Una historia que hace fuerza para salir a la luz, seis mil mujeres que escriben para ponerle palabras a su tragedia, y un grupo de rufianes polacos de origen judío que encontró en la Buenos Aires de finales del siglo XIX una veta para un negocio ampliamente lucrativo.
Ese era el estado de las cosas cuando Florencia Mujica y Daniel Najenson descubrieron Zwi Migdal, el nombre judío con el que se conocía a la "Sociedad Varsovia", llamada así por la procedencia de la mayoría de los miembros de esa mutual; y junto a ella descubrieron también el testimonio de las mujeres prostituidas que, a partir de cartas escritas de puño y letra, pedían, sin éxito, socorro desesperadas.
Estaban, entonces, todos los elementos para comenzar a co-dirigir este largometraje documental, que se estrena el jueves 15 en el Malba y en el cine Gaumont: "Impuros" se filmaría entre Tel Aviv y Buenos Aires e intentaría sacar a la superficie la historia de la que posiblemente fue la primera red de trata de mujeres de nuestro país, su nacimiento, su apogeo y su final, casi 50 años después, gracias a Raquel Liberman, una mujer que pasaría a la historia, aunque tímidamente, como aquella que se atrevió a denunciar.
Pero aún faltaba ese link con el presente, esa conexión que finalmente Sonia Sánchez -sobreviviente de la prostitución, militante abolicionista y referente feminista- aporta a 'Impuros' de una manera muy contundente para decirnos que un siglo a veces no es nada.
"Nos pareció que ella era capaz de generar un vínculo afectivo y emocional entre la actualidad y la historia de estas mujeres anónimas. Ella podía rescatarlas, darles voz y ponerles cuerpo, porque en definitiva de lo que estamos hablando es de la experiencia de una mujer colectiva. Y es increíble pero un siglo después esa mujer sigue teniendo rostro", contó a Infobae Florencia Mujica.
La migración como motor de la historia
Nuestro país se convirtió, entre fines del Siglo XIX y principios del XX, en uno de los grandes mercados continentales para el tráfico de mujeres, en el marco de lo que más tarde se llamó la Gran Inmigración, en referencia a los seis millones de personas de origen europeo que lo eligieron con la esperanza de progreso.
Fue el caso de los polacos de origen judío, que eligieron abandonar su país -parte de la Gran Rusia, aún gobernada por el zarismo- golpeado por una explosión demográfica y las pocas posibilidades económicas que quedaron para sus oficios tradicionales con la llegada de la Revolución Industrial.
Mezclados entre esa masiva ola migratoria llegaron también los delitos, las actividades clandestinas y los negocios. Entre ellos los de la trata de mujeres con fines de explotación sexual. Y Buenos Aires les dio la bienvenida: en el año 1875, la municipalidad de la ciudad aprobó una enmienda que toleraba la existencia de las llamadas "casas de prostitución", lo que no era otra cosa que la legalización de la actividad y el respaldo legal necesario para montar un negocio de envergadura.
Así, la red de traficantes de origen judío comenzó a definir su fisonomía a través de organizaciones de ayuda mutua, y asociaciones como "la Varsovia" se convirtieron en la fachada legal de un negocio apenas oculto.
Ponerle nombre a las sin-nombre y la recuperación de la memoria
El engaño y la captación eran el paso previo a la violencia. Para estas jóvenes de Europa oriental la historia era siempre la misma. Un compatriota que regresaba de América con dinero y ofertas de matrimonio inmediato. Un océano de distancia después, todo se develaba como lo que realmente era, una mentira.
Ignorando las leyes, el idioma y la cultura del nuevo país, y comprometidas con el hombre que las llevo hasta allí, a esas mujeres las encorsetaba un sistema -que incluía a la policía, a la justicia, al sistema sanitario, y a 'clientes' del más alto nivel- del que difícilmente podían zafar. Alquiladas, vendidas y hasta subastadas, muchas de ellas recurrieron a las cartas como un pedido de auxilio desesperado que sin embargo nunca tuvo resultado, pero que se guardan hasta hoy en los archivos de Tel Aviv, y que suman casi seis mil. La mitad de las mujeres judías que llegaron entonces a Buenos Aires eran prostituidas.
"Acepté hacer esta película porque recupera los los orígenes del abolicionismo (el movimiento que pelea por la abolición de la prostitución), junto con el comienzo del tráfico de personas y de mujeres en nuestro país. Y porque ayuda a comprender esa violencia que es la prostitución y la trata de personas con fines de explotación sexual. Para la filmación fui a uno de los cementerios donde están enterradas estas mujeres en tumbas sin lápidas, sin ser identificadas: ahí sentí el silencio, el olvido y el dolor que constituyen a la prostitución", dijo Sonia Sánchez a Infobae sobre "Impuros".
El ocaso de "la Varsovia" y la actualidad
Con el impulso de la sanción de una ley que penaba fuertemente el tráfico y la explotación de mujeres por parte de Alfredo Palacios en 1913, las denuncias contra "la Varsovia" comenzaron a aflorar. La primera mujer que se atrevió a denunciar pasaría a la historia, aunque sin homenajes, monumentos, ni títulos honoríficos. Se trata de Raquel Liberman, quien el 31 de diciembre de 1929, denunció que fue engañada por la mutual y dio testimonio de una "sociedad tenebrosa", "perfectamente organizada", y que reúne a una "gran cantidad de explotadores de mujeres".
Contra las amenazas, las influencias, y el poder, Liberman se atrevió. Pero los proxenetas que llegaron a prisión, pronto fueron liberados. Ninguna otra mujer -todas ellas esclavizadas, atemorizadas y violentadas- respaldó su denuncia, y todo quedó, por un tiempo, en el olvido. Sin embargo, alcanzó para convertirse el puntapié para la derogación, en 1931, de la prostitución legalizada.
Paradójicamente, después de un siglo, en Argentina vivimos lo que Sánchez define como una 'embestida del reglamentarismo': quienes buscan regular la prostitución como trabajo ganan espacios y hasta hay varios proyectos de ley en ese sentido presentados en el Congreso.
"A mi me gustaría dejar en claro una cosa: No existe la prostitución autónoma y libre. Siempre detrás de una puta hay un proxeneta. Al regular la prostitución como un trabajo, no se ganan derechos para las prostitutas sino que se saca del delito al proxeneta (…) Impuros viene a poner en debate este falso discurso de la libre elección sobre los cuerpos", agrega.
"Este es un debate en boga y que divide aguas adentro del feminismo", aporta Mujica. "Hay dos posiciones que en un punto se encuentran en una especie de debate muerto. Por eso yo creo que el documental puede aportar en ese debate tan importante y tan fuerte, con la idea de revisar la historia y ver qué podemos aprender de ella".
Sobre la memoria
¿Pero por qué tanta resistencia a sacar este episodio a la superficie? Cuando la Varsovia fue denunciada y sus miembros expulsados de la comunidad judía local en un hecho apenas reivindicado, el mundo asistía al auge del antisemitismo y al ascenso del nazismo en Alemania. Era entendible que se haya buscado que el episodio no se convirtiera en un estigma que salpicara a toda la colectividad. Pero, ¿cien años después? De acuerdo con Mujica, hay un sector conservador que, como se ve en el documental, sigue prefiriendo ocultar esta historia.
"El detonante en la decisión de hacer la película es esa posición: dejar esa historia atrás, olvidar. Pero en Argentina, donde tenemos una larga tradición en la recuperación de la memoria, el ocultamiento como una forma de 'sanar' hace mucho ruido. Porque cien años después, las heridas no sanaron y los beneficios de ese ocultamiento fueron exclusivamente a los que se enriquecieron a costa de las mujeres cuyas historias fueron silenciadas", concluyó la directora.
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