Por Fernanda Juárez
A mediados de 1997, Jorge Baron Biza decidió que ya era tiempo de volver sobre sus propios pasos. Tenía 55 años y, tras una larga temporada en Buenos Aires, estaba de regreso en Córdoba. Reunió entonces una serie de artículos –escogidos entre cientos que había escrito a lo largo de su carrera como periodista y crítico de arte– con la idea de publicar un libro. Era un gesto hacia adentro: conjurar la dispersión, unir los fragmentos, ordenar las hojas esparcidas por el viento. El material que había sobrevivido a varias mudanzas –en una época analógica y en los albores de Internet– consistía en una caja repleta de páginas sueltas que habían sido literalmente arrancadas de diarios, suplementos culturales y revistas especializadas donde Jorge Baron Biza había colaborado a lo largo de su vida. Sólo necesitaba encontrar a alguien que transcribiera los artículos en la computadora para comenzar a darle forma al proyecto.
Fue uno de mis primeros trabajos y estaba entusiasmada con la propuesta, a pesar de que la tarea asignada se relacionaba más con la dactilografía que con el periodismo. Para una estudiante –con apenas algunas materias cursadas en la carrera de Comunicación Social– no eran significativas las diferencias entre esos dos oficios. Los textos seleccionados nombraban personajes, autores y conceptos, en su mayoría, desconocidos. Oraciones encriptadas evocaban escenas remotas del mundo del arte y la cultura de todos los tiempos. Pero, a medida que avanzaba en la tarea, la escritura mecánica mutaba en una experiencia de hipnosis y fascinación. Con cada golpe de tecla, replicando el orden exacto en que cada letra había sido dispuesta, las frases abrían surcos lumínicos por donde discurría, mágicamente, el sentido.
De esos años en que trabajé como colaboradora de Jorge Baron Biza, además de un recuerdo imborrable de su sensibilidad y dedicación, conservé una serie de manuscritos, cartas, artículos, fotografías y libros que le habían pertenecido. Tras su muerte, esos materiales permanecieron varios años guardados sin que pudiera acercarme a ellos. Impulsada por la idea de comenzar a reconstruir algunos pasajes de la vida de Jorge Baron Biza, decidí entonces abrir la caja con el tesoro escondido y retomar el proyecto de reunir sus artículos periodísticos.
Durante el tiempo transcurrido, fui asumiendo que esa reconstrucción –además de un gesto de gratitud y afecto- significaba un paso necesario para que el público pudiera conocer la producción de uno de los escritores más refinados y originales de nuestro país. Esto implicaba que los lectores, además de celebrar su única novela publicada, El desierto y su semilla, pudieran seguir la estela de su escritura hasta los confines de los suplementos y revistas culturales donde Jorge Baron Biza había dejado un cielo centellante de agudas observaciones y las más variadas citas de la cultura universal en forma de reseñas, comentarios y crónicas.
A lo largo de su carrera, Jorge Baron Biza trabajó en los principales medios gráficos del país, y publicó numerosos escritos en revistas especializadas, suplementos culturales, catálogos de muestras y apuntes de cátedra. En el terreno periodístico, ningún género escapó a su pluma: crónicas, entrevistas, ensayos, comentarios y la reseña –donde alcanzó notas altísimas– son muestras de un espíritu preocupado por las más variadas aristas del quehacer cultural y la búsqueda incesante de la belleza en el mundo.
El abanico de temas abordados, con agudeza y erudición, nos habla de un autor autodidacta con una sólida formación –especialmente en áreas como filosofía, historia del arte, literatura, estética y teoría de la cultura– y siempre abierto a la exploración y el planteamiento de nuevos enfoques para el análisis cultural y la crítica periodística. Entre los hilos que componen la sofisticada trama de su producción, encontramos infinitos cruces y ramificaciones capaces de desbordar las dicotomías con las que se suele encorsetar al periodismo cultural y que establecen falsas líneas divisorias entre la cultura de elite y la cultura popular. Como explica Christian Ferrer, "de sus muchísimos artículos sobre el arte, los artistas y la cultura urbana, poco y nada se conoce. Quizás eso fuera, por un tiempo, algo inevitable –Jorge Baron no se atenía a modas de época ni a teorías abstractas o pasajeras–, pero también inmerecido, dado que su sensibilidad para con las obras de arte era única –propia únicamente de él–, y su erudición, vasta y exquisita, como suele serla la de quienes se han educado a sí mismos".
El nombre en disputa
Jorge fue uno de los tres hijos del matrimonio conformado por el escritor Raúl Baron Biza y su segunda esposa, Clotilde Sabattini, militante radical y feminista. Su padre es autor de una obra literaria apenas recordada que se publicó con gran repercusión entre las décadas de 1930 y 60 en nuestro país. Porque me hice revolucionario (1934), El derecho de matar (1933), Punto final (1942) y Todo estaba sucio (1963) fueron algunos de los títulos con los que este singular personaje se ganó un lugar en las páginas más extravagantes de las letras vernáculas y el mote de "escritor maldito".
Menos conocido es que Raúl Baron Biza, en 1926, editó Charleston, una publicación lujosa y efímera sobre el mundo del teatro de revistas, en la que aparecían insinuantes fotografías de las vedettes del momento junto con un popurrí de relatos sobre estrenos de obras, chismes, caricaturas y una suerte de guía con los principales entretenimientos nocturnos para la aristocracia porteña. Plumas, piernas, brillos y champagne.
El contenido puede adivinarse con la mención de algunos ornamentos propios del ambiente de cabaret y la farándula de los años '20. Tal vez éste no sea más que un dato de color, pero permite una aproximación al conjetural análisis de las rupturas y continuidades entre las trayectorias de padres e hijos. Entre 1986 y 1991, Jorge Baron Biza se desempeñó como jefe de redacción y subdirector de La revista, una publicación al estilo "ricos y famosos" en la que se exhibían, como en una pasarela, los avatares de los personajes más reconocidos del espectáculo, la moda y la alta sociedad. La anécdota, igualmente, constituye un eslabón necesario para comprender por qué la diferenciación de esas dos figuras, que aún persisten en estado de espectral simbiosis y unidas por el halo siniestro ceñido sobre ese apellido, constituía para Jorge Baron Biza una materia pendiente.
Dos días antes del atentado a las torres gemelas en Nueva York, Jorge Baron Biza se arrojó desde el doceavo piso de su departamento ubicado en el centro de la ciudad de Córdoba. Imposible imaginar en ese momento que su única novela –publicada en 1998 en una edición que pagó de su bolsillo– iba a ser elegida por la revista española Babelia, en 2016, como uno de los libros más destacados de la literatura de habla hispana de los últimos tiempos, además de ser traducido al francés, italiano, holandés e inglés, un privilegio del que gozan apenas un puñado de escritores argentinos. Menos aún, podía sospechar que la influyente revista The New Yorker le dedicaría un artículo central en agosto de 2018.
"Originariamente, fui inscripto en el registro civil como Jorge Baron Biza. Cada vez que mis padres se separaban, la conciencia feminista de mi madre exigía que se me agregase el Sabattini de su familia. Mi nombre actual es Jorge Baron Sabattini. No sé si 'Jorge Baron Biza' debe ser considerado mi otro apellido, mi patronímico, mi seudónimo, mi nombre profesional o un desafío". Cuando incluyó ese párrafo en el final de su libro, Jorge ignoraba que una nueva página con el nombre Baron Biza iba a ser escrita. Justamente él que asistía con perplejidad y vacilación a la definición de su propio nombre no alcanzó a divisar que el brillo de su propia estrella como escritor iba a intensificarse a medida que pasaran los años.
Al rescate de lo bello retoma el hilo de Jorge Baron Biza periodista. Propone la aproximación a un autor que late con luz propia – en pos de hacer de la belleza del mundo una belleza accesible al lector- y cuya producción se inscribe en la mejor tradición del periodismo y la prosa literaria argentina. Como escribió Jorge Baron Biza, "una de las maneras de sospechar la presencia del arte ocurre cuando cada revisión nos sugiere algo nuevo". Ese pensamiento es una invitación a leer sus escritos y a volver a ellos, una y otra vez. El libro también esconde una enseñanza alguna vez pronunciada por él y que hoy resuena en nuestros corazones: "De las tragedias hay que salir con amor".
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