Por Bibiana Ricciardi
Llueve finito en Los Reyes, a las afueras de San Salvador de Jujuy. Las montañas verde intenso se abren a pico para dejar pasar un hilo de agua y piedra, y una pequeña porción de tierra en la que descansan una escuela, un hotel, algunas casas. Hace un instante nomás cruzaba el ruido de Buenos Aires despertando. En el aeropuerto reconocí a lo lejos a algunos pares. Gente que también había madrugado para llegar al extremo norte del país, para participar del Festival Jujuy Corazón Andino que se desarrolla por primera vez. Un encuentro que reúne música, baile, arte e intención sustentable.
Mañana temprano, a la madrugada, justo cuando salga el sol, Gustavo Santaolalla y sus músicos darán un concierto en el centro mismo del Trópico de Capricornio, ubicado en Huacalera, una pequeña población antigua, a 100 kilómetros de San Salvador. Hay clima de entusiasmo colegial en la delegación que ocupa por completo el viejo hotel termal. No llego ni a acomodarme cuando recibo la primera de las tentaciones. Todo suena interesante. Santaolalla está ensayando en un salón del hotel. Me asomo curiosa, me dejo envolver por los sonidos que emulan al mismo viento andino. El lugar es amplio, alrededor del músico se abren en abanico sus músicos. Una flauta toma la delantera y llama mi atención, es Carlos Núñez, el gaitero español llegado especialmente para participar. Sentado en el piso, cruzado de piernas, Ricardo Mollo suma su guitarra. Los invitados sorpresa logran sorprenderme. Acompaño en silencio un rato más pero llega la invitación a almorzar.
El Festival Jujuy Corazón Andino se extiende entre el 3 y el 10 de noviembre en distintas localidades de la Quebrada de Humahuaca. El recital El Despertar de Gustavo Santaolalla y su quinteto parece el corazón mismo del encuentro. Un centro que está clavado justo en el Trópico de Capricornio. Me cuenta Sergio Chiapetta, el manager de Santaolalla, que tuvieron que llevar a un agrimensor para medirlo con exactitud. Hay un monolito turístico pero está algo corrido del punto exacto. ¿Por qué el Trópico de Capricornio? "Ya estando aquí, en la quebrada —explica Santaolalla—, cualquier lugar sería impresionante pero hacerlo en un hito de los pueblos milenarios, que celebraban allí el Inti Raymi y yo tengo un álbum que tiene una canción Inti Raymi, y que el tema con el que que abrimos sea incluso Inti Raymi, me parecía que había una conexión histórica con el trópico".
El Trópico de Capricornio es el paralelo situado actualmente a una latitud de 23º 26' 14''. Es una línea imaginaria en el hemisferio sur que delimita los puntos más meridionales en los que el sol se erige al mediodía. En el Trópico de Capricornio los rayos caen verticalmente sobre la tierra en el instante del solsticio de diciembre, entre el 21 y el 22 de diciembre. Como bien dice Santaolalla, las comunidades andinas milenarias vienen celebrando aquí en Huacalera todos los 21 de junio, el solsticio de invierno, la festividad del Inti Raymi, que en quechua significa Fiesta del sol Niño. Una fiesta que se inicia la noche del 20 de junio y se extiende hasta el mediodía del 21, cantando y bailando al ritmo de instrumentos autóctonos como sikus, erkes y cajas. Algo de todo eso sobrevolará la madrugada de mañana cuando los músicos comiencen con la primera claridad.
En el salón del amplio comedor del hotel las mesas circulares se dividen con un orden implícito. Nadie lo dijo pero me siento en la de periodistas y fotógrafos. Espío de lejos a los músicos de Scalandrum, la banda de Pipí Piazzola, nieto de Astor Piazzola, que junto al músico cubano Paquito de Rivera, apuran sus platos porque deben actuar por la tarde en el Teatro Mitre. Me escapo a la ciudad para verlos. No hay tiempo de siestas, quien querría perderse el show. Y eso que aún no conocía el Teatro Mitre, inaugurado en 1901, clásico, de arquitectura renacentista italiana, pero destacado particularmente por tener una acústica tan perfecta que los músicos no necesitaron amplificar más que al contrabajo.
La sala está colmada, la gente delira. Me felicito a mi misma por no haber cedido al impulso cuerdo de acostarme a dormir una siesta. Saldremos para Huacalera a las 2 de la mañana, la altura, el frío y la falta de sueño complicarán la cosa, pero quién me quita lo bailado. Son las 20 horas, no hace ni diez que llegué a Jujuy. La montaña verde del otro lado de la ventana se tapa con una nube, se acuesta a descansar. Aún llueven unas gotas de agua suspendidas. Escribo intentando resistir las ganas de salir corriendo a darme un baño termal. Los músicos han vuelto del show, sus risas desde la pileta termal distraen mi trabajo. Miro el reloj, la pileta está habilitada hasta las 21, todavía se puede. Creo que aprovecharé un rato.
La alarma suena a la 1.30 de la mañana. Creo que no he logrado dormir aunque tal vez sí porque de otro modo no entiendo de dónde sale la energía que me permite saltar de la cama, darme una ducha veloz y bajar con los otros.
—Buenos días. O buenas noches.
Tache lo que no corresponda. Partimos un grupo heterogéneo rumbo a la Huacalera, hora y media de viaje por lo menos. Camino sinuoso. Subiremos. Se me pega rápido el modismo. Se baja a San Salvador, se sube a la Quebrada. En la van la música suena como nota desafinada. Es raro escuchar ritmos latinos atravesando las montañas. Obedientes, no protestamos. El chofer es el único que no debería dormir si queremos llegar sanos y salvos. Pero todos estamos pensando lo mismo. Veo de reojo la cara de Carlos Nuñez, pienso en cuánto más raro será para el español. Y recuerdo sus palabras en la cena cuando le dije que me había gustado el ensayo. Una sonrisa amplia cruzó su cara y lo detuvo un par de segundos: "Ni siquiera estamos haciendo música, es pura energía", dijo.
Vamos muy abrigados. Arriba y a esta hora hará mucho frío, según nos dicen. No les creo mucho. Ya tendré tiempo de arrepentirme de haberle creído más al oráculo Google que a la voz del baqueano. Pero ahora no lo pienso, intento dormir. Pero tampoco lo logro. Aunque tal vez sí, porque de otra manera no me explico cómo bajo tan enérgica de la van al llegar al predio del Club Atlético El Molino, en Huacalera donde la magia ya está sucediendo. En un mismo paso percibo al instante con un ojo elevado el cielo que explota de estrellas. No hay luna. La noche de Luna nueva en escorpio tampoco es casualidad, o si pero Santaolalla es hombre prevenido, sabe cabalgar las casualidades. "La idea surgió de una especie de visión que tuve. Tenía que dar un concierto en este festival que hacen mis amigos Andrea Merenzon y Sergio Jurado, que dirige la orquesta Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles de Jujuy, de la cual soy padrino. Iba a tocar acá al medio día, en este mismo predio. A la tarde no se podía porque hay mucho viento. Entonces tuve que hacer como una conexión mental y me di cuenta que tenía que hacerlo al amanecer, con la luna nueva en escorpio y recibir al sol, celebrar un nuevo día."
Camino bajo las estrellas. Constato que el frío no era producto de la imaginación de Debora Lachter, a cargo de la comunicación del evento. Pero todavía no me molesta, apenas si logro incorporar tanta belleza. Las montañas son una sombra oculta. El escenario es más pequeño de lo que imaginé pero el campo es grande y está sembrado de inmensas fogatas. Suben ríos de chispas. Capricornio o escorpio. Quién sabe, pero ahí hay una conjunción energética que es evidente hasta para una escéptica consuetudinaria como yo. Camino como en trance, veo a la gente que se acomoda de a grupos concéntricos alrededor de las fogatas. Una astróloga que abre una reposera le comenta a su amiga que la luna nueva en Escorpio es símbolo de renovación. Será. Algo muy especial está sucediendo frente a nuestros ojos. Y eso que aún no ha sonado ni una nota. Gustavo Santaolalla sale a escena y pide paciencia, como si hiciera falta.
El tiempo se ha detenido. Un grupo de personas eleva globos de fuego que suben suaves, parejos, armoniosos. Creo que jamás olvidaré la imagen. Y entonces se suma el sonido. En el borde del escenario una serie de músicos vestidos de blanco, sentados en el suelo, hacen sonar sus cuencos de cuarzo. Los vecinos de Huacalera que han prendido las fogatas incluyeron vasijas de barro con hojas aromáticas. El olor se mezcla con el humo. Los espectadores flotamos como los globos que vimos elevarse unos segundos antes. Son ya las cuatro y media. Aún es de noche, nuestro médium sale nuevamente a escena para explicar que habrá dos momentos, uno el de la claridad que comenzará en una hora, cuando el sol comienza a desperezarse. Y otro de mayor intensidad cuando por fin se asome por encima de la montaña. El despertar, dice. El show mágico se llama El Despertar. "Que no es abrir los ojos —según me explica—, abrir los ojos es una cosa y despertar otra. Un poco la idea era en este momento tan difícil que se está viviendo en este país, en esta provincia y en el mundo, generar vibraciones positivas con la música y con la gente porque la gente también genera frecuencias, y de alguna manera sanan para que las cosas cambien". La mirada espiritual del músico provoca la adhesión inmediata de esta cronista. He perdido un poco de mi habitual apego a la lógica entre estos cerros. No parece que vaya a necesitarlo.
Con la claridad comienza la música de GAMA, Grupo Argentino de Mantras Criollos, y los vientos de Carlos Nuñez. Los mantras nos acompañarán hasta que comience el show propiamente dicho. Camino un rato para entrar en calor, sacudo mis pies que empiezan a recordarme que lo de la doble media hubiera sido una gran opción. Camino hacia el calor. Alrededor de este fuego un grupo de vecinas intenta secarse la ropa entre risas.
"Ya sabía yo que un día bajaría el río. No bajó el lunes con todo lo que llovió…" para llegar hasta aquí tuvieron que cruzar el río con el agua por arriba de las rodillas. "Que empiece de una vez la música", dice una de ellas sin saber que ironiza en sentido semejante al de uno de los músicos que acompaña con su mantra energético desde el escenario. Cuando los músicos se despiden hasta la salida del sol protestan, podrían haber dormido una hora más.
La claridad le tuerce finalmente el brazo a la oscuridad y entonces los foráneos entendemos exactamente dónde estamos. Y la suerte que ha tenido el Trópico de Capricornio de venirse por aquí. La Huacalera es un valle alargado que se recorta a los lados del un río más piedra que agua. El cordón serrano del este, ese que libra su batalla diaria con el sol, se ve como un dragón. Un borde de cactus le aparece ahora al filo del lomo que ha estado peleando su batalla diaria. Parece que al animal mitológico se le erizara el pelo de tanto esfuerzo. Por el oeste, en cambio, las sierras se pintan de todos los colores ocres que pueda el ojo imaginar. Se adivina que esas montañas alientan al sol, se conoce de qué lado de la contienda se ubican. Cuando el sol por fin gane las hará reinas indiscutidas de la Huacalera. Será en segundos cuando el dragón expulse por fin su fuego y se acueste a dormir. Entonces sale puntual el quinteto de Santaolalla. Con una especie de saludo de cuerno y suena por fin el primer tema, el anunciado Inti Raymi, de su disco Raconto. Se suman Carlos Nuñez y Ricardo Mollo que levanta una ovación.
Los cerros comienzan a dorarse, la música crece en intensidad. Dos chicas se contonean. Carlos Nuñez intensifica el fragor de su flauta, como quien espera ver subir a la serpiente. La emoción se corta en el aire. Hay ojos de trance y entonces a Gustavo le crece un voz cavernosa que se empasta con los ecos que sostiene la montaña dorada. El dragón grita desde la garganta del músico y se entrega. Un caballo pasta por detrás del escenario, ajeno. Santaolalla maestro de esa ceremonia solar se acerca al gong y lo roza apenas, con fuerza creciente. Para concluir la ceremonia con un golpe certero al centro del gong. "Se hacía desear", dice desde el escenario.
"El gong es una elemento muy solar —dirá en un rato, al finalizar el show— y sumado a la compañía de esos grandes, ese grupo de gente tocando los cuencos de cuarzo que tienen una frecuencia y una vibración única. Se juntó todo eso y se hizo algo muy lindo y que la gente se va a ir con una especie de lavado, de enjuague".
Y con el sol a pleno, cerca de las ocho de la mañana comienza una tercera parte no explicitada. Por fin irrumpe el rock, algo de jazz, clásicos, un repaso por el repertorio histórico del músico que hace bailar y cantar a la gente por dos largas horas más.
La milagrosa cuestión climática. Finalmente el sol estalla sobre los presentes como si hubiera estado descansando toda la semana para venir a alardear hoy entre locales y visitantes.
Después de tanta espera la mayoría intenta ahora refugiarse entre las líneas de sombra que se desprenden de las columnas de sonidos. O tapan sus cabezas con los mismos elementos que hace minutos tapaban los cuerpos ateridos.
La despedida es lenta. Nadie quiere quebrar la magia y eso que hace largas siete horas que escuchamos de pie, con frío y con calor, a este grupo de músicos magos. Pero el maestro de la ceremonia sabe administrar la fuerza y hasta se toma tiempo para cantar solito con una caja una chaya que nos calienta el alma hasta el próximo encuentro.
* El Festival Jujuy Corazón Andino se extiende hasta el 10 de noviembre en distintas localidades de la Quebrada de Humahuaca. Toda la información, acá.
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