Lucía Puenzo aseveró que "la construcción de mundos que se alejan del realismo" siempre van a reaparecer en sus novelas y películas, pero señala que se trata de "puntos de contacto, similitudes" que siempre encontró "después de haberlos escrito", al dialogarsobre Los invisibles, su último libro.
En la novela editada por Tusquets, la escritora y directora de cine traza el itinerario de dos adolescentes y un niño que son trasladados a la costa uruguaya para robar mansiones durante el verano logrando construir una trama atravesada por la doble moral que produce la desigualdad.
Antes de viajar a Chile para trabajar en la pre-producción de La Jauría, una serie que filmará a partir de enero, sobre "jóvenes de un colegio en toma por un caso de abuso sexual", Puenzo (Buenos Aires, 1976) adelantó que en julio del año próximo filmará su próxima película, Los impactados y que ya terminó de escribir una nueva novela, El Observatorio, sobre "una fábrica de madres".
– En Los invisibles pero también en sus otros libros la infancia y la pubertad son ejes centrales. ¿Qué le interesa especialmente de esas etapas?
– Al terminar de escribir Wakolda, entendí que Mengele es la versión fanática del cirujano que busca normalizar el cuerpo de la adolescente intersexual de XXY, y que las dos adolescentes tienen mucho que ver, al ser sexuales y asexuadas, con una carga de inocencia e intensidad. Supongo que los límites éticos de la medicina y la ciencia, la anormalidad y la amoralidad, junto con la singularidad de los cuerpos, la sexualidad, el cruce de géneros, la construcción de mundos que se alejan del realismo siempre van a reaparecer en mis novelas y películas. Son puntos de contacto, similitudes que siempre encontré después de haberlos escrito.
– Leía que Ismael y Ajo, dos de los protagonistas, eran chicos de Once y Constitución con los que escribiste un guión para un corto.
– Sí, filmábamos un cortometraje en el CERC, la escuela de cine en la que estudié, y dos de los chicos que actuaban se me acercaron porque tenían una historia. Les propuse encontrarnos una vez por semana con un amigo coguionista, Leonel D´Agostino. Uno de ellos nos contó que había trabajado para un guardia de seguridad de la Zona Norte entrando a casas vacías a robar chiquitaje. Años después leí una nota sobre policías de la Federal que trabajaban con la policía uruguaya cruzando chicos por Nueva Palmira, para robar en balnearios esteños. Ambas cosas hicieron contacto en mi cabeza y así empecé a escribir Los invisibles.
– La historia logra condensar un clima de tensión y sorpresa en el que los niños parecen estar siempre en peligro pero lejos de presentarse acobardados, se convierten en temerarios. ¿Cómo fuiste construyendo ese aspecto?
– Lo único que sabía mientras escribía era que quería que Ajo, Ismael y la Enana llegaran a esa gran estancia de cientos de hectáreas con grandes mansiones, una estancia marítima dividida entre las familias más oligarcas de la Argentina, que tiene a su vez cientos de hectáreas inhabitadas, todavía "salvajes", bosques inmensos que son el territorio de jabalíes, cruceros y cimarrones, y en el que estos chicos podían evaporarse sin dejar rastros. Tenía como referencia cierto tono y clima del cine asiático que tiene a adolescentes como protagonistas, y también algo del mundo del animé. Estos protagonistas tienen esa mezcla extraña de ingenuidad y reviente. A medida que ellos van entrando en esas grandes mansiones vacías, la novela fue encontrando su pulso en esos encuentros y aventuras cada vez más alejadas del realismo.
Fuente: Télam
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