Hay ceramistas, plomeros, ferreteros. Uno practica la reflexología y digitopuntura. No es requisito ser gordo, algunos ni siquiera tienen pelo y otros no llevan barba. No es un problema quiénes sean ni cómo luzcan, porque cada diciembre suspenden sus vidas y transforman su aspecto para personificar a Papá Noel. En ese universo de trabajadores que durante un mes al año acceden a vestirse de rojo y blanco por dinero se centra Todo el año es Navidad, el documental de Néstor Frenkel que se estrena este jueves.
Fue un spam enviado por alguien que se presentaba como "el verdadero Papá Noel" lo que despertó la curiosidad de Frenkel. ¿Quiénes son estos travestidos que alegran a tantos niños en shoppings, en las calles o a través de comerciales? ¿Cómo influirá en ellos la experiencia de interpretar a tamaña figura? Así comenzó, previa investigación sobre la tradición navideña, la búsqueda de los hombres que formarían parte de la película. "Lo que fue rigiendo la elección era, más allá de su aspecto físico, qué arista de Papá Noel me podía dar cada uno de ellos", dice Frenkel en diálogo con Infobae Cultura.
Frenkel construyó una carrera como documentalista gracias su capacidad para detectar historias singulares. Algunos de sus trabajos son Buscando a Reynols, sobre una banda de rock de culto cuyo baterista tiene síndrome de Down; Construcción de una ciudad, que pone el foco en la transformación particular que sufrió Federación, un pueblo de Entre Ríos; Amateur, acerca de un odontólogo que llegó a filmar un western en súper 8; y Los ganadores, un ensayo sobre el mundo de las entregas de premios.
—En Todo el año es Navidad se puede ver lo que fue el casting. ¿Por qué le interesaba mostrar esta instancia?
—Es la primera vez que les veo la cara, la primera vez que se sientan delante de mí. El casting fue lo que se ve: una charla de media hora o cuarenta minutos con cada uno, pruebas de vestuario con esa escenografía… Me interesa cómo es el primer momento, que quede registrado el primer encuentro. Que sea verdad, que esa persona me esté contando su vida de verdad, no es que yo sé todo y que esa persona ya sabe que sé todo y lo recreamos para la cámara. Y también me interesaba volver al momento iniciático del por qué de la película. En ese momento era gente que estaba buscando trabajo, era un casting para una película independiente que no se sabía de qué índole iba a ser. Podría llegar a haberme encontrado con uno solo y que ese fuera mi protagonista, y hacer algo combinado con la ficción. Tengo ideas, tengo planes, pero siempre el paso que doy me va a llevar al próximo paso, no es que sé todo lo que voy a hacer de antemano.
—¿A cuántas personas entrevistó y cuántas quedaron?
—En la película hay 11 y entrevisté a 20 o 25. Había muchos muy potentes. Muchos que eran muy buenos actores de Papá Noel y con muy buena imagen, pero que no me terminaban de contar nada sobre el personaje o nada de ellos me parecía lo suficientemente potente para convertirlos en personajes de un documental.
—¿Cómo era su vínculo con Papa Noel y con la Navidad en general cuando era chico?
—Yo vengo de una familia judía. No una familia religiosa, pero sí cumplía con ciertas tradiciones del judaísmo y una de ellas era negar la Navidad. Entonces nunca tuve Papá Noel, ni arbolitos, ni regalos. Mis primeras navidades fueron con mis hijos hace algunos años. Primero con ciertos cuidados. ¿Quiero que mis hijos consuman esto? Mucho prejuicio. ¿Para qué? No le voy a comprar una Barbie, tampoco le voy a poner un arbolito… Después me di cuenta de que era un hecho social que se disfrutaba y hasta se comentaba en el jardín de infantes… Así que a mi manera construí una Navidad para mis hijos.
—¿Tenía alguna idea sobre las personas que interpretan a Papá Noel antes de comenzar con el proyecto?
—Tenía como una teoría: si será verdad que atravesar por esa experiencia te deja marcas. Esa era un poco la pregunta. Y me pareció que sí, que todos están bastante tomados por encarnar semejante mito, semejante personaje gigante, y con la Navidad. La espiritualidad, la farsa, lo profano y el comercio, la magia y la fantasía. Todo mezclado. Y un poco me amigué con todo eso. La película tiene su carga irónica, muestra la parte más absurda y a la vez se hace cargo de ser una película navideña y entiende que no es necesario romperla ni ponerse en contra.
—En este documental, al igual que en otros que filmó, hay una mirada sobre los personajes que por momentos podría interpretarse como cercana a la burla…
—Sí, es como uno de los grandes temas que siempre vuelven con cada trabajo. Yo me miro así a mí, miro así al mundo y esa mirada que tengo la pongo en juego cuando hago un documental. No es que soy un tipo solemne conmigo, mis hijos y mi familia y cuando hago un documental soy un bromista, un provocador o alguien que se ríe de las cosas. Me río de todo más o menos parejo. Por otro lado, mi idea no es reírme del otro, mi idea no es hacer un documental para mostrar qué tan tonta o ridícula es una persona y qué inteligente que soy yo, sino dar cuenta de la experiencia humana de esta cosa extraña que es habitar un cuerpo, tener una vida y llevarla adelante. Y ahí caigo yo también, yo estoy ahí adentro. Miro a esos personajes y me veo a mí. Estoy tratando de hacer eso, de captar algo de la condición humana, de lo que es vivir, de los mundos y de los personajes que nos construimos para justificar para qué estamos vivos y qué estamos haciendo con nuestro tiempo.
—¿Cómo maneja la comedia entonces?
—Bueno, a partir de ahí trabajo con la comedia, en el montaje la exacerbo, manejo esos ritmos. Entre dos situaciones, naturalmente me resulta más rica la que me hace reír, siempre privilegio eso. Pero tampoco es una burla, no lo veo así para nada. Yo lo que siento es que hay gente que es muy solemne y no puede reírse de sí misma y no puede mirar la experiencia humana aceptando su costado absurdo. Creo que esa gente es la que se enoja conmigo y yo creo que de ellos es de quienes me estoy burlando, si de alguien me estoy burlando. A la vez, tampoco mato por un chiste.
—No se siente un provocador.
—No. Bueno, un poco sí, pero tampoco es que soy un provocador. Cuando pienso un documental, no pienso en cuánto puedo provocar o hacer reír. Termina sucediendo por cómo me relaciono yo con el mundo, pero no es algo a lo que me siento obligado. A mí me interesa algo que me deja pensando, que me genera dudas, algo de lo que no estoy seguro, algún tema o persona de la cual se desprenden temas más generales. Eso es lo que yo evalúo cuando me decido a elegir un tema. Me pasa mucho que me dicen: "Tal personaje es para que vos hagas un documental". Y no. No porque sea re loco o re bizarro, como se dice por ahí, me agarra. No pasa por ahí. Me pasa por otros lados y la comedia es como un canal para meterme ahí. Me gusta el humor, me gusta que las películas provoquen, que alguno se enoje. No me voy a hacer el inocente: sé que hay algo de provocación y de jugar al límite con ciertas cosas. Pero también sé que estoy trabajando con material de la vida real y que en el documental hay un componente ético muy fuerte, soy muy consciente de eso.
—¿Cómo es esta dimensión ética?
—Yo nunca traiciono la esencia de alguna persona, salvo quizás para mejorarla un poco… Uno todo el tiempo está creando personajes. Si tengo una persona que a lo largo de un período de filmación tres veces me dice que tiene sed, yo puedo usar esas tres veces y tengo un personaje sediento; puedo ponerlo una vez y no es nada; o puedo no ponerlo nunca y es un personaje para el cual el agua no es un tema. Uno todo el tiempo está creando un personaje. Pero no traiciono lo que la persona dijo o expresó. Le doy mi forma, claramente, y a la vez no me meto por la ventana de nadie a filmarlo. El que acepta esta situación extraña y asimétrica de ponerse en manos del otro, de abrir la puerta de su vida y sus sentimientos para que después yo haga una película es un adulto que aceptó el juego.
—Hay un par de personajes que dicen haber vivido experiencias sobrenaturales. ¿Le impactó escucharlo?
—Sí, me impactó. Me daba ganas de que sucediera, era como una de las teorías de la película: que más allá de ser un trabajo, entre los efectos colaterales debía estar la entrada en un trance místico. Son actores que están interpretando a un personaje mítico y su público no es consciente de que está viendo a un actor. Es una situación muy única y ellos lo viven mucho tiempo y muchas horas. Quizás de una manera simple e inmediata, porque es un momento. No tienen largos diálogos, por lo general con los chicos es un beso, un saludo, le dan la cartita y nada más. Pero están recibiendo eso. Los están mirando como seres sobrenaturales. Y bueno, algo de la fantasía se está jugando ahí intensamente. Imaginé que algo de eso debía quedar.
Un paria del cine documental
"En estos últimos años hay cuatro o cinco tipos de documentales que se repiten mucho —explica Frenkel—. Está el más intelectual, moderno y observacional, que es lento y para un público muy específico; el que es más en primer persona, donde el director está delante de cámara y se expone; está el social, extremo, combativo y de denuncia; y el modelo Netflix, ilustrativo, que te cuenta sobre un tema". "Yo no entro en ninguno —dice y suelta una risa—. Soy un paria del cine documental: estoy afuera de todo y un poco me lo merezco".
—¿Y cómo es estar afuera?
—Está buenísimo. Obviamente perdés un montón de cosas, claro. Estar afuera es estar en uno. No tratar de jugar a las categorías, no tratar de parecerse a cosas. Tampoco me creo que invente la pólvora. Pero sí, entiendo que yo mando mis documentales a festivales y no entienden nada. Yo utilizó herramientas demodé, se supone. No se entrevista a gente en el documental moderno, está mal visto, les dicen cabezas parlantes. Yo más que cabezas parlantes creo que son personas hablando. Y para mí hay pocas cosas más claras y contundentes para conocer a alguien que ponerle una cámara adelante y escucharlo hablar. Uso material de archivo, también. Música, que no es algo que esté muy bien visto. Y el humor, que alguien que no entiende español quizás no lo termina de entender.
—Es verdad que se pierde mucho…
—Se pierde, claro. Soy bastante un paria y acá mismo la gente que es más del documental no se interesa profundamente por lo que hago y me parece que está bien. Tengo el lugar que tengo y que me gané y el que no lo tengo no me lo gané. No me quita el sueño. Igual, entiendo que hay mucha gente que no mira documentales o que no sabe quién soy y vio mis películas, me ha pasado mucho. No he construido quizás un prestigio o un nombre pero sí cada película ha hecho su camino y mucha gente las ha disfrutado sin saber que son mías.
—¿Cuánto de Los ganadores ve en el mundo del cine?
—Todo. Los ganadores es una película sobre el mundo del cine. Alguien me dijo: "Ahora tenés que hacer una sobre los festivales de cine". Error: es esta. Porque de eso se trata, de la construcción del prestigio, de la búsqueda desesperada del reconocimiento, de las formas extrañas que puede tomar esa necesidad de afecto, llámese en qué sección del festival estoy, qué color tiene mi credencial, si mi habitación es con vista al mar o no. Hay una necesidad de afecto, de ser reconocido, de sentir que todo lo que uno hace vale para algo.
—¿Le molesta eso?
—Ni me molesta ni me encanta. Somos eso. Hay que aguantarlo y verlo.
—¿Usted también?
—Obvio. ¿Vos te creés que el día que me van a dar los premios me da lo mismo ganar que perder? Quiero ganar. Yo quiero ser un ganador también. Hacemos lo que podemos. Yo no estoy afuera, yo estoy adentro.
—Hace un rato decía que no…
—Sí, estoy afuera quizás de ciertas modas, o quizás prefiero ser más coherente con cierta cosa interna que ir hacia la construcción por la mirada de los otros. Pero no me da lo mismo que a una película la pongan en la competencia internacional, la nacional, el panorama o que no me la acepten. O que le pongan 5, 4, o 3 estrellas. Tampoco se me va la vida en eso. Estoy donde estoy, pero estoy. No me siento ni por arriba ni por afuera. Todos damos algo. Yo te estoy dando mi tiempo para que salga la nota, para yo poder subir el link y que me digan: "Che, qué linda nota". ¿De qué estamos hablando? Es la construcción de prestigio y la necesidad de sentirse reconocido y querido. Es eso.
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