¿Por qué disfrutamos tanto al leer ensayos? ¿Tal vez porque son la forma estética que asume el conocimiento conjetural? ¿O será porque, ante todo, los ensayos nos proporcionan de manera inmediata el privilegio de una lectura a la enésima potencia? Encontré esa respuestas plausible en uno de los muchos libros que leo semana tras semana, sea por trabajo o placer (a veces, ambas cosas en una relación intrincada). En la compilación de críticas de Jorge Panesi que acaba de publicar Eterna Cadencia, de pronto me encontré muy de acuerdo con esta idea: "un ensayo consiste en varios encuentros superpuestos a varias búsquedas: la intensidad lectora y escrituraria de quien lee otra intensidad lectora y escrituraria".
Se me ocurre que no hace falta restringir este modelo a lo literario; junto al infaltable lector, podríamos considerar, también las figuras del espectador y el oyente. De hecho, poco después, me enfrenté con otras dos maneras ejemplares de escribir ensayos, ejercer la crítica y barajar teorías. Pero ahora entraban en juego la música (mediante un cuidado volumen de Federico Monjeau) y el teatro (a través de un libro sorprendente de Beatriz Trastoy). Me pareció que, en un contexto poco alentador, estos trabajos demostraban la vitalidad del ensayo entendido como una de las bellas artes.
1. Panesi y la seducción de los relatos
Con el volumen de La seducción de los relatos, podemos comprobar, agradecidos, que Jorge Panesi no es un escritor tan exiguo como creíamos. Años después de la publicación de Críticas (2000), el autor –en la actualidad, Profesor Consulto de la UBA– nos ofrece otra compilación de lectura insoslayable, que retoma en parte muchos tópicos ya indagados y se expande hacia nuevos dominios.
Se destaca un diáfano ensayo sobre Silvina Ocampo, sensible a la presencia del peronismo en el espejo fantasmagórico de la ficción. (La cuestión del peronismo reaparece en un ensayo final sobre Borges y la política.) Junto a Panesi, comprendemos el modo en que se conjugan las ceremonias del adiós y el tráfico de chismes en una de las novelas de Sylvia Molloy. A lo que se suman una lectura sofisticada de Luis Gusmán, párrafos hedonistas sobre César Aira y un ensayo antológico sobre el Tratado del amor de José Ingenieros. Las alegorías de Mario Bellatin –se nos asegura– pueden conmover nuestra certezas sobre la "literatura latinoamericana". Y también hay que dedicar un momento al estante de poesía: a la infancia sabia de Arturo Carrera, las lenguas siempre plurales de Néstor Perlongher o las disputas tal vez intrascendentes entre neobarrocos y objetivistas.
Me pareció que el libro se vuelve imprescindible sobre todo cuando se pliega en el bucle de la crítica de la crítica. Así ocurre en su ininterrumpida evaluación de David Viñas y sus discípulos, de Beatriz Sarlo y un considerable etcétera. (Panesi jamás se permite recaer –¡qué alivio!– en la crítica sociológica: apenas hace falta decir que, para él, la noción de "campo intelectual" o "literario" es un mero comodín o fetiche teórico.) En el fondo, su concepción es borgeana: "La crítica es incómoda por naturaleza y tiende a producir incomodidad, a dejar a sus lectores en la maravilla intelectual de la perplejidad".
Esta recopilación repasa, a veces con saludable escepticismo, polémicas y pseudopolémicas de las últimas décadas, al interior de la academia, y también extramuros. Abarca desde su escrutinio de las dos Historias de la literatura argentina que alumbraron dos hijos de la revista Contorno –Noé Jitrik y David Viñas–, a las metamorfosis que fue sufriendo la crítica, cuando aliados tenaces como el estructuralismo, la semiología o el marxismo comenzaron a ser desalojados por la teoría feminista, el poscolonialismo, los estudios culturales, la perspectiva queer y, desde luego, la deconstrucción. (Junto con Blanchot y Derrida, Panesi es siempre fiel a la idea de que la lectura se alimenta de lo ilegible y toda traducción, de lo intraducible.)
En este friso de la crítica argentina, asombra la variedad de entonaciones: del elogio a la sátira, y de la distancia a la dicción entrañable. (A menudo, el doblez de la ironía se vuelve iluminación cognitiva.) Panesi aclara el periplo de Josefina Ludmer, las pretensiones de Martín Prieto y la pasión archivista de Ana María Barrenechea, pero también los motivos profundos del delirio estilístico de Nicolás Rosa y los matices beligerantes de David Viñas. No sin dejar en claro el aporte fundamental de la crítica académica litoraleña.
A su vez, muchos de estos textos también admiten leerse como ensayos sobre el ensayo. Así ocurre a propósito del tipo peculiar de reflexión que pone en juego Tamara Kamenszain cuando escribe lúdicamente sobre la poesía. O puede tratarse de una ética del ensayo, que Panesi esboza al tiempo que comenta una compilación de Alberto Giordano:"Si el narcisismo crítico se afianza, es el conocer errático del ensayo el que desaparece". El rodeo del ensayo –propone– busca dar cuenta de un afecto primordial: la felicidad de la lectura, que conjuga "tanto el intelecto desbordado de afecto, como el afecto traspasado de inteligencia".
En más de un recodo, se desprende cierto desdén por los "intelectuales mediáticos", así como el consternado diagnóstico de que el crítico académico hoy subsiste como delicada planta de invernáculo. Según el persuasivo relato que trama Panesi, la corta historia de la crítica se encuentra tironeada entre su origen periodístico y su aclimatación a los claustros universitarios. Pero el balance actual no podría ser más ajustado: "Sin paradojas, la crítica, o una parte muy acotada de ella, regresa a las instituciones que la vieron nacer: el periodismo, los medios masivos, la discusión pública".
En el libro abundan frases felices sobre la naturaleza de la literatura. Pero esas definiciones no necesariamente concuerdan: como si la fidelidad a la esencia escurridiza de lo literario obligara al autor, ante cada texto, a un incesante reajuste de la perspectiva. No diré más: sólo celebro que Panesi prodigue tantas epigramáticas iluminaciones sobre la lectura, la enseñanza y la interpretación; y que a la vez las reconozca, mediante un gesto no menos orgulloso que sabio, como parte de un legado incierto. Aunque no hay página que no entretenga, el resultado general es algo melancólico: si el autor defiende la crítica literaria académica, al mismo tiempo es consciente de que la acecha el fantasma de su propia disolución.
2. Los viajes musicales de Federico Monjeau
En Un viaje en círculos. Sobre óperas, cuartetos y finales, Federico Monjeau se desplaza elegantemente en órbitas. En su nuevo libro, este reconocido crítico del diario Clarín y profesor de Estética musical de la UBA explora un mundo muy vasto y a la vez deliberadamente estrecho: parte de la figura de Arnold Schönberg y no cesa de retornar a ella, confinado teóricamente por los aportes de Theodor Adorno y Paul Valéry. Pero ese circunscripción acotada habilita al ensayista a viajar también al pasado (no más atrás del siglo XIX: Beethoven, Wagner, Brahms) y a recorrer con extrema soltura el paisaje musical de la segunda mitad del siglo XX y una pizca del XXI.
Recapitulación de muchos años de crítica e investigación, el libro también es parte de una discreta autobiografía estética. Los ensayos se entretejen con la historia de la recepción argentina de las obras consideradas, en circuitos que son, sobre todo, los del Teatro Colón, el Ciclo de Música Contemporánea del Teatro San Martín y, eventualmente, el Teatro Argentino de La Plata. (En el catálogo de predilecciones, se entreveran sutiles censuras: a las puestas en escena localistas, incluso en el caso de que surtan efecto; a la musicología con perspectiva de género, aun cuando ilumine aspectos destacables de su objeto; al valor expresivo de la poesía concreta brasileña, toda vez que no la enaltezca la música de Caetano Veloso.)
Junto con su apreciación de Prometeo –caso límite del género operístico concebido por Luigi Nono, junto al filósofo Massimo Cacciari–, una de las originalidades del libro radica en su rescate de la compositora norteamericana Ruth Crawford (1901-1953), figura soslayada de la primera vanguardia norteamericana. Monjeau nos cuenta cómo descubrió su música gracias al azar de un viaje a Michigan, adonde acudió becado por la Fundación Wallace. A continuación, el autor vuelve a detenerse en la obra de Morton Feldman, personaje crucial en la segunda ola de esa misma vanguardia, y profundiza así los análisis de su libro anterior: La invención musical. Ideas de historia, forma y representación (2004).
Dos de los ensayos están dedicados a músicos argentinos. Se trata, en primer lugar, de Mariano Etkin (1943-2016), cuya música cristalina pronto abandonó toda aspiración latinoamericana sin perder por ello su impronta paisajística. (La fidelidad de una escucha a través de los años sólo admite conjugarse en primera persona: "Puedo asegurar que no conocí a un músico más sensible que Etkin al rumor del mundo natural", escribe Monjeau). También hay un capítulo dedicado a Gerardo Gandini (1936-2013), donde se indagan sus obras en torno a Schumann: algo así como "esculturas sonoras" compuestas mediante precisos procedimientos de sustracción, que Monjeau juzga lo más alto de toda su producción.
A la descripción verbal de un objeto artístico, la retórica la denomina "écfrasis". Que yo sepa, no existe un término para denominar la lucha cuerpo a cuerpo con la lengua que hace falta para dar cuenta de la experiencia musical. Como demuestra el último de sus ensayos de Un viaje en círculos, no sin aludir a un capítulo del Ulises de Joyce, la relación entre la escritura y la música es equívoca. Si las artes aspiran a la condición musical, puede ocurrir que la música anhele la irregularidad de la prosa. Al menos si investigamos los desarrollos de Schönberg, quien imaginaba el futuro del discurso sonoro bajo la forma de una "prosa musical", noción que elaboró a partir de un análisis de las asimetrías estructurales de la música de Brahms.
Es raro que quien escribe sobre música no filosofe sobre el tiempo: tres momentos de Un viaje en círculos atestiguan esa tentación (no diré dónde se ubican, ya que el libro posee cierto suspenso intelectual y estético). De sus diez capítulos, no hay ninguno que no repercuta en los restantes; y todos están soldados por sutiles transiciones. Es cierto que prima un tono severo en esta colección de ensayos, en donde acaso no sean indispensables tanta citas extensas de Adorno. Pero ese tono es también el del sigilo, que permite alumbrar alguna de sus frases más bellas: "En el campo del arte ocurre una emancipación en silencio".
3. El teatro argentino actual, según Beatriz Trastoy
Si el libro de Monjeau se deleita en la pareja exquisitez de los objetos que analiza, Beatriz Trastoy, asimismo docente e investigadora de la UBA, se atreve a analizar objetos aún más complejos. La escena posdramática. Ensayos sobre la autorreferencialidad logra conjugar un afán casi autobiográfico con su deseo de arrojar luz sobre el popurrí del teatro argentino de las últimas décadas. Así organiza una vertiginosa enciclopedia compuesta por obras de Daniel Veronese, Rafael Spregelburd, Alejandro Tantanian, Federico León, Ricardo Bartís, Mauricio Kartun, el grupo Krapp o el Centro Argentino de Teatro Ciego, entre muchos otros. (Las obras de José María Muscari parecen ser objeto de su predilección analítica, si juzgamos por los notables desarrollos a partir de dos obras emblemáticas de ese director y dramaturgo: Shangay y Catch, Lucha en el barro + Sexo entre chicas.)
A nadie se le escapa el carácter abigarrado del paisaje teatral de la posmodernidad argentina: junto a las modulaciones irreverentes de los clásicos, conviven el match de improvisación, el teatro deportivo, las autobiografías escénicas, el clown, los espectáculos de narración oral, las "conferencias performáticas"… Siguiendo al investigador Hans-Thies Lehmann, Trastoy agrupa esa multiplicidad bajo el rótulo de "teatro posdramático". La categoría se caracteriza por el resquebrajamiento de la noción de personaje, la porosidad entre géneros literarios y sexuales, la vacilación entre ficción escénica y realidad, y la tendencia a cavilar sobre la relación entre el teatro y la sociedad.
La autorreferencialidad del teatro argentino contemporáneo –el modo pertinaz en que éste se refiere sin cesar a sí mismo– no es un rasgo entre otros. Por el contrario, se trata de su principio constructivo, su artificio medular. Pero una de las enseñanzas del libro es que no hay que dejarse deslumbrar por este carácter autorreferencial de la escena local. La clave hay que buscarla, una vez más, en Antonin Artaud, quien concibió la alquimia o la peste a la manera de dobles que le permitieron reflexionar acerca de la naturaleza del teatro y de su relación con la sociedad. El desafío de la crítica, según Trastoy, consiste encontrar nuevos dobles que permitan pensar la escena posdramática: una escena que siempre habla de otra cosa, si bien parece hablar tan sólo de sí misma.
Así, la autora abandona el modelo centrado en la noción de "puesta en escena" y va a la búsqueda de esos dobles esclarecedores. Se diría que es seducida por el demonio –benéfico– de la analogía. En un juego productivo de correlaciones, considera el teatro a partir de la gastronomía, para iluminar modalidades participativas en obras que intentan despertar en el espectador sentidos poco ejercitados, como el olfato y el gusto. Otros dobles son el deporte (sobre todo el fisicoculturismo, o el boxeo femenino, que ponen en cuestión el tradicional binarismo de género) o la traducción (algo imprescindible en un teatro que reelabora sobre el escenario nuestro eclecticismo cultural, hecho de inmigraciones, exilios, mixturas e "imprecisiones de origen"). Pero también el ensayo (¿no pulula en nuestra escena el "ensayismo escénico", como puesta en escena de conceptos e imágenes?) y, más adelante, la museología.
El último capítulo analiza una tendencia capital de las últimas décadas: la de proponer una repetición serial bajo la forma de trilogías, tetralogías, etc.; o bien de ciclos cerrados, o inciertamente abiertos. Trastoy esclarece la obra de estos "teatristas seriales" mediante una analogía entre el teatro y el museo: así la "nueva museología" es el último doble que desfila ante nuestros ojos. Y, en su compañía, comprendemos mejor la irrupción de la figura del curador en el ámbito de las artes escénicas, presencia que supone nuevos protocolos de creación y lectura del fenómeno teatral. Aquí la referencia fundamental es Museos-Biodramas-Archivos, el triple proyecto gestionado, curado y dirigido por Vivi Tellas: Trastoy nos invita a desentrañar la lógica interna que organiza un ciclo de obras teatrales con herramientas extraídas del arte de instalación y de la lógica a menudo caprichosa que reúne una colección de obras plásticas.
La escena posdramática ilustra cuán eficaz es recurrir a marcos teóricos ajenos a lo teatral –e incluso a lo estético– al momento de interpretar las diversas expresiones del teatro actual. Trastoy moviliza una bibliografía amplísima e inusual, y con idéntica seriedad hurga en blogs y en revistas digitales. Es poco dócil a aceptar la autointerpretación que, de sus piezas, ofrecen los propios realizadores. Y, sobre todo, nunca olvida al lector al relevar aquellas obras que acaso éste no ha visto (porque la experiencia teatral es evanescente, e irrepetible), y se afana en reponer no tanto la trama de esas piezas, sino la atmósfera y el dispositivo preciso que las hicieron posibles (porque en lo fundamental el teatro es un artefacto).
Por si fuera poco, La escena posdramática contiene una evaluación del periodismo de espectáculos y un programa para su posible revitalización. Aún me resta mencionar lo que considero su rasgo más atractivo: a menudo estos ensayos dejan sin respuesta nítida una cascada de interrogantes enlazados, como si la apuesta crítica se jugara menos en la aseveración lapidaria que en el ejercicio razonado de la incertidumbre.
* Los tres libros comentados se publicaron este año. "La seducción de los relatos. Crítica literaria y política en la Argentina" fue editado por Eterna Cadencia. Libretto publicó "La escena posdramática. Ensayos sobre la autorreferencialidad", de Beatriz Trastoy, y Mardulce, "Un viaje en círculos. Sobre óperas, cuartetos y finales", de Federico Monjeau.
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