Charla con Olivier Marchon, el hombre que quiso desarmar el tiempo

De visita por Argentina, este francés nacido en 1975 dialogó con Infobae Cultura sobre su último libro, “30 de febrero y otras curiosidades sobre la medición del tiempo”, y sus tres pasiones: los números, las letras y la historia

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(Foto: Lihue Althabe)
(Foto: Lihue Althabe)

Escurridizo e incomprensible, el tiempo está en todos lados. Mirás el reloj en tu pulsera y está. Mirás el celular, la computadora, el noticiero y está. Observás tu imagen en el espejo —las arrugas de la cara, los pliegos nuevos, cada vez más— y está. Googleás la palabra tiempo y en el clima que aparece, según el barrio que indica tu localizador, está. El tiempo está en todos lados. Nos atraviesa, nos preocupa, nos rige. Incluso ahora, mientras Olivier Marchon dialoga con Infobae Cultura en la vereda de un bar de Retiro, el tiempo también se hace presente. Aunque de otra manera. Sus palabras intentan desarmarlo, develarlo, pensar qué hay detrás de todo esa vorágine de números que se presenta como natural, como lógica, como invariable.

"El tiempo, tanto o más que el espacio, es un objeto político", escribió este autor francés en el prólogo de su último libro, 30 de febrero y otras curiosidades sobre la medición del tiempo. Editado por Godot, es la primera vez que es traducido al castellano. En sus 151 páginas hay veinte ensayos, veinte historias que reflejan la imposibilidad humana de enjaular racionalmente esta sucesión de instantes. Se trata de una radiografía sobre los cambios que hubo a lo largo de la historia, los conflictos políticos que desató y las confusiones que suscitó. No es difícil imaginar si tenemos en cuenta que el año 46 a. C. duró quince meses, que en Rusia al año 1700 lo antecedió el 7208 y que entre el 4 y el 15 de octubre de 1582 pasó sólo un día.

No es físico, explica. Estudió cuatro años Física pero no se graduó, entonces prefiere sacarse esa etiqueta de encima. Trabajó como gerente de locaciones en cine y más adelante se dedicó a la dirección cinematográfica y televisiva. Fue en el año 2003 que filmó su primer documental, una travesía de Tahití a Ushuaia. Mientras tanto publicó cuatro libros: el primero es sobre los juegos de palabras; los dos siguientes son sobre geografía; y el último es éste, 30 de febrero… "El quinto quizás sea sobre rugby. Me gusta mucho el rugby", bromea. "¿Ficción? No lo sé, tal vez. Pero necesito que esté anclado en la realidad", agrega.

“30 de febrero y otras curiosidades sobre la medición del tiempo” (Foto: Lihue Althabe)
“30 de febrero y otras curiosidades sobre la medición del tiempo” (Foto: Lihue Althabe)

—¿En qué momento apareció en usted la pregunta por el tiempo?

—Cuando uno es niño y le pregunta a sus padres qué es la muerte, ahí nace ya la interrogación. Me acuerdo que un tema que me preocupaba mucho era el infinito, lo que no tiene fin. Entonces desarrollé la idea que tampoco hubo un comienzo. Lo cual no es cierto, porque la hipótesis del Big Bang explica ese comienzo. Fue ahí que me pregunté: ¿y qué había antes del comienzo? Entonces la pregunta del tiempo es algo que empieza enseguida en todo el mundo, en todas las personas. Para mí un verdadero encuentro con el tiempo se dio cuando estudié la Teoría de la Relatividad de Einstein: el tiempo es relativo, no es el mismo cuando te desplazás y también se relativiza dependiendo el lugar. Para mí eso fue un shock. Seguramente mucha gente se plantea las mismas preguntas. Quizás no ha llegado a ser un tema obsesivo, pero he querido profundizar en esa temática. Ahora no estoy seguro si quiero seguir con eso. Este es el resultado de un trabajo limitado en el tiempo.

—No parece pero este es un libro profundamente filosófico…

—Bueno, sí, plantea muchas cuestiones. Qué es el tiempo, pero también por qué el hombre corre detrás del tiempo. Hay cierta locura en querer medir el tiempo. Son las cuestiones que están detrás las que más me interesan.

—¿Cree que, hoy en día, cuestionar la idea del tiempo puede acercar un cambio cultural o político?

—Sí. Han habido intentos de cambiar las medidas del tiempo. La Unión Soviética lo hizo con fuerza; o en la época de la Revolución Francesa el calendario republicano. Son formas políticas de cambiar el tiempo. Pero la verdadera revolución sería cambiar nuestra visión del tiempo. En Occidente tenemos una visión lineal. Es todo derecho y va hasta el fin. Hay otras concepciones más cíclicas. En Asia, en Oriente. Significan otras maneras de pensar el mundo, de sentirse en el mundo y de convivir con los demás. Entonces más que un cambio del calendario del sistema horario, el cambio sería esa concepción. No digo que haya que hacerlo, pero digo que ese sería el cambio profundo.

(Foto: Lihue Althabe)
(Foto: Lihue Althabe)

La primera vez que Olivier Marchon pisó la Argentina no fue el aeropuerto de Ezeiza ni el de Buenos Aires. Fue Ushuaia. Y aunque no imaginaba con qué se iba encontrar, lo sintió como una verdadera belleza. "Me dejó una impresión increíble", dice. Resulta lógico, hacía treinta días que no pisaba tierra. Estaba en un larga travesía: un viaje en barco que lo llevó de Tahití al Cabo de Hornos cruzando el desértico y enigmático Pacífico Sur. Cuando llegó a Ushuaia suspiró con alegría. "La alta mar y la alta montaña juntas. Esa ciudad es realmente increíble", dice ahora y en sus rasgos galos, mientras el recuerdo lo invade, se dibuja una sonrisa.

"Después, la primera vez que estuve en Buenos Aires fueron 24 horas, hace quince años. Es una mezcla de París y New York. Ayer, por ejemplo, fui a San Telmo y me dije: 'Marsella, Nápoles…' También estuve en Palermo y lo sentí muy parecido parisino, por sus avenidas, sus calles, Scalabrini Ortiz", agrega sobre esta visita, luego de recorrer la costa argentina por el ciclo la Noche de las Ideas donde realizó una exposición. Ahora, en la vereda de la calle Arroyo, el sol le da en la nuca. Aún falta para el atardecer, sin embargo el clima no es caluroso. De camisa oscura, jean claro, barba prolija y su infaltable reloj en la muñeca izquierda, Marchon parece un porteño más.

La matemática y las letras conviven en él. Cuando estudiaba Física, sus amigos le decían: "Vos sos un hombre de letras". Y cuando estaba con sus amigos amantes de la literatura, le decían: "Vos sos un científico". Esa bifurcación es parte de él. "Tengo las dos vertientes —reflexiona—, creo que no tiene sentido oponerlas. Creo que se pueden realizar las dos al mismo tiempo." ¿Y cómo nacieron ambas pasiones? "Es muy sencillo: mi padre era científico y mi madre era amante de la literatura. Mi padre no tiene sensibilidad literaria, aunque esconde su juego. Mi madre es muy literaria y no entiende nada de los números. Entonces yo he tomado de los dos. No te voy a contar toda mi vida, pero un poco es así", dice y se le cae una risa. Luego cuenta que la historia —30 de febrero es, sobre todo, un libro de historia— podría ser la tercera vertiente.

(Foto: Lihue Althabe)
(Foto: Lihue Althabe)

Además de las anécdotas que se esconden detrás de la necesidad humana de la precisión pero también de los caprichos de los emperadores, está el modo de narrarlas. Marchon no es ajeno al lector. De hecho, a la hora de escribir lo ha estado imaginando. ¿Quién podría interesarte por estos viajes en el tiempo por los pasillos de la historia? ¿Quién estaría dispuesto a replantearse este calendario como natural? "Es un libro que puede leer cualquiera, porque el tiempo es un tema que le puede interesar a todo el mundo", dice con confianza.

Luego agrega: "Mi objetivo ha sido llevar estas nociones al alcance de todos, pero sin sacrificar el libro a la precisión de los datos y centrarme en eso. Buscaba un libro sencillo pero no simplista. De modo que las pequeñas anécdotas que despiertan la curiosidad, la corta extensión de los capítulos y el humor se abre a un público menos exigente y que se resiste a lo complicado. Y en algún punto intenté buscar divertirme, buscarle la vuelta divertida. Si los que leen se divierten leyendo ésto, ya valió la pena. Y si encima piensan… estoy más que satisfecho".

(Foto: Lihue Althabe)
(Foto: Lihue Althabe)

Mientras conversamos, el escritor y su traductor —que todo el tiempo estuvo a su izquierda— se preguntan por una palabra. Hablamos del terreno del consumo popular, de la literatura de gran tirada, de cómo se les baja el precio a los libros que logran una gran cantidad de lectores. "Je suis vulgarisateur", dice Marchon. Desde luego, él es un divulgador, porque divulga en el público no académico conocimientos especializados. Sin embargo, se refiere a otra palabra: vulgarizador. En Francia es sinónimo de divulgador pero con una connotación totalmente peyorativa. "Se usa para definir lo vulgar, algo que no tiene brillo, que no es noble", explica el traductor.

"Yo me arriesgo —retoma Olivier Marchon— a que me metan en esta categoría. Yo de entrada no comparto esta división entre lo noble y lo vulgar. ¿Por qué dirigirse a todo el mundo sería algo vulgar? Porque si me dirijo a todo el mundo y logro ser comprendido por todos, cosa que no es mala, es un éxito, pero es algo que exige más. No sé si lo he logrado, pero en este libro prefiero dirigirme a todo el mundo y no a una élite científica o cultural. Además, yo me revelo contra este tipo de élite, porque en ese concepto se entiende que unos valen más que otros. Hay quienes tienen códigos y otros que carecen de ellos. En el fondo es una cuestión de riqueza. Están los ricos y los que no son ricos. Entre ellos habría una diferencia del mundo."

"Yo no quiero entrar en esa categorización del mundo, porque son restos del antiguo régimen, de la Monarquía. En Francia la República no ha logrado eliminar totalmente las clases sociales. Pero sin necesidad de querer que todos tengamos lo mismo, porque no sé si es el objetivo, sí creo que todos deberíamos ser objetos de la misma consideración, que todos nos consideremos iguales. Si yo te hablo a ti, no te voy a despreciar porque considere que no eres de la misma clase social que yo. No digo que sea algo fácil, pero es una lucha que hay que librar. La lucha por la igualdad", concluye en esta tarde de lunes, mientras el tiempo pasó como suele pasar: escurridizo e incomprensible.

 

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