A Diego Galeano se lo puede encontrar leyendo en una vieja comisaría del barrio de Once en Buenos Aires o en una sala de lectura de San Pablo. A su alrededor, documentos, diarios, anuarios, viejas revistas policiales, bibliotecas que parecen inabarcables. Y sin embargo él logra salir de esos lugares con pequeños tesoros, párrafos, una ficha, datos, un nombre de pila, un apodo; la punta de una historia.
El sociólogo e historiador de 38 años nació en la ciudad de La Plata pero actualmente vive en Brasil, donde trabaja como profesor en el Departamento de Historia de la Pontifícia Universidade Católica do Rio de Janeiro. Este mes está en Buenos Aires presentando Delincuentes viajeros, estafadores, punguistas y policías en el Atlántico sudamericano (Siglo XXI Editores), su último libro.
Galeano juega con sus lentes. Se los saca, los abanica, los sostiene de una patilla y los vuelve a su lugar. Cuando habla los sacude, los cambia de mano, cuando cierra una idea se los pone y clava la mirada, esperando la próxima pregunta. Es un gesto involuntario. Un punto y aparte gestual en una charla sobre ladrones, policías, estafadores y falsificadores.
"Lo que te organiza es tu pregunta", comparte el autor con Infobae Cultura sobre eso que ordena sus horas de trabajo: saber lo que está buscando. Dice que el archivo es el lugar en el que mejor se mueve, un espacio que conoce tanto como a los personajes a los que trae a la charla, esos a partir de los que reconstruyó una historia sociocultural del delito y de la policía en América Latina.
Galeano cuenta que no transcribe documentos, no reproduce lo que ya dijeron otros, lo que se publicó hace muchos años, sino que organiza, repiensa, contrasta y, como un detective que resuelve un crimen, desanda el camino de los personajes con los que se cruza, para entender mejor lo que pasó.
Su recorrido es a través de casos reales. El primero de los hechos que narra en libro ocurrió en la primavera de 1894 en Buenos Aires: "La policía había encontrado un cadáver descuartizado, nadie sabía quién era el muerto y menos aún el asesino", arranca y no deja más alternativas que seguir leyendo.
Unos párrafos más adelante, revelará: "Un grupo de franceses aseguró que se trataba de François Farbos, un cartero recién llegado de Burdeos. Al poco tiempo se conoció la identidad del asesino, otro francés llamado Raoul Tremblié. No eran precisamente inmigrantes que venían a instalarse para 'hacer la américa'. Farbos y Tremblié se conocían desde Francia, cruzaban con frecuencia el Atlántico y solían alquilar cuartos para pasar sus días en Buenos Aires bajo nombres falsos".
Al mismo tiempo que reescribe crónicas policiales a destiempo Galeano introduce a los lectores los "Delincuentes viajeros". A partir de ellos hilvana temas más amplios como la colaboración entre distintas fuerzas policiales del Río de La Plata a principios del S. XX, descubre una conferencia en Buenos Aires en el año 1905, habla de las dificultades de identificar a un criminal, problema que derivará en el avance de los métodos, de la antropometría francesa a las huellas digitales de Juan Vucetich.
"Un poco la pregunta inicial que motivó la investigación era tratar de reconstruir, tratar de ver si lo que se había celebrado, los acuerdos que había habido en esa conferencia de 1905 que reunió a policías de Chile, de Argentina, de Uruguay y de Brasil, una especie de gran concertación internacional entre las fuerzas de la región, había tenido algún efecto concreto en las prácticas de vigilancia, que ese es el objeto un poco al que me dedico en los últimos años", explicó el autor, sobre ese dato al que llegó en una biblioteca que ya no existe en los altos de una comisaría del barrio de Once, en Buenos Aires, y que se convirtió en su primera pregunta.
"Lo policial y lo delictivo fue un poco siempre mi campo de investigación en historia. Creo que tiene que ver un poco con la generación en la que me formé yo", dice y suma que en paralelo otros colegas, sociólogos y antropólogos, "empezaron a volcarse a intentar visibilizar ese problema que tenia un ascenso en las conversaciones cotidianas y en la política". Pero el gran acierto de Galeano es sin embargo saberlo contar.
Cada historia que aparece es el pie para desarrollar un nuevo tema. Son un gancho, el lugar a partir del cual mantener al lector rastreando entre los casos policiales con más de 100 años. Galeano comparte inclusive su propio proceso creativo con sus lectores, su método y también sus dudas, como el dilema de si esos criminales de los que habla querrían o no ser rescatados por un historiador que muchos años después da con ellos en la sala de lecturas de un archivo.
"A mí la verdad que lo que más me gusta en la vida es investigar, muchas personas me cargan porque soy una especie de 'rata de archivos policiales', es donde me siento más feliz y te diría que me gusta más consumir eso que producir, aunque escribir me sale con cierta facilidad", admite Galeano y define los delitos que toma como "ventanas para pensar la época".
En esa línea el escritor liga esa experiencia, la que asegura más lo moviliza, la de investigar, con la necesidad de compartirlo con sus lectores. "Es tratar de compartir un poco dilemas del archivo, modos de construcción del archivo, idas y vueltas, vacíos, angustias de cómo el oficio del historiador pasa mucho por trabajar con lo que hay pero también por saber interpretar los silencios, porque a veces lo que no está en el archivo habla más que lo que está ", describe.
Fotos: Santiago Saferstein
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