Audacia, promiscuidad y lógica: sobre la literatura de Juan Sklar

Con tres libros publicados, la obra del escritor argentino revela una unidad llamativamente homogénea, aún en la disparidad de las historias y la formas de narrarlas. Un repaso por su estilo y temas

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Juan Sklar
Juan Sklar

Con la aparición de dos obras al mismo tiempo, Juan Sklar tiene tres libros publicados, además de varios artículos que llamaron fuertemente la atención. Dos de sus libros son novelas (Los catorce cuadernos, de 2014, y Nunca llegamos a la India, de reciente aparición, ambas editadas por Beatriz Viterbo) y el tercero, también recién editado, una serie de reflexiones dirigidas a su hijo Goran: Cartas al hijo (Ediciones Galerna).

Aunque parece difícil relacionar una serie de conversaciones con un niño de pocos años con dos ficciones en donde el protagonista no para de masturbarse y de buscar sexo, lo cierto es que los escritos de Juan Sklar (incluyendo sus incendiarias e "indecentes" crónicas de vida) forman una unidad llamativamente homogénea.

Los artículos famosos de Sklar tienen que ver con sus episodios de su propia vida y –aunque vale la pena leerlos—su solo enunciado ya da una idea de su universo: cuando ofició de guía de turismo sexual (con todo lo que eso implica) y cuando fue el ghost writer de la autobiografía de Silvia Suller (con todo lo que eso implica).

Las novelas no le van a la zaga en términos de audacia y promiscuidad. El protagonista de Los catorce cuadernos pasa un verano en el Tigre junto a un grupo de amigos. Lo consume el deseo sexual: se masturba, corretea chicas y eventualmente consigue tener relaciones con alguna. La insatisfacción sigue, inalterada, y el círculo vuelve a rodar, más vicioso que nunca. Nunca llegamos a la India tiene, presumiblemente, el mismo protagonista, atrapado en la misma rueda. Esta vez su veraneo es más ambicioso, al igual que la novela. Jano, así se llama el protagonista, veranea en la India, pero la supuesta espiritualidad del país no lo conmueve: de hecho, le provoca un rechazo total y lo expresa en sus poesías, escritas en un cuaderno que no lo abandona nunca:

Pregúntenle a un yogui
cómo es el alma
de un hombre que deja
en la calle a sus hermanos
morir de lepra

Pregúntenle a un yogui
si es hermoso el corazón
que asesina a sus hijas
prende fuego a sus viudas
y viola extranjeras
porque se lo buscaron
las muy putas

Pregúntenle a un yogui
si un país que rebalsa
de personas y mierda
de muerte y venganza
y religión asesina

donde el agua no se puede tomar
donde el amor no se puede mostrar
donde Dios te susurra en el templo
a quién tenés que matar
pregúntenle a un yogui
no me pregunten a mí
pregúntenle a un yogui
si la India
es un país espiritual

Sklar tiene una relación muy fuerte con los protagonistas de sus novelas: claramente funcionan como alter ego de su persona. Ahora bien, lo atraviesa la paradoja del cretense (Aquel cretense que decía "todos los cretenses mienten", ¿mentía o decía la verdad?). El personaje Jano, que en esta argumentación llamaremos "Sklar", encomillado, miente a todas las personas con las que se encuentra, habitualmente para conseguir sexo. "Sklar", entonces, podemos decir, es un mentiroso. Pero Sklar, su autor, parece estar diciendo la verdad al mostrarse a sí mismo desde una luz tan desfavorable. Solo que conociendo a Sklar a través de "Sklar", tampoco podemos saber si esa sinceridad apabullante e impúdica de las novelas es exactamente eso o una estratagema para conseguir algo del lector: su beneplácito (o, en algún caso extremo, sexo, no lo sabemos). En todo caso, en sus novelas se exponen los sentimientos y las falsedades de una manera muy poco habitual.

Ahora bien, tanto en su versión idílica, espiritual, como en la material, la India es probablemente el peor lugar del mundo hacia donde uno puede poner proa con el deseo como motor. Como sede espiritual de Oriente, toda la oferta india está basada justamente en lo contrario: no en la satisfacción del deseo, sino en su abandono. Para un occidental capitalista, criado en el consumo, es el estado más deseable, y al mismo tiempo, más inalcanzable. No querer tener más nada, despojarse de las posesiones, ya empiezo, ahora arranco, sólo que no puedo dejar de aprovechar esta oferta de televisores Smart. Desde un punto de vista material, India es lo que se presenta ante el ojo del protagonista de la novela: un país sucio, atrasado, poco higiénico, con mujeres sojuzgadas y supersticiones primitivas.

Lo que le pasa a en la India a "Sklar" no tiene que ver con el abandono del deseo sino con la experiencia del propio Buda quien, según cuenta la historia mítica, al abandonar el palacio donde estaba sobreprotegido, descubre la enfermedad, la miseria y la muerte (y conoce a un asceta). Lo que saca a Jano del círculo de búsqueda de placer y frustración y vacío al alcanzarlo es justamente el descubrimiento de la enfermedad y de la muerte irrumpiendo en una de sus habituales conquistas sexuales.

Nunca llegamos a la India es una novela exasperante y divertida al mismo tiempo, aparentemente circular y redundante pero con una inesperada salida de la asfixia. Sklar maneja magistralmente el registro verbal y la forma de expresar ese aluvión confesional, que no repara en costos emocionales con tal de salir airoso en cada momento. La novela es graciosa y triste, angustiante y liberadora.

El círculo del deseo y la frustración se corta con la muerte, según Nunca llegamos a la India. Sin embargo, la otra publicación de Juan Sklar, aparentemente en paralelo, producto de otro emprendimiento laboral como eran sus columnas radiales con Mario Pergolini, da otra respuesta. Cartas al hijo recopila esas cartas pero además les agrega a cada uno de los temas un desarrollo reflexivo.

El hijo de Sklar, Goran, pone al ciclo de la frustración en otro lugar. No por un argumento ñoño y moralista que idealice la paternidad sino por una necesidad impartida desde la biología. Para el padre, el interés por el hijo precede al propio. El efecto es correrse del centro de la propia atención. Entre pañales, sonajeros, óleo calcáreo y, posteriormente, play station y compra de figuritas, el deseo carnal no desaparece pero se tiene que acomodar en un lugar más estrecho.

En la introducción, Sklar, lo explica bien:

Yo no tuve parejas estables (una novia un par de años) hasta que nació mi hijo. De alguna manera, el bebé nos casó. Inauguró un sentido, un propósito por el cual uno aprende a tolerar defectos del otro y se esfuerza por corregir los propios. La pareja contemporánea está signada por el "si no da, no da". Es decir, que cuando la cosa no fluye, cuando no es absolutamente placentera, te separás y adiós. Pero cuando hay un hijo, el umbral de insatisfacción que hay que cruzar para separarte es mucho mayor. Incluso desde lo logístico. Sin hijos te peleás, le decís al otro que es un pelotudo, das un portazo y aparecés a los tres días, si es que aparecés. Cuando hay un niño, le decís al otro que es un pelotudo, decís que te vas, agarrás el bolso, te fijás si hay pañales, mema, lechita, muda de ropa, che, ¿viste el óleo calcáreo? Creo que está con el algodón. Vas, agarrás el algodón, el bebé se duerme y entonces aprovechás para coger y para cuando el bebé se levantó, te olvidaste de la pelea. El hijo, como desafío externo, conforma, o por lo menos refunda la pareja. Pasamos de amantes a aliados.

Sklar, ya con parte del tiempo no dedicado a conseguir alguien con quien acostarse, piensa en su hijo, y eso lo hace pensar en el mundo. Cartas al hijo es un libro notable por varios motivos. Uno es que muy raramente una persona siente que tiene que reflexionar y sistematizar sus ideas respecto de una serie de temas, que van desde la pareja y la adopción hasta la muerte, pasando por la belleza, la transexualidad, la música y la discapacidad, entre muchos otros. Otro motivo es que a Sklar, a diferencia de la enorme mayoría de los escritores –y todo tipo de artistas—le apasionan los datos. Y las argumentaciones y reflexiones que le imparte a Goran están basadas en hechos y no meramente en intuiciones, contradiciendo la forma más paradigmática de pensar en la Argentina.

Así, nuestra cultura, habitualmente pobre y aldeana, nos ofrece un espectáculo fascinante: el de un hombre que va descubriendo y adaptándose al mundo mientras lo cuenta por escrito, con una –aparente—sinceridad poco común. La multiplicidad de medios lo hace más atractivo todavía: ya sea a través de poesías, novelas, crónicas o ensayos, el próximo capítulo de la lucha del deseo de Juan Sklar contra el universo promete ser apasionante.

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