemático, como si más que obras de arte contemporáneo fueran estampillas industrializadas. "La colecciones se comprimen, se ponen en depósitos y se comprimen. Nosotros íbamos viendo las fotitos, y está bien, elegíamos… pero después, cuando vimos las obras, fue como si se ampliaran, se inflaran. La obra respira de nuevo, adquiere cuerpo. Yo creo que es bueno hacer periódicamente ésto: porque sacar una colección a la luz no es solamente limpiarle las telarañas, es darle una nueva vida. Porque la nueva mirada revitaliza", comenta Stupía.
La exposición tiene varias salas. Todas muy heterogéneas. Hay una dedicada al dibujo. En las demás, los límites están borrados. Hay pinturas, fotos, técnicas mixtas, collage, algunas esculturas y objetos tridimensionales. "Son obras que aluden al ornamento de la naturaleza y al artificio geométrico", dice Virginia Fabri, mientras Stupía completa: "Hicimos un recorrido visual, no cronológico ni temático".
—¿Con qué se encontraron cuando empezarona desempolvar la colección?
—Vimos que, en general, el umbral de calidad es muy alto —responde Stupía—. Los coleccionistas compran lo que quieren y tienen derecho, entonces las colecciones tienen altibajos. Esta tiene una calidad muy pareja. Todo lo que encontramos nos parecía muy bueno, todo valía, aunque había obras que estaban más inaccesibles por razones prácticas o logísticas o de montaje. La muestra revela un modo de ser del arte argentino de los últimos treinta años bastante fiel, revela una fisonomía que quizás se ve poco masivamente.
—Además —continúa Fabri—, cuando ves los recorridos de los artistas, sobre todo los que son un poco más grandes, ves que se formaron en los Talleres Antorcha, que estaban en Barracas, o en las Becas de Kuitca, por ejemplo. Evidentemente ese arte, en aquella época, ha hecho mucho. Además, las clínicas no sólo son lugares de producción, también son lugares de pensamiento.
—Tenés razón —retoma Stupía—, estas colecciones permiten reconstruir una pedagogía que muchas veces quedan en la historia chica o en la melancolía de los artistas. Pero diría que esta muestra establece un arco entre la Beca Kuitca y el Di Tella, que es el paradigma de la práctica y del concepto de clínica artística hoy. Es una curva dúctil de ser examinada por una muestra, más allá de que los investigadores lo hagan.
Recorremos la muestra. Dos mujeres, al vernos conversar, se acercan y hacen algunas preguntas. Quieren, además de ver la exposición, escuchar a sus curadores. La palabra siempre acompaña el arte visual. Continuamos el recorrido y entramos a otra sala; la Berni, como le dicen. "Lo primero que hay que colgar es el cuadro que te va a organizar la pared. Una vez que lo colgaste, todo va alrededor de él", dice Stupía mientras mira con complicidad a Fabri. Se ríen. Hay todo tipo de obras acá, es cierto, pero hay algo allá, a la izquierda, que resalta. Un políptico con varios dibujos de Ernesto Ballesteros. Son todos cuadros amontonados que, juntos, forman una figura exótica: como un skyline espejado.
—¿La obra de Ballesteros incluye la composición que forman los cuadros?
—No, eso lo pensamos nosotros —responde Stupía—. Había varias formas de hacerlo. Ponerlos uno al lado del otro, pero nos ocupaba mucho espacio. O hacer una especie de damero, pero las formas de los cuadros no era regular. Entonces lo hicimos así, como una fuga piramidal.
—¿Es parte de la curaduría, entonces?
—Mirá, yo me considero más diseñador de montaje que curador. Porque no soy tan ideológico, soy más pragmático. La ideología es la de Tedesco, hay que mostrar bien lo que él ya decidió. Hay una diferencia ahí entre montajista y curador aunque a veces el curador también monta, también lo lleva a la pared. Y también habría que diferenciar lo que implica curar y montar una muestra individual de una colectiva.
La imperfecta geometría fractal de la naturaleza aparece todo el tiempo. Con colores, con formas, con relieves. "El ojo del espectador ve todo simultáneamente, entonces de algún modo cromáticamente eso tiene que estar contemplado", dice Stupía y se refiere a la pared de enfrente —hay dos trípticos de collage de Rosana Schoijett que deslumbran— donde la paleta de colores permanece estable y, pese a ser obras de distintos artistas, no hay ruido cromático. "Hay una sensación corporal cuando hay armonía. Lo sentís", agrega Fabri. En el medio, una pequeña escultura de suma fragilidad y delicadeza hecha con minas de grafito, da cuenta de la variedad de escalas. Es de Mariano Dal Verme. Sobre el final, una pequeña sala al fondo, toda negra, más abocada a las obras que exploran la iluminación. Como la Benjamín Ossa, chileno, uno de los pocos "infiltrados" no argentinos.
Excepto algunas piezas de arte que estaban colgadas en la casa de Tedesco, el resto permanecía en un depósito, todo empaquetado, acumulando polvo y tiempo. "En un momento la obra se hace secreto, se hace oculta —dice Stupía—, permanece a un mundo privado. Para el coleccionista también es secreto porque no tiene forma de disponer de todas. Tedesco, un hombre que tiene 1700 obras, no puede ir a verlas cuando quiere, porque están guardadas, están ocultas. Manejar una colección es un problema de economía de medios, físico y emocional también. Yo creo que también para él fue una fiesta armar esta muestra, porque las tenía en un lugar invisible."
"¿Viste el Poema de los dones de Borges?", pregunta el curador y cita de memoria: "De hambre y de sed (narra una historia griega) / muere un rey entre fuentes y jardines; / yo fatigo sin rumbo los confines / de esta alta y honda biblioteca ciega." Continúa: "Es como tener un tesoro y no poder verlo, no poder ir a tocarlo. Lo tenés acumulado en un lugar. Estas muestras sirven también para que el coleccionista recupere su relación erótica con su colección."
—¿Qué sociedad y qué época refleja esta muestra? Porque esto que hay acá no es todo el arte, es un fragmento. La pregunta sería: ¿qué fragmento es?
—Bueno, es un fragmento urbano, urbanizadísimo, y culturizado. Cuando se dice arte contemporáneo, se refiere al arte muy advertido de las formas internacionales. Chicos jóvenes que están muy avivados, muy despiertos y muy alertas de cierta manera política del arte, además de lo formal, y de ciertas estéticas actuales. Primero, porque Buenos Aires es una ciudad con mucho reflejo de fenómenos internacionales. Y segundo, porque tecnológicamente vos podés detectar modos y maneras estéticas.
—Exactamente, ahí cuenta la formación —agrega Fabri—, las clínicas que han hecho.
—Clínicas que les dan un estilo. Porque uno podría pensar, como dice Yuyo Noé, —dice Stupía— que el arte contemporáneo es un disparate porque todo lo que se hace en el momento actual es contemporáneo. Sí, en el sentido cronológico. Pero el arte contemporáneo es un tema de estilo y de género. Y esta es una muestra que refleja ese género.
*Los artistas de la muestra son Pablo Accinelli, Diana Aisenberg, Beto Álvarez, Marcela Astorga, Ernesto Ballesteros, Eduardo Basualdo, Remo Bianchedi, Sofia Bohtlingk, Fabián Burgos, Natalia Cacchiarelli, Oscar Carballo, Gabriel Chaile, Mariano Dal Verme, Grillo Demo, Beto De Volder, Verónica Di Toro, Matías Duville, Roberto Elía, Leopoldo Estol, Elisa Strada, Benjamín Felice, Mariano Ferrante, Ana Gallardo, Mariano Giraud, Nicolás Gullotta, Silvia Gurfein, Graciela Hasper, Carlos Huffmann, Ignacio Iasparra, Juliana Iriart, Guillermo Iuso, Magdalena Jitrik, Silvana Lacarra, Fernanda Laguna, Luciana Lamothe, Donjo León, Alfredo Londaibere, Alexis Minkiewicz, Marcela Mouján, Nicolás Mastracchio, Adriana Minoliti, Eduardo Navarro, Benjamín Ossa, Andres Paredes, Alfredo Prior, Dudu Quintanilha, Andrea Racciatti, Ines Raiteri, Martín Reyna, Miguel Rothschild, Rosana Schoijett, Leandro Tartaglia, José Vera Matos, Adrián Villar Rojas, Osías Yanov y Pablo Ziccarello.
* Secretos compartidos
Hasta el 5 de marzo
Centro Cultural Borges
Viamonte 525 – CABA
Lunes a sábado de 10 a 21 horas
Domingos y feriados de 12 a 21 horas
Entrada: $150 | Jubilados y Estudiantes: $100
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