¿Qué hay después de la muerte? Nadie lo sabe. Lo que se sabe aquí, de este lado de la vida, es que cuando alguien muere queda su legado. Con Osvaldo Bayer, cuya muerte acaba de confirmarse hace minutos, no se trata de una herencia material, de una obra bonita y vistosa que uno puede ir a presenciar en algún parque turístico. Lo que hizo este historiador y periodista —intelectual, en definitiva— fue abogar por un activismo de la coherencia. Como escribió Karl Marx en 1845: ya no alcanza con "interpretar de diversos modos el mundo", ahora (también) "de lo que se trata es de transformarlo". Y eso Bayer lo supo desde el principio.
"Hay partes del cuerpo humano que no se rinden, que resisten, hasta el final. Salir a la calle y mover a los políticos, que respiren lo que hicieron. La única manera de cambiar las cosas es empezar desde abajo", dijo en una entrevista dos años atrás, desde su casa del barrio porteño de Belgrano, esa que su amigo Osvaldo Soriano bautizó como El Tugurio. Su mente, incluso en sus últimos años y a su avanzada edad, permaneció activa. Sabía que una época donde el rol del intelectual fue barrido por la sociedad del espectáculo exige más. Su voz sonaba solitaria, pero no por eso menos nítida.
Su vida fue un eslabón díscolo en la cadena. Entre la academia, el sindicalismo y las redacciones periodísticas se movió durante años. Fue cuando escribió Los vengadores de la Patagonia trágica, un emblema de su obra pero también de la investigación histórica y periodística argentina, que todo cambió. La Triple A —dirigida por José López Rega, durante la presidencia de María Estela Martínez de Perón— lo obligó a exiliarse, y se fue a Berlín. Allí se mantuvo desde 1975 hasta la caída de la posterior dictadura militar en 1983. Fue a partir de esa historia, la de la violenta represión en Santa Cruz a la clase obrera en huelga durante el gobierno de Hipólito Yrigoyen entre 1920 y 1921, que volvió a poner sobre la mesa una causa social olvidada.
Su compromiso con la lucha de los Pueblos Originarios es, tal vez, el que resuena más fuerte hoy, a minutos de su partida. Derrocando a Roca fue una campaña que impulsó y que alcanzó gran notoriedad porque proponía quitar todo homenaje —que los hay, y muchos— a Julio Argentino Roca, artífice de la llamada Campaña del Desierto, en calles, monumentos y establecimientos. "Se trata de esclarecer nuestro pasado para que nunca se repita", solía decir.
Cuando en 1958 volvió a la Argentina luego de recibirse de historiador en Alemania, trabajó para el diario Esquel. Pero fue despedido. Entonces fundó, junto a Juan Carlos Chayep, el periódico La Chispa. En el primer número publicado, escribió que "es necesario tratar cuanto antes el tema de las tierras de Cushamen". Allí relata el entramado político que terminó con la apropiación de tierras de aborígenes por parte de terratenientes. Ese mismísimo lugar, 58 años después, adquirió una nueva significación: ahí mismo desapareció Santiago Maldonado durante la represión de la Gendarmería.
"Soy Osvaldo Bayer, hace 50 años viví en Esquel y desde allí denuncié el robo de tierras de Cushamen. Exijo que se terminen las desapariciones forzadas en Argentina. Vivo se lo llevaron, vivo lo queremos", dice mirando a cámara en un video de agosto de 2017, y sigue: "A un mes de la desaparición forzada de Santiago Maldonado, nos autoconvocamos a Playa de Mayo para exigir su aparición con vida".
Quienes reconstruyeron aquellos años fueron Ariel Pennisi y Bruno Napoli. "El Bayer de La Chispa —dice Pennisi— acusa un fondo de candidez. Sin embargo, algo de la insistencia por la que será reconocido, la emergencia de un estilo, asomaba entre tinta expandida y papel poroso: ingenuidad y radicalidad. Un discurso entre moral e incendiario, un estilo directo del que tiempo después se jactará, una voluntad de limpidez que conmueve tanto por lo quijotesca como por lo necesariamente ética".
Y continúa Napoli: "Un dicho popular, de esos que por un instante vuelven mordaz al mismísimo sentido común, recae sobre quienes, según sentencia, 'le encontraron el gusto al poder'. Bayer le encontró el gusto al cuestionamiento de las diversas formas de poder con las que se topaba. Su humor, su ironía y su perseverancia lo desnudan en ese sentido, uno muy distinto al nudismo indeseado de los reyes. El desnudista Bayer exuda contestación, desafía a unos e invita a otros a plegarse, pasa de la incriminación periodística a la arenga popular sin solución de continuidad."
También, y como tantos otros casos, se posicionó frente al asesinato de Rafael Nahuel, un joven de ascendencia mapuche de 22 años que vivía en el barrio Nahuel Hue de Bariloche. Recibió un balazo en la espalda de parte de Prefectura en el marco del desalojo de la comunidad Lafken Winkul Mapu, en la zona del lago Mascardi, dispuesto por el juez federal Gustavo Villanueva. No se probó que haya atacado a la fuerzas de seguridad, ni que en su poder haya tenido armas de fuego.
"Señor Juez Villanueva, usted es quien ordenó un desmedido operativo en el que participó la Policía Federal para apresar a los miembros de la comunidad mapuche del Lof Lafken —escribió Bayer en su carta publicada el 27 de noviembre—. Y para garantizar el desalojo y la represión, cortó la Ruta 40 en un radio de diez kilómetros con la Gendarmería Nacional contra familias mapuches, la mayoría de ellos mujeres y niños; vulnerando todos los reconocimientos legales e internacionales (…) He visto tamaña cobardía en la historia con Mitre, Roca, Videla, Hipólito Yrigoyen, con la Patagonia Rebelde y ahora en democracia. Esa pregunta… ¿en democracia? (…) La estigmatización, el racismo y la violencia, son las herramientas de quien no tiene argumento".
Su defensa de los Pueblos Originarios fue un posicionamiento no sólo político sino también ideológico: contra cualquier gobierno de turno. Durante el kirchnerismo, también hubo una decisión estatal de reprimir comunidades. La primavera de Formosa del pueblo Qom ha sido una de las más castigadas. En una columna del 13 de noviembre de 2011 en Página 12, Bayer escribía: "El pasado año se le quitaron 1300 hectáreas; 600 de ellas fueron dadas a la Universidad de Formosa y el resto a la familia Celía. La quita se hizo a balazos y garrotazos. Un qom cayó muerto, Roberto López, y hubo niños y ancianos heridos de gravedad, que todavía están hospitalizados."
¿Quiénes son los Roca de hoy?, le preguntaron en una entrevista de 2015. "Los Roca de hoy son las grandes estancias y las empresas transnacionales", respondió, para luego seguir, con otra respuesta, la de su visión sobre el porvenir. ¿Qué futuro sueña un hombre como Osvaldo Bayer? Contestó así: "Sueño con un socialismo libertario. Una sociedad sin clases ni pobreza. Ninguna dictadura, ni siquiera la del proletariado. Es un sueño… y en la vida hay que luchar para lograrlos. En eso estamos."
"Hay que estar preparados para defender la democracia", dijo en 2012. Lo oían una centena de estudiantes de periodismo. La democracia, esa palabra que muchas veces se torna tan liviana, tan naturalizada, tan eterna, siempre está en jaque, siempre está amenazada. En definitiva, es una idea en construcción. "Mientras haya villas miseria, no hay democracia", decía apostando a que nadie se duerma en los laureles de la estabilidad.
Lo que Bayer dejó bien claro a lo largo de toda su vida mediante un activismo sumamente coherente es que la democracia debe defenderse más allá de cualquier ambición partidaria. Que hay límites que la sociedad debe poner y que ningún gobierno de turno, por más progresista o represor que sea, lo puede traspasar. En el fondo, todo depende de nosotros. Quizás ese sea el legado de Osvaldo Bayer.
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