—Vení, sentate. Charlemos un rato.
Ya casi que cierra el El Negro. Abrió el 24 más por solidaridad con los solitarios que para hacer caja. Ese bar no anda, ni los 24, ni los 31, ni siquiera los 5, cuando los del barrio ya cobraron los sueldos y las jubilaciones. Igual no se queja, el "Gascuña" no le dará pesos pero es su lugar en el mundo. Es adonde ir cada mañana y desde donde volver cada noche. Hace rato que, como no hay ganancia, hace de todo. Es encargado, cocinero, mozo. Ahora, un rato antes de la Nochebuena, trapea la mugre que dejaron los pocos clientes del día. Y escucha al Papá Noel ese, el único parroquiano que queda, medio arrumbado contra la ventana del fondo.
Justo le tocó un Papá Noel con ganas de hablar. Como no quiere ser descortés, el Negro deja el lampazo apoyado en el balde de plástico azul, se seca las manos con los muslos del pantalón y acerca una silla a la mesa de aquel hombre que estira las manos hacia adelante, como buscando que los puños blancos del traje rojo le den un poco de aire a las muñecas, y se sirve de la botella de vino blanco que le alcanzó el Negro más temprano. Medio vaso. El otro medio, Papá Noel lo llena de soda.
—En el norte no toman esto ¿sabías?— dice, mientras mira fijo el chorro— es más, no saben ni lo que es un sifón. Al agua sin gas le dicen agua estancada, imaginate… "A glass of still water, please". Son raros los gringos. Muy raros. Festejan la Navidad en pleno frío. ¿A quién se le ocurre, no? Como vas a estar feliz en medio de la nieve, tiritando. A mí dame el calor, la pileta, el río, la cerveza bien helada. Igual tengo que decir algo en favor de ellos: son de creer. Les decís que crean en los gnomos y van y creen. Les decís que tenés un trineo tirado por renos y creen. Se te escapa que en vez de renos tenés unos perros mal bañados y no les importa, creen. Crecen, se ponen gordos y canosos, con esos cuerpazos enormes y siguen creyendo. Es lindo eso… ¿Vos, por ejemplo, vos creés?
—¿En qué?
—En Papá Noel.
—Y no, cómo voy a creer.
—¿Y por qué no?
—Porque no, no sé… —piensa un segundo el Negro— Será porque vi a mis viejos poner los regalos en el arbolito cuando era chico, yo que sé.
Papá Noel se rasca la barba, la vista perdida en el vaso que todavía burbujea.
—Decime, ¿vos alguna vez viste a Dios?
—No, nunca.
—¿Y creés en Dios?
—Sí. Ojo, no soy un chupacirios, de esos que van todo el tiempo a la iglesia, ¿eh?
—Pero creés.
—Sí.
—Y no lo viste nunca.
—No, no lo vi nunca. Capaz que alguna vez lo sentí, pero lo que se dice verlo, no lo vi nunca.
—Lo sentiste… Claro. Entiendo.
Papá Noel aprieta la mano, rodea el vaso, parece que se lo va a llevar a la boca pero queda así, con los dedos tensos alrededor del vidrio.
—Es raro, ¿no? Porque estás acá, conversando con Papá Noel que paró a tomarse un vino acá en tu bar. ¿Cómo es que se llama?
—Gascuña.
—Ahí va. Estás conversando con Papá Noel que paró a tomarse un vino en el Gascuña, pero en él no creés. En Papá Noel no creés. Decime, ¿alguna vez Dios pasó a tomarse un vino, una cerveza?
—No…
—¿A pedirte el teléfono?
—No, tampoco.
—¿El baño? Nunca te encaró Dios en la caja y te dijo: "maestro, disculpe, le puedo usar un segundito el baño"?
—No, nunca me pidió el baño Dios— medio que se fastidia el Negro.
—Pero en él creés…
Papá Noel suelta el vaso y mira por la ventana.
—¿Ves esa familia? Esa que espera un taxi ahí en la esquina.
—Sí, la veo.
—Fijate. Papá, mamá, dos hijos. Familia tipo. Él lleva una botella de sidra. Ella algo envuelto en una fuente, capaz un pionono, un vithel tonné, no sé. Los nenes van vestidos de fiesta. Los grandes por ahí creen en Dios, como vos. Los nenes en Papá Noel.
—Bueno, es lógico, esperan los regalos.
—Ahí está, ahí está. Los regalos. Y te hago una pregunta, ¿llegan los regalos?
—Y, en general sí.
—Y lo que le pedís a Dios, ¿llega?
—No sé, a veces algo, puede ser.
—Contame, ¿qué fue lo último que le pediste?
—No sé, que sé yo…
—Dale, algo le tenés que haber pedido hace poco.
—No sé, la octava Libertadores para el Rojo, supongo. Sí, eso se lo debo haber pedido seguro.
—¿Y?
—No, por ahora no. Nos cagó River.
—Ah. Los cagó, claro…
Mira de nuevo la calle Papá Noel, ve cómo la familia al fin se sube a un taxi que esa noche se debe estar haciendo la América con la gente que va de una casa a otra.
—¿Sabés por qué creen en Papá Noel los grandes?
El Negro no contesta.
—Por la logística, ese es nuestro punto débil. En eso estuvimos flojos. Es medio difícil que un mismo tipo, gordo y viejo, pueda estar a las 12 de la noche en todas las casas del mundo… Ahí fallamos. Pero igual ojo, porque fijate que para ustedes Dios sí puede estar en todas partes, pero Papá Noel no. Dios debe tener acciones en Amazon, en Alí Babá, no sé… —mira por la ventana de nuevo, la mujer hace equilibrio para que no se le caiga la bandeja mientras entra al Corsita con gas. Papá Noel sonríe y sigue.
—Igual te digo algo, eso de las doce es una pelotudez de ustedes, porque en el norte se cagarán de frío pero en eso son más lógicos. Se van a dormir, entonces nosotros tenemos toda la noche para repartir en paz.
—Pero es lindo lo de las 12— acota el Negro, como para decir algo.
—Es lindo, pero es imposible. Para cualquiera. Entonces ya se nos cae la veracidad, ¿entendés? Pero es culpa de ustedes que se ponen tensos con la puntualidad. Justo ustedes, ¿no es gracioso? Porque si fueran los japoneses, todavía, pero ustedes…
A lo lejos se escucha una sirena. Papá Noel se sonríe con ironía.
—A ese seguro que le desearon un montón de Feliz Navidad, ¿no? Y ahí está, acostado mirando para arriba en una ambulancia, capaz que ni llega al hospital el pobre. ¿Y Dios adonde estuvo para cumplirle los deseos? Porque a Dios le piden cosas raras, ¿eh? —se envalentona Papá Noel— no se las cumple un carajo, pero al señorito le creen. Vos, por ejemplo, le pediste que tu equipo gane. Decime, ¿qué carajo puede hacer el hombre para que tu delantero la mande adentro? ¿Magia? ¿Qué te pensás, que va a desviar la pelota con un dedo desde el cielo? No, macho, no es así. Le piden imposibles y si pasan, suponen que fue él, se la pasan "gracias a Dios tal cosa", "ay Dios mío tal otra". Si no pasan, a lo sumo echan al DT. En cambio a Papá Noel le piden un autito, una muñeca, todo más lógico, pero… Siempre un pero con Papá Noel. ¿A nosotros nos agradecen todos los días? Mierda, una mierda nos agradecen. Los pibes nada más, los pibes. Una vez al año. Y hasta ahí, mirá, hasta ahí.
Un colectivo para en la esquina. Va vacío.
¿Ves? Con ese me identifico, con ese sí. Con el chofer. Pobre tipo. Navidad de mierda debe pasar. Solo va, entendés. Como yo en el trineo —se seca la frente, rodea de nuevo el vaso, está a punto de levantarlo pero se interrumpe—. Otra pelotudez es la de las chimeneas. Tenemos que ser gordos y entrar por las chimeneas. ¿Más difícil no había? En cambio el otro, ni cuerpo tiene. Bien que cuando hubo que aguantar los trapos acá en la tierra, lo mandó al hijo. Otra que Dios. Alto cagón.
Suena el teléfono. El Negro le hace un gesto a Papá Noel como de que lo disculpe y atiende.
—Gascuña, buenas noches… No, ya estoy cerrando… No, ya no hago delivery, lo que pasa es que hoy el pibe se fue más temprano… No, mañana no abro. Disculpe ¿eh? Y felicidades. Buen año.
Corta. Aprovecha para acomodar un poco el mostrador, no tanto porque esté desordenado sino como para zafar de la charla, pero de repente lo mira a Papá Noel y le dice:
—Che, ¿vos tenés el trineo por acá cerca?
—Sí, a la vuelta. En infracción creo, capaz que algún botón me hace la multa, a Dios seguro que no. ¿Por?
—Porque me da lástima el que llamó, es un viejo que vive solo, no debe tener un carajo para comer y es Navidad. Un especial de milanesa me pidió.
—Y bueno, yo te lo llevo.
—¿En serio? Qué grande… Dale, me meto en la cocina, ¿tenés para anotar la dirección?
Papá Noel saca una birome, estira las manos, se acomoda los puños del traje rojo y al fin le da un sorbo al vaso de vino con soda. Despacito, se le escapa un jojojo.
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