Alina Diaconú: de la huida de Rumania a los 14 años a la construcción de una obra insoslayable

La autora fue reconocida recientemente como “Personalidad Destacada de la Cultura” porteña. Vida y metamorfosis de una escritora: cómo pasó del rumano y el francés al argentino, porteño y lunfardo…

Alina Diaconú

El tarjetón dice: "La Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires invita a Ud. al acto de Declaración de Personalidad Destacada de la Cultura a la Sra. Alina Diaconú, que se realizará el 26 de septiembre a las 18.00 hs. en el Salón Montevideo del Palacio Legislativo. El ingreso se hará por la calle Perú 160″.

No es su primer premio. Ha colgado en sus paredes la Faja de Honor de la Sade, la Beca Fulbright, el Meridiano de Plata, la Medalla de Honor y el Diploma a la Excelencia del gobierno rumano, American Romanian Academy of Arts And Sciences (USA)… y otros etcéteras. Resultado de sus catorce libros –desde La Señora, 1975, hasta Avatar, 2009– y de sus infinitos artículos en diarios de primera línea. Polígrafa, se define como "devoradora de libros, desde biografías hasta poesías, aforismos, filosofías orientales, ¡y autoayuda!" Una medalla virtual: su segunda novela, Buenas noches, profesor, de 1979, fue censurada por la dictadura militar. Según notorios críticos, los mejores son Avatar, Cama de Ángeles, ¿Qué nos pasa, Nicolás?, y Los devorados.

En julio de 1978 –cuarenta años ha–, quien esto escribe quebró la regla Pregunta–Respuesta, y con el título RRR (relato–reportaje–rumano) convirtió la entrevista en una especie de carta. O algo así… Aquí va. Textual.

La escritora, acompañada por sus colegas María Kodama y Poldi Sosa, en el reconocimiento como personalidad

"No sé si exagero. Pero me la imagino un día de 1959 acurrucada en un banco de la tercera clase del Conte Grande, un barco medio famoso que ya no debe navegar, sospecho, envuelta en un echarpe colorado y la cara salpicada por las olas. Me la imagino así y a lo mejor fue cierto. O a lo mejor el echarpe era azul y usted no viajaba en tercera clase. Si me equivoco, perdóneme: usted inventa muñecos y yo, a mi manera y a veces, también. En todo caso, juguemos a que el echarpe era colorado. En el camarote, a puertas cerradas (todavía tenía miedo de todo), sentados sobre la cama, estaban Varinka, su madre, y Aurelio, su padre. En silencio. Usted tenía catorce años: para qué explicar más. Pero las cosas no eran iguales para Varinka y Aurelio. A ellos los habían arrancado (o ellos se habían arrancado) de la casona de la calle Train ciento ocho, Bucarest, Rumania. En esa casona había muebles pesados de buena madera, cortinas bordadas por bordadoras de Transilvania que no creían en los vampiros o sí, siete gatas (usted prefería la pelirroja, me dijo), y una buena biblioteca. Pero de pronto todo eso fue papel mojado. Aurelio, crítico de arte, descubrió que un Ojo Supremo, un Amo Grande, espiaba las palabras que escribía a la luz que dejaba escapar una pantalla de alabastro, y que esas palabras, al Ojo–Amo no le gustaban nada. 'Usted, Aurelio, debe escribir de otra manera. ¿No oyó hablar del realismo socialista? Pues bien: debe escribir según el realismo socialista. Basta de perder el tiempo en esas estúpidas investigaciones sobre los clásicos. Basta'. El día en que Aurelio dijo 'nos vamos' y sin llorar empezó a meter libros en una gastada valija, usted no entendió lo que pasaba. Le preguntó a Varinka por qué no terminaba de encuadernar ese libro (era encuadernadora, Varinka), pero no le contestó. Tres días después subían al Conte Grande sin saber qué suerte correrían las dos mucamas, las siete gatas, los libros que las valijas dejaron afuera, los ciento veinte cuadros que Aurelio había comprado en casi toda una vida. Ese día, ustedes, los Diaconú, eran apenas unos inmigrantes desesperados y en fuga."

Alina durante su infancia, en Rumania

"El hotel estaba en Carlos Pellegrini y Posadas. Usted no se acuerda, Alina, del nombre de ese hotel, pero sí de la enorme puerta de doble hoja –hierro forjado–, vidrio doble y molduras a lo rey Luis catorce, quince o dieciséis. Usted, para entonces, hablaba rumano y algo de francés, y era cómico (me dijo) oírla decir 'Carlos Pellegrini y Posadas'. Después, alguien les prestó ese departamento del Abasto, un barrio que le costó descifrar más que ese español–argentino–porteño–lunfardo que los jaqueaba en los mercados y en los colectivos. Aurelio estuvo un año sin trabajar (era una sombra) hasta que consiguió ese empleo en una compañía de lanas, y a usted la metieron en un aula enorme del colegio Malinkrodt, el de las monjas alemanas. En sexto grado. A los tres meses ya urdía algunas frases en argentino. Cualquiera podía imaginar que a ese paso, a los veinte sería una empleada eficaz o una vendedora persuasiva. Pero usted no. Usted, a los quince, se largó a escribir una obra de teatro en castellano. Se llamaba La jirafa quebrada. Después se recibió de bachiller, empezó a estudiar Arquitectura, tuvo 'un desengaño amoroso' (sus textuales palabras), se fue a París, en París conoció a Ionesco, volvió a Buenos Aires, se metió en Publicidad (redactora), se casó con Ricardo Cordero, y escribió sin cesar. Aquí, la historia se pone monótona. Un manuscrito bajo el brazo, un editor, una puerta que se cierra. Puedo escribir esta frase diez o veinte veces seguidas, pero el linotipista no es hombre de buen carácter… De pronto, alguien confió. Y La señora (novela iniciática, horrenda palabra) apareció en la vidriera de una librería. Y otro día fue Buenas noches profesor".

Adolescencia

"Ya sé que mide un metro cincuenta y dos –es petisa, vamos–, que fuma rubios, que hace buenas salsas, que lee a Kafka, que es supersticiosa, que vive en Belgrano, que llora por cualquier cosa, que se levanta a las siete y veinte de la mañana, y que cada tanto, en los reportajes, habla de los argentinos. Dice que son (somos) tristes y melancólicos como los muñecos del tango. Y derrotistas. Y salta, y dice que 'la muerte es mi peor pesadilla', y que en el sesenta y siete murió su padre, 'el peor golpe que recibí en mi vida'. No se preocupe: no voy a preguntarle por qué escribe. Es una pregunta estúpida que los escritores detestan. Sigue con los argentinos: que hacen (hacemos) un culto de los muertos, que está harta de Gardel y de aquella santona, la Madre María, y que dicen (decimos) 'hola, qué tal', eludimos la realidad (¿?) Más adelante los (nos) exculpa: dice que Borges es maravilloso, que el sentido del humor de los nativos es único, y que por aquí sobran la calidez y la franqueza, y que chantas hay en todos lados."

"Soy discreto. No contaré que su historia literaria empezó a los diez años con un poema en francés dedicado a Ion, un rumano que le llevaba ocho y que jamás la miró. Adiós. Es una lástima que no hayamos hablado de gatos un poco más. Queda firme la promesa, Alina: si vuelvo a verla, hablaremos de gatos. Y si puedo, un día de estos le regalo una gata pelirroja."

(Post scriptum: no volví a verla. Para la gata ya es tarde y algo incómodo. Pero bien podría ser un café en algún rincón de la vasta ciudad. Y si no, vale el recuerdo.)

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