A muchos músicos les pasa. Llega un punto en el que, cansados de su zona de confort, intentan reinventarse y probar suerte en otros campos del arte, en especial el cine y la televisión. Luis Alberto Spinetta no fue la excepción y en 1987 se animó a protagonizar una película. Hoy, cuando se cumple un nuevo aniversario de su fallecimiento, descubrir esta actuación es la prueba de que el mundo Spinetta es infinito.
Parco, inexpresivo, sórdido, vestido de gris, el pelo largo peinado para atrás (al estilo de Nick Cave), un hombre de pocas palabras y, por supuesto, muy flaco. Así era Finney, el personaje que interpretó el músico en Balada Para Un Kaiser Carabela, un corto de alrededor de 20 minutos de duración dirigido por Fernando Spiner que, en línea con sus propias composiciones, tiene una clara intención poética.
En un pueblo ubicado en el medio del desierto cuyo principal atractivo son los carteles de luces de neón y los fichines -una especie de Las Vegas argentino-, Finney se pasa el día intentando encender autos de lujo que no funcionan, entre ellos un Kaiser Carabela, que fue el primer automóvil familiar fabricado en serie en la Argentina.
Si bien toda la ciudad parece estar en funcionamiento, el único que aparentemente vive en ella es el personaje de Spinetta, cuya existencia transcurre en soledad hasta que, caminando entre las dunas de arena, aparecen una mujer (Sofía Viruboff) y su hijo (Claudio Ginepro). Ella le explica que están apurados y que van más lejos, y él los invita a pasar la noche ahí.
Durante su estadía, el niño, que es sordomudo, saca fotos con su Polaroid y ella improvisa pasos de baile en una discoteca vacía y juega a los videojuegos. Finney, mientras tanto, bebe unas copas y trata de descubrir de dónde los recuerda.
Sus conversaciones son escuetas y sus miradas nunca se cruzan. No logran vincularse de ninguna manera, a pesar de que su historia es un loop infinito en el que la mujer y el chico vuelven constantemente al pueblo y encuentran al hombre solitario intentando encender sus coches, siempre como si fuera la primera vez.
Para Spinetta, "fue un film medio, sin final ni comienzo, que transcurre en un tiempo que no existió ni existirá", un universo onírico de diálogos mínimos e imágenes poéticas que remiten al cine de Wim Wenders.
La ciudad desierta es una Villa Gesell fuera de temporada (mayo de 1987), que se preparó especialmente para recibir al Flaco. Según cuenta el periodista Juan Ignacio Provéndola en su libro Villa Gesell Rock & Roll, sólo tres acontecimientos lograron cortar el tránsito de la Avenida 3, la calle principal de la ciudad balnearia, durante varios días: la época estival, en la que la avenida se convierte en peatonal, los desfiles de la Fiesta de la Raza y la grabación de Balada Para Un Kaiser Carabela.
Todas las escenas fueron filmadas en el centro de Gesell y los carteles de neón que más sobresalen son los de los locales de videojuegos Sacoa y Enjoy. Este último, que cerró hace tiempo, tenía un cohete gigante que durante años fue un signo distintivo de la ciudad hasta que fue retirado en 2006. "Fue una situación muy especial para el pueblo, que estuvo siempre presente durante la filmación", recuerda en diálogo con Infobae Cultura Fernando Spiner, quien vivió allí durante su adolescencia.
Spiner y Spinetta se conocieron durante la grabación de La La La, el álbum que el Flaco hizo con Fito Páez en 1986. El director de cine había regresado de cursar sus estudios en Italia y el escritor Marcelo Figueras le presentó al músico rosarino, con quien realizaría meses más tarde Ciudad De Pobres Corazones, un mediometraje basado en las canciones de ese emblemático disco.
Durante las sesiones de La La La, Spiner le mostró a Spinetta el guión de la película y éste se entusiasmó con la idea de formar parte de ella. "Quedamos en una fecha y fuimos para Gesell. Fue una cosa mágica y un descubrimiento para él, que no había tenido tanta relación con el cine", cuenta ahora Spiner. El cineasta destacó un gesto del Flaco: Spinetta participó del proyecto de manera gratuita. "No cobró nada ni por la actuación ni por la banda sonora, que es hermosa", contó.
Respecto de su performance como actor, al ser el protagonista un personaje que no hablaba mucho, Spiner admite que perdió "un aspecto histriónico de Luis que era extraordinario". "Lo endurecimos", agrega. Para Spinetta fue todo un desafío encarnar a una persona tan silenciosa: "contrasta enormemente con mi personalidad electrónica. Se trataba de no-miradas y no-movimientos, todo lo contrario a mí, que soy movedizo, me rasco la nariz, me tiro del pelo", le dijo a Provéndola para su libro.
Para la actriz Sofía Viruboff, que ya había participado en Miss Mary (1986), de María Luisa Bemberg, y doce años más tarde actuaría en La Sonámbula (1998), el primer largometraje de Spiner, el Flaco "estaba en un momento de mucha introspección y sensibilidad, como suspendido en el aire, dejándose llevar por la dinámica del corto. Por eso el clima de la filmación fue como el de un retiro espiritual", le confiesa a Infobae. Spinetta, una persona que estuvo a la cabeza de todos sus proyectos musicales, por primera vez se dejó guiar por otro. "Estaba motivado y entregado a la situación", cuenta el director. "Necesitaba hacer algo en donde alguien lo estuviera conduciendo", acota Viruboff.
La banda sonora que compuso para la película es una rara avis en el universo spinettiano. Spiner aclara que no le dio ninguna directiva: "Él vio un armado que tenía de la película y se puso a componer". Se trata de música incidental grabada casi en su totalidad con sintetizadores y cajas de ritmos, influenciada por los discos de Vangelis, Jean-Michel Jarré y Tangerine Dream.
Si bien en esos años Spinetta venía experimentando con la electrónica, en Balada Para Un Kaiser Carabela desarrolló un estilo inédito en él, que incluyó loops de su propia voz y samples de los efectos de sonido de los fichines. Lo más cercano a esta música que se puede escuchar en su discografía está en Privé (los efectos de "Alfil, Ella No Cambia Nada" y la base de "La Mirada De Freud") y en La La La (la instrumentación de "Tengo Un Mono"), que salieron un año antes que el corto.
El film se proyectó una sola vez en la Argentina en la discoteca Cinema, pero tuvo más difusión en Europa, donde ganó premios en los festivales de Huesca (España) y Clermont-Ferrand y fue comprado por canales de televisión de Francia y Alemania.
Párrafo aparte merece Claudio Ginepro, el niño que participa en el corto. Era un chico de la calle que muchos años más tarde formaría con miembros de su familia la banda de ladrones más famosa de la historia de Villa Gesell, "el clan Ginepro".
Tanto Spiner –quien más cerca en el tiempo dirigió Aballay, el hombre sin miedo (2010) y La Boya (2018)- como Viruboff, coinciden en que Balada Para Un Kaiser Carabela es un experimento al que Spinetta se sumó, según explica el cineasta, "sin otra pretensión que la de jugar con otro arte que no era el suyo, con la idea de construir una poética alrededor de una cosa realista relacionada con la soledad".
En los 80 las artes atravesaban una fase experimental. Lugares como el Parakultural mostraron una nueva forma de hacer teatro, mientras que en Cemento el rock nacional vivía su propio resurgimiento. Por otro lado, festivales como el de cine independiente de UNCIPAR permitieron desarrollar nuevas técnicas de filmación y guión.
Balada Para Un Kaiser Carabela fue concebida en ese contexto y Luis Alberto Spinetta, que también estaba en una etapa de exploración dentro de su música (basta con escuchar el salto que dio entre Mundo Di Cromo del '83 y Privé del ´86 para comprobarlo), decidió que era una buena oportunidad para incursionar en otras disciplinas y sacar el mayor provecho de ellas. Fernando Spiner le presentó un proyecto que, si hubiera sido una canción, no se habría alejado demasiado de su propia lírica.
Ya pasaron siete años de su partida. Muchos lo recordarán escuchando sus clásicos, mientras que otros preferirán ir a sus discos menos populares. Pero quienes quieran conocer una de sus facetas más desconocidas, Balada Para Un Kaiser Carabela no es sólo una oportunidad de descubrirlo actuando, sino que abre la puerta a la música más extraña que compuso en toda su carrera, una deliciosa banda sonora hecha con sintetizadores, loops y el sonido de los fichines. Luis Alberto Spinetta ya no pertenece a este mundo, pero su universo aún continúa en expansión.
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