Año 1955, zona negra de la historia argentina. Una mujer asesinada. Sus restos, desperdigados por tres lugares de Buenos Aires. Un asesino que termina confesando. Una sociedad que elige defender al femicida. Un caso que da unos cuantos giros en el aire, golpea contra el techo de la trascendencia y cae dentro de una vitrina policial para, así, sin más, perderse en el olvido. A nuestro presente llega casi como un rescate. Desde una propuesta que excede al periodismo, la performance, el caso regresa resignificado. ¿Qué nuevas lecturas posibilitan esta época?
En el año 2014, María Eugenia Cerutti estaba tomándole fotos a la historiadora e investigadora criminalística Lila Caimari. Era por una entrevista para el diario Clarín. Se quedaron charlando un rato luego de la nota, y Caimari le contó que estaba a cargo del rediseño de la sala de criminalística de la Policía, un lugar donde se exponen distintos casos policiales que lograron resolverse. Debía mover todo el archivo. Entonces, Cerutti le preguntó qué posibilidades había de que ella fuera a hacer fotos ahí, como un relevamiento. A los pocos días estaba con su cámara, retratando ese material.
"Son todos casos muy macabros, porque varios son descuartizamientos, casos muy emblemáticos. El del Petiso Orejudo, por ejemplo", recuerda ahora la fotógrafa, en diálogo con Infobae Cultura, y agrega: "Empecé a mirar todo desde una perspectiva de género y noté que los hombres asesinados era por casos de estafas y las mujeres, por violencia de género: eran femicidios".
(Video: Sebastián Gringauz)
Así llegó al caso de Alcira Methynger, una salteña que tenía 28 años cuando fue asesinada. Había llegado a Buenos Aires para trabajar como empleada doméstica. Jorge Burgos, el femicida —según su relato, fue por una infidelidad—, no sólo la asesinó, también la descuartizó. Al torso lo metió en un paquete y lo dejó en la Estación de Hurlingham. Las piernas, en Martín Coronado, envueltas en papel madera. El asesinato ocurrió el 17 de febrero de 1955. A los pocos días, tras una pista que lleva a preguntar en hospitales por la cicatriz de una operación, dan con su nombre, la dirección del lugar donde residía en Buenos Aires y también con el asesino, que termina confesando.
Al fondo de Proa21, un patio viejo, con paredes descascaradas, mixturas de lo clásico, retazos del tiempo bajo un cielo siempre nuevo, es el escenario. Este martes a las 20:30 horas se realizará allí la performance Con toda la muerte al aire. Los ideólogos son la fotógrafa María Eugenia Cerutti y el periodista y escritor Alejandro Marinelli. Trabajan muchas personas en el proyecto, por ejemplo la realizadora Marcela Turjanski. Financiados por la Beca del Laboratorio de Periodismo Performático, una iniciativa de Revista Anfibia, la UNSAM y Casa Sofía, se logró desarrollar y llevar a cabo. El martes regresa, dentro del marco del V Encuentro de la Beca Cosecha Roja donde confluyen periodistas de todo el país, pero también de distintos países de América Latina. La entrada es libre y gratuita.
"Hay una recolección de fotos del caso, no sólo de las de aquel tiempo en que sucedió, sino también de cómo están hoy los lugares implicados", le cuenta Alejandro Marinelli a Infobae Cultura. "Un patio que se vuelve una sala enorme. Te hablo de diez por veintipico metros. Hubo que adaptar eso a fotos gigantes. Son gigantografías. Eso es como el escenario. Y en las paredes, sobre lo que serían chapones de los conventillos, se proyectan imágenes. No es estrictamente un mapping, aunque hay algo de eso. Además, dos actores hacen una performance y el público interviene", agrega.
(Video: Sebastián Gringauz)
A fines de los años cincuenta, desde la cárcel, Jorge Burgos hizo su descargo literario y lo tituló Yo no maté a Alcira. Cuando las partes del cadáver fueron halladas, el caso adquirió cierto notoriedad en los medios. Al conocerse al autor, aún más. Pero cuando el libro salió a la venta, rápidamente se volvió bestseller. Ahora, acá, en la performance Con toda la muerte al aire, el actor Luis Ziembrowski le puso voz al relato. Lee al asesino. "El libro es la versión de él, del asesino, de por qué ella lo empujó a hacer eso. Alcira Methynger es, para Burgos y para las voces públicas de la época, una víctima culpable por haber empujado a su victimario a que la mate", cuenta Marinelli.
"Tomamos cartas de lectores de la época también", agrega sobre eso que hoy, con las redes sociales, parece una masificación pero que, en aquella época, cuando la sociedad civil no tenía voz en los medios, estas cartas que se publicaban en los diarios eran toda una novedad. ¿Y qué decían esos textos escritos por "ciudadanos de a pie"? ¿Cómo veían aquel brutal asesinato cometido por el apodado "El descuartizador de Barracas" los que, de vivir en esta época, podrían expresarlo en las redes sociales con más vehemencia? En sus palabras se puede ver el conservadurismo que, fogoneado por la unidireccionalidad de los medios de comunicación, llamaba a mantener el statu quo, dejar todo como está, olvidar el episodio, evitar la justicia, reproducir la voz del asesino varón.
"Pido y ruego la reivindicación de Burgos ante el mundo —escribió una tal Beatriz Elena de Costa, de Capital Federal—, adjudicándole la pena mínima y si es posible la absolución, para poder llevar un poco de consuelo a ese lugar donde lo espera una mujer digna como todos debiéramos ser: ¡una madre!" Por otra parte, un tal Isidro Garín de la ciudad entrerriana de Paraná escribió ésto para la revista Así: "Seres como Alcira deben desaparecer. A ella sólo le interesaba 'pasarla bien'. La sociedad de la nueva Argentina no necesita a ese tipo de personas. Así como la mató Burgos la podría haber matado cualquiera de los hombres a los que ella manejaba cruelmente". Una vez más el conservadurismo, pero renovado, de un nuevo orden. Así se configuraba "la mala víctima".
La performance hace, además, una reconstrucción del contexto que, si bien determina el asesinato, se extiende hacia algo más que un entorno, dando lugar a un panorama histórico. Aparecen fotos de los bombardeos del 55 —aquel episodio negro, trágico, conocido como la Masacre de Plaza de Mayo, que dejó 308 muertos y más de 700 heridos—, como también del Corpus Christi convocado por monseñor Manuel Tato días antes, por ejemplo. "En la reconstrucción del hecho aparece también la singularidad de las armas con que se cometió el homicidio. También perfiles de la víctima y el victimario. Son muchas cosas. Es una unidad de sentido mostrando la violencia de la época", explica Marinelli.
"Este caso nos interesó por su cruce histórico y político. Y también lo que pasaba en los medios, cómo reflejaban el hecho. Pasó en 1955, es cierto, pero hay cosas que se repiten y que todavía siguen estando. En el fondo, es una sociedad muy parecida", reflexiona Cerutti y recuerda que, cuando fue a la sala de criminalística —cuyo rediseño quedó trunco tras el cambio de gobierno—, le llamó la atención algo: "Las fotos periciales están todas a la vista. Se ven las partes desmembradas del cuerpo de la víctima. En cambio, la foto del asesino está protegida. Aparece su nombre, su foto, pero sus ojos están tapados como para preservar la identidad de su rostro. Ahí ves cómo se expone a la víctima y se oculta al victimario".
"Siempre escribí novelas policiales. Hay algo de la ficción que me atrajo siempre. Pero a la vez soy periodista. Entonce íbamos como sumando cosas. Ya no sos sólo vos como periodista, sino que estás sumando otras disciplinas. Para hacer algo más global, necesitás cruzar gente", dice Marinelli. Luego, ante la pregunta sobre la originalidad de este tipo de acciones, responde: "No sé. Así, sistematizado, trabajo como clínica, creo que no se vio en otros lugares del mundo". "Ya veníamos trabajando en este cruce de fronteras —agrega Cerutti—, vimos esta propuesta del periodismo performático y dijimos: ¿por qué no? Finalmente, cuando encontramos Proa21, empezamos a desarrollar el proyecto a partir de ese espacio, que es lo que se conoce como site especific".
"Es un caso muy actual. Eso es lo que nos interesa y lo que laburamos", concluye Marinelli, y Cerutti completa: "No lo pensamos tanto como un proyecto concientizador. Creo que todos los actores sociales tenemos que hacer algún cambio para que esto cambie. Los medios, las personas en la vida privada, toda la cadena social". Jorge Burgos salió de la cárcel en 1961 envuelto en un aura religiosa. Todo había quedado olvidado, desde luego, pero el caso volvió a emerger con el fin de su condena. Los medios lo buscaron de inmediato; dio poquísimas entrevistas. En una de ellas, declaró: "Yo amaba a Alcira, la amaba como tal vez nadie pueda hacerlo".
* Con toda la muerte al aire
V Encuentro de la Beca Cosecha Roja
Martes 12 de febrero a las 20:30 horas
Proa21 – Av. Don Pedro de Mendoza 2051 – CABA
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