Irene se enfrenta a un abismo: perder la adolescencia, dejar un amor, verse cara a cara, finalmente, con su zona de clivaje; saberse vulnerable. De fondo hay una Buenos Aires en ebullición, reuniones de ciertos círculos intelectuales y los peligros latentes para una mujer que se mueve, por momentos sola y por momentos acompañada por su amante varios años mayor que ella, en una ciudad inquietante.
La primera edición de Zona de clivaje de la escritora Liliana Heker es de 1987, cuando todavía no aparecían en los medios términos como "empoderamiento femenino" -¡apenas un año antes se había llevado a cabo el primer Encuentro Nacional de Mujeres en el país!- ni estaban tan presentes en la agenda pública como hoy el abuso o el acoso callejero. Sin embargo, la experiencia de leer la novela tres décadas después de su aparición, gracias a que acaba de ser reeditada por Alfaguara, hace que se desvanezcan por un rato los parámetros temporales. Ocurre que por su vigor, pero también por su forma de narración cautivante y audaz, el libro tiene una vigencia notable.
"Yo que ahora veo, por ejemplo, a las chicas del Nacional Buenos Aires hacen público y evidente la cuestión del acoso y del abuso -porque en realidad una mujer siempre siente esa invasión sobre su cuerpo como un abuso- recuerdo que en aquellos años una se la bancaba sola. Cuando alguien me acosaba por la calle ¡me daba vueltas y decía barbaridades!", dice entre risas en diálogo con Infobae.
-¿Qué viene primero a la hora de ponerte a escribir? ¿Qué pasó en el caso de Zona de clivaje? ¿Fue una palabra, una imagen, el título, que es tan poderoso?
-Yo tenía 20 años, estaba desde hacía mucho en El escarabajo de oro (N. de la R. la revista literaria que dirigió Abelardo Castillo y reunió a los escritores más notables de los años '60 y '70), era secretaria de redacción. Y había escrito, hasta ese momento, cuentos. Estaba muy en mis inicios, en todo sentido. Un día leyendo una obra de (Eugene) O'Neill, Extraño interludio, leí una frase de Nina, la protagonista, y algo me disparó, me dio la idea de un cuento. Era, básicamente, el cuento de una mujer de 27 años, algo que para mí a los 20 era una mujer de edad avanzada. Una mujer que tiene una relación con Alfredo, un Don Juan. Ella es su amante y su confidente. Hasta que él se cruza con una adolescente de 17 años, la edad que tenía Irene cuando lo conoció a Alfredo. Ella no puede soportar -pese a que se jactaba de entender las aventuras de Don Juan- la adolescencia de otra, no quiere que se vaya a acostar con él. Ella piensa en volverse loca, piensa en matarse y finalmente se arregla y decide que lo va a esperar, que se trata de una aventura más. Estaba contado en primera persona, cerraba diciendo "y acá me voy a quedar, te voy a esperar, amor, hasta que vos decidas matarme".
-¿Cómo terminó ese cuento convertido en una novela tan elogiada, que cumplió 30 años y sigue reeditándose?
-Me pasó algo que no me había pasado hasta ese momento. Como los escritores hombres con los que me rodeaba, en general, eran noctámbulos, creía que uno tiene que ser nocturno, ojeroso. ¡Pero yo era bastante saludable! (risas). Fue algo tan compulsivo que me levantaba muy temprano y empezaba a escribir. Ahí descubrí que yo soy una escritora diurna, que a la mañana tengo mucha energía. Pero me pasó algo muy extraño en ese momento: en lugar de avanzar hacia el final, que era muy claro para mí y que es el lugar natural hacia el que uno avanza con los cuentos, lo que narraba se me expandía hacia atrás y hacia los costados.
-¿De esa manera surgió esta historia que parece escrita en capas?
-Son muchas capas, porque ahí pasó algo muy fuerte que yo no veía con la claridad con la que lo estoy explicando ahora, muchos años después. Me faltaba experiencia. No sólo experiencia literaria, me faltaba experiencia vital. Yo no podía contar más que de afuera el conflicto que significaba perder la adolescencia, porque yo todavía era bastante adolescente. Y no solo era bastante adolescente, trabajaba de adolescente. Parecía bastante menor de lo que era. No sólo era la única mujer de ese grupo de varones escritores poderosos, lo cual ya me daba una diferencia, sino que era la menor.
-¿Te interesaba la pérdida de esa adolescencia como disparador? ¿De eso querías partir?
-Desde el momento en el que se me ocurrió la novela había un conflicto central, que yo enunciaba como un tironeo, un conflicto que tiene una mujer entre su cerebro y sus tripas. Después me animé a la palabra cuerpo y la palabra cuerpo implicaba asumir algo. Algo que ahora está muy instalado, ahora se habla del cuerpo. Pero en una literatura y en un pensamiento dominantemente hecho por hombres, el cuerpo era algo desdeñable. Yo me iba planteando que una mujer, más allá de su capacidad de razonar y el uso que puede hacer de su inteligencia, siente que su cuerpo es trascendente. Entonces por un lado estaba la mujer objeto, que se suponía que tenía un cuerpo pero la significación de cuerpo era menos significativa, creo, que la que yo le doy. Y, por el otro lado, estaba la inteligencia, la capacidad de pensar. Por supuesto la realidad nunca es tan esquemática. A mí me parecía que pensar de ninguna manera te tiene que hacer renunciar a tu hecho de ser mujer. Que una mujer piensa en tanto mujer y ve el mundo de esa manera. Que uno es una mujer o un hombre que es el centro del universo que ve. Por lo tanto, tener un cuerpo es algo que uno y una debe asumir.
En una literatura y en un pensamiento dominantemente hecho por hombres, el cuerpo era algo desdeñable
-A la vez, la protagonista es una mujer que tiene una relación larga con un hombre muy particular.
-Sí, es la relación de una mujer con un Don Juan. La cuestión de Don Juan siempre estuvo narrada desde Don Juan o desde un hombre. O, si no, desde una mujer con el resentimiento de una mujer hacia Don Juan. Yo sentía que Don Juan es un objeto de deseo para una mujer. Pero tener a Don Juan, en tanto Don Juan, implica compartirlo. Esa me parecía una situación conflictiva.
-Es notable la vigencia que tienen varias escenas. En algunas de ellas, por ejemplo, se pone en foco el cuerpo de Irene, como cuando está en un taxi y el chofer la acosa.
-Lo del taxista me pasó a mí. Yo venía, me acuerdo, de la casa de mi mamá, que siempre me llenaba de cosas de comida, entonces cargaba varias cosas. Tomé un taxi y el taxista me empezó a decir: "¿no te gusta bailar?" "¡qué linda noche para bailar!". Y seguía y yo muda. Al final me dijo: "¿No te gusta bailar?". Y yo le dije: "¡No me gustan los pelotudos!" (risas). Y claro, el viaje seguía y yo digo "este tipo se da vuelta y me mata". El aire se podía tocar en ese taxi. Recién cuando yo me bajé con todas las cargas, ahí me insultó de la manera en que lo cuento en la novela. Pero eso pasa. Y yo me sentía en ese momento muy sola con esa problemática.
Las coincidencias entre la protagonista de Zona de clivaje y Liliana Heker son varias. De hecho, las dos pasaron de estudiar física a dedicarse a la escritura. Fue de sus estudios en Ciencias Exactas que la escritora tomó el título para su obra.
"Hubo algunas ideas en física que a mí me resultaron muy perturbadoras. Una es la segunda ley de la termodinámica, la ley de entropía. Siempre me perturbó esa energía que se pierde y se pierde para siempre. Otra fue la de los planos de clivaje, cuando aprendí que la elaboración de un diamante lleva mucho tiempo, que cada partícula va buscando su punto de mayor estabilidad y de ahí es que sean casi indestructibles. Sin embargo también tienen planos por los que se pueden cortar, los planos de clivaje. Entonces dije 'qué tremendo, lo casi indestructible también es vulnerable'", explica.
Es esa combinación de vulnerabilidad y lucidez lo que inquieta de alguna manera a la protagonista de la novela.
"Eso de tener un cerebro bastante organizado, poder clasificar A, B, C, no te quita la angustia. Poder ver con claridad, poder sistematizar algún problema no implica, de ninguna manera, no sentir angustia. Creo que todo eso va junto. También se me cruzó, cuando aparece el personaje de la madre de Irene, a quien amo, el tema de la maternidad, algo que también siempre me perturbó. Porque yo siento que para una mujer la maternidad no es una fatalidad biológica, no tiene que serlo sino que tiene que ser una elección. La maternidad como elección era un tema tabú. Y de alguna manera lo sigue siendo", agrega la escritora.
-¿Los que escriben tienen que estar pescando este tipo de movimientos en la sociedad?
-A mí me parece, es mi idea, que un escritor o una escritora siempre escribe sobre algún conflicto. Si todo estuviera perfecto la creación artística no existiría. En particular puedo hablar de la literatura. Lo que permite la literatura es crear objetos con sentido sobre aquello que parece no tener sentido o ser totalmente inexplicable o irse de tus manos. Creo que si uno no escribe sobre algo conflictivo no tiene sentido escribir.
Para una mujer la maternidad no es una fatalidad biológica, no tiene que serlo sino que tiene que ser una elección
-¿Te considerás feminista? ¿Qué te pasa con ese término?
-Siempre me consideré una feminista de hecho, porque siempre elegí la libertad de hacer lo que yo quería y no aceptar mandatos ni de hombres ni de mujeres. Cuando yo era joven había un feminismo de las mujeres de la burguesía. Eso estaba muy claro en la película Señora de nadie de María Luisa Bemberg, cuando el personaje de la señora, que lo hace Luisina Brando, le dice a la mucama "pero a vos por lo menos te pagan". ¡Ah, mirá vos, cree que la sirvienta, a la que ella manda es más libre que ella! (risas) Eso era no ver una cuestión social. A la vez, había otro tipo de feminismo que quería la igualdad con los hombres, que una mujer prácticamente fuera un hombre. Y yo quería la libertad de ser mujer. En cambio, sentía y sigo creyendo, en luchar por todos los que son oprimidos, por todos los que están marginados. Mi feminismo se encuadró dentro de una cuestión social más vasta. Además siento que no es lo mismo una mujer iraní que una mujer argentina. Ni siquiera que una mujer de otros países latinoamericanos, es decir que es muy complejo. Es maravillosa la lucha y al mismo tiempo es fascinante que las mujeres se planteen lo complejo que es el salir a luchar por la propia libertad. La libertad es algo que se gana y se está ganando, pero que está en continuo conflicto.
-¿Cómo te llevás con esas definiciones como "literatura femenina"?
-Siempre me negué a lo que se llamaba una literatura femenina. Siempre lo sentí como una discriminación y una desvalorización. Es como si dijeran "¡Ah, como mujer escribe bastante bien!". En realidad, de hecho me instalé en un mundo, en un corpus, que era el de la literatura, en el que había varones y mujeres. Aunque no era demasiado cierto en mi generación porque mi generación, que era una generación maravillosa, era casi toda de varones. Llevó años para que pasara lo que pasa ahora. Hay escritoras mujeres, escritores hombres y cada uno vale por lo que hace. Yo formo parte de la literatura como lo forma Virginia Woolf y como está Joyce y como está Katherine Mansfield o Marcel Proust. Es decir, cada uno está con sus contradicciones, con su mundo. Que una obra sea excepcional o que no sea excepcional depende de su autor, de todo lo que es su autor, no del género al que pertenece.
Es maravillosa la lucha y al mismo tiempo es fascinante que las mujeres se planteen lo complejo que es el salir a luchar por la propia libertad
-¿Afecta a los escritores la crisis que está atravesando la industria editorial por estos tiempos?
-Estamos en una situación en que los argentinos estamos afectados en muchos aspectos. En realidad, si la gente no tiene para comer o para llegar a fin de mes, o no tiene para pagar la factura del gas o de la luz no va a comprar libros. Entonces la crisis afecta en ese sentido. Admitamos que los libros siempre han llegado y siguen llegando a una minoría. Pero antes había más posibilidad de que la gente accediera, había más interés también. Porque cuando se tienen resueltos problemas básicos la gente se preocupa más por leer, por cuestiones culturales. Había planes de lectura, entonces los chicos leían más en el colegio. Esto es un problema. De cualquier manera, creo, como siempre lo pensé, que hemos pasado por dictaduras militares, gobiernos militares, y demás. La verdad es que nunca terminamos de vivir conflictos sociales.
-¿Qué pueden hacer los escritores en este sentido?
-Un creador, un escritor, escribe a pesar de lo que pasa y acerca de lo que pasa. No es la creación lo que se vulnera o no se debe vulnerar. Lo que se está vulnerando es la posibilidad de publicar y la posibilidad de que los libros se vendan. Yo no tengo problemas para publicar a esta altura, pero los tienen sí los escritores más jóvenes. Hay escritores jóvenes excepcionales. Creo que es un momento que tiene que dar lugar a una gran creatividad de la gente, de los jóvenes sobre todo, vinculados a la cultura. Pero creo que, en ese sentido, hay una gran capacidad de resistencia en muchos sectores argentinos y van creando caminos alternativos. A las editoriales chicas hay que defenderlas a muerte porque son heroicas y son buenísimas. Hay una cantidad de editoriales chicas que son excepcionales que, claro, que son pequeñas empresas, son pymes y corren riesgos. De modo que sí, me preocupa y estoy al pie del cañón para cualquier cuestión en la que pueda opinar o pueda servir para algo. Al mismo tiempo creo enormemente en la lucha en el camino que sea.
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