"Yo soy un pesimista feliz", dice Olivier Guez cuando la entrevista termina, entonces es la primera vez que se ríe. Es una sonrisa que aparece de forma espontánea, casi pícara, en su rostro envuelto en seriedad. Está sentado en un café frente al Cementerio de la Recoleta, rodeado de libros. Viste camisa con mangas arremangadas, un jean, zapatillas. Es un transeúnte más de esta Buenos Aires latina levemente europeizada. Sin embargo, en los ojos celestes se adivina su extranjería. Y más cuando habla: su español es claro, pero su acento francés predomina. Por eso, la entrevista comienza con su traductora al lado, pero a los cinco minutos se convierte en un diálogo en castellano.
Media hora antes, al encontrarnos, saluda amablemente y apoya su libro en la mesa. Está leyendo a Roberto Arlt. Lleva un lápiz negro para marcar esos pasajes que, según él, según todos, emparentan la literatura arltiana de principios del siglo XX con la Francia de fines del XIX. La Modernidad que llega, en algunos lugares antes, en otros más tarde, pero siempre llega. Aplastante y tenebrosa.
El motivo de esta breve conversación es su último libro. La desaparición de Josef Mengele es el título de la historia que narra, de forma novelada, la huida del médico y oficial alemán de las SS —una de las figuras más relevantes del nazismo— por Sudamérica. Mengele era mucho más que un criminal nazi, aunque esa etiqueta ya digo mucho. Mengele experimentó con prisioneros de Auschwitz e hizo del cuerpo ajeno un territorio que le permitía jugar a ser Dios. Era, escribe Guez en su libro, "guardián de la pureza de la raza y alquimista del hombre nuevo".
—¿Por qué la decisión de que la historia sea novelada?
—Tenía tres opciones. Como historiador, pero no soy historiador, y los archivos aún no están todos abiertos. La segunda opción es como periodista. Yo he trabajado mucho como periodista. Cuando un periodista trabaja sobre una historia, escribe también sobre cómo trabaja: he leído, he descubierto, he encontrado y bla bla bla. Eso no lo quería, porque el ritmo cambia con ese tipo de narración. Yo quería contar esa historia de forma muy directa, sin mostrar que he leído, que he investigado. No sólo es la verdadera historia de Josef Mengele en Sudamérica, también fue una metáfora de la segunda vida de un criminal, que para mí es 'el' criminal. El criminal de la idea de Europa. Y esa metáfora era imposible contarla de un modo que no sea una novela. Se lee mejor, creo, y además está el ritmo, que para mí es muy importante. Tenía dos modelos. El primero es A sangre fría de Truman Capote, la vida de los criminales de Kansas que, además, es una obra de literatura. El segundo es la película Aguirre, la ira de Dios de Werner Herzog. El libro también podría llamarse Mengele, la idea de Dios. Es la misma idea: un conquistador loco que se pierde en la selva de Sudamérica.
—En Argentina, supongo que en Francia debe ocurrir algo parecido, hay una tendencia que es la literatura del yo donde el autor se mete en la historia. Acá, y quizás a contra época, decide lo contrario.
—Sí, en Europa ocurre también. A mí me gusta poco, salvo los autores que se van muy, muy, muy en profundidad con su vida, que no es sólo una técnica de narración que es más fácil para leer o escribir. No, no era interesante para mí. Pero otra cosa: es la historia de Mengele. Me gusta mucho la Argentina: el vino, el fútbol, las mujeres… pero no voy a escribir que me gusta ir al estadio de River Plate cuando escribo un libro sobre Mengele. Tiene una frontera. Creo que ese tipo de literatura puede funcionar en otras cuestiones.
—¿Era una preocupación para usted que el lector empatizara con Mengele?
—Empatía nunca. La diferencia entre ficción y no ficción es que la ficción crea emociones. Cada lector tiene otra emoción. Para mí no hubo nunca, nunca empatía. Yo traté de escribirlo de forma muy seca. Es el punto de vista de Mengele, pero es muy seco. Si alguien me dice 'usted tiene empatía con Mengele', yo le dijo 'no hay empatía, tú tienes empatía'. Al contrario, a mí me ha gustado mucho escribir su caída.
En 2005, Olivier Guez se fue a vivir a Berlín. Estaba metido en una investigación sobre la historia de los judíos en Alemania entre la posguerra y los años 2000. Le interesaba saber cómo las víctimas seguían viviendo en el país de los criminales. "Mi trabajo, mis libros, mis guiones de película, etcétera, están atravesados por el interés de ver cómo los individuos y las sociedades pudieron superar este trauma que arrasó a Europa, no sólo desde la Segunda Guerra Mundial, sino también desde 1914", dice en su francés autóctono, sentado en un sillón de terciopelo. Ese era su interés inicial, hasta que un día, en su cabeza se vislumbró una idea: ¿por qué nunca se había interesado por el punto de vista de los criminales?
Años más tarde, cuando realizó la presentación de esa investigación, en la sala había un director de cine llamado Lars Kraume. Se acercó y le propuso que escribiera el guión para su película. Así nació El caso Fritz Bauer, que finalmente se estrenó en 2015. Al investigar sobre Bauer, un fiscal de los años 50 y 60 que contribuyó para enjuiciar y condenar a muchos jerarcas nazis, se le abrió un mundo: el escape por Sudamérica de muchos de estos criminales. Uno de ellos fue Josef Mengele, quien llegó a la Argentina a fines de los años cuarenta. "Entonces hubo una evidencia. Me dije: sí, él es el criminal", recuerda.
En ese proceso no tan consciente, mantuvo muchas reuniones con Saskia Sassen, quien además de ser una destacada socióloga, es la hija de Willem Sassen, mejor amigo de Adolf Eichmann y Josef Mengele en Argentina. Todo decantó en pensar la relación entre nazismo y Sudamérica que, por más que nos pese, existe. Entonces, acá, en la Argentina de esa época, estuvo el peronismo. Al narrar las reuniones que Juan Domingo Perón tenía con muchos fugitivos y colaboracionistas del nazismo, pero también con fascistas italianos, rexistas belgas, falangistas españoles y católicos entreguistas, entre tantos otros, define esa Buenos Aires como un "Cuarto Reich fantasma".
"El peronismo fue muy interesante para mí —comenta—, porque en Europa se conoce muy poco. tenemos sólo la idea del Evita en la comedia musical de Madonna y ya está. Entonces he leído muchísimo sobre peronismo. Yo tengo poco que decir: es un movimiento muy interesante, es una mezcla de todas las ideologías del siglo XX. Yo no soy argentino, no voy a decir que el peronismo es ésto o aquello, pero sí que no era necesario que el peronismo ayude a Eichmann, Mengele y todos los otros porque ellos no hicieron nada por la Argentina. En definitiva, lo que me interesaba era la historia del peronismo y también su estética".
Y si bien su lectura sobre la Argentina de los años cuarenta y cincuenta es muy astuta, también permite observar el contexto internacional, algo muy difícil de ver desde la miopía endogámica del nacionalismo local. "Es imposible entender la desaparición de Mengele en Sudamérica sin todo el contexto geopolítico. La Guerra Fría, el rol de Sudamérica e Israel, por ejemplo, fueron muy importantes en eso", comenta.
¿Cree que es posible que algún atisbo de todo esto que pasó reaparezca en este contexto actual, sobre todo teniendo en cuenta el auge de movimientos de derecha y protofascista?
Lo mismo no, porque el fascismo, el nazismo, el estalinismo no van a volver en la misma forma. Esos movimientos ocurrieron con la tecnología del siglo XX: burocratismo, industria… Son totalitarismo de la Segunda Revolución Industrial. Ahora estamos en una época totalmente diferente, claro, un siglo después. Pero puede volver, la historia está llena de esos movimientos. Pero la tecnología cambia. Ahora se ven los efectos de Facebook o de Twitter y cómo crean una atmósfera de lucha, de odio, que se ve en Europa. En Francia se ve, es horrible. Ya no se van a transportar millones de personas en trenes de Grecia, de Polonia, de Francia, pero la naturaleza del hombre no cambia. Yo tengo una visión muy cercana a la visión de El Bosco, el pintor. Su tríptico El jardín de las delicias tiene todo: el paraíso, el hombre normal en la mitad, y el infierno. El hombre tiene la capacidad de hacer todo. Eso no va a cambiar. Es la tecnología la que cambia.
¿Y qué puede hacer la literatura en este contexto que estamos viviendo?
No hay una sola respuesta. Por ejemplo, Mengele tenía una cultura clásica. Había leído mucho, le gustaba mucho la música clásica alemana. Un hombre nacionalista, pero de cultura. Pero ha trabajado 18 meses en Auschwitz sin problemas. La cultura puede ayudar pero no es la solución. Y la literatura puede ayudar a tomar distancia con las redes sociales, que se vuelven cada vez más un peligro. ¿Cómo funciona ese peligro? Antes, la gente pasaba cuatro o cinco horas frente a la televisión, pero no era peligroso. Ahora sí, porque esas horas en Facebook funcionan en circuito cerrado. Si yo creo que el 11 de septiembre no ha ocurrido, el algoritmo me presenta sólo gente que piensa como yo, que cree que el 11 de septiembre no ha ocurrido. Es un circuito cerrado, que no tiene más apertura. La literatura puede ayudar, pero no más que eso.
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