Ramón Ayala: “A algunos poetas les falta ese temblor que tiene la palabra, que lo da el criterio musical”

Antes de presentarse en la cúpula del CCK, el multiartista —músico, poeta, escritor, pintor y dibujante— recibió a Infobae Cultura en la intimidad de su casa del barrio porteño de Balvanera para charlar, entre cantos a capella, sobre su obra, tan larga y polifacética como su vida

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Ramón Ayala (Marcos López)
Ramón Ayala (Marcos López)

Ramón Ayala (artista múltiple, nacido Ramón Cidade en Posadas, Misiones, el 10 de marzo de 1927) llega tarde a la entrevista. Aunque la cita es en su propia casa, un primer piso en el barrio porteño de Balvanera de grandes ventanales de vidrio repartido esmerilado y paredes tapizadas de los cuadros pintados por él. El folclorista litoraleño tiene un buen motivo: hace poco se cayó y eso afectó su andar. La que abre la puerta es su mujer, María Teresa, musa y objeto de los poemas de amor con los que comienza su sexto libro, Poemas, cuentos y relatos del camino, recién publicado por la Universidad Nacional del Sur, que incluye ilustraciones del autor, y que este domingo a las 19 Ayala presenta en el CCK, donde además el autor interpretará algunos temas de su repertorio musical. El anterior fue Las trincheras del Paraguay, canto popular sobre la Guerra Grande (2015), en una edición del Ministerio de Cultura de la Nación, y que narra en verso la Guerra de la triple Alianza desde distintas voces, incluida la de la madre del autor, María Morel, o la de Dominguito, el hijo de Sarmiento que murió en la batalla de Curupayty, también ilustrado por el propio Ayala.

Pantalones y camisa borravino, el pelo castaño y el bigote algo más claros que en las fotos de Marcos López, director del documental Ramón Ayala (2013), que ilustran esta nota. Ayala es autor de más de 300 temas, algunos instalados hace tiempo en el cancionero popular argentino, como Posadeña linda o El cosechero, canciones con historia como El mensú, que, según cuenta el propio Ayala en el relato que cierra su libro, el Che Guevara cantaba en los campamentos de Sierra Maestra; o El cachapecero, que inmortalizó Mercedes Sosa. Saluda, se sienta con dificultad y responde las preguntas a su modo, con algunas inevitables lagunas en la memoria, intercalando sus respuestas con canciones a capella, ritmos marcados con chasquidos para ilustrar, rimas o palabras inventadas en el momento, bromas, recuerdos de infancia. Como si el artista (y un artista particular como Ayala, que siempre actuó vestido de gaucho) nunca dejara de representar. Aunque sea en un escenario fantaseado.

Es creador de un ritmo, el gualambao. ¿Puede explicar cómo es? ¿Se parece al chamamé?

—Todo lo contrario de los ritmos de Latinoamérica, son dos por cuatro, como el tango o el carnavalito, este es muy sensual, es un ritmo de amor. Tampoco está cerca del chamamé, porque lo importante de la invención yo creo que está en la originalidad. Si vamos a meternos en el chamamé, estamos perdidos, porque siempre seremos súbditos de algo. Aquí somos reyes. Porque el que quiera tocar gualambao tiene que acudir a nosotros. Técnicamente son tres pasos y una "paradita", es un doce por ocho. Cuatro tiempos ternarios. Es un ritmo de amplio espectro. Me preguntaban: ¿cómo llegaste a este ritmo que tiene tanta conjunción de cosas?, ¿de dónde sacaste, Ramón, esos canales que acudan a ese punto? Y bueno, dije yo, hay cosas que están más allá de uno. Pareciera que está todo pensado. No. Se hizo. Hemos aprovechado que estábamos ahí, lo tomamos. Y aquí está.

Entonces prepara la voz y entona las primeras estrofas de Canto al río Uruguay (gualambao).

Músico, poeta, escritor, pintor y dibujante. Si tuviera que elegir la palabra que mejor lo definiera, ¿cuál sería?

—Yo creo que sería sensibilidad. O mejor: ultrasensibilidad. Sin ánimo de querer hacerme el altruista (risas).

Además de inventar el gualambao, introdujo la guitarra de diez cuerdas. ¿Lo hizo como un medio para desplegar ese nuevo ritmo?

—Sí, porque ya la guitarra era algo exótica, era una personaja extraña. Y yo no alcanzaba a doblegarla. Así que de pronto iba a tocar y me salía un gualambao. Yo aproveché bien todas estas emanaciones y me lancé. Porque hay que hacerle caso al cuerpo. Si no le hacés caso al cuerpo, estás perdido.

Algunas de sus canciones fueron hits, trascendieron y dejaron de pertenecerle de algún modo.

—Sí. Incluso me han cambiado cosas y han hecho lo que han querido. Como soy generoso con mi obra, y como mi obra tiene mucho que dar, están esperando a sacar sus plumas y volar. Porque uno es parte del planeta Tierra, y cuando uno es amante de este planeta, y haber nacido aquí no sé si es una casualidad o una causalidad. Como si alguien dijera: ahí en ese rincón hace falta un lenguaraz que diga las cosas de la tierra. No es que uno pretenda generar o regenerar lo que está hecho, pero hay obras en el Litoral que causan pesar, que no están logradas, que tienen por ejemplo una bella música y una letra horrible.

(Marcos López)
(Marcos López)

El ejemplo contrario sería alguien como Horacio Quiroga, también misionero. En su libro usted le dedica un poema. Él sí captó las cosas de la tierra.

—Sí. Él vivió ahí. Murió en Buenos Aires, pero su vía crucis lo ha hecho en Misiones. Qué personaje era. Ese sí que era un "máximo magistral".

Hablando de otro "máximo", el primer cuento de su libro, El otro yo, remite al cuento de Borges, El otro. Así, sus textos podrían inscribirse en esa doble tradición: Quiroga y la selva, Borges, la ciudad y los suburbios. Ya que usted es misionero y vivió casi toda su vida en Buenos Aires.

—Hay seres humanos que han venido a esta región y se han quedado asombrados, y algunos han vuelto sin poder domar la región. Yo pienso que la selva es parte de uno y uno es parte de ella. Y por ahí nos escapamos y nos creemos que somos ciudadanos, que somos paisanos de largo camino, katé, como le llaman, de "categoría". Pero no, qué vamos a ser. Solo somos parte de esta tierra maravillosa.

Los primeros poemas de su libro son de amor y están dedicados a su mujer, María Teresa.

—Estos poemas ya vienen formándose hace mucho tiempo. Y como todo lo que transita en uno o alrededor de uno está signado o pegado al amor, cuando el amor es verdadero y se mantiene. Son cosas que naturaleza manda. Y cuando dice bueno, se está por acabar, me mira mal, procede mal, algo raro está pasando. De eso hay que darse cuenta, si no, se va a dar cuenta otro (risas).

¿Ese aspecto, el del humor, es parte de su personalidad?

—Sí. Es que la vida es humorosa. Como ve, me gusta inventar palabras. Porque las palabras algún día se inventan, ¿o no?

Otro invento suyo son las décimas "ayalianas". Estrofas de diez versos…

—Algunos son versos octosílabos. Algunos, endecasílabos. Lo importante es que suenen bien. Yo le busco la música a las palabras. A veces noto que en algunos poetas les falta ese temblor que tiene la palabra, que lo da el criterio musical. Porque la música nació con el hombre. Hay que estar con ella. Música y palabra tienen que ir parejas porque son femeninas. Y la mujer es el acontecimiento más bello del planeta.

(Marcos López)
(Marcos López)

¿Y cuándo surgió ese gusto por contar historias? En su libro Confesiones a partir de una casa asombrada, habla de una casa en la infancia, en Misiones, llena de misterios. ¿Ahí está el origen?

—Sí. Yo estaba con mi padre, y ni sabía que él estaba muriendo. Estaba acostado el tipo. Tenía una enfermedad que allá le decían "tiricia". Era ictericia. Tendría siete años y de pronto me di cuenta de que él se moría. Le agarré la mano y le dije: "Viejito querido". En este momento me estoy dando cuenta lo que era la imagen de él. Ahora que yo tengo unos añares indescriptibles (risas) veo su foto en la pared y digo: "Con razón lo llamaban el Patriarca". Era un hombre joven, muy atractivo y simpático. Tendría cincuenta años como máximo. Mi madre tenía 30 años cuando él murió. Y éramos cinco hijos. Y mi mamá tocaba la guitarra y cantaba. Le gustaba componer. Tenía una linda voz. No había quien la doblegara. Y por ahí se le ocurre: "Y alguien pasa cantando con sonidos de campana". Eso es un Neruda. Yo me quedé asombrado. A esta vieja hay que destaparla, pensé. Pero como nuestra vida es tan mal ajustada a veces. Porque el ámbito que has transitado dice otra cosa, ella siempre ha andado por estas sendas paralelas de la creación. Hasta que al final decidí grabar, para un próximo disco, una canción de ella que dice (canta Ramón Ayala): "Casita blanca de añares gloriosa, despertó la aurora y el amor que te di. Casita blanca del viejo coquero, la lumbre del suelo…" Después de que mi padre murió, nos mudamos, y cuando íbamos a tomar posesión de la nueva casa, salieron sus mujeres, una rubia y una trigueña. Una le dice a mi madre: "María, según como te portes te tratarán". Yo tuve miedo. Pero la mujer dice: "No te asustes, la casa tiene su carácter, y podés lograr cosas muy importantes aquí porque no pagás alquiler, te prestan la casa". Y la casa empezó a moverse. Comprendí que había "algo" ahí. Ese algo empezó a resplandecer en esa casa. Qué cosa increíble lo que es la tierra con sus goces ocultos.

La tierra está muy presente en sus pinturas y sus dibujos, otra faceta suya como creador.

—Ese es un costado intuitivo. Yo me di cuenta de que tenía facilidad para dibujar, me salía bien y le seguí pegando. En el colegio, ya asombraba a los maestros.

Uno de sus hermanos, José Vicente Cidade, también es músico. Y es el padre de Walas, cantante de Massacre.

—Sí, Vicente es el autor de la letra de El mensú. Walas apareció de pronto, o yo aparecí de pronto en su vida. Es algo que está en la familia. Mi hermana Julieta también era cantora. Cantaba tangos muy bien. Ella murió alrededor de los 40 años. Pobrecita. Yo era tan despojado de lo que debería ser un tipo amante de su casa, de su familia, y cuidarla. Yo era un chico que de pronto había entrado en esa vida del canto y de la guitarra y le pegaba para adelante. Tenía esa vocación casi mortal, me entregaba totalmente. Tal vez descuidé otras cosas.

Usted tiene una hija también.

—A mí me han ocurrido siempre cosas significativas que de pronto se han presentado. Y muchas están encaminadas con el arte. Mi hija, amiga del canto, consiguió un contrato para ir a Chile. Y de pronto dejó de escribirme y no me ha mandado más ninguna carta. Ella es libre. Yo nunca le prohibí nada jamás.

Cómo se llama su hija.

—Se llama Amanda, como la canción.

Ayala empieza a cantar: "Te recuerdo Amanda la calle mojada…" Y se queda pensando. Tal vez recordando.

*Ramón Ayala se presenta el 25 de noviembre a las 19 hs en la cúpula del CCK. Las entradas gratuitas se pueden retirar personalmente en Sarmiento 151 hasta agotar la capacidad de la sala o reservar por www.cck.gob.ar

 

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