Desde el fondo
Un enigma. Para el mundo literario, Silvina Ocampo era un enigma que brillaba intermitente con una luz extraña junto a grandes astros. Su nombre, en la historiografía de la literatura argentina, aparece un poco encandilado por quien fue su marido, Adolfo Bioy Casares, quien fue su hermana, Victoria Ocampo, y quien fue su amigo, Jorge Luis Borges. Es difícil inflar el pecho ahí, hacerse un espacio, autodeterminarse imprescindible y exponer una obra delicada y peculiar. Tampoco le interesaba mucho eso; ella era tímida y disfrutaba del desvío de atención que siempre se iba hacia otros escritores de su círculo más íntimo. Se podría decir que así, un poco invisible, se sentía cómoda.
Pasaron los años y el enigma Silvina Ocampo seguía estando ahí, como un testimonio vivo que simplemente se dedicaba a darle vueltas al asunto. No buscaba, claro está, ser un astro equiparable a sus colegas y amigos, ella pensaba en su propia obra. Ensimismada en lo que verdaderamente le importaba, escribir, decidió —posiblemente sin saberlo de forma consciente— dejarse llevar por los caminos disidentes a la masividad. Encarnó así la reivindicación necesaria a la figura del escritor silencioso que se ponía de espaldas a la tan anhelada trascendencia. ¿Qué tanto importa en esta vida volverse masivo?
"He puesto todo lo que tengo en lo que he escrito. Porque para mí escribir es lo más importante que me ha sucedido", dijo en una entrevista para la revista La Maga en 1993. De esta forma, en el comienzo de aquel reportaje con el también escritor Mempo Giardinelli dejaba clara su postura de narradora nata. A la literatura no tiene por qué importarle los mecanismos que hacen de una obra un producto de la masividad. Al fin de cuentas, un escritor no puede ni debe estar preocupado por los devenires —muchas veces insólitos— de lo que ocurra después de esa batalla íntima con las palabras.
iLa hermana menor /ies el título del libro que Mariana Enríquez publicó este año. Son ensayos en torno a la figura de esta escritora nacida en Buenos Aires en 1903 y fallecida hace 25 años, un 14 de diciembre. "Silvina Ocampo, creo, hoy es la primera mujer escritora en quien se piensa, aunque no creo que se la lea mucho. Durante mucho tiempo, especialmente en los primeros años, fue una de las pocas escritoras, y quizá también era conocida por su posición social y en el campo literario. Pero lo que más me entusiasma es que es una verdadera rara, una auténtica extravagante, no se parece a nadie. Ese lugar también ocupa: el de ser única", dice esta escritoa y periodista en una charla epistolar con Infobae Cultura.
Nora Dominguez es investigadora y Doctora en Letras. Al igual que Enríquez, leyó y estudió la obra de Silvina Ocampo y, ahora, en este breve diálogo con Infobae Cultura, comienza diciendo que no quiere exagerar, que no quiere decir "mejor ni peor, pero es una de las escritoras que más han contribuido en la literatura. Con una escritura muy particular, muy sofisticada. Está a la par de sus compañeros, Borges, Bioy, sus contemporáneos y amigos. En su momento, por cuestiones que tienen que ver con que nunca se valoró de manera igual a las mujeres que a los hombres, estuvo menos leída y menos reconocida. Pero llegó un momento en que la crítica feminista hizo que la literatura de Silvina se empiece a leer de otra manera, al punto de que hoy es indudable su valor. Con esa valoración hoy es incluida al canon y ya no hay duda de que Silvina produjo un aporte invaluable a las letras".
Y agrega quien escribió en 2009 junto a Adriana Mancini el libro iLa ronda y el antifaz. Lecturas críticas sobre Silvina Ocampo/i: "Además, Silvina era una persona hosca, y más huraña si se la compara con su hermana. A Victoria le interesaba mucho lo público, a Silvina no. Si le sacaban fotos prefería no salir o cubrirse el rostro. No le interesaba esa participación sino una vida más encerrada escribiendo".
Niña surrealista
Silvina Ocampo fue una niña rica. ¿Malcriada? Tal vez. Su vida ya estaba marcada desde antes de su nacimiento. Por su aristocrático árbol genealógico pasaron figuras como el colonizador español Domingo Martínez de Irala, un financista de la Revolución de Mayo, Prilidiano Pueyrredón, José Hernández, un paje de Isabel la Católica, el femicida de Felicitas Guerrero, generales guaraníes. Sin embargo, todo ese pedigrí respingado pareció no surtir demasiado efecto. "Vivió una existencia solitaria, aliviada principalmente por la compañía de varios trabajadores del hogar (…) Este, entonces, es el lugar del cual emergen sus obras, de la memoria y la identificación con aquellos identificados como otros", escribió la investigadora Patricia Nisbet Klingenberg en su libro iFantasías de lo femenino: las relatos breves de Silvina Ocampo/i.
Callada, silenciosa, odiaba a la gente en general. En reuniones familiares, siempre había alguna tía que le preguntaba por qué no hablaba y ella, surrealista como era, le decía: "Pero si ya hablé". Entonces volvía a meterse en su cofre de invisibilidad. Un día, en su casa de San Isidro, un mendigo se acercó a pedirle un poco de comida. Ella lo hizo entrar y le dio té con leche. Sus padres, al enterarse, reprobaron su actitud. Como no lo importaba, lo volvió una costumbre: recibir mendigos. ¿Les tenía lástima? Para nada, tal es así que en una entrevista de 1987 contó cómo disfrutaba verlos comer nata, algo que a ella le parecía repugnante. Con los niños del barrio les pasaba lo mismo: los miraba y sentía que eran libres. En el fondo los envidiaba. "Me parecían muy superiores a mis primas que era unas pavotas, unas inútiles. No sabían robar nada; no sabían juntar coquitos; estaban siempre impecables, no se movían para no desarreglar. Los mendigos, en cambio, tenían unos pelos despeinados, unas crenchas espléndidas. Crecí y me di cuenta de que la riqueza tiene sus ventajas pero en ese momento entendí que la pobreza te da libertad: uno no teme perder nada, no está atado a nada".
"Lo que ha creado son mundos muy particulares —comenta Domínguez—, ha tenido una escucha muy fina para detectar esas voces diferentes que aparecían en su universo social. Ahí ella tendía a esos tonos orales de esas clases altas pero también de las clases subalternas que vivían en sus casas. Ella convivió con universos de situaciones, tonos y oralidades muy dispares y logró escribir una cantidad de libros y cuentos y poesías muy voluminosa donde ella fue experimentando con todo esto."
Su infancia era, también, muy literaria. Le leían cuentos, pero algo en su cabeza sobreintelectualizada —de chiquita sabía leer en inglés, italiano, francés y español— los encontraba malos. "Yo los corregía, quitándoles esto o aquello. Yo ya sentía la armonía que tenía que haber en un cuento, la buscaba, interviniendo en el relato y corrigiéndolo", dijo en la entrevista de 1993. Ya en aquel entonces sintió que el cuento era, en sus propias palabras, un género superior. A la novela, desde ya, pero también como el origen de toda literatura: "Existe como Adán y Eva. Como un algo que inicia todo. Es genético, diríamos (…) Crecí buscando algo que sirviera para escribir un cuento".
Amor, camino con vos
Sí, el cuento era su especialidad. Sin embargo, escribió novelas, y una de ellas, iLos que se aman, odian /i—recientemente llevada al cine—, la construyó en coautoría con Adolfo Bioy Casares, su marido. ¿Qué se puede decir de su relación con el gran galán de la letras argentinas? Se conocieron en 1932 y se casaron en 1940. Bioy tenía amantes y eso era prácticamente público; tal es así que en 1954 nació Marta, hija extramatrimonial, y ella la crió como si fuera propia. Durante mucho tiempo se habló de una posición de subordinación, pero ¿realmente era así? Se podría contradecir con esta afirmación: entre Silvina Ocampo y Alejandra Pizarnik había algo. Meses antes del suicidio, en enero de 1972, Pizarnik le escribe una carta donde le dice —según narra Alberto Giordano en su libro sobre Bioy— que la ama "sin fondo" y que querría tenerla desnuda a su lado leyéndole un poema. ¿Sabría Bioy Casares de este romance lésbico y (quizás) infiel?
Hace unos meses se expusieron libros de la biblioteca personal de esta pareja. Apareció, entre tantas cosas, un ejemplar de iExtracción de la piedra de la locura/i de Pizarnik, publicado en 1968, junto a un collage hecho con papel glasé metalizado, una especie de mandala primitivo, que en su epígrafe, arriba, dice: "Retrato imaginario de una mínima partecita del pensamiento invisible de Silvina (las roturas son adrede)". Entre los regalos de la poeta de Avellaneda que se hallaron en la biblioteca del matrimonio hay un libro de Antonin Artaud traducido por la propia Pizarnik y Antonio López Crespo. En la dedicatoria, pone: "A Silvina y Adolfito este poquito de Artaud tan grande Artaud que los merece a ustedes dos. Entrañablemente Alejandra", y ese "Adolfito", esa complicidad cariñosa, quizás delate el consentimiento de este romance femenino.
Bioy y Silvina estuvieron juntos durante 55 años, hasta que él murió. A veces algunos amores se permiten ir más allá de las convenciones sociales.
Así titilan las estrellas
¿Por qué leerla hoy? ¿Qué aporte tiene para hacer esta autora fallecida hace 25 años a una sociedad como la nuestra? "Porque su obra es profundamente rara y vivimos en una sociedad muy, muy rara. La obra de Silvina no tiene 'época', es una sensibilidad, humor negro, perversión, juegos extraños y cierta radicalidad", sostiene Mariana Enríquez. Por su parte, Domínguez responde: "Hay que leerla hoy porque ella sigue siendo una escritora muy buena. Es un tipo de escritura que no perdió vigencia. Uno actualmente la puede leer con placer. Hay notas diversas de ironía, de humor. Su perspectiva es muy original en demoler, en dar vuelta, en invertir las formas más estereotipadas de lo social. Es una literatura que prevalece".
Y entonces aparece la pregunta, un poco de moda, si Silvina Ocampo era o no feminista. Aunque si miramos el devenir de su figura, el fulgor con que rompe en canon artificialmente masculinizado para meterse ahí con más belleza que justicia, entonces sí: el feminismo la habitaba. "Pero a ella no le interesaba marcarse como feminista", dice Domínguez y destaca la importancia de recordar que "siempre los que han estado en el canon de valoración han sido los varones. Esto es indudable. Silvina empezó a contribuir a un canon de escritoras, fue cuando se empezó a valorar a Alfonsina Storni, a Alejandra Pizarnik y a tantas otras".
Hace una pausa e inmediatamente agrega: "No importa si las escritoras se asumen como feministas o no. En ese momento no se definía como tal. La literatura no se define porque la escritora se diga feminista o no. Una cosa es la lucha por los derechos, el activismo, y otra es la literatura. La literatura se basa en lecturas y hoy podemos leer los sentidos que se han desplegado dentro de la literatura. Silvina ha tenido una visión muy desviada, muy contracanónica. Hay un cuento que se llama Las vestiduras peligrosas donde una mujer se viste de hombre y sale a la calle. Ese lugar de lo que es ambiguo con respecto a la sexualidad está en varios cuentos de Silvina y es lo que se puede poner en sintonía en lo que estamos viviendo hoy."
Hace 25 años, un día más de los que colman el almanaque, Silvina Ocampo murió. Tenía 90 años de edad y llevaba doce con un Alzheimer creciente. Eso la alejó de la vida social, la postró en una cama donde leyó, leyó, leyó y, como toda estrella —ya sea el sol o un astro perdido y titilante—, se terminó apagando. Pero, ¿quién podría decir que Silvina Ocampo ya no brilla en el firmamento de la literatura argentina? Aún quedan muchos sentidos ocultos por desentramar. Aún le falta una gran relectura canónica que la ponga, con más belleza que justicia, en el lugar que su época le negó.
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