Algo vio Luis Alberto Spinetta en los ojos de Juan Carlos Diez aquella mañana de fines del año 2000, cuando sentados en el estudio/casa La Diosa Salvaje el periodista hizo silencio. Estaban frente a frente. El músico inclinó levemente hacia adelante su cabeza, se bajó un poco los anteojos y lo miró sin intermediaciones de cristal. ¿Y vos qué querés hacer, Juan?, le preguntó. Estaba abriendo las puertas de su mundo interior.
Los siguientes cinco años Spinetta y Diez cultivaron semanalmente el ritual ancestral de la charla. Como dos chamanes, sentados sobre una piedra hundida en las estrellas, Luis Alberto y Juan Carlos exprimieron madrugadas de reflexiones, descubrimientos, lecturas, introspección, humor y emoción hasta cocinar un libro fundamental.
Diez buscaba conocer "a la persona que ideaba ese andamiaje flotante de melodías y textos". La lectura de "Martropía, conversaciones con Luis Alberto Spinetta", originalmente editado en 2006, reeditado en 2014 y de nuevo este diciembre por Aguilar, lo confirma: adentrarse en este libro es como mirar por un telescopio a través del cual se viaja por las constelaciones que conforman la galaxia spinetteana, un espacio de búsqueda de trascendencia artística permanente.
-¿Tu música maneja tu vida?, le pregunta Diez.
-No. O sea, no soy de esos músicos que viven para estar tocando su instrumento todos los días. Lo que sí, mi música está influida por mi experiencia de vida, eso es innegable. Está amarrada a lo que vivo. En parte es un efecto colateral de componer algunas canciones. Vos metés todo eso y la canción te devuelve lo mismo, con todo lo que vivís. Muchas canciones no las pude volver a cantar por lo que significaron para mí y para no sentir esa emoción dispuesta de otra manera.
Spinetta le dice a Diez que "tratar de encontrar una buena melodía es tratar de vincularme con lo más importante entre todo aquello con lo que coexisto, no solamente con las personas que vayan a escuchar una canción o un disco mío, sino con todo lo que me rodea en un sentido total. Una especie de noción absoluta de la naturaleza".
Leer Martropía es subirse a ese andamiaje florido y flotar. La curiosidad, el conocimiento, la admiración, la complicidad y el amor de Juan Carlos Diez hacia el artista y su obra son correspondidos por la entrega total de Spinetta, que habla consecuente a su instinto creativo, ese que conservó hasta poco antes de su muerte, ocurrida en febrero de 2012.
"Quería comprender a través de él, el origen de esa cosmogonía nutrida de composiciones de hondo lirismo e inquebrantable coherencia artística. Descubrir con su ayuda las claves de un profundo acto creativo. En una palabra: 'ver la llave del Mandala'", amplía Diez (63), porteño, hincha de River y de George Harrison, como El Flaco.
Martropía -una palabra inventada por Diez que significa el estado de ensoñación que provoca la visión súbita de puentes amarillos– no es una biografía. El libro está construido menos como un trabajo periodístico que como una obra de arte.
El título es un ejemplo. Y la portada también: se trata de un dibujo hecho por Spinetta en computadora; un humanoide que en lugar de orejas tiene dos espacios vacíos que podrían ser agujeros negros del cosmos, o parlantes.
Con intervalos narrados por Diez en prosa poética, el libro es una charla muy trabajada, pensada y repensada, entre dos personas muy afines que se van haciendo íntimos amigos a través de las páginas y los años.
La conversación, dada casi siempre por las noches, en la cocina de Spinetta mientras el músico preparaba platos deliciosos, o en el estudio de grabación, en paralelo con la producción de "Para los árboles", tiene niveles de intimidad supremos y, como el desierto o el espacio, su desarrollo narrativo no tiene caminos fijos.
Matropía los exhibe a ambos conversadores agachados frente un horno con una linterna para ver cómo se cocinan unas empanadas, o a Spinetta cantando Beatles a la hora de los postres.
Diez y Spinetta (los dos muy fanáticos del Doctor Tangalanga) juegan a cada rato y con complicidad en los bordes del surrealismo: por ejemplo, para referirse al mito de El Capitán Beto.
A la vez que esas pequeñas escenas de la vida cotidiana pasan como fotos, Juan Carlos Diez indaga como un antropólogo: el origen de algunas letras, sus reflexiones frente al "vacío sideral", la presencia de los animales en lírica, lo onírico, las lecturas, su generación, Argentina, los enemigos, las dictaduras, el tango, sus formas de trabajar una canción o un arreglo.
Spinetta le dice cosas como "vivir es tan deslumbrante que provoca literatura" o "mucha de mi música tiene paz, pero mi alma es muy perturbada. Siempre lo fue, para qué negarlo", aunque también tienen espacios para reírse de ellos mismos, para volver desde las profundidades del a la superficie: "Estamos delirando, tenelo en cuenta".
La carga existencial se mezcla (y se aliviana) con la evocación de los artistas que le dieron identidad a la obra solista o de sus grupos Almendra, Invisible, Jade, Pescado Rabioso o Los Socios del Desierto: los Beatles ("cuando los escucho me da la sensación de que ellos han hecho el sonido en un mural, en una piedra, o en algo que el tiempo no trastorna"), Jimi Hendrix, Salvador Dalí, Antonin Artaud, Piazzolla, Los Shakers, Manal, Leonardo, Bataille, Fellini, Castaneda o Carl Jung. En ciertos pasajes Diez le hace escuchar músicas conocidas o desconocidas por él para ver y saber qué le provocan. Los resultados son piedras preciosas.
Diez, que más allá de su detallado conocimiento de la obra de Spinetta trabajó en el archivo y en la reflexión de los significados de la obra, propone un recorrido circular que (arranca con "Los vestigios del futuro" y termina en su infancia) dura ocho capítulos más algunos agregados a la edición original y a las que siguieron, además de las letras de las canciones que se mencionan a lo largo de las casi 300 páginas.
En esta última versión 2018 hay 15 textos que son fabulosas micro anécdotas o "detrás de escena" de la producción del libro realmente imperdibles, como el relato que El Flaco le hace a Diez de cuando eran casi unos niños y Pappo lo pasaba a buscar en un auto, se sentaba en el asiento trasero y pasaba horas haciendo imitaciones y voces de dibujitos animados.
En los capítulos que Diez llama "bonus tracks" Spinetta vuelve a su casa en la calle Arribeños, a los ensayos pegados a las vías del tren, al día que conoció a su amigo y baterista de Almendra, Rodolfo García, en la época en que "ya existían Los Beatles y yo ya estaba seguro de lo que quería", a su primer porro con Emilio Del Güercio, a la ternura desesperada de Tanguito, a un libro robado por la sed de leer a Cortázar.
"Fue una época bárbara", le dice el músico a Diez, poseído la nostalgia y una nueva reflexión:
"-Sabés que cuando me llevás mucho al pasado después me quedan triciclos…
– ¿Triciclos?
– Si, como si fueran vueltas del pasado. Te cuento estas cosas y las reviso en mi mente. No siempre es bueno eso, depende de cómo esté uno. Te hace bien o te hace nostalgia y algo de eso te hace mal. A la vez, me agarra una especie de antinostalgia. Yo estoy entregado al futuro, tanto que casi no vivo en el presente".
Visto a la distancia, con Spinetta incorporado al mundo de lo eterno, Martropía es mucho más que la búsqueda de un periodista por detectar el ánima del artista. Estas conversaciones se parecen a la historia de una amistad de dos tipos entregados al futuro, visionarios de la posteridad, confiados en que "mañana es mejor", como dice la "Cantata de puentes amarillos", ícono del disco Artaud, una especie de Sol del cosmos spinetteano.
"Descubrí a un tipo profundo, de reflexiones también muy originales. A un ser que me abrió su corazón, me alentó, me tuvo una paciencia infinita, me brindó su amistad, me bancó a muerte y me lo hizo sentir, me invitó a verlo grabar", enumera Diez, en cuya casa atestada de libros y discos una foto de Spinetta y otra de Harrison conviven apoyadas en un parlante, iluminadas siempre por la llama de vela roja.
Quizá el núcleo que le da sentido a Martropía, y a toda la obra de Spinetta, está en la página 118, cuando Diez le pregunta qué espera que produzca una imagen compuesta por él.
-Tuve delirios. Desde pensar que podía curar a un enfermo de cáncer hasta esperar que te enamores de la melodía. Siempre he intentado rasgar el alma, emocionar a quien me escucha. Producirle efectos directos en su corazón, en su alma, para movilizarlo y que encuentre respuestas. Tengo total seguridad de que el que está bajoneado puede mejorar. Muchas veces la música puede ayudar a los demás.
Cuando el lector sufre o goza de martropismo también pasa. En cada página de este libro imperecedero hay algo de ensueño y de sanación.
Algo así habrá visto en los ojos de Juan Carlos su amigo Spinetta, aquella mañana de principio de siglo cuando empezaron el proyecto. Y también una noche de invierno, de hace muchos años, en la que Diez, le cuenta a Infobae, tenía los bronquios cerrados: "Puso en mis manos la guitarra con que había grabado su disco Kamikaze. Me la dio para que la tocara al revés (soy zurdo), porque 'me iba a hacer mejor que cualquier remedio'. Y tenía razón".
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