"Tendría que pensarlo con menos ruido", le dice a Infobae Cultura la escritora cordobesa Camila Sosa Villada. La rodea un bullicio regular, ella sonríe. Estamos en el hall central del Malba donde la gente que acaba de ver y oír el discurso inaugural de Catherine Millet en la décima edición del FILBA continúa comentándolo. Hay un cóctel con escritores de todo el mundo, un puñado de periodistas y unos cuantos lectores devenidos en groupies. Es una especie de brindis donde —por suerte— no sólo se habla de literatura. O al menos eso es lo que parece, porque se ven sonrisas y alguna que otra risotada. No es el caso de Sosa Villada que, ahora, en un rincón del edificio muy cercano a la puerta de salida, parece necesitar escaparse de la masa.
En estos cinco minutos de conversación, comenzamos hablando de su último libro —el segundo—, titulado El viaje inútil, que es, en sus propias palabras, una forma de reivindicar la inutilidad de la literatura. Una inutilidad que sólo adquiere valor si se despoja de los ropajes mercantiles y se lanza al vacío con la convicción que da la sinceridad. Se publicó en marzo de este año editado por DocumentA/Escénicas. Fue un pedido expreso de su editora, Gabriela Halac. "Me pidió que escriba sobre mi acercamiento a la literatura. Lo que hice fue un plan muy sincero y muy personal sobre cómo aprendí a leer y cómo aprendí a escribir. Algunos dicen que es ensayístico, otros que es autobiográfico. Para mí sólo es un libro", comenta.
Cuando ese pedido ocurrió, Camila Sosa Villada ya venía pisando fuerte en Córdoba, pero en el terreno del teatro. A veces como actriz, otras como dramaturga y otras en un mix entre ambas, supo dejarle a los espectadores teatrales las bocas bien abiertas. Tanto en Despierta corazón dormido como en Putx madre, que son de su autoría, mostró qué tan empapada de lenguaje estaba.
Hace algunos años, su blog, La novia de Sandro, dio lugar a su primer libro, el de poemas. Sólo tomó el título, los poemas aparecieron después. Entre ellos, se leen versos como estos: "En mi epitafio debería leerse: / aquí yace carne de arrabal que fue pudriéndose en vida". O como estos: "A las historias de amor hay que hablarlas en primera persona, / al fin y al cabo, en esta partida de justicias e injusticias, / la muerte siempre tiene las mejores cartas". O como estos: "En la superficie de la tierra, / mueren las travestis anónimas, / o mejor dicho, innominadas".
"Para mí la literatura es un acontecimiento. Cuando me toca leer algo que yo escribo pienso en que es un acontecimiento donde participan muchas disciplinas, también la música, también el análisis. No sé si me siento escritora, si me siento actriz o si me siento dramaturga. Qué se yo, soy así: hago un montón de cosas", cuenta, ahora, espontánea.
Minutos antes, en el auditorio del Malba, Catherine Millet aseguró que "muchas mujeres eligieron los géneros literarios de las memorias o del diario íntimo, de la autobiografía o, incluso, de la autoficción, para confrontar a los lectores con una realidad a la que, hasta entonces, habían sido poco expuestos". Esa historia que sólo puede ser narrada desde el punto preciso de la experiencia, sin ningún tipo de intermediación más que el lenguaje, es la que decidió contar Sosa Villada.
"Algo que se dice mucho y que me parece que está muy bien que se diga es que lo personal es político. Hay microactivismos que se van dando de a poco en las familias, en las personas, en las relaciones y eso está muy bien. La autoficción es lo que hacen todos: ficcionalizar una vida que conocen. Hay personas que tienen la posibilidad de conocer muchas vidas y hay otras que apenas llegan a conocer la suya, y eso está bueno", dice entre el bullicio.
En ese sentido, El viaje inútil narra una historia extensa y dramática, la de una travesti que decide dejar de ocultarse en su traje natural de varón, que vive con extrañamiento las turbulencias agridulces de la infancia, que se mete intempestivamente en la prostitución y que llega al teatro para intensificar su creatividad. "En mí —reflexiona—, la literatura aparece antes que la identidad, conscientemente. Yo me doy cuenta de que sé escribir y de que sé leer, entonces escribo y escribo, y la escritura sucedió. Y la identidad sucede. Una es un aparato que va cambiando constantemente, una vida que se va modificando. Me parece que primero fue la literatura, después fui yo".
Así fue que se ganó una etiqueta compuesta entre su condición de escritora y su condición de travesti —¿ambas son "condiciones"?—, entonces se volvió, casi sin pensarlo ni meditarlo, una escritora trans. "Me parece bonito el término. Me parece que está bien apropiarse de una especie de hermandad con otras escritoras trans, como Susy Shock, Marlene Wayar, Naty Menstrual. Somos varias. Me parece interesante ponerlo en términos de hermandad, en términos de familia".
Ahora, en el tiempo donde sucede esta entrevista, son cerca de las nueve de la noche del miércoles diez de octubre y el Malba no se desconcentra. Es apenas la inauguración del FILBA, el día cero; aún quedan unos cuantos más por delante. Por ejemplo, una mesa donde Sosa Villada estará junto a Luisgé Martín, María Sonia Cristoff y Sonia Budassi dialogando sobre cómo convertir una vida en escritura. Pero ahora los escritores invitados brindan y charlan en el hall central. Hay fotógrafos tirando flashes y uno o dos editores cerrando algún contratito. Hay risas, cada tanto alguna risotada, y mucho bullicio.
Entonces Camila Sosa Villada, luego de esta brevísima charla con Infobae Cultura, se despide con una sonrisa tímida y un "hasta pronto", se escabulle entre la marea de gente, abre la puerta y se va. Frente a ella, la Avenida Libertador es pura literatura. Hacia allí camina.
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